
Gonzalo Rojas
Domingo 23 de Noviembre de 2008
El Estado contra el Estado
Gonzalo Rojas.
El Mercurio
Justo cuando los mercados financieros colapsaban y el Estado parecía recuperar su prestigio y mejorar su oferta como proveedor de regulaciones y controles, los 400 mil funcionarios del sector público -el Estado en dos patas- se han puesto en contra del Estado Gran Mecenas.
No ha sido la lucha de un poder estatal contra otro, sino simplemente los funcionarios a pie los que se han enfrentado a la imagen ideal del Estado y a sus máximos jefes visibles.
Fue cuando los socialistas gubernamentales comenzaban a sonreír que su alegría devino en mueca y se transformó en un rictus del 14,5%.
Podrán llamar justas a las reivindicaciones salariales de la ANEF, podrán explicarlas por la pérdida del poder adquisitivo (generado bajo su propio gobierno, por cierto), pero mientras no den con las causas más profundas del deterioro de la administración estatal, no habrán puesto remedios eficaces. Y vendrán a futuro nuevas negociaciones y nuevas movilizaciones.
¿Qué explica de verdad esta protesta amarga de quienes por definición están destinados a lo contrario, a la colaboración amable?
Por una parte, una devastadora prédica de los derechos. Ha sido esa majadera y unilateral cantinela la que ha arrasado con la noción de deber y, de paso, con el afán de servicio. Porque, ¿puede haber algo más obvio que afirmar que el deber de los funcionarios públicos es servir? Muchas funciones sociales están marcadas por el sentido del servicio, pero llevan adjuntas otras legítimas aspiraciones: servir y lucrar (la empresa), servir y crear (la investigación y las artes), servir y formar (la educación).
Pero hay una que es servicio puro, puro servicio: la administración, las oficinas públicas, el Estado. Ése es su deber.
En segundo lugar, la extensión de la corrupción ha minado toda confianza posible de los subordinados en los mandos medios, de éstos en sus jefes, y de los capitostes superiores en su propia capacidad de permanecer limpios. Con tantos ejemplos de pillos enriquecidos y aún no descubiertos, el que no roba -piensan- se pasa de nerd.
Finalmente, la administración pública se ha deteriorado por la consolidación de la mediocridad. Desgraciadamente, en nuestra historia sólo en pocos momentos ha sido patrimonio de la administración el hacer las cosas bien. Por décadas largas, los ciudadanos han debido contentarse con el simple hecho de que el servidor público concluya el trámite, aunque sea de cualquier manera. Pero en tiempos de concursos más exigentes, de sofisticación tecnológica, de amplias posibilidades de capacitación, de recursos fiscales abundantes, resulta grotesco que en el Estado casi todo se haga mal, o simplemente a medias, que es lo mismo que hacerlo mal.
Ni siquiera se logra que unos simples focos en el estadio mundialista recién inaugurado, con la Presidenta presente y todo, queden bien dirigidos hacia el espectáculo. Y los puentes mal hechos, y las repavimentaciones fallidas, y los trenes mal comprados, y las omisiones en la notificación del sida, y las conciliaciones pendientes en Educación, y el grotesco diseño del Transantiago...
Más Estado, han gritado los partidarios de trasladar los colegios municipales al Ministerio de Educación, los promotores de una AFP estatal, los que ven en Fonasa la panacea sanitaria, los que claman por estatizar el transporte en Santiago. ¿Más Estado para qué? ¿Para que no sólo los dirigentes políticos se fotografíen con la ANEF, sino para que puedan colocar a otros miles de eventuales partidarios en esos puestos?
Porque, además, está esa otra dimensión del Estado: su tentador y creciente tamaño, su atracción como botín.
Sí, el Estado ha vuelto a ser un botín; y en vísperas de las elecciones que permitirán controlar su aparato administrativo desde la Presidencia e incidir en sus presupuestos desde el Parlamento, todos quieren dar la señal de cuánto les interesa el botín, para colocar su gente y para conseguir votos.
Fue por allá por diciembre de 1974 cuando el Presidente de la República manifestaba que su propósito era "recuperar el noble y honroso ideal portaliano de servicio público que debe ilustrar al funcionario de nuestra administración pública y que otrora fuera orgullo y prestigio del Estado." Atrás quedó.
De nada sirve hoy la reforma del Estado si no hay recuperación de su sentido. Obviamente desde la oscuridad del valor del deber, desde la corrupción, desde la mediocridad y desde el deseo de quedarse con el botín, es imposible restablecer su auténtica función.
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