
PRÓLOGO DE FREI A LIBRO DE ARRIAGADA
[Prólogo de Eduardo Frei Montalva al libro de Genaro Arriagada Herrera “De la ‘Vía Chilena’ a la ‘Vía Insurreccional’”, Agosto de 1974]
Fácil es, incluso para el más débil, destruir una ciudad hasta sus cimientos; pero es, en cambio, muy dura empresa levantarla de nuevoPINDARO
Los sucesos vividos en Chile durante estos últimos cuatro años han tenido repercusión mundial.
Primero fue la curiosidad que despertara el ensayo para instaurar el “socialismo en libertad y por la vía legal”, y después la conmoción que produjera su fragosa y dramática caída.
Esa repercusión no se explica sólo por la naturaleza trágica de los hechos, pues, por desgracia, son con frecuencia sobrepasados por violencias que comprometen a pueblos más numerosos que por largos años han sido privados de su libertad o subyugados militarmente por potencias extranjeras, lo que no obsta para que quienes los oprimen se constituyan en acusadores y jueces.
Muchos son los que se han interrogado acerca de las causas que han motivado una impresión tan vasta como profunda.
Era necesario que pasara algún tiempo para intentar una respuesta, pues parecía imposible referirse con objetividad a ciertos acontecimientos sin chocar con pasiones y heridas demasiado recientes y dolorosas. Hacerlo, sin embargo, no resulta fácil, porque en general los que se refieren al caso chileno, más que dar a conocer la realidad, están interesados en ocultarla o instrumentarla en función de sus propios fines, usando ciertas tácticas publicitarias en boga que consisten en amedrentar y aplastar a los que no se someten a sus dictados. Y no faltan aquellos que, temerosos de caer bajo los ataques de quienes usan estos métodos y disponen de esas armas, se suman a ellos, o callan.
Diversas hipótesis pueden señalarse para explicar el interés por este proceso histórico. Ellas no son excluyentes entre sí; por el contrario, se complementan.
Chile tenía el prestigio de haber afianzado por más de un siglo y medio, casi sin interrupción, un régimen democrático en continuo progreso, que resultaba aún más notorio dentro de un hemisferio que ha presentado al mundo una imagen de gran inestabilidad política.
Durante los últimos lustros había sido en cierta manera un pequeño e intenso laboratorio de las más diversas experiencias políticas. Su democracia abierta, sin las rigideces pero también sin las raíces de las viejas culturas y sociedades europeas, cuyas ideas se transplantan a estas tierras nuevas con toda su explosiva carga, había conocido en pocos años una forma de social democracia a través de varios gobiernos, entre ellos, del Partido Radical, de la Derecha y, en seguida, la transformación iniciada por la Democracia Cristiana. Por último llegaba al poder a través de elecciones y por la “vía legal” una combinación integrada fundamentalmente por el Partido Comunista y por un Partido Socialista que, al revés de otros que corresponden al concepto de social-democracias, declaraba en forma oficial su inspiración marxista-leninista y su desprecio por “la democracia y la legalidad burguesas”.
En América Latina y en Europa, especialmente en Francia e Italia, el caso chileno podía servir como un ejemplo a quienes, al ver cortados otros caminos, tenían la esperanza de llegar al poder a través de elecciones, y demostrar así que el comunismo y los partidos de inspiración marxista-leninista y sus gobiernos podían ser compatibles con el régimen democrático y sus instituciones.
Para una vasta gama de snobs y de pseudos izquierdistas internacionales resultaba muy ventajoso adherir, sin riesgos para ellos, a un ensayo no siempre fácil de disponer en las sociedades humanas.
Hubo también muchos que miraron con simpatía este proceso, porque observan las profundas grietas que descubre el régimen capitalista y advierten que es inevitable el cambio hacia nuevas formas en la vida social. Les angustia pensar que el traspaso de una sociedad a otra sólo será posible cayendo en la violencia y perdiendo la libertad. Por lo mismo, cuando se ofrecía un intento que parecía resolver este dilema, lo siguieron con verdadero interés.
Todas estas razones contribuyeron a presentar el caso chileno con sus mejores luces. Así se ignoraron deliberadamente antecedentes que permitieran un juicio justo y equilibrado. Sólo en los últimos meses, al ver la dimensión de la catástrofe, algunos expresaron reservas.
El fin de esta experiencia, que por distintas causas despertaba tan grande interés, no podía menos que producir una conmoción muy profunda.
Se derrumbaba con sangre y violencia una antigua y ejemplar democracia y fracasaba un modelo en el cual se habían puesto grandes esperanzas.
A esto se agregaban dos factores adicionales que han tenido determinante influencia.
El primero de ellos lo constituía Cuba, que venía perdiendo rápidamente el ascendiente que su revolución tuvo en sus primeros años en muchos ámbitos del continente.
Las guerrillas, por su parte, no habían tenido el éxito esperado. Al revés, si bien lograron movilizar grupos capaces de dar dramáticos golpes, es evidente que no contaron con el apoyo de grandes masas de obreros y campesinos. Su mayor éxito estaba concentrado en las universidades y en medios intelectuales; pero bien examinados los casos podía comprobarse que no pasaban de ser grupos activos, audaces, calificados, pero minoritarios.
En estas condiciones el triunfo de los Partidos Comunista y Socialista en Chile adquiría especial importancia. La consolidación de un régimen marxista-leninista era un refuerzo decisivo. La combinación Cuba y Chile adquiría una resonancia y empuje considerables y las condiciones estaban dadas para que se ejerciera una extraordinaria gravitación en toda la costa del Pacífico, Argentina y Uruguay.
Por eso es también incuestionable que se produjo una estrecha asociación de trabajo revolucionario entre La Habana y Santiago, en la cual, con diferentes tácticas, se buscaban iguales objetivos y mutuo sostén.
Cuba encontraba así un aliado muy útil, porque Chile tenía un sólido prestigio político. Además, se abrían dos vías tácticas diferentes para llegar al poder, entre las cuales era posible escoger como casos ejemplares, según fueran las condiciones de cada nación.
Los problemas latentes en el hemisferio: el régimen de propiedad y en particular de estructura agraria; los cinturones subproletarios que rodean las ciudades en este proceso de urbanización, el más acelerado del mundo; los graves contrastes sociales; la carencia general de organización en la base social; la baja tasa de desarrollo económico; la deficiente distribución del ingreso; y la miseria, al no ser afrontados con decisión y oportunidad, crean las condiciones para que surja no sólo una justa rebeldía sino también el odio, la violencia y la demagogia. Todos estos factores acrecientan las expectativas del comunismo o de las fuerzas de inspiración marxista-leninista en América Latina, cuyo triunfo continental constituiría un elemento de importancia en el cuadro de fuerzas que se disputan el mundo.
El otro factor que algunos analistas han señalado que podía ser de gran trascendencia desde un punto de vista de la relación de fuerzas y de poder, era constituir una base en Chile que controla más de cuatro mil kilómetros de costa sobre el Océano Pacífico, con el Estrecho de Magallanes y los mares próximos al Polo Sur, ya que por muchos conceptos se piensa que ése es el océano del futuro.
En fracaso de la experiencia chilena y con él la pérdida de este importante punto de apoyo constituyó, pues, un golpe muy grave en un cuadro de estrategia continental, en el cual el trabajo combinado de Cuba y Chile ensamblaba a la perfección.
No era ésta, pues, la caída de un régimen cualquiera, como ha ocurrido tantas veces en nuestra América Latina. Su derrumbe, violento y trágico, significó para extensos sectores de opinión pública, más amplios por cierto que la izquierda marxista, algo más que un simple golpe militar.
De ahí que es importante ahondar en un examen objetivo y real sobre las causas que condujeron al triunfo de la Unidad Popular primero, y después a tan dramático desenlace.
Lo peor que podría ocurrir sería que en el devenir esta experiencia no sirviera a propios ni a extraños.
Distorsionar los hechos o simplemente trivializar la historia incurriendo en las mayores inexactitudes, sería para este pueblo como agregar la injuria al castigo de que hablaba Cervantes.
Por eso este libro de Genaro Arriagada tiene la mayor de las trascendencias. Hombre joven excepcionalmente dotado para el análisis político, investigador acucioso y agudo observador, documentado en forma inobjetable, presenta a lo largo de estas páginas una relación verídica de los hechos, fundada en abrumadores antecedentes emanados sustancialmente de los propios Partidos y personeros de la Unidad Popular. Sus páginas nos muestran antecedentes que permiten formarse un juicio cabal, juicio que es necesario no por un mero ejercicio intelectual sino como una condición esencial que admite reflexionar y así proyectar adecuadamente el futuro.
Se desprenden de este libro numerosas conclusiones, algunas de las cuales conviene subrayar.
La primera y más indispensable de ellas para un criterio imparcial es conocer qué país recibió el Gobierno de la Unidad Popular y, después, como quien realiza un balance, saber qué país entregaron.
En el ámbito internacional existe una nomenclatura que si bien es simple se convierte fácilmente en simplista.
Se habla habitualmente de países desarrollados y subdesarrollados, como si hubiera en el mundo sólo dos grupos de naciones, cuando la verdad es que en unos y otros hay escalas que los diferencian fundamentalmente. También es corriente observar que se agrupa a América Latina junto a otros continentes de muy diversos recursos, niveles de vida y formas culturales, y asimismo se juzga al hemisferio como si en todos sus países reinase por igual el analfabetismo, el atraso, las terribles injusticias de minorías opulentas frente a masas misérrimas.
A esta impresión aplicada a Chile respondió en gran medida el entusiasmo con que muchos, no sólo en el mundo comunista sino especialmente intelectuales y políticos del mundo occidental, miraron el triunfo de la Unidad Popular.
Una imagen tan elemental inducía a engaño.
Como se ha afirmado muchas veces, Chile estaba llegando a ocupar un lugar que podríamos llamar de mediano desarrollo, con serias expectativas de un rápido mejoramiento en sus condiciones de vida.
En el año 1970 era un país en pleno avance. Sus instituciones funcionaban con normalidad y cambios fundamentales perfeccionaban su democracia que se adaptaba a las nuevas condiciones de la era post-industrial, por cierto que con los inevitables riesgos y limitaciones que hoy vive la gran mayoría de los pueblos de la tierra.
Pero todo esto no se había conseguido en un día, ni menos con facilidad.
Ha sido frecuente oír a los declamadores hablar de Chile como un país inmensamente rico y, con ello, explícita o implícitamente, llegar a la conclusión de que todas las generaciones que nos han precedido, por torpeza o refinada maldad, han impedido al pueblo gozar de una prosperidad a la que naturalmente estaba llamado.
La verdad es muy otra. Este es un país con grades recursos, pero también con extremadas dificultades, que para sobrevivir requiere un esfuerzo constante de trabajo e inteligencia.
Es un país delicado de tratar, como lo revela su propia y “loca geografía”.
Desde Arica a Santiago hay 2.000 kilómetros de desiertos apenas interrumpidos por unos escuálidos valles.
Desde Santiago a Puerto Montt en mil kilómetros se extiende el Valle Central, donde se encuentra el grueso de la población, el que se halla estrechado entre dos cordilleras y sobre una cornisa inclinada hacia el Pacífico.
Su sistema de lluvias es muy irregular. Sus ríos son torrentes que en menos de 200 kms. bajan desde 3 a 4 mil metros hasta llegar al mar, de tal manera que si no se cuida la tierra la erosión deja sólo la roca desnuda, como ha ocurrido en lo que antaño fueron ricas provincias.
Las extensiones que ocupa la capa vegetal no son grandes y cada zona es diferente en clima y calidades de suelos.
Todo termina en el extremo sur, de una belleza indescriptible, pero también con una naturaleza muy hostil.
A la precariedad de sus contornos y a sus fallas geológicas perceptibles en los terremotos, se agrega su longura y topografía, por lo cual desarrollar una infraestructura moderna es altamente costosa. Así, cada kilómetro de camino se encuentra con una montaña o con cauces de ríos que a veces pasan secos por años pero que también en horas se convierten en enormes masas de agua que se precipitan en peligroso descenso. Por eso requiere grandes inversiones.
Sin embargo, este territorio no sólo tiene belleza sino valiosos recursos, como cobre, hierro y diversas clases de minerales de todo tipo; sus tierras agrícolas no son extensas pero producen variados frutos de exquisita calidad; sus bosques son un capital imponderable que crece con rapidez poco común; dispone de una extensa costa y un inmenso mar con inagotables posibilidades; y sus ríos tienen reservas ilimitadas de energía.
Chile no posee la vastedad casi infinita de las pampas argentinas, ni las pródigas riquezas del Perú virreinal, ni el mar de petróleo venezolano.
Aquí todo cuesta. Nada es fácil. Un país difícil de manejar. Cuando se le hiere por torpeza o ignorancia, las heridas son hondas y difíciles de curar. Todo hay que hacerlo a fuerza de empuje y sin dañar lo que tan duramente ya se ha conseguido.
Y esto es lo que justamente no sucedió.
Como lo único importante para la Unidad Popular era conquistar el poder político, no se preocupaba que toda una organización industrial, minera o agrícola se derrumbara. Lo que valía era el dominio político. Cada sindicato, empresa cooperativa u organización de base social se consideraba sólo como un instrumento para la conquista del Poder. Por eso se desplazó al hombre que sabía su oficio por el que podía ser útil en la maniobra partidista. Por eso se distorsionó todo el proceso de desarrollo político, cultural, económico y social que este país venía viviendo.
