
Terreno peligroso
Cuando se ingresa a los grandes parques
nacionales de Sudáfrica, la advertencia es clara:
es "at your own risk". Está escrito en la
entrada, en el letrero de bienvenida, en el mapa
que guía por senderos y zonas diferenciadas y,
más encima, lo recuerdan de palabra los
encargados de cada área, en especial los del
sector de depredadores.
Los parques son estatales, provinciales o
de fundaciones, pero en todos ellos hay control
superior del Estado, por aquello de la
subsidiariedad. Si una entidad propietaria
vulnerara la norma oficial, antes o después, le
caería la respectiva multa. Pero, ante todo, cada
visitante es responsable de su vehículo y de sí
mismo: es "at your own risk".
Por eso, la madre que bajó a su niñita
para que hiciera pipí pocos metros más allá de la
reja de ingreso al sector leones, fue
durísimamente tratada por el guardia; pero medio
kilómetro más adentro, nadie la habría visto ni
sancionado, aunque las consecuencias podrían
haber sido fatales. Operaba ya en plenitud la
libertad responsable de cada uno, ésa que a veces
entra en dominios de escasa o nula previsión.
En ese contexto se sitúa también el drama
de los mineros atrapados. No ha sido la suya una
aventura loca que les fuese imputable, como si
rascar la tierra para obtener el mineral
mereciese censura y sanción. Pero tampoco es
criminal, por definición, el emprendimiento
privado o estatal que pide a los seres humanos
que corran riesgos proporcionados para ganarse el
sustento. Ni es tampoco de suyo obligatoria una
fiscalización absoluta y total de cada actividad
nacional.
Proporción, medida, prudencia,
subsidiariedad. O si no, el Estado será siempre
el criminal imputable por omisión; o lo serán los
privados que arriesgan capital y prestigio en
emprendimientos riesgosos; o no faltará quien
incluso impute a los propios mineros una
responsabilidad moral por trabajar en esas
condiciones.
Los italianos dicen a veces, mirando al
cielo lluvioso: Piove, maledetto governo. Es
gracioso, pero se equivocan.
Las responsabilidades no son nunca
estructurales; se dan y deben precisarse caso a
caso. Si no, se frustra tanto la aventura de la
libertad personal responsable, como el prestigio
de un Estado gestor del bien común.
Gonzalo Rojas Sánchez
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