
Santa semana será ésta, si hubiese
comenzado el domingo pasado con hosanas y
aleluyas y logre terminar del mismo modo este
domingo próximo.
Una vigilia, una espera activa desde el
sábado por la noche, acortará los tiempos de
dolor y penitencia. La Luz nueva llegará para
anunciar al mundo que una santa semana no es más
que la célula ejemplar que muestra lo que puede y
debe ser un año santo, una vida santa.
Y como toda célula tiene su núcleo, hay
que descubrirlo ya, antes de que sea tarde: es la
pasión y muerte de Cristo, el alfa y el omega de
todo lo santo.
El núcleo de estos días contradice, por
lo tanto, todo lo que el mundo pagano creía saber
sobre la vida y supera, también, todo lo que el
mundo postcristiano proclama sobre la felicidad.
Qué cortos se quedaban los precristianos
de antes; qué desviados están los que reniegan
hoy del Dios hecho hombre. ¿Y los demás, están
-estamos- asegurados, los perlitas?
Por el contrario. La nuestra es
ciertamente la más delicada de las situaciones.
Quizás hemos permitido que se desarrolle en el
núcleo de nuestra célula, el cáncer; sí, la
enfermedad ésa cuyo solo nombre paraliza y
angustia si se manifiesta en el cuerpo, pero que
cuando invade el alma, preferimos llamar con
eufemismos que la aplacan, simples placebos de
indolente.
Porque si se deja crecer el cáncer de la
indiferencia ante Dios, -no somos malos, pero
quizás no ponemos ningún empeño en ser santos-
la enfermedad invade toda la célula, la
mediocratiza primero, la desfigura después,
elimina lo fundamental con pertinacia, y
finalmente, la mata.
Es cierto: muchos de esos muertos creen
gozar de buena salud, mientras disfrutan en las
playas y en los campos, en los viajes y en las
fiestas, de una semana de descanso. Esos, quizás
también somos nosotros.
Gonzalo Rojas Sánchez
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