Este irrealismo dogmático, este proceso de ideologismo desenfrenado que alcanzó a sectores no sólo marxistas sino a otros más amplios del país, no permitió a muchos ver el abismo al que se caminaba.
No cabe duda alguna que en Chile había ido operando un proceso progresivo de evolución en todos los órdenes y que por eso había llegado a ser una de las naciones con mayor desarrollo político y social en América Latina.
Este proceso de cambios comenzó el año 1920, o sea, excepción hecha de la Revolución Mexicana con otras características, fue tal vez el primero en iniciarse en América Latina. Se consolidó después con el radicalismo, que le dio a la clase media presencia y poder en todos los órdenes, desde el cultural hasta el económico, y avanzó aun en regímenes de Derecha.
Sin embargo, a pesar de esa evolución, agitada a veces, tranquila otras, pero siempre en ascenso, se fueron acumulando en esos años una serie de elementos que hacían indispensable acelerar el proceso si Chile realmente quería convertirse en una democracia abierta y moderna.
Era impostergable romper la dicotomía de un desarrollo industrial y minero importante, frente a un agro en que el trabajador aún no salía de la condición servil, sin derecho a sindicalizarse, sin limitaciones en sus horarios de labor, sin esperanzas de poseer la tierra, carente de oportunidades, escaso de escuelas y de toda atención.
Por otra parte, se extendían cada vez más los cinturones de miseria en las ciudades, y si bien es cierto se había desarrollado una fuerte clase media y había progresos evidentes en importantes sectores del proletariado industrial, pagaban esta prosperidad grandes masas marginales que era necesario incorporar a la vida del país.
Estos fueron los problemas básicos que abordó la Democracia Cristiana en 1964, cuyo programa se cumplió casi íntegramente a pesar de las resistencias combinadas de la Derecha y de la Izquierda.
Así se fue construyendo Chile como nación, a través de un esfuerzo de generaciones que aportaron a esta empresa colectiva trabajo y sacrificios para ir conquistando su desarrollo, y sabiduría política para sostener su democracia, abierta y plural.
Este pueblo, pacífico por esencia, unido y homogéneo, había ido valorando sus propias conquistas, su libertad, sus posibilidades de disentir, sin destruir su sentido de convivencia.
Había asimismo perfeccionado y ampliado su organización social y abierto canales cada vez más efectivos para que sus hombres y mujeres pudieran ejercitar sus derechos y participar en todas las estructuras institucionales y políticas.
Tenía conciencia y sabía apreciar lo que significaban los nuevos niveles sociales y económicos que lo aproximaban a un pronto despegue.
Estaba especialmente orgulloso y esperanzado por los planes de educación masiva y la casi desaparición del analfabetismo; veía su territorio sembrado de escuelas y apreciaba el progreso cuantitativo y cualitativo de sus Universidades.
Se perfeccionaba y generalizaba la red nacional de atención médica; ya no era un privilegio sino una realidad o próxima a serlo el tener una casa digna; y los ahorros permitían adquirir bienes durables y, a muchos, hasta un vehículo para movilizarse.
Su proceso de industrialización y los planes de desarrollo económico y social estaban en marcha. Y, lo que es más importante, contaba para todo ello con una proporción elevada y creciente de técnicos del mejor nivel; a la vez que disponía de una Administración con bastante eficiencia e indudable honestidad.
El país había perfeccionado su independencia económica. El Estado era dueño de las Empresas de Petróleo, Electricidad, Ferrocarriles, Líneas Aéreas y otras actividades básicas; y en los últimos años había nacionalizado la Compañía de Electricidad norteamericana, adquirido las acciones de propietarios extranjeros en la Compañía de Acero, obtenido el 51% de las acciones de las grandes minas de cobre, etc.
En el plano internacional, Chile había reanudado sus relaciones diplomáticas con la U.R.S.S. y los países de la órbita socialista; participó de una manera determinante en la formación y gestación del Pacto Andino; y en Viña del Mar había reunido a la CECLA para plantear los objetivos de un auténtico movimiento latinoamericano en defensa de su personalidad e intereses.
Al contrario de lo que afirman en América Latina y en Chile los sectores reaccionarios de la ultra Derecha, este proceso de cambios, realista y pragmático, siempre presente en diversas etapas de nuestra Historia, era indispensable para combatir la miseria, la explotación y el subdesarrollo.
Los que piensan que la justicia y las reformas favorecen la expansión del marxismo-leninismo y sólo atinan a levantar barreras de contención a todo proceso de cambio, terminan siempre por ser arrasados. Son la anti-Historia.
Abrir los cauces para que los pueblos alcancen la plenitud de sus derechos y oportunidades es el único camino posible de éxito. Así se demostró en Chile, pese a las afirmaciones interesadas en contrario.
En el año 1964 la propia Unidad Popular con un cuadro político más reducido obtenía una votación superior a seis años después. En efecto, en 1970, con el mismo candidato y con el apoyo adicional del radicalismo y de algunos grupos cristianos de izquierda, en lugar de aumentar, disminuyó la proporción en el electorado del 40 al 36%, o sea en un diez por ciento.
Ese era el país que recibieron. Vale la pena ahora detenerse a examinar cuál fue el estado en que lo dejaron.
Esta tal vez sea la pregunta más fácil de responder. A pesar de toda la cortina de propaganda con que se ha querido cubrir la realidad, es muy difícil ignorar el fracaso y el destrozo sin precedentes que sufrió este país en menos de tres años.
Seguramente las expresiones más duras para contestar la interrogante sean las que han usado hombres de la Democracia Cristiana, no obstante que la táctica para dividir a este Partido ha querido presentar a algunos de ellos como favorables a esta experiencia. Unos han dicho que la Unidad Popular “malogró miserablemente la oportunidad que tuvo de abrir una nueva época en la Historia de Chile”; y otros, “cualesquiera que hayan sido las intenciones, los resultados fueron el mayor desastre político y económico de la Historia de Chile; quebrada la constitucionalidad; dividida la comunidad nacional; un endeudamiento externo acelerado; una mayor dependencia internacional; la violencia en la vida diaria; la permanente crisis política agudizada por la condición de Gobierno minoritario; la tentativa de usar las Fuerzas Armadas para objetivos partidistas; y, por último, el fin de la Democracia en Chile por tiempo indefinido”.
Difícilmente se podría resumir con más claridad y precisión lo que realmente ocurrió.
Inflación desatada a límites incontrolables; envilecimiento de la moneda; mercado negro y largas colas para adquirir cualquier producto, desde el pan hasta los repuestos; baja de la producción; anarquía en la Administración Pública, en las empresas y en los campos; extensas zonas dominadas por extremistas, donde las autoridades no podían siquiera ingresar; paralización de las inversiones y de los trabajos públicos. En resumen, un caos económico y social, acompañado de una acelerada y creciente violencia.
Muchos se interrogan sobre cuál es la explicación de una caída tan vertiginosa, que examinada aún por los que vivieron este drama es tan difícil de entender.
Se ha pretendido dar dos respuestas a esta interrogante: lo que se ha dado en llamar el bloqueo externo y el bloqueo interno.
Según la primera versión el país fue sometido a un bloqueo desde el exterior que hizo imposible el intento de establecer un Estado socialista en Chile.
A este respecto la gama y variedad de las acusaciones van desde el bloqueo económico hasta la agresión militar, y no ha faltado aún escritor de nota –famoso por su prodigiosa imaginación—que llegó a afirmar que los aviones chilenos que sobrevolaron Santiago el 11 de septiembre fueron piloteados por algunos connotados acróbatas de las Fuerzas Armadas norteamericana.
Pero como la Historia es algo bien distinto a una novela, es necesario desentrañar qué es lo que hay de verdad respecto a esta afirmación del bloqueo exterior, el que puede traducirse, que sepamos, en cuatro manifestaciones concretas: negativa para comprar productos que el país vende; prohibición de venderle los productos que necesita; cierre de los créditos que se requieren para un normal desenvolvimiento; y una propaganda adversa que cree una imagen desfavorable en el ámbito mundial.
Ninguna de estas condiciones se produjo durante el Gobierno de la Unidad Popular. Chile pudo vender sin dificultad alguna los productos que comerciaba no sólo en Europa sino en los Estados Unidos de Norteamérica, donde continuó colocándolos en la misma forma en que lo había hecho tradicionalmente.
En lo único que hubo una dificultad fue en el cobre, pero veamos su magnitud.
En efecto, una de las Compañías expropiadas inició en Francia y otros países juicios de embargo en contra del cobre exportado chileno. Esta acción mereció la condenación, pública y unánime, de todos los sectores políticos chilenos, incluidos por supuesto los de oposición, que aprobaron en el Congreso Nacional, con los votos de todos los partidos, acuerdos que rechazaban esta agresión.
Pero lo importante es conocer, como hemos dicho, la magnitud de esta tentativa que significó que se declarara el embargo sobre una partida de cobre cuyo valor no fue superior a dos millones de dólares, el que por lo demás después de un breve tiempo quedó anulado. La influencia que pudo tener ese reducido embargo, dejado pronto sin efecto, sobre un volumen de ventas anuales no inferior a los 800 millones de dólares, puede ser fácilmente apreciada.
Tampoco tuvo el gobierno chileno inconvenientes para continuar sus importaciones, ya que nadie jamás le impidió adquirir los productos que necesitaba en los mercados internacionales, en lo cual compitieron Italia, Francia, Gran Bretaña, Alemania, Bélgica, Holanda, España, y para qué decir los diversos países latinoamericanos y los propios Estados Unidos. Incluso no faltaron tratativas con compañías norteamericanas, como la Cerro Pasco que continuó trabajando en Chile en la mina de cobre denominada Andina que recién había entrado en producción como fruto de las importantes inversiones realizadas en el período 64-70.
En materia de créditos internacionales, en las reuniones del Club de París para renegociar la deuda externa y conseguir la suspensión de sus pagos, se logró el acuerdo favorable de todos los países europeos y además de los Estados Unidos de Norteamérica, país sin el cual habría sido imposible obtenerlo.
Durante la campaña presidencial la Unidad Popular se comprometió, en caso de triunfar, a que Chile se retiraría del Fondo Monetario Internacional, al cual calificó con los peores epítetos. Sin embargo, iniciado el Gobierno, el retiro prometido se transformó en amistosas relaciones, consiguiendo el máximo apoyo dentro de las normas del Fondo, lo que fue ampliamente reconocido por las más altas autoridades del Estado.
Por lo demás, ninguna nación europea bloqueó al Gobierno de la Unidad Popular. Por el contrario, todas le otorgaron créditos en condiciones amplias, destacándose España en esta positiva actitud.
Nada habría que agregar respecto a los países de la órbita comunista que, como era lógico, prestaron su cooperación, aunque en una proporción reducida y con grandes trabas en la operación.
Por último, la afirmación de que el Gobierno habría sido bloqueado desde el exterior queda desvirtuada por el hecho más evidente, y es que en la Historia de Chile ningún gobierno en tan corto plazo había obtenido créditos de mayor magnitud. Las cifras y antecedentes que proporciona este libro son irrefutables, pues emanan de los organismos oficiales nacionales e internacionales, y por lo demás fueron reconocidos como válidos en los debates del Parlamento por los propios miembros del Gobierno de la Unidad Popular.
Es indudable que en el período analizado no hubo nuevas inversiones norteamericanas, pero parecería bastante ingenuo planificar una revolución sobre la base de un ataque frontal contra los Estados Unidos y esperar al mismo tiempo un apoyo que no se ha dado muchas veces a gobiernos amigos.
El otro gran capítulo con el cual se ha querido justificar lo acaecido dentro del régimen de la Unidad Popular es la oposición interna.
Se ha responsabilizado por ella primordialmente a la Democracia Cristiana porque, siendo el partido mayoritario, habría sido su principal obstáculo.
Con el objeto de intimidar y desprestigiar indirectamente a la Democracia Cristiana de otros países y destruir el Partido en Chile, especialmente por ser ésta una fuerza popular que obstruye las pretensiones de monopolizar al pueblo por los partidos marxistas, se lanzó contra ella un ataque interno e internacionalmente planificado. En este aspecto, como en otros, el libro de Genaro Arriagada significa un aporte invaluable para clarificar la verdad histórica.
Todo prueba que la actitud del Partido Demócrata Cristiano fue de una limpieza democrática imposible de empañar.
Cuando el candidato de la Unidad Popular con sólo un 36% de la votación nacional –en consecuencia muy lejos de haber obtenido la mayoría– fue elegido en el Congreso Nacional gracias a los parlamentarios del Partido Demócrata Cristiano, que eran 75, mientras los de la Unidad Popular en su conjunto sumaban sólo 79, para un total de 200 congresales, ese Partido, en un gesto ejemplar, no pidió compensación alguna ni en la Administración ni en el Gobierno. Sólo exigió un Estatuto de Garantías Constitucionales que asegurara el respeto a la libertad y a los derechos de las personas.
Al iniciarse el Gobierno apoyó las leyes más fundamentales que éste enviara al Parlamento, entre otras las de nacionalización del cobre que contó con la unanimidad de los diputados y senadores de todos los partidos.
Se manifestó así de una manera inobjetable la voluntad de no dificultar la labor del régimen que recién se instalaba y de apoyarlo en aquellas iniciativas que se consideraban útiles para el país y en especial para el pueblo.
A medida que el Gobierno avanzaba y ponía de relieve sus objetivos y métodos, su contradicción con los principios y planteamientos de la Democracia Cristiana se fue haciendo cada vez más evidente. Este distanciamiento no se debió a que este Partido resistiera cambios legítimos que favorecerían un proceso de transformación social en beneficio de las grandes masas. Muy por el contrario, ya que desde luego los había impulsado como ningún otro durante su período anterior de gobierno.
