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viernes, 1 de octubre de 2010

MAL NECESARIO



Lillian Calm y la designación de Michelle Bachelet como vicepresidenta de la ONU, en la nueva entidad para la Igualdad de Género y Empoderamiento de la Mujer (UN WOMEN).

Si de algo soy escéptica es de los organismos internacionales. Quizás porque durante años estuve reporteando temas vinculados a la Cancillería y a la diplomacia. Pero, paradoja, quizás por ello mismo creo que son un mal necesario y que si no existieran habría que crearlos.

Por todo esto no sentí ningún rintintín de emoción al ver a través de la televisión al Presidente Sebastián Piñera discursear desde el podio de Naciones Unidas, ni menos aún cuando supe que Michelle Bachelet había sido elegida, con sede en Nueva York, para hacerse cargo de la agencia especializada para la mujer de las Naciones Unidas (ONU Mujer, parece que se llamará), que reunirá a todos los entes que se preocupen del tema en el mundo. Lo primero que se me vino a la cabeza es que si realmente nos preocupamos del asunto del género habrá que crear, asimismo, una ONU Hombre para equiparar, porque de hecho no existe. Y no es una ironía.

Si bien las mujeres, los niños y los ancianos se han puesto, sin lugar a dudas, muchísimo más de moda que los hombres, ello no significan que no los haya paupérrimos, abusados, oprimidos y mucho.

Por otra parte suelo preguntarme qué sucedería si los pasajes, los viáticos, los altísimos sueldos y jubilaciones, las comidas, la burocracia, en una palabra la parafernalia que rodea a todos estos organismos internacionales y a estas ONGs, se invirtiera en paliar verdaderamente la hambruna y la pobreza que existen en el mundo. A lo mejor nos llevaríamos una buena sorpresa.

Me marcó lo que escribe el Papa Benedicto XVI en el número 47 de su última encíclica, “Caritas in veritate”, donde les hace una pasada más que necesaria a estos organismos. Dice textualmente (y aunque la cita es larga, vale la pena leerla entera):

“La cooperación internacional necesita personas que participen en el proceso del desarrollo económico y humano, mediante la solidaridad de la presencia, el acompañamiento, la formación y el respeto. Desde este punto de vista, los propios organismos internacionales deberían preguntarse sobre la eficacia real de sus aparatos burocráticos y administrativos, frecuentemente demasiado costosos. A veces, el destinatario de las ayudas resulta útil para quien lo ayuda y, así, los pobres sirven para mantener costosos organismos burocráticos, que destinan a la propia conservación un porcentaje demasiado elevado de esos recursos que deberían ser destinados al desarrollo. A este respecto, cabría desear que los organismos internacionales y las organizaciones no gubernamentales se esforzaran por una transparencia total, informando a los donantes y a la opinión pública sobre la proporción de los fondos recibidos que se destina a programas de cooperación, sobre el verdadero contenido de dichos programas y, en fin, sobre la distribución de los gastos de la institución misma”.

La realidad es que los suculentos presupuestos con que cuentan estos organismos (y que no son sino la suma de los aportes de los países miembros, Chile incluido) no siempre llegan a sus potenciales beneficiados. Como que se van perdiendo en el camino. Son gajes del imperfecto multilateralismo, que se ha ido viciando como se grafica en su expresión máxima: la caricaturización de sabrosas comidas en que los comensales, hartos de manjares, debaten cómo solucionar el hambre en el mundo. Es una exageración, claro está, pero no por eso menos válida.

Por ello tal vez no debe ponerse una lápida a un ente como la ONU Mujer, que por lo menos evitará la multiplicación de otras organizaciones similares al reunirlas en una sola. Además, es destacable que para liderar el tema de la mujer se haya convocado a una médico, porque aunque hay médicos y médicos, Michelle Bachelet se ha declarado contraria al aborto, tema que ha sido catapultado en entidades de la propia Naciones Unidas, como la IV Conferencia de la Mujer que se realizó en Pekín en 1995 y que, con una terminología ambigua, deslizó su aprobación “social”. Lindo eufemismo para un homicidio.

