
Gonzalo Rojas
Miércoles 05 de Enero de 2011
Miles de personas están muy felices desde que han salido los resultados de la PSU.
Numerosos jóvenes han encontrado sus nombres asociados a muchos centenares de puntos, sus padres los han felicitado y las principales universidades cuentan ya con sus matrículas.
Todos contentos: alumnos, padres, directivos. Y los profesores universitarios, ¿también? Por cierto, felices, pero no ingenuamente esperanzados.
Porque esta generación que llegará a los claustros en marzo próximo, se parecerá mucho a las anteriores y entrará a las salas de clases, laboratorios y talleres con las mismas carencias de las cohortes inmediatamente anteriores.
¿Cuáles?
Algunas deficiencias varían entre las distintas vocaciones humanistas, científicas o artísticas -manejo del lenguaje, capacidad de abstracción, sensibilidad ante la belleza-, pero hay una carencia común, generalizada, que se instala como niebla mortal en grupos casi completos de alumnos: la falta de pasión intelectual.
En sus primeras semanas universitarias, los jóvenes están vitales, chispeantes, preguntones, llenos de objeciones, manejan el "yo aprendí que" en oposición a sus profesores, discuten las materias a la salida de clase y... de repente, al poco tiempo (meses, generalmente), ¡biiiiiiiiiip!: hay síntomas claros de encefalograma plano.
¿Qué pasa con estos notables individuos cuyas capacidades serían reconocidas por cualquiera que fuese el método de admisión, pero que a los pocos meses parecen zombis subiendo por una correa transportadora?
Sencillo. Se encontraron -se encontrará también la generación 2011- con unos estímulos de excelencia que ciertamente los despiertan: profesores, infraestructura, compañeros... Y reaccionarán felices y vitales, como el niño ante sus primeros juguetes. Pero esa respuesta vital durará en la mayoría de ellos muy poco, justamente porque no hay, para atrás, un trabajo sostenido que les haya desarrollado pacientemente una auténtica pasión intelectual.
Porque los han bombardeado insistiéndoles en su autonomía intelectual frente a la verdad, es muy difícil que puedan abrirse humildemente a las fuentes superiores del conocimiento humano; porque los han privado de lectura, conversación y análisis cultural en las familias, es casi imposible que puedan sostener por cinco o más años su apertura al diálogo; porque los han emancipado antes de los 18 años, les cuesta mucho manejar sus tiempos entre estudio y diversión: por eso, tantos enrollan más hilo en el carrete que en las neuronas; porque les han ridiculizado unas muy determinadas posturas, las oyen con espanto, las rechazan con virulencia y dejan de pensar; porque les han exagerado la búsqueda del éxito (dinero y poder), los han alejado del gozo auténtico del saber.
A todo lo anterior, se agrega que algunos se topan con un contingente conformado por profesores universitarios que son auténticos matapasiones.Y, en ciertas facultades, no son pocos.
Lo magnífico es que hay un grupete de alumnos que logra superar todo eso y desarrollan una auténtica pasión intelectual. Son pocos, son imprevisibles (porque a veces no son los más destacados en la PSU), son los que enganchan vitalmente con el conocimiento y de ahí comienzan a escalar a la sabiduría. Pasan los semestres, crecen, se asombran, piden más, se chiflan.
Por ellos, para que sean cada día más y mejores, para que unos pocos se queden después de por vida dentro de la misma universidad... por ellos es que vale la pena esperar apasionadamente el mes de marzo próximo y hoy alegrarse también por sus excelentes resultados.
Bienvenidos todos al mundo de la pasión intelectual.
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