Como puede observarse en el estudio de Genaro Arriagada, estos antagonismos agudos y profundos correspondieron a causas definidas e insoslayables.
Primeramente y a poco andar, la Democracia Cristiana se formó la convicción de que se estaba siguiendo un plan que en definitiva destruiría en sus fundamentos la economía chilena.
A este efecto, desde los meses iniciales los técnicos de aquel Partido realizaron estudios y publicaron varios folletos y algunos libros, a los cuales se hace referencia en la obra de Arriagada, que por desgracia resultaron de una exactitud matemática.
La segunda razón, aún más grave, fue la progresiva y constante violación de la Constitución y la ley, señalada en reiteradas ocasiones por el Congreso Nacional, por los Tribunales de Justicia, por la Contraloría General de la República, por los colegios profesionales y otros organismos que advirtieron al país del peligro que esto significaba para su estabilidad democrática.
En tercer término se hizo progresivamente presente –como también se prueba en el curso de este libro— el desconocimiento por parte del Gobierno de la voluntad popular libremente expresada. Si ello era grave en el orden electoral, ya sea en los municipios o en el Parlamento, lo fue aún más respecto a las organizaciones populares de base, en que se persiguió de hecho a las federaciones campesinas mayoritarias por no sumarse a las afectas al Gobierno; se desconoció a las Juntas de Vecinos en que triunfaban elementos ajenos a los partidos de la Unidad Popular; y se trató por todos los medios de burlar los resultados de las elecciones en los sindicatos industriales.
Las luchas que se libraron en las universidades y en las organizaciones de estudiantes de enseñanza media adquirieron una violencia extrema. Al elegir la Federación de Estudiantes Secundarios una directiva encabezada por la Democracia Cristiana, no trepidaron en dividir esa institución y crear otra paralela. Y en la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, que es sin duda la más importante del país, teniendo conciencia la Unidad Popular de que si había elecciones las perderían, se negaron a efectuarlas.
Estas y muchas otras fueron las causales que motivaron un endurecimiento cada vez mayor en la actitud de la Democracia Cristiana. A ellas se agregaron otras no menos importantes.
Por ejemplo, en 1972 con motivo de la brusca caída de la producción agrícola y en general del caos económico reinante –que culminó dos días antes del 11 de septiembre de 1973 cuando el propio Presidente de la República advirtió al país que quedaba harina para hacer pan sólo para dos días—se organizaron las Juntas de Abastecimiento Popular (JAP), de carácter netamente político-partidista, que entregaban los víveres en las poblaciones en forma abusiva y discriminatoria, comenzando por empadronar al vecindario, lo que éste miró como una grave amenaza a su libertad personal y como una importación de los métodos empleados en otras naciones para controlarlo.
Otro elemento que agitó al país, a las Asociaciones de Padres, a los estudiantes y a la Iglesia fue la tentativa de cambiar los programas educacionales y hacer obligatoria una enseñanza basada en orientaciones marxista-leninistas.
También fueron antecedentes decisivos las pruebas irrefutables de la importación y reparto de armas y la presencia en Chile de miles de extranjeros pertenecientes a movimientos de extrema izquierda, muchos de ellos prófugos de sus propios países.
Y no menor era la preocupación por el control progresivo de los medios de comunicación. La Televisión Nacional, creada en el régimen de la Democracia Cristiana como un instrumento del Estado para informar y entretener, se transformó en un órgano de concientización y de propaganda desembozada, en que se calumniaba e injuriaba a todo el que se opusiera al régimen.
Los partidos de Gobierno adquirían a cualquier precio las radioemisoras existentes, y cada día era más aflictiva la situación de los diarios y de otros medios de expresión de los opositores, a los cuales se trataba de ahogar mediante todos los procedimientos imaginables.
Sin duda había en el país libertad de expresión y la lucha de la oposición para mantenerla era ardua y constante, pero era fácil constatar hacia dónde se caminaba a través del estrangulamiento económico de los medios de comunicación no adictos al Gobierno.
Por lo demás, a este respecto basta leer las afirmaciones programáticas y las tesis sustentadas por la propia Unidad Popular –que aparecen en este libro— para poder decir como los juristas antiguos que “a confesión de parte relevo de prueba”.
Oportunamente, en conversaciones de la directiva de la Democracia Cristiana con las más altas autoridades de Gobierno, se denunciaron estos hechos, y al no tener respuesta se dio cuenta de ellos en el Parlamento y al país a través de todos los medios que se tenían al alcance.
Es imposible negar la existencia de cada una de estas realidades. La pregunta que surge es: ¿qué partido político en el mundo occidental podría observar estos hechos sin ejercer los derechos que le otorga la Constitución, la ley y, por esencia, el régimen democrático mismo?
Por hacerlo, el Partido Demócrata Cristiano fue acusado de “derechista” o de fascista. La única alternativa habría sido entonces aceptar y acatar todo lo que ocurría. ¿Podía caer en este renuncio sin traicionar la esencia de su propia misión y de su espíritu democrático?
Durante los tres años del Gobierno de la Unidad Popular la Democracia Cristiana no se limitó sólo a criticar. Aceptó en forma permanente a posibilidad de un diálogo que permitiera modificar las líneas de conducta del Gobierno y evitar así las amenazas al régimen democrático que se veían fatales si la situación continuaba sin variación.
Al revés de cómo procedieron con el Gobierno demócrata cristiano los partidos de oposición, especialmente el Socialista –que se negó oficial y terminantemente a algún contacto, a alguna conversación, y que, como expresaron sus máximos dirigentes, le negarían a ese Gobierno la sal y el agua–, la Democracia Cristiana nunca evitó dialogar con el señor Presidente Allende. Para probarlo bastaría leer los diarios y documentos públicos conocidos por el país entero durante los años de gobierno. Peor aún, la DC fue constantemente acusada por los sectores más duros de la oposición, y aún hoy se la ataca, por haber tenido –según ellos— una actitud titubeante, débil y complaciente, al aceptar ese diálogo, el que, por lo demás, nunca llegó a resultado alguno. Podríamos decir que la Democracia Cristiana pagó un alto precio en la opinión pública y en el electorado justamente por haber mantenido esta línea de conducta que no tenía otro objetivo que salvar el régimen jurídico y la democracia.
Estas gestiones culminaron en agosto de 1973, cuando el Partido Demócrata Cristiano lo único que pidió pública y reiteradamente fue el respeto al orden legal, sin otra condición y sólo con el fin de que el clima de extremada tensión en que vivía en esos días Chile pudiera distenderse.
En estas dramáticas circunstancias y al no obtener respuesta alguna a su petición, en forma pública y solemne, después de denunciar las reiteradas violaciones a la Constitución, el Partido pidió que el pueblo decidiera esta situación y, para provocar un plebiscito y así el pueblo pudiera pronunciarse, sus parlamentarios ofrecieron renunciar a sus cargos.
Durante estos tres años jamás hubo una apertura de parte del Gobierno. Si bien es cierto que diferentes personas buscaron este acuerdo en forma constante, nunca lograron nada, ni la más mínima respuesta concreta o siquiera una modificación en las políticas que se aplicaban. Al revés, hay los testimonios más incontrovertibles, como constan en este libro, de que jamás se consideró la posibilidad de entendimiento con la Democracia Cristiana, salvo buenas expresiones que nunca se tradujeron en hechos. Al revés, los hechos siempre contradijeron las palabras.
Hay quienes sostienen que aún pudo hacerse más. En el reino de los posibles o futuribles la discusión podría prolongarse al infinito, pero las más recientes publicaciones de personas cercanas y decisivas en ese régimen confirman que esa posibilidad careció siempre de asidero en la realidad.
La oposición no fue, como ha querido pintarse en el exterior, sólo de las clases medias o, como se dice, de la mediana burguesía. Más aún, podemos decir que fue la organización del pueblo en sus bases la que opuso la verdadera resistencia al intento totalitario.
Se olvida decir, por ejemplo, que en los últimos meses se mantuvo, entre otras, la más dura y prolongada huelga de los obreros del cobre, con la cual solidarizaron los más grandes sindicatos y confederaciones de obreros campesinos; que en el curso del año 1973 los Partidos de la Unidad Popular perdieron prácticamente casi todas las elecciones de las Juntas de Vecinos; y que la Democracia Cristiana obtenía la mayoría en sindicatos del acero, del petróleo, del cobre, y aumentaba su representación en todas las otras áreas. En los diarios de todas las tendencias se publicaban semanalmente informaciones con respecto a estos hechos.
La Democracia Cristiana no representó intereses: fue una oposición popular y democrática.
En el análisis de los factores que provocaron la crisis hay un capítulo que sin duda no puede soslayarse.
Las Fuerzas Armadas de Chile eran conocidas en el continente por su prescindencia política y por su inveterado respeto a la Constitución y a las leyes.
No obstante, desde su inicio el Gobierno de la Unidad Popular se planeó una acción sistemática para atraer a las Fuerzas Armadas y comprometerlas en política. En el curso del libro de Genaro Arraigada se encuentran pruebas abrumadoras de este hecho. A pesar de su resistencia, en el transcurso del año 1972 y posteriormente en 1973 se designaron ministros que las representaban en distintos ministerios. Al mismo tiempo se hizo evidente una acción destinada a penetrar a las Fuerzas Armadas, lo que provocó incluso algunas tentativas de rebelión.
La importación de armas, la organización de fuerzas militarizadas, la presencia de extranjeros pertenecientes a movimientos extremos que intervenían en la vida interna del país, los intentos de penetración que alteraban su disciplina, y diversos otros actos y declaraciones que las afectaban –como puede comprobarse en este libro— provocaron en ellas un cambio profundo en su actitud.
Estas razones fueron, en último término, las que indujeron al pronunciamiento militar de septiembre de 1973. No hay duda que por largo tiempo trataron de evitar la ruptura con el Gobierno y se resistieron largamente a intervenir. Ese es un hecho histórico que es imposible desconocer.
La verdad es que las Fuerzas Armadas actuaron cuando ya se había extendido por el país una clara sensación de anarquía, cuando la Constitución había sido evidentemente transgredida, y cuando ellas mismas se sintieron amenazadas.
Salvo grupos de inspiración claramente fascista y reaccionaria, nadie deseaba para el país el advenimiento de un régimen dictatorial. Empero, la verdad es que la inmensa mayoría del país lo veía como fatal ante los hechos que se sucedían con creciente y dramático ritmo.
Y es así como en medio del dolor y de la sangre cayó una de las más antiguas y viejas democracias del mundo, y será inútil tratar de recuperarla en el futuro si no existe la honradez y el valor de reconocer esta realidad que precipitó a Chile a una situación a la que jamás debió llegar.
Lo cierto es que para que una sociedad democrática pueda subsistir es fundamental un mínimo de consenso entre los que la integran, y el reconocimiento, por todos, de ciertos valores que hacen posible el ejercicio de la libertad y la aplicación del derecho.
En la realidad, en Chile ese consenso se había roto.
La Unidad Popular nunca dejó de ser una minoría. Minoría en el Parlamento, en los municipios y en las organizaciones en la base social. A pesar de estas condiciones, su Gobierno jamás se resolvió a buscar una solución de compromiso, sino que, por distintos procedimientos, quiso imponer un modelo que la mayoría del país rechazaba.
En el fondo manifestó siempre un desprecio profundo por el sistema democrático y una expresa voluntad de llegar, a cualquier precio, a la conquista del Poder total.
Si se examinan a través de las páginas de este libro algunos de los distintos y numerosos documentos del Partido Comunista, del Partido Socialista, y para qué decir los emanados de los movimientos de izquierda revolucionaria, se puede constatar que para ellos la democracia existente en Chile era una democracia falsa y formalista que era necesario destruir para construir otra. Esta era la tesis de sus teóricos y la conclusión de todos sus congresos. ¿Por qué respetar entonces esa democracia que era –según ellos— una gran farsa y un tremendo engaño? ¿Por qué ahora, perdida, se la añora y se la defiende cuando antes se la ridiculizó y execró sistemáticamente?
Qué paradoja es llorar hoy sobre una democracia que dijeron nada valía y que algunos llegaron a calificar de oprobiosa. Lo que más se llegó a conceder fue un cierto grado de prudencia táctica para no precipitar su caída. Lo lógico entonces era no respetar las reglas y tratar por todos los medios de imponer un nuevo orden. Por eso el sectarismo era una virtud y la exacerbación del odio un medio necesario. Cualquier búsqueda de un acuerdo se calificaba de debilidad y cobardía.
Todo tenía un valor instrumental. Ningún principio y ninguna norma eran válidos, salvo uno: conquistar el Poder total.
En el año 1972 el Pleno Socialista declaraba:
“El Estado burgués en Chile no sirve para construir el socialismo y es necesaria su destrucción”.
“Para construir el socialismo los trabajadores chilenos deben ejercer su dominación política, deben conquistar todo el Poder. Es lo que se llama la dictadura del proletariado”.
“Para los revolucionarios, la solución no está en esconder o negar el objetivo de la toma del Poder”.
“Rehuir el enfrentamiento o moderar la lucha de clases constituye un gravísimo error”.
“Para los socialistas cada pequeño triunfo eleva el nivel del próximo choque, HASTA QUE LLEGUEMOS AL MOMENTO INEVITABLE DE DEFINIR QUIEN SE QUEDA CON EL PODER EN CHILE”.
