miércoles, 22 de septiembre de 2010

Colombia: El teatro de las FARC



– por Roman Ortiz

By admin ⋅ September 17, 2010 ⋅ Email This Post Email This Post ⋅ Print This Post Print This Post ⋅ Post a comment

El profesor de la Universidad de Saint Andrews y experto en conflicto de baja intensidad, Paul Wilkinson, solía decir que el terrorismo es teatro, un ejercicio de violencia destinado a hipnotizar a millones de ciudadanos y someterlos a la voluntad de una minoría extremista. Durante las dos últimas semanas, las Farc han hecho exactamente eso, ejecutar una serie de ataques contra la Fuerza Pública destinados a sembrar una sensación de impotencia, hacer perder la confianza en la Seguridad Democrática y convencer a la opinión pública de que la única salida para terminar ese ritual sangriento es aceptar el chantaje y realizar concesiones a un grupo que quiere imponerse por el miedo. Pero como en el juego de las “sombras chinas”, donde la luz proyecta pequeños objetos sobre una tela blanca transformándolos en imágenes monstruosas que solo existen en la imaginación del espectador poco avezado, también cabe preguntarse cuánto hay de verdadero y de falso en la demostración de fuerza realizada por la guerrilla en los pasados días.

Sin duda, la lección más importante de esta cadena de ataques se puede resumir en la clara demostración de que la larga y compleja tarea de garantizar la seguridad de todos los colombianos no está terminada. Tanto los triunfalistas que dieron por extinto el terrorismo como aquellos que siempre han dudado de que las Farc sean una amenaza de grandes proporciones estaban igualmente equivocados. Después de 8 años de esfuerzo del Estado para pacificar el país, se ha avanzado mucho, pero todavía queda por hacer. Semejante certeza no debería generar desconfianza en la ruta estratégica escogida para confrontar el terrorismo o dudas sobre la posibilidad de derrotar a los violentos.

Como las campañas antiterroristas del Reino Unido, España o Perú demuestran, los esfuerzos para terminar con la violencia son prolongados y están llenos de altibajos. Pero la clave del éxito consiste en perseverar hasta empujar a los violentos a la rendición. La desmovilización del Ira, en Irlanda del Norte, la desarticulación de los ultranacionalistas vascos de Eta y el arrinconamiento de los maoístas de Sendero Luminoso son ejemplos de que el terror puede ser vencido. Por eso, la violencia de estos días debería ser leída como un argumento decisivo para no escatimar respaldo político, medidas legales y recursos financieros en la lucha contra el terrorismo.

La otra lección clave de la reciente escalada armada tiene que ver con lo que las Farc pueden y no pueden hacer en términos militares. Sin duda, la organización mantiene una sustancial capacidad para ejecutar atentados puntuales, aprovechando blancos de oportunidad en zonas del país donde juegan con ventaja porque todavía mantienen redes de colaboradores bien articuladas y conocen a la perfección el terreno geográfico y humano donde se mueven. Pero incluso reconociendo esta capacidad para el terrorismo, la guerrilla está muy por debajo de la fuerza que demostró en los días negros de comienzos de la década de 2000, cuando podía desafiar el control del Estado en amplias zonas del territorio nacional y mantenía sometidos a sus dictados a decenas de miles de ciudadanos.

Finalmente, esta cadena de ataques terroristas también revela hasta qué punto el Estado ha penetrado zonas donde antes las Farc mantenían un claro predominio estratégico. Resulta significativo que buena parte de las acciones armadas hayan tenido como blanco unidades de policía. Como garante de la seguridad local, la presencia de esta institución es una señal de que el Estado está ganando un creciente control en los antiguos baluartes de la guerrilla e instalándose entre una población que antes permanecía sin protección.

En otras palabras, el Gobierno está proyectándose sobre un territorio que antes era dominio exclusivo de los violentos. Estas circunstancias explican por qué los policías se han convertido en las primeras víctimas de la arremetida. Buena parte del remedio para este desafío descansa en un mejor reparto de funciones y una más estrecha colaboración entre Fuerzas Militares y Policía Nacional. Eso, y un cerrado apoyo de políticos y ciudadanos a la lucha contra el terror.

Fuente: El Tiempo (Colombia)

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