Bachelet como Presidenta de Chile, en cambio, ratificó ante el propio Papa, en una visita a la Santa Sede, su postura contraria al aborto, incluso terapéutico. Al menos así confidenciaron a la prensa altas autoridades eclesiásticas. No todos los socialistas piensan como ella, pero hay que hacer una salvedad: Bachelet es una socialista que, como médico, hizo suyo el Juramento Hipocrático.

Si obviamos, al menos en estas líneas y por esta vez el tema de la píldora del día después, esa postura explicitada en el Vaticano no es el único antecedente que favorece su designación. Pienso que le puede hacer mella, y mucha, el ejemplo que honra a otro médico socialista y, también, ex mandatario: el uruguayo Tabaré Vázquez.

Nacido en un barrio popular, socialista de tomo y lomo, miembro de un PS de raigambre marxista, este oncólogo y radioterapeuta (sus padres y un hermano murieron de cáncer) mantuvo la rara independencia de no seguir como cordero a otros integrantes de su colectividad. Así, desde fines de los ochenta, en contra de la decisión del Frente Amplio de su país, se opuso a la legalización del aborto por “razones filosóficas, biológicas y humanas”.

Izquierdista de esos que cada dos por tres recurre a la palabra “golpista”, tuvo la decencia de vetar la despenalización del aborto. Tal cual: rechazó el proyecto de la llamada Ley de Salud Sexual y Reproductiva, aprobado por el Parlamento, que permitía la interrupción del embarazo durante las primeras doce semanas de gestación, ello por circunstancias “de penuria económica, sociales, familiares o etáreas” (sic).

Poco después de asumir la Presidencia de la República Oriental del Uruguay, en 2005, señaló que no estaba de acuerdo con el aborto por razones éticas y científicas. Una legislación de 1938 ya admitía en ese país el cese del embarazo por violación o riesgo de vida de la madre (¡el mal llamado aborto terapéutico, como si existiese en nuestros días!), y ahora se quería abrir del todo la compuerta.

Pero de por medio estaba el Juramento Hipocrático, el mismo que hizo Bachelet y que suscriben los médicos al iniciar su ejercicio profesional. Aunque tiene diferentes fórmulas y traducciones, citaré parte de ellas: “Juro por Apolo, médico, por Esculapio, Higías y Panacea y pongo por testigos a todos los dioses y diosas, de que he de observar el siguiente juramento, que me obligo a cumplir (…) poniendo en tal empeño todas mis fuerzas y mi inteligencia (…): tendré absoluto respeto por la vida humana, desde su concepción…”. Y a mayor abundamiento, “me abstendré de aplicar a las mujeres pesarios abortivos”.

Tabaré, nos dicen fuentes uruguayas, es coherente y respetuoso de ese Juramento Hipocrático. Y él también ha ido aprendiendo con la vida. Me contaban —puede ser que este hecho no sea rigurosamente exacto en sus detalles, pero sí fue su motivación— que él explicó en una oportunidad que como oncólogo le recomendó a una enferma que abortara… por los siempre manidos motivos terapéuticos. La paciente no regresó. Tiempo después una mujer lo detuvo en el pasillo de un hospital. Llevaba a un niño pequeño de la mano y le dijo: “Doctor, usted me aconsejó hace dos años que abortara… Este es el niño que de hacerle caso no hubiera nacido”.

Esa experiencia le habría hecho reconocer que se había equivocado y fue decisiva en hacerlo cambiar de opinión respecto al aborto. Es decir, para él claramente ésta no es una cuestión política, sino ética que trasciende las opiniones y los partidos. Y también, podemos agregar, los organismos internacionales.■■■■■

Lillian Calm
Temas.cl

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