Podría decirse que éste es el proceso de fondo que rompió primero en la mente y después en los hechos la posibilidad de una convivencia y el respeto a la ley, condiciones que habían hecho posible la democracia en Chile, aún con todos sus defectos.
Desde el momento en que se niega el valor objetivo al sistema democrático y se establece como premisa no discutible que es una clase social la que tiene la verdad y un partido el que interpreta, el problema se reduce a una estrategia de conquista del Poder.
La transición exige la destrucción de la actual sociedad para edificar sobre sus ruinas la dictadura del proletariado que conduzca a la nueva sociedad. Quien se oponga al proceso es un enemigo que es necesario aplastar.
Este fue el esquema que operó en Chile y ésta una de las razones por las cuales jamás hubo el intento serio de entenderse con la Democracia Cristiana o con otras fuerzas democráticas. Y esto fue evidente en la forma vejatoria como se trató y excluyó al Partido Radical de Izquierda, integrado por hombres de más de treinta años de militancia, algunos de los cuales formaron el año 1938 el Frente Popular, miembros de la Unidad Popular, y que fueron candidatos de la izquierda a cargos parlamentarios y pre-candidatos de ella a la Presidencia de la República.
¡Si a los amigos de adentro, partidarios y colaboradores de largos años, se les trataba así, qué podían esperar los otros!
Esta ola que se fue alimentando a sí misma por la propia dialéctica de los hechos, pareció a veces que era resistida por el Partido Comunista. No hay duda de que, mejor organizados, más fríos, y sabiendo que al final serían los grandes pagadores de la aventura, intentaron ser más prudentes y pretendieron contener a los violentistas. Pero sea porque no tenían fuerzas para dominar o porque titubearon, sus intentos nunca se tradujeron en hechos.
Preocupados porque la juventud y los trabajadores se les desplazaban al MIR o al FTR, porque continuamente eran sobrepasados por el grupo dominante que controlaba la dirección del Partido Socialista, daban a veces algún paso que contradecían después con sus palabras y sus actos.
Reveladora es en este aspecto la entrevista a un alto dirigente comunista publicada en “La Stampa” el 26 de octubre de 1973, en la cual establece que ellos buscaban una solución política, pero que en los últimos días se encontraron con el discurso del Secretario General del Partido Socialista contra las Fuerzas Armadas y “con su obstinado maximalismo al igual que el de Enríquez, jefe del MIR, y por eso nos hemos encontrado sin preparación para el golpe”.
“Las armas que teníamos –agrega–, de las cuales los generales han descubierto una mínima parte, desgraciadamente eran pocos los que las sabían usar, porque no había habido tiempo suficiente para adiestrar a la masa popular”.
No se difería, pues, en cuanto a los objetivos, sino en las tácticas para ganar tiempo.
Estas tesis dogmáticas aplicadas en Chile han tenido consecuencias similares en cualquier lugar de la tierra y las seguirán teniendo de acuerdo a las características propias de cada país donde se intente realizarlas.
Raymond Aron escribió en uno de sus ensayos: “El socialismo que Fidel Castro quería en sus primeras conversaciones con J.P. Sartre ha seguido la misma línea que los socialistas de la Europa Oriental, no por la influencia de Moscú sino por una suerte de fatalidad interna”.
En el caso chileno la importación de este esquema tuvo connotaciones que aceleraron su desenlace porque, así como se equivocaron en lo ideológico, desconocieron absolutamente la realidad concreta donde se iba a operar.
Esta conjunción de dogmatismo en las ideas e irrealismo en la acción ha sido fatal para Chile y, en gran medida, cada vez que se intenta, para toda América Latina.
Si nos hemos detenido en este Prólogo al libro de Genaro Arriagada no es por insistir en temas que en lo personal no nos complacen, sino porque no podemos permanecer silenciosos ante una sistemática campaña destinada a deformar y ocultar los hechos y las responsabilidades.
Nadie podrá desconocer que los diversos hombres y Partidos que se sucedieron por decenios en el gobierno de Chile no sólo respetaron la democracia sino que en distinto grado y medida la perfeccionaron.
Frente a esta realidad bien poco vale la mentira organizada. Tenemos la convicción de que lo ocurrido en estos años es una tragedia tan profunda para este país, que es mejor que sean las generaciones futuras y la propia Historia las que juzguen a quienes actuaron.
El tiempo hará justicia y mostrará que no se puede terminar culpando a otros por quienes asumieron el Poder y lo ejercieron hasta conducir al país a estos resultados.
Lo que interesa realmente ahora es saber si esta lección puede ser aprendida, pues más que mirar hacia el pasado importa construir el futuro y colocar de nuevo a Chile en la línea histórica que lo hizo respetable y hasta admirado por su democracia abierta a todas las ideas, que iba desarrollándose y transformándose para lograr una real y profunda participación de todos los sectores sociales y políticos.
Muchas veces nos hemos preguntado si en este país tan lejano y en este período tan confuso de su Historia no se pueden advertir hasta el extremo límite los problemas que agitan a América Latina y a otras regiones.
La verdad es que esta crisis no afecta sólo a Chile, sino en mayor o menor grado a todas las democracias representativas del Occidente. Podríamos agregar que en distinta forma también afecta a todo el mundo y por eso la hemos llamado una “crisis sin fronteras”. No escapan a ella, por supuesto, los países de la órbita comunista, y para demostrarlo bastaría sólo recordar el conflicto chino-soviético o los testimonios cada vez más extensos de lo que podríamos llamar la rebelión de la inteligencia rusa, representada por sus más altos valores literarios, científicos y artísticos.
Profundizando en lo que ocurre en el sector al cual pertenecemos por Historia y formación, podemos ver que el origen de esta crisis del Occidente está en las ideas y en las convicciones morales y religiosas, todas ellas cuestionadas o en proceso de revisión, al cual no escapa ni siquiera la Iglesia post-conciliar.
Lo que está en discusión son los fundamentos mismos de esta civilización y los valores sobre los cuales se ha sustentado. Es ahí donde radica la esencia del conflicto.
La convivencia en una sociedad depende de la aceptación de ciertos principios y del respeto a ciertas normas éticas que son su consecuencia.
Si lo anterior no ocurre, se produce un proceso inevitable de degradación en la vida social. La autoridad recurrirá a la fuerza para imponerse, y los que se oponen querrán desconocer su legitimidad y usar la violencia.
Todo ello naturalmente se refleja en el plano político, que es como su resultante más inmediata y más visible.
El equilibrio autoridad, libertad, eficiencia, se observa precario.
La frecuente división de la opinión pública en dos bloques casi paritarios hace difícil si no imposible la constitución de gobiernos sólidos y estables.
La democracia representativa y parlamentaria se muestra lenta e incapaz de renovarse en función de las nuevas realidades de un mundo interdependiente con participación masiva y nuevas formas de vida y trabajo creadas por los avances científico-tecnológicos, que agudizan la tendencia a la centralización del Poder y al predominio tecnocrático.
Los partidos políticos no han escapado a este proceso y muchas veces se les observa debilitados y empequeñecidos por sus querellas internas, con una visión localista o excluyente, faltos de una disciplina indispensable para sostener los gobiernos y canalizar grandes corrientes de opinión hacia objetivos nacionales y supranacionales que traspasen los límites partidistas.
Se hace así urgente crear nuevas instituciones y adecuar otras para lograr una efectiva representatividad en una democracia que ya no puede ser restringida y que requiere contrapesos operantes que no sólo controlen sino que descentralicen el Poder sin paralizarlo.
La vigencia real de los derechos de cada persona y su libertad depende ahora de otros factores y enfrenta nuevas amenazas, como son el predominio de las tecnoburocracias y un desarrollo económico mecanicista, que en vez de liberar al hombre tienden a destruirlo y a someterlo. Estos males se hacen presentes tanto en el área democrática-capitalista como en la totalitaria-colectivista.
Si todos estos cambios y trastornos afectan tan profundamente a las más viejas y opulentas naciones, es inevitable que ellos repercutan en las nuevas, en vías de desarrollo.
En estas sociedades, la menor movilidad social, la carencia de una auténtica representatividad y la falta de organizaciones de base e intermedias, hacen que muchas veces estos pueblos no tengan, a pesar de su expresión electoral, una participación organizada y permanente en los diversos grupos sociales. A esto se agrega que la distribución del ingreso es más imperfecta, las diferencias en los niveles de vida más profundas, y son más inestables las condiciones generales, principalmente porque se ha operado en ellas un paso muy rápido de una sociedad colonial a otra industrial y el trasplante de una vida rural a informes concentraciones urbanas, que han dislocado todo su sistema de relaciones humanas.
Se han aflojado así los resortes que permiten un necesario grado de racionalidad en la vida democrática y en los cambios que son necesarios.
De aquí que el espíritu de la reforma, es decir la búsqueda de la justicia y de la igualdad, se transforme a veces en una carrera desbocada en que todo parece poco, en que no se mide el tiempo ni los recursos. Al revés de lo que ocurre en viejas sociedades que han conocido los trastornos y sufrimientos inenarrables de la guerra, la necesidad de transformación se convierte en una especie de orgía, en que desaparece toda disciplina, toda jerarquía, todo respeto que hacen posible una existencia social organizada, y donde la violencia se propugna como método y sistema.
Y en estas anomalías no caen sólo quienes actúan en función del marxismo-leninismo –lo que sería una simplificación del problema— sino que se dejan llevar por ellas los más diversos sectores, donde no faltan algunos grupos cristianos que, si bien minoritarios, tienen la ingenuidad y a veces el frenesí de los conversos al revés que quieren, por el exceso, borrar un pasado a su juicio culpable o volcar su antigua adhesión a la fe en nuevos dogmas políticos que recién descubren.
Llega a ser así más importante el testimonio que los resultados, porque incapaces de preparar y madurar los hechos, prefieren el verbalismo revolucionario y las actuaciones espectaculares, pareciendo aturdirse en la convulsión social que provocan, sin realmente conseguir los objetivos de una sociedad mejor.
No está de más recordar aquí una frase del Dr. Franz Hengsbach: “Quien lucha para liberar a todos los hombres de opresiones inhumanas se honra cuando lleva su combate con ardoroso corazón. Pero este combate fracasará cuando no se guarda la cabeza fría. En otras palabras, nuestra indignación personal frente a la injusticia, al sufrimiento y a la miseria en este mundo, no nos puede llevar a proposiciones y proyectos irrealistas. En caso contrario, existe el peligro de que aquellos a quienes queremos ayudar tengan que pagar la cuenta de nuestros disparates”.
Lo más curioso es que muchas veces los primeros en reaccionar frente a estas demasías ideologizantes y palabreras son sectores de los propios trabajadores y campesinos y de las clases medias que temen verse arrastrados por este torrente cuyos contornos no logran definir pero cuya tumultuosa corriente les causa duda, si no temor.
Este es el gran negocio de los reaccionarios de todo color, porque así pueden justificar, a su vez, su propio sectarismo y violencia, pues para ellos toda reforma es peligrosa, todo avance sospechoso, y la existencia misma de una sociedad abierta y pluralista constituye una amenaza a sus intereses. No es la primera vez en la Historia, ni será la última, que ocurrirá que los excesos de estos revolucionarios inconscientes terminen por destruir las mejores esperanzas de estos pueblos.
Algo así ocurrió en Alemania e Italia cuando los comunistas de la Tercera Internacional golpearon a la Social Democracia y a los cristianos sociales, abriéndole paso al nacional-socialismo. En ese entonces hicieron su autocrítica, pero siguen, apenas tienen la oportunidad, reiterando sus mismos errores y acarreando iguales desastres.
Todo esto pudo observarse en el fenómeno chileno y por eso también lo verdaderamente útil es sacar de ellos algunas lecciones.
No se puede vivir de partidismos que desconocen la pluralidad vital de un pueblo, o con ideologismos que lo deforman, o con sectarismos que lo mutilan. Los valores y las ideas son algo bien distinto a las enfermedades de los dogmáticos que miran a los países con anteojeras voluntaristas y que lo único que obtienen es conducir a una sociedad cerrada, en permanente choque con la realidad de nuestros países.
El análisis de esta realidad debe ser objetiva. Chile, como cada pueblo y como cada hombre, tiene su personalidad que no puede ser encasillada en esquemas cerrados y apriorísticos.
La violencia es la anti-democracia. En la medida que se busque ese camino Chile no encontrará su salida, o, al revés, todas las salidas se irán cerrando, lo que rigidizará cada vez más la vida del país.
El violentismo es una forma mesiánica de los que sabiéndose minoría sin destino se autoestiman portadores de la “verdad” por encima de la voluntad del pueblo. Ellos constituyen una nueva forma de una plutocracia mental que cree pensar por el hombre, al cual consideran en el fondo incapaz de expresarse y conquistar su propio destino. Ellos creen saber lo que conviene y lo que es útil destruir para conseguir sus objetivos. Ellos jamás podrán construir en la paz y en la solidaridad, sin lo cual ninguna forma social es humana y creadora.
Una Patria no se construye en un día. Hemos visto en mayor o menor grado la tendencia de cada grupo que llega al gobierno de creer que Chile comienza con él, que lo ha descubierto por primera vez. Esto engendra inevitablemente una mentalidad que los lleva a asumir la representación exclusiva de los “reales intereses de la Patria” y a considerar toda crítica o disensión como la anti-Patria o la anti-revolución.
Ningún pueblo –y Chile entre ellos— comienza con gobierno alguno. Su vida y su Historia es una resultante del esfuerzo de muchas generaciones. Reconocerlo no debilita la posición de nadie sino que permite enriquecer la marcha hacia el futuro.
