
La más alta dirigencia polaca ha muerto
cerca de Katyn, 70 años después de que ahí mismo
fueran asesinados miles y miles de oficiales de
su ejército, (¿22 mil, 30 mil?) a quienes hay que
sumar a intelectuales y dirigentes civiles,
igualmente masacrados en otras instancias
paralelas.
El método fue sencillo: el tiro en la
nuca y, de ahí, directo a la fosa común. Lo
practicó la NKVD, lo mandó Stalin.
Pocos días después, un pequeño grupo de
hinchas azules, sí, de la gloriosa U, ha logrado
salir con vida de un estadio en Caracas, después
de que fueran agredidos por la barra local.
Cuando la policía intentó proteger a los
chilenos, se encontró con una reacción insólita:
fue repelida a tiros. Mientras se jugaban los
últimos minutos, atónito, el auditor tenía que
distinguir entre el relato deportivo y el
estallido de los proyectiles.
El método es sencillo: la población ha
recibido armas para defender la revolución. Y
consideró que perder en casa era, quizás, una
agresión capitalista. Entonces, a los tiros nos
vamos. El acto lo han practicado unos jóvenes
barristas, pero lo ha incentivado Chávez.
Es que los procedimientos concretos del
comunismo cambian según las épocas y los países,
pero pasan siempre por las armas de fuego. La
partera de la historia quiere nuevos
alumbramientos.
No esquivemos el punto: tantos que hoy
figuran en el listado de las víctimas entre 1973
y 1990 fueron previamente violadores consumados
de los derechos humanos de los demás (por
afirmarlo así, clarito, el rector de una
Universidad con santo nombre inició gestiones
para que se me expulsara de la mía) y ciertamente
estaban dispuestos a darle con todo, por las
armas, a sus propósitos revolucionarios.
Es algo que ha sucedido de Katyn a
Caracas, de La Habana a Santiago de Chile, de
Phnom Penh al Gulag. Es un conjunto de crímenes
que hay que tener el valor de recordar una y otra
vez, por que si se los olvidaS volverán.
Gonzalo Rojas Sánchez
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