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jueves, 2 de junio de 2011

EL PAIS DEL VERTIGO




Autor escritor Roberto Ampuero.


RECORDAR QUE EL ESCRITOR ROBERTO AMPUERO EN SU JUVENTUD FUE DEL PARTIDO COMUNISTA, VIVIO EXILIADO EN CUBA Y REPUBLICA DEMOCRATICA ALEMANA DE ERICK HOENECKER ( asilado en Chile por intervenciòn de la izquierda nacional, fallecio en el paìs, su señora aùn vive tranquilamente en La Reina ).
AMPUERO escribio el libro "Nuestros años verde olivo", donde describe su vivencia en Cuba y otros paises. Aparecio junto a La Segundal la semana pasada.



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Roberto Ampuero

Roberto Ampuero
Jueves 02 de Junio de 2011
El país del vértigo


Cuando en esta visita a Chile bajé del avión para sumergirme en la mortífera nube que flota sobre Santiago, no me encontré sólo con el antiguo país jaguar, que ahora crece a siete por ciento, sino también con el país del vértigo. No sólo el Presidente tiene una agenda sin descanso. También Chile, ad portas de convertirse en nación desarrollada, exhibe una agenda que comprende efervescencia social, sueños, demandas y debates propios de una etapa radical de transición. Éste es un país en ebullición, henchido de energía y vitalidad. De todo esto puede emerger un Chile nuevo, más moderno, justo y próspero, pero también -he allí el riesgo- uno que se descarrile y repita errores del pasado.
Fieles a nuestra historia telúrica, todo se mueve para la ciudadanía. Pocas cosas parecen perdurables y no cuestionables: emergen movimientos alentados por antiguas demandas y redes sociales, la Iglesia Católica atraviesa una crisis, algunos ven amenazado su matrimonio por un acuerdo de vida en común o la posibilidad del matrimonio homosexual.
Pero esto no es todo: países vecinos exigen parte de nuestro territorio, se investiga acá la muerte de dos ex presidentes de la República y un Nobel, y mostramos prosperidad, pero también mucha inequidad. Además, afuera nos admiran, pero muchos no nos quieren, hay diferencias sobre la matriz energética y el voto de chilenos en el extranjero, mientras aumentan tanto la impaciencia frente a demandas acumuladas por decenios como el escepticismo ante los políticos.
No sólo esto. El poder de convocatoria de las redes sociales corroe la influencia de los partidos políticos. No hay duda: pocas veces tantos temas e instituciones se han visto cuestionados en nuestra historia reciente.
En esta situación, fluida y enrarecida, aumentan quienes sueñan con sacar la política de sus cauces tradicionales para llevarla a la calle y las manifestaciones populares, donde la gran mayoría silenciosa carece de voz. Hay que tener cuidado al abrir esta caja de Pandora, porque si bien 100 mil manifestantes pacíficos en la calle merecen todo el respeto, no representan a los 17 millones que permanecen en casa. Hay que proteger los procedimientos mediante los cuales se adoptan decisiones en una democracia. Las interrupciones a la cuenta presidencial del 21 de mayo, puestas en escena por opositores, constituyen una pésima señal para el país y expresan una suerte de bullying parlamentario que no debe hacer escuela. Si el Congreso imparte esta lección pública de cómo debatir, vamos por mal camino. El desastre de los años 70 se inició en gran medida por el descrédito en que cayeron las instituciones y la incapacidad de los políticos para dialogar y llegar a acuerdos. Con ingenuidad se tiende a pensar que los países aprenden de sus errores. La historia muestra que eso no siempre es cierto.
Sospecho que enfrentamos una crisis identitaria de crecimiento. En 40 años se ha logrado mucho. Estamos cerca de convertirnos en país desarrollado. Pero esto no es sólo un asunto de estadísticas, sino también de valores, de marcos de tolerancia, de aceptación de la diversidad, de opciones sociales más inclusivas, de formas respetuosas de convivencia. En medio de la efervescencia debemos preguntarnos cuál es el sustrato que nos une, cuáles son los valores, el "relato" y el proyecto que permiten dar sentido a esto de habitar la comunidad imaginada que es Chile. Allí están las instituciones que nos hemos dado y que nos han conducido hasta hoy y nos han hecho respetables afuera. Hay que cuidarlas y perfeccionarlas, y no desprestigiarlas o tirarlas por la borda. Fui testigo y partícipe de uno de los peores quiebres de la convivencia nacional, y por ello miro con inquietud la pérdida de las formas y estilos democráticos. Los países no siempre aprenden de su historia.


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