La arrogancia y la prepotencia de los que piensan que son dueños del Poder es la más peligrosa de las ilusiones, porque siempre la soberanía reside en el pueblo y los que gobiernan son sus transitorios mandatarios.
Por lo mismo la democracia no puede ser regreso al pasado y mucho menos destrucción de lo que el pueblo ha conquistado en largas luchas por su liberación.
El Parlamento es una institución inherente a una democracia. Asimismo lo son los partidos políticos, que han llegado a ser en el Estado moderno condición “sine qua non” de una verdadera sociedad libre. Pero si quieren subsistir deberán corregirse del parlamentarismo verbalista y del partidismo que sacrifica al país en aras de sus intereses.
Reconocer la crisis del sistema no es negar su esencia sino reconocer la urgencia de buscar respuestas.
Ciertas concepciones del Estado, del Poder, de la instrumentalización de los medios de comunicación, del miedo como forma de imponer el orden, y el desconocimiento de las organizaciones sociales cuando son sometidas a un paternalismo que las esteriliza, confunden el orden con la imposición, el silencio con el consenso.
En esa forma no puede haber justicia, sin la cual la paz y la libertad son ficciones. Justicia no significa sólo el respeto a los derechos, porque en el mundo de hoy –ya se ha dicho—no hay justicia sin desarrollo, del cual la comunidad entera debe ser partícipe.
Un Estado ineficiente es injusto porque priva al hombre de las oportunidades legítimas a que tiene derecho en un mundo en que el atraso se convierte en pobreza y la pobreza en dependencia.
De ahí que la democracia y en especial algunos de sus órganos esenciales, como son el Parlamento y los Partidos, no pueden existir sin reconocer los nuevos aportes engendrado por la tecnología.
Por ligereza o demagogia muchas veces se desconoce la naturaleza y la forma de los problemas que debe afrontar, más allá de las diferencias ideológicas, cualquier sociedad moderna. Esta no puede ser labor de aficionados, ni la política sólo un juego de habilidades.
Por eso la primera tarea de quienes quieren reconstruir la democracia debe ser la de realizar un esfuerzo de reflexión, de creación intelectual y de formación de cuadros de alta capacidad.
Nunca ha sido más evidente –y así se demostró en estos años—que la democracia necesita las más altas “calidades” y que no la sirven quienes la destruyen por ignorancia o por torpeza o la envilecen cuando confunden al pueblo con lo vulgar.
En el fondo, al pretender halagarlo, lo desconocen y lo rebajan.
La gran interrogante que se plantea es si será posible que de esta crisis que afecta a la humanidad entera, y en nuestro caso a Chile en forma tan dramática, pueda salir una democracia más pura o vamos a vivir un retroceso sin destino.
Es necesario saber si seremos capaces de superar el odio o va a ocurrir que nuevos odios sustituyan y se sumen a los antiguos y que nuevos apetitos y sectarismos reemplacen a los viejos.
La respuesta no podrá venir de los revanchistas de todo color o de esquemas agotados. Tampoco vendrá sólo de formulismos políticos o del reino de la facilidad, al cual hay tantos aficionados.
Si así ocurriera significaría que nada hemos aprendido, pues una sociedad no sólo se construye con la inteligencia sino con las virtudes del alma. Como lo señalara Solyenitsin, hoy “los viejos pecados adquieren nombres nuevos”.
Todo indica que para esta tarea hay que buscar como objetivo central el aunar voluntades, aumentar el consenso, para no engendrar nuevos conflictos.
Pero no podemos engañarnos. La democracia y la libertad para subsistir no pueden operar sin mayorías que acepten ciertas bases que determinan un “consenso básico”.
Esos valores fundamentales son, entre otros, el respeto a la libertad y a los derechos esenciales de cada persona; la independencia de la justicia; un sistema abierto de información; el pluralismo en las ideas y en la vida; la existencia de una autoridad fuerte pero no omnipotente, que garantice el bien común pero que tenga contrapesos; la independencia y leal representatividad de las organizaciones sociales y de las fuerzas políticas. Todas estas condicionantes son insoslayables para construir una democracia para Chile. Pero también indica que quienes no respeten y no acepten lealmente estos valores son enemigos de la democracia.
La aceptación de estos principios no puede ser aparente sino que debe corresponder a las declaraciones y a los actos.
El libro de Genaro Arriagada tiene el mérito de mostrar como en una pantalla a dónde se puede llegar cuando se desconocen todas estas verdades que pudieran parecer obvias, pero cuya trasgresión o manipulación engañosa, antes, ahora y siempre, conduce a las grandes frustraciones colectivas o a fracasos irremediables que los pueblos pagan con el precio de su libertad y regresión histórica.
Los chilenos hemos recibido un castigo a nuestro orgullo.
Muchas veces pensamos que constituíamos un mundo aparte en América Latina y que la democracia era un juego donde se podían tolerar todas las demasías, donde las calidades eran despreciables, y el apetito del Poder la suprema norma. La verdad es que en el camino se corrompieron los fines y los medios.
Cuando los que gobiernan no sólo son arrastrados por esta ola sino que la empujan, nadie se escapa y la sociedad entera es presa de aquel torbellino funesto.
Es la enseñanza que debiéramos aprender.
El futuro de Chile, como nación que ha tenido una Historia llena de dignidad, no se forjará en la imposición, ni en la revancha.
Desde los tiempos de Portales y de Montt ésta ha sido una empresa de todos. La autoridad puede haber sido firme, pero jamás excluyente ni sectaria.
Sólo así construiremos una sociedad abierta, progresista, dinámica, en la cual no hayan privilegiados. Hacia eso ha tendido en una forma u otra la Historia de este país, por excelencia unitario, respetuoso del derecho de cada uno, realista y soñador.
Si esta lección se aprende, el dolor que ha vivido no será inútil, ni para Chile ni para las otras naciones que quieran reflexionar sobre tan dura experiencia.
LA CARTA DE FREI A LEIGHTON
[Publicada en el diario La Segunda el 14 de junio de 1998]
Santiago, Mayo 22 de 1975.
Señor Bernardo Leighton Guzmán
Roma, Italia.
Querido Bernardo:
Recibí tu carta del 22 de abril y aprovecho el viaje de Angelo Bernasola para enviarte una respuesta.
Tú me dices en ella textualmente: “He leído y releído tu carta, meditado con ánimo objetivo y abierto sobre cada una de sus líneas más expresivas. Otro espíritu no hace grato ni útil un intercambio de correspondencia. Trataré de seguir el orden de tus argumentaciones y juicios concretos”.
En vista de la acuciosidad con que sigues mis pasos y argumentos y la forma de tu planteamiento, me parece que lo mejor es atenerse a la misma pauta.
Comienzas comentando mi frase que me desconcertó la interpretación dada por ti acerca de la declaración relativa a la expulsión del país de Renán Fuentealba, en que tú textualmente dices que se expresaba confianza en los actuales ocupantes del poder para ser el centro de la reconciliación de los chilenos, cosa que yo jamás he afirmado.
Comentando esta parte me dices que tengo razón, pues las palabras transcritas son tuyas y no mías. O sea, dejas estampado que me atribuías algo que se te ocurrió a ti, pero que yo no había escrito, lo que no deja de ser grave. Pero en vez de reconocer ese hecho tratas de justificarlo sobre la base de analizar una serie de actitudes mías para así explicar el que me hayas inventado una frase que no dije.
Cualesquiera que hubieren sido mis actuaciones anteriores, ello no te da derecho para suponerme ideas, actitudes o afirmaciones que no he formulado ni he pensado, pero revela cuál es el fondo de tu actitud, que en este caso se transparenta. Como tú me hablas con franqueza, de igual modo te diré que has adoptado una actitud de juez o acusador que no acepto; pero al amigo de tantos años le voy a contestar.
El origen de donde derivan todas nuestras diferencias reside en una visión fundamentalmente diferente de lo que pasó en Chile en los años de la Unidad Popular. Si yo parto de la base de que el gobierno de la UP no violentó las leyes ni la Constitución, que a ojos vista no estaba preparando un golpe dictatorial marxista-leninista, que no se manifestó reiteradamente un gran desprecio por la democracia formal y burguesa, que no se creó en el país un clima de odios insuperables, y no se llegó a la destrucción de la economía que acarreara inevitablemente el trastorno político, no hay nada que decir. Si, por el contrario, ocurrió todo eso y mucho más, como lo pienso, no hay manera de entenderse.
No me interesa entrar a discutir aquí las intenciones del Presidente de la República, porque los hechos históricos y políticos se juzgan por lo que realmente ocurrió y no por la interpretación de cuál sería el estado de ánimo de personas que se estiman o se quieren.
En esas condiciones, el golpe militar, que siempre califiqué y he calificado como una desgracia tremenda para el país (ahí están todos mis escritos), resultaba inevitable. La responsabilidad de que después de más de 160 años de vida democrática ésta se quebrara en una forma tan dolorosa como terrible, no corresponde a la Democracia Cristiana o a mí, como la canallería de cierta propaganda ha querido decirlo, sino a quienes sistemáticamente, con todas sus acciones tácticas locas, irresponsables o perfectamente conscientes no me importan los calificativos, de hecho llevaron al país a ésta, repito, trágica situación. Pero ahora resulta que los Altamiranos y los Mir y los Mapu y los comunistas son los verdaderos demócratas, y el PDC y yo los culpables de lo ocurrido. Es como si un médico constata un cáncer y el enfermo lo califica de infame, acusándolo de habérselo provocado.
A la luz de una y otra interpretación, todo lo que sigue es distinto, y me referiré al capítulo de cargos que con tono admonitorio me formulas.
Fui a la ceremonia de la Gratitud Nacional a que invitaba el cardenal para pedir a Dios por la paz de los chilenos. Invitados los tres ex Presidentes de la República, me pareció mi deber concurrir, deber para mí doloroso, pero deber.
Olvidas tú que en esa ocasión fui interrogado por la TV y por la prensa. Mi respuesta fue: He venido a rogar a Dios para que vuelva la paz a Chile. No hay ahí ni una sola palabra de adhesión ni de excusa a nada. Además hecho que olvidas cuando al término de la ceremonia los otros dos ex mandatarios, el decano del Cuerpo Diplomático y todos los personajes asistentes fueron a saludar a la Junta, fui el único que permaneció sin moverse, lo que fue considerado por ésta como un extremo agravio, y ante el hecho de que así se me representara, contesté que yo era presidente del Congreso Nacional que ellos habían cerrado y que en tales circunstancias no podía adherir al saludo que los otros ex presidentes, autoridades y representantes extranjeros estaban haciendo. Fue notorio a la concurrencia entera de las Fuerzas Armadas que don Gabriel González y don Jorge Alessandri, que habían avanzado a saludarlos, se devolvieron a buscarme y que me negué a acompañarlos.
No digo esto por excusarme ni para dar explicaciones, sino porque quiero que los hechos también queden claros, ya que hay quienes viven llevando una bitácora de mis actitudes.
No acepté la clausura del Parlamento. Hay una declaración de mi parte al respecto. Es posible y lo he pensado muchas veces que debiera haber hecho una protesta formal, pero en las circunstancias que vivía Chile en ese momento, y que nadie podía suponer, como tú mismo lo reconoces, lo que ocurriría después, me pareció que más que testimonios personales, en que trata de salvarse uno y quedar bien, contribuiría así a la posibilidad de que se restableciera la paz y se abrieran caminos de conducción democrática. Como me gusta reconocer los hechos, hoy tengo graves dudas respecto a que podría haber sido más categórico en mis expresiones.
En cuanto a mi entrevista al "ABC", me extraña que la cites. Hice una protesta pública por los diarios diciendo que el periodista español había abusado de mi confianza, que no le había dado una entrevista, que había tomado parte de mis palabras, y entre otras cosas señalé mi protesta porque se ponía en mi boca una referencia al Presidente Allende que jamás hice.
Por lo demás, tú estás acostumbrado a entrevistas en que distorsionan palabras o te aprovechan. Testimonio de ello es tu entrevista a "L'Expresso", en la cual mañosamente, sin que tú lo hubieras dicho, del contexto de ella se desprendían juicios sobre mi persona, que me has afirmado no formulaste, o se hacían afirmaciones muy mentirosas, como el atribuirme encuentros con Pinochet en el mismo momento en que yo estaba en los Estados Unidos.
Por último, mi carta a Mariano Rumor. No sólo no me arrepiento de ella sino que, al repasarla hoy, no borraría una sola palabra. En un momento en que en Italia la desencadenada y millonaria propaganda comunista y marxista me hacía aparecer como asesino, a la Democracia Cristiana chilena como cómplice del golpe, y a todos los de la Unidad Popular como unos ángeles democráticos que habían caído por la siniestra y malévola acción de algunos chilenos, entre asesinos y vendidos, era necesario establecer la verdad de lo que había ocurrido en Chile y la realidad del proceso histórico que había vivido el país. Hacer un análisis histórico, en que no hay un solo error, no es justificar la dictadura, Es señalar la verdad histórica.
A no otra cosa responde también mi prólogo al libro de Genaro Arriagada. No hay una sola palabra de aprobación al golpe y mucho menos de una dictadura militar. Los elementos marxistas han escrito decenas y decenas de libros que contienen las mayores falsedades, incluso las más increíbles fantasías. No te he visto protestar en contra de ellos. Desde el libro del señor Joan Garcés afirmando que en conversación con Allende pocos días antes del golpe éste le dijo que jamás se entendería con la Democracia Cristiana, hasta toda clase de truculencias.
