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sábado, 20 de noviembre de 2010

EDITORIAL : LUZ DE ALERTA PARA CHILE EN HAITÍ


Luz de alerta para Chile en Haití

El Mercurio


Se ha producido un hecho que se temía: la acción de las fuerzas chilenas en esa isla ha derivado en la muerte de un haitiano. Una turba de más de 200 manifestantes intentó apoderarse del helipuerto custodiado por fuerzas chilenas en Cabo Haitiano. La multitud finalmente fue repelida por la policía, pero en el episodio resultó lesionado un soldado chileno y perdió la vida un ciudadano haitiano. En este desenlace no cabe ninguna responsabilidad a los cuatro militares chilenos —que sólo cumplieron con su deber de proteger instalaciones de la ONU frente al ataque—, pero obliga a no seguir eludiendo el tema de fondo: el regreso de ese contingente militar al país.

Falta un plan para ese retiro. Reiteradamente se han advertido los riesgos de que la misión se eternizara y se transformara en fuerzas de ocupación, pero han transcurrido más de seis años, y el despliegue de miles de soldados extranjeros y de varios centenares de chilenos aún no tiene fecha de término. Recientes acontecimientos de violencia y el cólera han reactivado esta inquietud. También se ha informado de manifestaciones masivas de rechazo a la presencia militar extranjera. Más importantes son los cuestionamientos a la prolongada estrategia de la ONU para estabilizar Haití, y el escepticismo sobre la utilidad y distorsión de una misión de militares, entrenados para otros propósitos, y no para labores de vigilancia y prevención, propias de la policía. En fin, están las consideraciones sobre los altísimos costos de este despliegue y la alternativa de una asignación de los recursos a destinos más útiles para la reconstrucción de la isla, agravada por un terremoto y epidemias.

En el envío de tropas a Haití coincidieron las políticas de defensa y exterior. Originalmente se trató de una emergencia para evitar enfrentamientos con la eventualidad de miles de víctimas. Además, nuestra intervención era coherente con la solicitud del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que entonces integrábamos, y también convergente con nuestra responsabilidad en la paz hemisférica.

La decisión original probó ser correcta para los fines previstos, destacando el excelente y abnegado desempeño del contingente chileno. Sin embargo, la situación, los costos y los riesgos han cambiado, y no hay fracciones armadas en pugna que requieran de la intervención de militares. De allí la necesidad de prontas decisiones para evitar que esta misión se siga eternizando, o que, por falta de apoyo internacional o por la evolución de la situación haitiana, se traduzca en un fracaso.

No se trata de poner término abrupto y unilateral a la asistencia —“abandonar a Haití”, como se ha tratado de acusar interesadamente—. La diplomacia tendrá que buscar un acuerdo rápido con los demás países latinoamericanos que participan en la misión militar para reducirla significativamente, terminarla y mejorar la ayuda con otra estrategia y medios. Y hay que asumir que no se ha podido probar ningún beneficio militar para nuestro despliegue allí. Nuestro contingente es desproporcionado para nuestra realidad como país y cumple exclusivamente tareas de naturaleza policial. Esto último significa restar a esa tropa del plan de entrenamiento, mientras Chile ha reducido en los últimos años el número global de sus FF.AA. Lo que corresponde es reforzar la asesoría que presta la Escuela de Carabineros a Haití, además de los apoyos de orden social que puede dar nuestro país en los campos de salud y educación, entre otros.


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