
No me importa nada
Afuera, en Alameda con Portugal, hace ya
media hora larga que las sirenas y los
helicópteros están llamando la atención del
universitario que trata de leer en su oficina.
Daría la impresión -experiencia hay abundante
para reconocer el sonido- que, además, están
estallando unas lacrimógenas. En todo caso, aún
no entra misil alguno a esta biblioteca personal.
O sea, estamos a salvo.
Esa es la reacción típica frente el
conflicto evidente, pero ante el que nos hacemos
indiferentes. Y cuando termina la batallita,
pensamos: no me tocó, no me rozó siquiera, ergo,
era de otros, o sea, no me importa, por lo tanto,
lo olvido.
Así se atomiza una sociedad. Por cierto
que no se puede vivir husmeando en cada esquina
para ver si viene la CUT, o pasó la FENATS, o si
el Colegio de profesores dijo pío o popó. Una
piel tan fina ante la confrontación social se
quema al calor de inútiles preocupaciones del
minuto. Pero, en el otro extremo, una cubierta de
acero que no permite ni ver, ni oír, ni oler, ni
sentir problema alguno del país, deviene en
autismo político.
Llega el marido por la tarde y le cae la
pregunta femenina, a la hora de comida: ¿Supiste
lo que pasó hoy en el centro? Y la respuesta
masculina es lapidaria: no me interesa, me cargan
los comunachos, hablemos de algo agradable. Los
jóvenes hijos presentes (hmm: ojalá estén) se
suman a la apatía paterna y la conversación
deriva hacia el próximo concierto del grupo ése
-de niños bonitos o de rockeros rebotados, lo
mismo da- se comenta lo cara que están las
entradas y la estúpida resistencia de los clubes
de fútbol (afirma la niñita de 15) para
prestarles la cancha del Nacional.
De la violencia en el centro, nada.
¿Problema de cota-mil como afirmó un columnista?
No, problema de corazón-cero, porque la situación
descrita se da en Maipú y en Lo Barnechea, en
Providencia y en San Miguel.
Ahí viven chilenos bien diferentes, pero
a casi todos se les está helando el corazón.
Huyamos, huyamos, que mañana es viernes y nadie
puede amargarse la vida una noche de jueves.
A mediodía, unos carabineros habían
intentado recuperar el orden para un segmento de
la ciudad. Ojalá no se les haya ocurrido hacerlo
con energía: serán castigados por quien
corresponda y el resto de sus compatriotas nos
olvidaremos pronto de esa injusticia.
Gonzalo Rojas Sánchez
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