Yo creo que será difícil que el país se recupere si no se establece la verdad de lo que pasó. Y vuelvo aquí a mi convicción fundamental: nosotros entregamos un país en que durante seis años hubo real y verdadera democracia, y nadie mejor que tú lo sabe. Tú sabes muy bien lo amargos que fueron los 60 días entre el 4 de septiembre y el 4 de noviembre de 1970; las enormes presiones de que fui objeto, y sin embargo, es un hecho histórico que, cualesquiera que sean mis defectos que tú con acuciosidad apuntas y te esmeras tanto en destacar resistí esas presiones y cumplí con mi deber, entregando un país en pleno desarrollo económico, en las mejores condiciones que ningún otro gobierno lo ha entregado.
Continúas tú en tu lista de cargos. Citas una frase mía en cuanto no he tenido relación alguna con la preparación o el hecho del golpe militar. No tuve ni contactos, ni conversaciones, ni conocimiento de su gestación.
Tú me dices que no soy exacto. Quiero tomar en la mejor forma posible lo que en su texto es un agravio inaceptable. Recuerdas que una vez que nos reunimos en un departamento de Américo Vespucio (realmente no me acuerdo), yo dije saber que en esa ocasión no había duda de que el golpe se produciría. Me dices que me equivoqué de fecha, pero que eso no destruye el hecho, aunque las fechas no coincidan. Me parece fantástica tu afirmación. No había parlamentario ni persona en Chile que durante los últimos meses hablara de que el golpe se iba a producir y que estaba a la vista. No sólo lo dije una vez sino diez veces que veía que en las condiciones en que estaba operando el país el golpe sería inevitable. No había embajador, incluso de los países socialistas, que no expresara sus temores ciertos de que se iba al colapso. Rumores de todo orden corrían el día entero. No conozco un solo senador que alguna vez no dijera que había oído referencias a ello. Invocar esto para dar a entender que yo estaba vinculado con esta situación, me parece que excede a todo lo ponderable.
Retienes también en tu memoria me dices que en la comisión política yo informé varias veces de mi insistencia ante militares amigos para que aumentaran al control de parte de las FF.AA. respecto a las armas. Agregas que se ha conocido la intención torcida destinada a extremar la atención pública con que en repetidas ocasiones se aplicó esta ley. Tú me dices que al insistir en esto yo no tenía la intención, pero que prácticamente la servía, y que era grave por el alto cargo que ocupaba que no lo advirtiera.
Realmente veo que estamos en posiciones más que diametralmente opuestas para interpretar lo ocurrido en Chile.
Nunca oculté mi exigencia de que se cumpliera con esa ley, pues estimaba que ella podía impedir un trastorno, ya que ningún país puede admitir impunemente que se internen armas en forma ilegal. Esto no se lo dije a militares amigos. Se lo dije ocasionalmente a uno o dos de mis ex edecanes y sólo de manera formal al general señor Carlos Prats. En efecto, un mes antes del 11 de septiembre el general Prats me pidió una entrevista en casa de don Sergio Ossa. Tengo un esquema muy claro de lo que le manifesté. Fundamentalmente le resumiría en esta frase: Uds. están en situación de evitarle a Chile un golpe de Estado si son firmes y claros para exigir el cumplimiento de la Constitución, para que el país sepa claramente las consecuencias a que nos lleva la situación actual. Si Uds. le hacen ver esto con claridad al Presidente pueden salvar a Chile. Entre otras cosas le manifesté mi grave preocupación porque él decía que habría una guerra civil con un millón de muertos. Yo le dije que esa guerra civil no sería posible si no hubiera enormes cantidades de armas entregadas al país (cosa que por lo demás fue fehacientemente comprobada después), y que la aplicación severa de la ley despachada por el Congreso daría a la ciudadanía sensación de seguridad y a la vez evitaría la posibilidad de cualquier golpe.
Decir que si el Presidente del Senado exigía el cumplimiento de una ley que pedía al país entero ante el hecho gravísimo y provocativo de la internación de armas hacía el juego a la subversión, me da la impresión ya no de la Torre de Babel, sino de una distancia aún mayor para juzgar lo que ocurrió.
Por lo demás, en este aspecto las declaraciones de Renán Fuentealba como presidente del Partido, directiva de la cual eras Vicepresidente, son numerosas, públicas y muchísimo más severas que las mías. Sin comparación. De eso nada dices. Tampoco de la actitud de muchos personeros DC que actuaron pública y constantemente.
Muchas veces expresé que yo veía inevitable que la democracia se derrumbaría ante tales eventos. Más aún, creí mi deber advertirlo y repetirlo. Para ti eso es un delito. A los seis meses del Gobierno, en la elección municipal, dije un discurso al país a petición expresa de la Directiva, en el cual señalé que se llevaría al país al desastre y a una inflación incontrolada. El señor Vuskovic se rió de mí diciendo que la situación económica era espléndida y que no habría inflación. Según tú piensas, cometí yo una provocación y Vuskovic estuvo muy acertado. Sin embargo, olvidas que tú mismo, de lo cual hoy te lamentas, firmaste los acuerdos del partido en que se señalaron taxativamente las distintas violaciones de la Constitución y la ley.
Tú me recuerdas que un día al salir del Senado según tú te pregunté por qué estabas tan furioso, y tú me dijiste que no estabas furioso conmigo sino con mi posición política. Tú me has obligado a escribir esta carta, porque no puedo dejar en pie tus aseveraciones. Yo también recuerdo que un día te dije en el Senado: Bernardo, no te conozco. Te veo lleno de odio y de resentimiento. No soy yo solamente el que piensa así entre muchos amigos tuyos. No eres el Bernardo que yo conocía. Tú me contestaste que no era así, que yo estaba equivocado.
Después dices que yo hice declaraciones frente al Gabinete de Allende que fueron un ariete en contra de la estabilidad del Gobierno y precipité la catástrofe. He repasado esas declaraciones y las hice porque estaba convencido de que la fórmula que se estaba aplicando no tenía por objeto que las FF.AA. entraran al Gobierno a dar garantía a todo el país, sino para ser envueltas en una maniobra política destinada a dar los últimos pasos para la consolidación de una forma de gobierno antidemocrática. Los hechos posteriores me han confirmado la justicia de esa interpretación.
Por lo demás, tú pareces olvidar otra cosa. Hubo varias reuniones del comité político a las cuales asististe tú, Tomic y otros personeros y yo también, y con la aprobación unánime de la comisión política se señaló la necesidad de un gabinete en que estuvieran las FF.AA., pero se decía claramente y yo no era miembro de la comisión que no con unos dos o tres ministros superpuestos manteniendo toda la estructura administrativa inferior (subsecretarios, etc.), porque eso se consideraba un peligro y un error. Más aún, hubo una declaración oficial de la comisión política al respecto. Yo llevé un borrador de declaración el cual fue aprobado en términos generales, estando tú presente, y redactado en definitiva por el presidente del partido con la aprobación de toda la comisión, a la cual tú asististe.
Yo también hago memoria y podría citar otra infinidad de hechos, porque resulta que aquí parece que algunos no hubieran cometido pecado alguno y quieren convertir a otros, especialmente a mí, en chivos expiatorios de todos los pecados. Yo estoy dispuesto a cargar con los míos, pero no a que aparezcan como blancas ovejas quienes tienen bastantes salpicones...
Al final de la página 2 me dices que cometo un error al decir que escogiste el camino del exilio, porque tú no saliste pensando en un alejamiento definitivo y que es la decisión de Pinochet la que te impidió y te impide volver a Chile.
La verdad es que en el carácter de proceso que le has dado a mi carta, cometí un error. Podría invocar para él el que no me fijé atentamente en su redacción, puesto que comenzaba por decirte que considero una infamia que se te niegue volver a tu Patria, a la que tú siempre has servido con dignidad y con honor. Si siguiera tu hermenéutica diría que del contexto de tu actuación tú decidiste ese camino. Pero si tú estimas que he cometido un error, me apresuro a pedirte excusas por él.
En la página 3 hay una afirmación fundamental, que crees uno de los puntos claves de toda nuestra discrepancia. Dices textualmente: los que creyeron posible la colaboración, nunca recibieron una proposición seria y aceptable. Esto no es verdad, e incluso tengo escrito los hechos que demuestran lo contrario. Que la gran prensa guardara silencio o tergiversara, es cuento aparte.
Yo no puedo saber cuáles son los hechos a que tú te refieres mientras no los des a conocer. Desgraciadamente, en los años de la Unidad Popular tampoco tuve ocasión de conocerlos, .... que lamento profundamente, pues creo tenía el derecho a estar informado de una materia tan trascendental. Los hechos que yo ten..... ahora son otros: 1) nunca en la mesa directiva del partido en el Consejo se dio cuenta de ninguna proposición concreta o ..... Varias veces lo dije y en tu presencia. Era la ocasión de convencerme que estaba en un error; 2) la proposición de Irureta fue rechazada; 3) una carta que no conocía y que he leído de Tomic al presidente Allende fechada el 3 de Junio de 1971, en la cual textualmente le proponía un acuerdo con la Democracia Cristiana, no tuvo respuesta, lo que se tradujo en el hecho en una negativa; 4) las diversas gestiones que se hicieron respecto a la reforma constitucional; 5) las entrevistas finales y públicamente conocidas del presidente del partido, que nadie puede discutir, salvo que ya se quiera discutir que la luz del día no la produce el sol, que fueron rechazadas por el presidente; 6) la última conversación del presidente del partido en casa del Cardenal con el Presidente de la República, en la cual el primero le insistió en la búsqueda de un acuerdo sin que hubiera respuesta de parte del segundo, salvo que le encomendaría el asunto a Carlos Briones, cosa que no hizo. Por lo menos eso es lo que Aylwin ha informado y ha ratificado el Cardenal.
Me parece aún más extraño todo lo que tú me dices porque tú fuiste miembro de la mesa directiva durante todo el período de Fuentealba. Si hubo una proposición, ¿por qué no la tradujeron en hechos? Tampoco la llevaste a la presidencia de Aylwin. Por eso es que tengo verdadera curiosidad por conocer esas proposiciones, que desgraciadamente no llegaron a tiempo.
Tú me dices que la gran prensa calló y tergiversó. No hay duda. Pero yo creo que una directiva de partido que hubiera tenido una proposición seria y responsable no podía dejarse manejar por esa gran prensa. Nunca lo fue en las cosas decisivas. Por lo demás, entre esa gran prensa yo coloco también al "Clarín", de propiedad del Presidente de la República, que avivaba la cueca en una forma horrorosa y que injuriaba y encanallaba a destajo, y "Ultima Hora", de propiedad de algunos ministros de Estado. Yo fui una víctima constante de esa actitud. Y allí, salvo tratar de dividirnos en buenos y malos, nunca hubo nada serio.
Tú has hecho así una larga y detallada enumeración de lo que tú concibes como mis errores políticos. Pero yo quisiera agregarte dos cosas que creo es conveniente se señalen para la Historia.
Yo no me negué a hablar con el Presidente Allende. Lo que sí exigí, y lo dije categóricamente, fue que yo no iría a conversaciones privadas o secretas que, a mi juicio, se utilizaban con otros fines, debilitaban nuestra posición y desconcertaban a la opinión pública. En el mes de mayo de 1973 el señor Cardenal me manifestó la conveniencia de tener una entrevista con el Presidente, por insinuación de éste. Yo le contesté por escrito al Cardenal diciéndole que yo estaba siempre dispuesto a hablar con el Presidente de la República, pero que, dadas las circunstancias por que atravesaba el país, creía que esta conversación no podía ser durante una comida privada que a los pocos días se haría pública, lo que producía una sensación constante de engaño, y que si él quería conversar conmigo bastaría una palabra suya para que yo fuera a La Moneda, a la luz del día, pues jamás me negaría a su llamado, y que él como Presidente era el único que estaba en situación de tomar iniciativas para cambios políticos. Tengo copia de esa carta y la respuesta del Cardenal en que me decía que al transmitirle esto al Presidente de la República éste desestimó entrevistarse conmigo en esas condiciones. Tal vez debo ser pretencioso, pero no estaba yo para ser utilizado o para entrevistas tras las puertas.
Cuando fui a La Moneda con motivo de la muerte del edecán señor Araya, el Presidente Allende me recibió con extrema cortesía. Para dos días después estaba anunciada su reunión con Patricio Aylwin, que había sido suspendida por esa desgracia. Al despedirme de él le dije: Presidente, usted va a tener una conversación con Aylwin. Yo he respaldado con todo entusiasmo el que esta conversación se verifique. Creo que es decisivo para el futuro de Chile que usted llegue a un acuerdo con el partido y con su presidente. No trate con personas individuales, trate sólo con él como directiva oficial. Tenga la seguridad de que yo deseo el éxito de esta reunión. El Presidente agradeció mis palabras, pero no agregó una sola frase fuera de sus expresiones de gratitud. Si él tenía algo que decirme, yo le abrí el camino. No se interesó.
Para terminar con esta serie de recuerdos, quisiera señalar dos cosas.
Tú te encargas de señalar mis errores políticos, de subrayarlos, pero olvidas que durante los seis años de mi presidencia el Partido Socialista y el Partido Comunista, pero especialmente el Partido Socialista, mantuvieron una actitud de ruptura con el gobierno legal, que no tiene parangón con la que tuvimos nosotros con el gobierno de la Unidad Popular. Desconocieron la legalidad de mi elección; se negaron incluso en el caso del terremoto a ir a La Moneda cuando los invité oficialmente; me negaron permiso para salir de Chile a Estados Unidos, unidos a la derecha; los senadores socialistas y el propio Salvador Allende no sólo guardaron silencio para el Tacnazo sino que hicieron declaraciones estimulando el golpe. En cambio, la directiva del PDC y algunos prominentes democrata-cristianos tuvieron continuados contactos con el Presidente, perdonaron tramitaciones y engaños. Yo no los critico. Cuando Aylwin consultó si iba a La Moneda voté afirmativamente, y cuando me consultó privadamente si concurría a la comida donde el Cardenal, a pesar del fracaso anterior, le di mi opinión diciéndole que era su deber asistir.
También debiera pesar en tu conciencia un hecho: a ti te consta que yo no quería ser candidato a senador por Santiago. Cuando la mesa insistió, estando tú presente como parte de ella, dije la razón que tenía para no aceptar, y que era mi posición frente al gobierno de la Unidad Popular; el juicio que yo tenía de este gobierno, la catástrofe que se preparaba para Chile, y que yo en ese contexto daría la campaña, porque no podía hacerlo de otra manera, y que si ustedes no estaban de acuerdo con esa posición no tenía objeto en que insistieran en que fuera candidato. En eso fui extremadamente claro e insistente, y tú que has sido siempre muy honrado para tus cosas no puedes dejar de reconocerlo. Nada, pues, de mis posiciones posteriores pudieron extrañarte, porque fueron debida, explícita y reiteradamente advertidos respecto a cuál era mi posición. Y en esas condiciones me insistieron, designándome.
Cuando yo veo la oposición que le hace el comunismo al gobierno DC en Italia, cuando veo lo que ocurre en Portugal, en Grecia y en otras partes, confirmo cada una de mis posiciones.
Tú me dices que la Democracia Cristiana de Portugal no era claramente democrática y que ese militar era una persona extraña, que así te informaron los DC españoles. También lo sé. Leo diarios italianos que me llegan con regularidad. Leo “Il Popolo”, el órgano de la DC, y me di el trabajo de seguir todo el debate del Consiglio nacional de Febrero y las posteriores campañas; la ley para garantizar el orden público y la seguridad y el voto en contra del Partido Comunista, después de haber hecho campaña en contra de la Democracia Cristiana, porque ésta era débil para mantener el orden público; y después, cuando quiere intentarlo, la atacan por vinculaciones fascistas. Leo también "Le Monde" y el "New York Times" y otras revistas, de manera que a pesar de no estar en Europa creo tener una información adecuada y no simplificada de los fenómenos. Lo que es un hecho es que el PC con un 12 por ciento del electorado tiene más poder que los sectores democráticos con 60 ó 70 por ciento. Esta es la misma línea que siguieron en Hungría, cuando con el 17 por ciento del electorado se quedaron con el país, la misma línea de Checoslovaquia y la misma que siguen en cualquier parte. Los detalles importan poco frente a una línea de conducta siempre igual y a una estrategia no variada y sólo a tácticas diversificadas. Los DC italianos he leído sus declaraciones han dicho una cosa muy razonable: Mientras la adhesión a la democracia del PC sea sólo táctica y mantenga su filosofía y su estrategia muy clara para llegar a una dictadura totalitaria, no hay base para un acuerdo.
Yo quisiera ahora también, porque tú me has colocado en esa situación, decirte lo que yo pienso de algunas actuaciones tuyas.
Creo, en primer término, que tú cometiste un error político inmensamente grave, sin quererlo, porque nunca he dudado de tu lealtad y de tu rectitud. ¿Cuáles son esos errores? Yo creo que tus actuaciones amistosas y privadas, aunque fueran autorizadas por la directiva o no autorizadas porque tú eras parte de ella muy fundamental, los contactos que tuviste con el propio Presidente Allende, nunca fueron claros. Fueron emocionales, amistosos, y dieron pábulo para que él creyera que podía dividir o manejar a la Democracia Cristiana. Si se hubiera sido claro y más rotundo desde el comienzo y él hubiera visto un bloque en esa posición, tal vez se habrían evitado los daños posteriores y quizás llegado a un acuerdo. Y digo tal vez, porque creo que la temática en que estaba él empeñado y las fuerzas políticas que lo acompañaban lo habrían hecho imposible. Ignorar ahora todas las declaraciones del Partido Socialista, el Partido Comunista y el Mir y sus actos es imposible.
Creo también que nunca has hecho una valoración exacta de los actos del gobierno de la Unidad Popular que llevaron al país al despeñadero, a la violencia, a los cordones industriales, a las tomas, a los territorios ocupados por el comandante Pepe y otros, al control de las poblaciones, etc.
Esa valoración es posible la hayas hecho en las conversaciones privadas, porque te sé muy claro para ello, pero nunca en público. De tal manera que tú apareces, quiéraslo o no, avalando o cohonestando ese gobierno que tú estimabas correcto y aún ejemplarmente democrático.
Oscar Waiss, que dirigió el diario "La Nación", órgano oficial del Gobierno en el No. 600 de la revista "Política Internacional" publicada en Belgrado en abril de 1975, hace una serie de afirmaciones que por milésima, no por centésima, vez, confirman mi diagnóstico y no el tuyo. Si las hubiera citado en el prólogo del libro de Arriagada diría que era para justificar la dictadura y no para demostrar cuáles fueron las causas del quiebre de la democracia en Chile, sin cuyo reconocimiento no habrá reconstrucción democrática.
Te citaré algunas de ellas. Al señalar las grandes realizaciones del gobierno de Allende termina el párrafo con esta frase: La reanudación de relaciones diplomáticas y comerciales con los países socialistas, que permitió mejorar con independencia el intercambio mercantil. Grosera mentira, ya muchas veces repetida, pues esta reanudación se hizo en nuestro gobierno. Subrayo nuestro. Igual cosa respecto a la Reforma Agraria. Igual cosa respecto a la nacionalización, etc. Se diría que no hubo gobierno DC. Eso es engañar deliberadamente.
Otro párrafo: Y la brutalidad sin precedentes del golpe se explica por el temor de una guerra civil, muy proclamada por algunos sectores de la Unidad Popular y de la extrema izquierda y muy poco preparada realmente. El hecho político es que se llevaban proclamando la guerra civil.
Otro párrafo: Tememos que un estudio desapasionado y objetivo demuestre el bajísimo nivel de la producción agropecuaria en el período de la Unidad Popular; en todo caso, ella no disminuyó la crecida cuota de importaciones en este rubro, que se convirtió en uno de los factores determinantes del colapso. La verdad es más dura, y la dije oportunamente: de 14 millones de qq. de trigo en 1970, para citar sólo ese ejemplo, bajaron a menos de ocho. Naturalmente, eso explica el colapso al cual se refiere el señor Waiss.
Otro párrafo: El revolucionarismo de algunos alentó las tomas indiscriminadas, y el Estado debió hacerse cargo de manufacturas insignificantes o de pequeñas fábricas que exigieron, además, un recargo burocrático. Sin comentarios.
Otro párrafo: Entre las palancas que se dejaron en manos de la reacción estuvo la posesión de la mayoría de los medios de comunicación de masas. Olvidan lo que hicieron con la TV Nacional, que nosotros establecimos en Chile, y que convirtieron en un instrumento a su servicio; que además se tomaron el Canal 9. La oposición sólo tenía el Canal 13. Olvida, además, que se compraron más de 80 radios y que disponían de un poder de prensa equivalente, al menos, al de sus adversarios. La próxima vez no habrá diarios que estén en desacuerdo con el gobierno. Por lo demás, eso queda explícito en la siguiente frase:
Muy bien pudo permitirse a las masas adueñarse de esos medios y proceder ante los hechos consumados. Una revolución o un proceso revolucionario que se inclina ante la legalidad burguesa resulta más papista que el Papa.
Otro párrafo, que subrayo en forma especial: Porque con estos errores o sin ellos habríamos desembocado fatalmente en el mismo punto, con la diferencia de que, evitando los errores, la relación de fuerzas nos habría favorecido y hubiéramos sido nosotros los dueños de resolver el cuándo y el dónde. O sea, ahora el señor Waiss confirma lo que muchos dijeron.
Otro párrafo: Coincido plenamente con el camarada Carlos Altamirano en que es mucho más grave lo que no se hizo que lo que se hizo. Los propios militares golpistas no podían convencerse de que los alardes de una guerra civil no pasaban de ser más que eso: amenazas inconsistentes. De este párrafo y el contexto se deduce que para otra vez no se van a dejar llevar de alardes inconsistentes. En todo caso, es muy grave que los gobernantes porque eran los gobernantes alardeen de guerra civil.
Termina ese párrafo con esta frase: El MIR, provisto de un armamento bastante sólido, evidenció su debilidad orgánica retirándose sin intentar atrincherarse en los cordones industriales como estaba previsto. La estridencia revolucionaria se derrumbó como un castillo de naipes. Este párrafo del director del Diario Oficial e íntimo amigo del Presidente, revela lo siguiente: 1) que el MIR tenía un armamento bastante sólido. A confesión de parte...; 2) establece que estaba previsto atrincherarse en los cordones industriales. Luego, había planes y cordones.
Termina este artículo diciendo lo siguiente: El choque iba a producirse de todas maneras, fuere cuales fueren las concesiones del gobierno, y parecía imposible que el Presidente de la República, militante del Partido Socialista, se desentendiera de la consigna básica de su partido que era la de avanzar sin transar. Había llegado el momento de echar el fetichismo legalista por la borda; el momento de llamar a retiro a los militares conspiradores; de destituir al Contralor General de la República; de intervenir la Corte Suprema de Justicia y el Poder Judicial; de incautarse de El Mercurio y toda la jauría periodística contrarrevolucionaria.... Resultaba mejor dar el primer golpe, pues el que pega primero pega dos veces.
Seguramente tu argumento va a ser: es la opinión de Oscar Waiss. Sin embargo, esto confirma todo el libro de Arriagada. Es posible también que se diga que yo estoy justificando el golpe al citar este artículo escrito por un hombre prominente de la Unidad Popular, que está totalmente de acuerdo con lo que dice su secretario general, señor Carlos Altamirano.
Tampoco tú has evaluado, a mi juicio, todos los ataques de que fui víctima, el partido y yo, que he sido tu amigo durante toda una vida, al que trataron de asesino, dijeron que me financiaba con el tráfico de drogas, incluso atacaron hasta mi familia. Todo eso fue tolerado. Reconozco que dos veces tú protestaste por ello, pero es muy distinto, Bernardo, protestar y dejar constancia de la protesta, pero seguir en una misma línea de contacto con los infamadores.
Por último, aunque tú me honraste a mí siendo ministro del gobierno democratacristiano, yo creo que no ha habido ningún Presidente de Chile más infamado que yo por los que están en continua relación contigo. Yo comprendo que esto hay que olvidarlo y superarlo, pero la campaña continúa. Tú firmas un manifiesto con el señor Altamirano y otros que han hecho escarnio de mi persona, que han hecho afiches colocándome junto a Pinochet como asesino.
Tampoco veo nunca una valoración de tu parte de lo que fue nuestro gobierno, de todo lo que hicimos en el terreno económico, político y social. Tampoco recuerdas las locuras ideologistas que se apoderaron del partido, que siendo yo Presidente tuve que soportar, y que el peor ataque que se había hecho de nuestro gobierno partiera desde dentro del partido. Recordarás que te pedí afrontaras esa situación y fueras candidato, cuando la UP rechazó la proposición unitaria. Me dijiste que no tenías animo para ello.
Tú vives haciendo el proceso del partido. Tú me dirás que no, pero es así. Tengo a mi vista el No. 4 de la revista "Chile-América". Todo está allí calculado, medido y pesado para distorsionar los hechos y, sobre todo no creas que sufro de delirio de persecución, pero conozco las técnicas modernas para destruir a las personas. Cada vez que se nombra a don Sergio Ossa o a Juan de Dios Carmona se les agrega y subraya el título de ex ministro de Frei, cuando no se le agrega la frase íntimo amigo de Frei. No hay duda de que son mis amigos, lo que no quiere decir que esté de acuerdo con ellos. Desde luego, todo el partido en Chile sabe que cuando hicieron su declaración yo estaba fuera del país y que inmediatamente después de llegar les manifesté mi rotundo desacuerdo con tal documento, que consideré un grave error político.
Pero yo me preguntaría, ¿por qué cuando se dice don Bernardo Leighton no se pone también ex ministro y ex Vicepresidente del gobierno de Frei? ¿Sólo fueron ministros Ossa y Carmona? ¿Por qué no se dice de Radomiro Tomic o de Gabriel Valdés ex ministros de Frei? Tú dirás que fuiste ministro por méritos propios y que nada recibiste por el hecho de ser ministro mío. No lo dudo. Pero es un hecho que formaste parte de ese Gobierno, y hay otros que no eran nada políticamente y que si hoy tienen una situación es por haber sido ministros de ese gobierno.
Pero resulta que dentro de la técnica de la revista que tú oficialmente patrocinas, sólo son ex ministros los que les convienen a sus redactores. Lo demás se ignora y deliberadamente se calla. En una palabra, se trata de presentar mañosamente una imagen que me perjudique. No es casual lo que ocurre en los diarios italianos. No es casual que recientemente Le Monde hizo una relación de lo que sucede en Chile afirmando que las bases DC están cada vez más en contra de la posición del gobierno, pero deja caer la siguiente frase: a pesar de los reiterados rumores de contactos del ex Presidente Frei con el general Pinochet. No pueden afirmar que esos contactos existen, pero dejan caer la frase con la suficiente insidia y maldad para hacerme aparecer a mí en posición distinta del partido. Resulta que cuando el partido era blando frente a la Junta, yo era el blando, porque yo era el que manejaba el partido en Chile. Resulta que cuando el partido se pone duro, yo estoy en desacuerdo en ese mismo momento. Por ningún motivo conviene que yo aparezca unido al partido en una buena posición.
Todo esto es aceptado, es avalado y es aprobado por ti, y así como tú dices que con mis actitudes yo había posibilitado el golpe, yo te digo que cada frase tuya contribuye a esto mismo. Quiero mucho a Frei como amigo, pero no votaré jamás por él para Presidente por los tremendos errores políticos que ha cometido. Votaré por él como senador. Te estoy muy agradecido por considerarme todavía apto para ocupar una senaturía. Pero no te inquietes. Aunque sé que tú no tienes ambiciones, diles a algunos de tus amigos que no se preocupen. A mí me queda poca cuerda y no creo que una candidatura mía sea una solución para el país, ni muy remotamente. Son declaraciones excesivamente inútiles, y dado lo que está viviendo el país el colocarme como posible candidato es, con buen humor, querer tomarme el pelo o colocarme como un ambicioso, el cual no contaría con tu voto.
Toda esa otra historia no se cuenta. En cambio se quiere presentar al partido en la peor posición.
¿Qué dirías tú, por ejemplo, si la gente conociera la carta enviada por Radomiro Tomic al general Gustavo Leigh el 23 de diciembre de 1973? ¿Por qué ella no forma parte también del historial del partido? Vamos a leer algunos párrafos; en su primera parte dice: Estaba convencido de que la Unidad Popular había malogrado miserablemente la oportunidad que tuvo de abrir una nueva época en la Historia de Chile; que estaba literalmente agotada como fórmula de gobierno; y que la desintegración notoria y galopante del régimen llevaría a la renuncia de Allende sin que fuese indispensable el pronunciamiento militar y los inmensos riesgos potenciales del enfrentamiento armado.
O sea, éste era un gobierno que malgastó miserablemente la oportunidad, que estaba literalmente agotado y el régimen desintegrado. Según esa opinión, había que esperar sólo que cayera. Pero como es lógico, parece que había otros que pensaban que no iba a caer, sino que en vista de su desintegración habría un autogolpe. Eso piensa el señor Waiss, al menos.
En otro párrafo de esa carta subtitulado La realidad política, social y económica del país se escribe textualmente: ...La define Ud. y es imposible no compartir este planteamiento (se refiere al texto del discurso del general que reproduce) como expresión malsana y ya intolerable del deterioro moral, institucional, gestado gradualmente a lo largo de muchos años y gobiernos y del cual la UP no fue el origen sino la expresión final. Todo ello como consecuencia de los vicios que su discurso señala: el efecto corrosivo del apetito del poder a cualquier precio, de grupos o individuos; del partidismo sectario y voraz; del excesivo ideologismo; del desprecio por las virtudes sólidas, como la confianza en el propio esfuerzo, el trabajo y la disciplina; de la imitación alienadora de modelos extranjeros.
Y entonces el autor de la carta dice: Todo eso es cierto.
En consecuencia, según esta carta, la realidad de Chile es que era la expresión malsana y ya intolerable del deterioro moral e institucional. Aquí hay un juicio rotundo, más definitivo que todo el libro de Arriagada y que mi prólogo, y una concordancia, pues se le dice que es imposible no compartir sus planteamientos y que todo eso es cierto.
No quisiera alargarme, pero al final se hacen afirmaciones como éstas. Se le dice al señor Leigh que la Democracia Cristiana, comprometida desde su fundación a la sustitución del capitalismo; adherente sin ilusiones a la legalidad del viejo orden; participante a desgano del juego partidista tradicional... sigue estando dispuesta para un programa revolucionario auténtico!.
Se dice después que la DC en un esquema revolucionario así, podría integrarse, y la respuesta dependerá directamente de la autenticidad del esquema al cual se le pide integrarse. La idea de la sociedad democrática y socialista deberá lograrse en un esquema fundamentalmente distinto del que emana de la llamada democracia representativa..., etc., etc., etc.
Si yo hubiera escrito eso, seguramente tú lo habrías publicado en tu boletín, en tu revista, con los subrayados, presentándome como un individuo que ofreció el partido a la Junta e incluso planteaba su disolución para un nuevo orden en que desaparecería la democracia representativa. Pero como no fui yo el que escribió esa carta, ella no tiene importancia, porque no contribuye a infamarme a mí.
Si yo hiciera uso de esta carta citando estos párrafos cometería un grave daño moral y una injusticia, porque naturalmente esos párrafos están en el contexto de una carta muy extensa, cuyos juicios yo no comparto, pero que contiene los puntos de vista coherentes de una línea de pensamiento que ha seguido el autor. Por eso creo que sería desleal juzgarme a mí hasta por el texto de una conversación telefónica con un hijo mío a propósito de hechos conocidos, o por una reunión en casa de Lagarrigue que no ha existido, etc., etc.
Por eso, así como no he negado ningún hecho que me concierne, encuentro extremadamente grave el siguiente párrafo publicado en una revista de tu responsabilidad que comienza así: Informaciones periodísticas revelan que en Santiago en casa de Javier Lagarrigue, íntimo amigo de Frei, se produce un encuentro entre el ex Presidente y su antiguo amigo el General de División Oscar Bonilla, etc., etc... En ese encuentro Frei aseguró que el Partido apoyaría a la Junta y se acordó el envío inmediato de una carta informativa a los partidos de Unión Mundial de la Democracia Cristiana. Igualmente se acordó la urgente salida de una delegación del PDC al extranjero....
Al respecto, quiero ser muy preciso. No he asistido a esa reunión. No sabía de ella hasta leerla en tu revista. Fui hoy donde Javier Lagarrigue. Te acompaño una carta de él. Jamás he ofrecido el apoyo del Partido a la Junta. Esa es una grosera mentira, y considero un insulto y una canallada el afirmar que mi carta a Rumor fue acordada con un personero del Gobierno militar. La carta fue escrita por mí sin previa consulta con nadie, porque consideré un deber moral hacerlo para levantar los cargos inicuos que se hacían en contra de la Democracia Cristiana y en contra mía personalmente.
La única persona que conoció esa carta en Chile, una vez redactada, fue Patricio Aylwin, y fue muy similar a un documento por él mismo elaborado. La carta no se conoció en Chile y la repartí privadamente a dirigentes DC de Europa. Sólo fue publicada aquí a raíz de la protesta de Fuentealba, como una manera de atacarme, y eso más de un año después.
He recibido muchos ataques insidiosos que han querido deshonrarme, pero ninguno me ha herido tanto como esta afirmación que aparece en una revista, repito, patrocinada por ti.
Enseguida se refieren a una conversación que tuve con mi hijo Jorge. Tengo que recordar también este hecho. El día 15 de septiembre varias radios del exterior dieron la noticia de que yo había sido muerto. Muchas personas que las oyeron en Chile corrieron a mi casa y a la casa de mis hijos. En ese instante pensé que estando mi hijo Jorge en Roma, se desesperaría al saber la noticia. Por este motivo conseguí se me autorizara una llamada telefónica, para lo cual llamé a mi ex edecán, general Bonilla. Creo que éste no es un delito, como se trata de presentar en tu revista. Le dije que estuviera tranquilo, que nada me había ocurrido y que en general en el país reinaba tranquilidad y que incluso en las poblaciones habían aparecido banderas chilenas. Jorge le contó esta conversación a un periodista italiano que se pasaba por amigo mío, el cual naturalmente adaptó la información a su entero amaño. No tengo otra explicación, salvo que se hubiera grabado la conversación en el exterior. Ninguno de esos procedimientos es honroso, pero se utiliza en mi contra. A la entrevista del "ABC" ya me referí.
Pero una cosa queda en pie: yo no sé si tú te dedicas a escribir la revista, pero tu nombre es el que le da cobertura, y puedo decirte que además de interpretar mañosamente algunas de mis actuaciones, contiene, como ya te dije, infames mentiras. Perdona que hable con la franqueza a que tú me incitas. Pero leer semejantes cosas me han producido no sólo desazón sino que una profunda amargura. Que lo hagan los adversarios, lo comprendo y no me duele. Pero que lo hagan los amigos, me hiere muy adentro.
Habría otras cosas que agregar. Yo comprendo que en un partido se haga una autocrítica, que nada se oculta, que todo se analice, que cada uno cargue con las responsabilidades que corresponde y que el partido lo juzgue y lo castigue si es necesario. Eso no sólo me parece conveniente sino indispensable. Pero ningún partido que yo conozca admite que esa autocrítica la haga un prominente miembro del partido en una revista, acompañado de personas que no son miembros del partido, que lo han atacado y lo han criticado o abandonado. Eso no lo acepta ninguna organización política, democrática o no. Todo su contexto aparece dirigido a mostrar que hay dos partidos, el de los buenos, de los rectos que no se equivocaron, y el de los malos equivocados, para difundir esta idea entre los DC del mundo y naturalmente entre los que no lo son y presentar debidamente adosada la información.
Esa no es autocrítica. Eso es tratar de destruir un partido. Y eso es absolutamente incomprensible.
La presentación de los hechos es parcial. Es cierto que si yo cojo de un párrafo una que otra declaración, y más aún si invento algo como es el caso que he señalado, puedo distorsionar la verdad por completo.
Nada se dice, en cambio, del enorme esfuerzo, que nunca será bien apreciado, de la gente que se hizo cargo del partido en esta etapa. De su lucha amarga y silenciosa por sostenerlo; por recibir cada día las tribulaciones de tanto militante que ha perdido su puesto, que pasa hambre, que sufre vejaciones o que es detenido; de las mismas gestiones, a veces dolorosas y hasta humillantes para defenderlos; de esa resistencia sorda, permanente, para defender a las personas, a los derechos humanos; la actuación de tantos abogados y militantes nuestros en ayuda de las víctimas, como es el caso muy honroso de Jaime Castillo, como el alegato ante el Tribunal Militar de Antonio Recabarren en San Fernando; como son los escritos de Orrego; como es la acción de nuestras juventudes.
En la parte final de tu carta citas un párrafo mío del prólogo al libro de Genaro Arriagada: Chile está viviendo una tragedia, nuevos odios no pueden sustituir a los antiguos y nuevos apetitos y sectarismos no pueden reemplazar a los viejos. Y sigues: por fin un punto de total acuerdo. Esa es la meta que yo busco, ahora que por caminos diferentes, más no contrapuestos, a los que tú has escogido.
En este caso también olvidas que al final de mi carta a Rumor señalo cuáles son los objetivos de la Democracia Cristiana. No digo en ella que los objetivos son debilitar la acción del partido, ni justifico ni apoyo a la Junta. Digo categóricamente que los objetivos del partido son luchar por la vuelta a la democracia, por la defensa de los derechos humanos, etc., pero eso no se aprecia cuando hay un prejuicio y una posición a priori para juzgarme. Hay ahí el deseo de un daño moral que rechazo. Sostengo allí lo mismo que sostuve en la parte del prólogo que tú reproduces, con la que te manifiestas de acuerdo.
Escribir esta carta ha sido duro para mí. Desde Nueva York te escribí sólo expresándote mi solidaridad como amigo, mi recuerdo y mi afecto. No había allí ninguna alusión a posiciones políticas. Tú me contestaste una carta igualmente
afectuosa, pero en la cual hacías una serie de observaciones de carácter político, por lo que yo estimé necesario representarte algunos de mis puntos de vista. Tu respuesta fue muy categórica. Rechazabas algunas de mis afirmaciones, calificabas otras, y hacías una lista de cargos respecto de mis actuaciones. No referirme a ellas habría sido aceptarlas.
Al iniciar tu carta me invitas a la franqueza y me dices que es inútil proceder de otra manera. He querido ser bien franco, como tú lo has deseado. Habrá tiempo para debatir nuestros desacuerdos y hacer un juicio sobre nuestro pasado.
Lo único que me importa ahora es trabajar con los pocos medios que tengo para que se restablezca alguna vez la normalidad democrática en nuestro país. Estoy profundamente angustiado, porque creo que en la actual situación cada día se ahondan más los odios, los resentimientos, los atropellos, la situación económica es desesperada, la gente está sufriendo mucho y todo eso no conduce a una salida racional y pacífica.
Por eso encuentro desgastadoras y hasta inútiles estas discusiones. Pero no podía dejar pasar tus afirmaciones. Nunca he dejado de estar en una línea democrática, contra el fascismo y contra el comunismo. El gobierno que me tocó presidir creo que fue ejemplar en esta materia. Todo eso tú lo sabes.
Hoy me veo atacado por los que durante estos mismos 50 años hicieron profesión de desprecio a la democracia. Ellos son mis acusadores y mis jueces. Lo encuentro risible. Pero en cambio no lo encuentro cuando personas como tú, cualesquiera que sean las salvedades de orden personal que hagas, en definitiva prácticamente contribuyes a formar la misma imagen.
Doblo esta página. Habrá alguna vez posibilidad de volver a abrirla. Seguir esta discusión, en este momento, es inútil, cuando lo que el país quiere es una salida.
Tú me dirás que si pienso así, por qué te escribo tan largo. Piensa que es, en definitiva, una señal de amistad, porque no se borra de una plumada tan gran parte de la vida.
Tu amigo,
Eduardo Frei Montalva
P.S. Te incluyo entrevista reciente a una publicación colombiana.
martes, 9 de febrero de 2010
DOCUMENTOS INFALTABLES, EN EL MUSEO DE LA MEMORIA ( V)
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