jueves, 27 de octubre de 2011

PELIGROSO PARALELISMO HISTORICO


Patricio Quilhot Palma
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La sorprendente crisis en la que nos estamos metiendo los chilenos parece conducirnos hacia un camino sin salida. Tozudez y soberbia, sumadas a la ideologización de un sector y a la titubeante conducción del otro, despiertan el interés por investigar situaciones similares en el pasado. A primera vista, la repetición de añejos slogans de los tiempos de la Unidad Popular de Allende nos lleva a pensar que enfrentamos una reedición de aquellos nefastos intentos de implantar la revolución socialista. Se suma a ello, la similitud de los objetivos planteados por los nuevos “revolucionarios” con los de los seguidores de Chávez, Evo Morales y Correa, con asamblea constituyente y todo. Una visión más profunda, sin embargo, nos lleva a mirar hacia la peor crisis de la historia chilena, ocurrida en el año 1891 y que culminó con el enfrentamiento fratricida de los mismos que apenas ocho años antes habían combatido codo a codo, hasta vencer a los enemigos del norte.
La similitud se da, en primer lugar, en la actuación de las clases dirigentes: los aristócratas en aquellos tiempos y los políticos de hoy en día. Fueron los primeros quienes ─al igual que los del presente─ mostraron que la ambición por el poder no tiene límites y que la sociedad en su conjunto no siempre alcanza a reaccionar a tiempo para impedir la destrucción de las bases institucionales de la nación. Así ocurrió a fines del Siglo XIX, estuvo a punto de suceder en 1973 y así puede llegar a ocurrir en estos tiempos de rabia, frustración y violencia que parecen tender a exacerbarse a la luz de los desencuentros que observamos a diario.
En aquellos años de Balmaceda, Chile enfrentaba un período de bonanza económica y de paz, después de haber librado con éxito una cruenta guerra externa. Al igual que entonces, la situación económica nacional muestra hoy resultados impecables, con un incremento notable en el ingreso per cápita, un bajo desempleo y una inflación controlada, permitiendo con ello que los chilenos tengan cada vez mayor acceso a toda clase de bienes y servicios, lo que los empina claramente por sobre el clásico subdesarrollo latinoamericano. Luego, tal como ayer, la crisis interna no se origina en lo económico, si no en otros factores que ─al hacerse evidentes─ fracturan el equilibrio de fuerzas y deterioran los roles de los poderes del estado, sembrando una angustiante incertidumbre en gran parte de la población, específicamente en aquella de mayor cultura cívica.
Ayer, la gota que rebalsó el vaso fue el rechazo por el Congreso a la ley de presupuesto presentada por el Presidente Balmaceda y hoy ésta pareciera corresponder al desencuentro producido entre un sector de dirigentes estudiantiles y el gobierno, hecho aprovechado por una oposición política que lucha desesperadamente por recuperar el protagonismo perdido. Sin embargo, la raíz del problema sugiere un origen mucho más profundo que la manifestación violenta de un grupo de estudiantes. En ambos casos, la verdadera causa de la crisis puede ser situada ─por una parte─ en la irrefrenable ambición de poder desatada en la oposición, una vez que comenzó a salir del estado de shock en que quedó después de la derrota electoral y cuando se hizo evidente la indefinición ideológica de los nuevos gobernantes.
La otra causa de la crisis presente, pareciera asemejarse más aún a aquella que terminó en la cruenta guerra civil de 1891, relacionándose con la peculiar personalidad de ambos presidentes y su forma de ejercer y entender el poder. Dice la historia que Balmaceda tuvo las mejores intenciones para gobernar, pero que su soberbia era tal que “le crió la fama de desleal, manipulador y mentiroso”, asumiendo un “progresivo ensimismamiento” que tuvo repercusiones en la conducción política. Dice también el historiador que Balmaceda “no quiso que nadie, ni aún sus amigos probados y dependientes, interfirieran en su directo manejo de la política ejecutiva”1. Hoy vemos cómo el mandatario en ejercicio ha hecho múltiples demostraciones de ejercer un estilo personalista y prescindente de sus colaboradores, adoptando decisiones inopinadas y/o claramente
1 Gonzalo Vial, Chile Cinco Siglos de Historia, Editorial Zig-Zag, 2009.
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descoordinadas con sus ministros sectoriales, las que han producido poco gratas consecuencias para él y para el gobierno en general.
En tal sentido, la prestigiosa publicación británica Financial Times señaló hace poco que nuestro presidente “dirige al país más como una corporación que como un estado”2, lo que en lenguaje nacional coloquial querría decir que actúa como “patrón de fundo”, donde se hace lo que él quiere, cuándo quiere y cómo quiere. Lo paradójico es que el estilo de liderazgo del conductor de una gran empresa no guarda la menor relación con el tipo de liderazgo que se debe ejercer en el mundo político, requiriendo éste de una capacidad de persuasión de la que se puede prescindir fácilmente en una sociedad anónima, donde se tiene el control total a través de la propiedad del capital.
Mientras la oposición se esmera en bloquear sin miramientos toda iniciativa del gobierno y se para con descaro ante a la sociedad chilena, sin demostrar la menor vergüenza por los escándalos de corrupción y por la falta de solución a la cantidad de problemas que se arrastran desde su largo período en el poder, la alianza oficialista es torpedeada desde dentro por sectores contaminados con el “progresismo”, como se han dado en llamar los neo-marxistas y sus socios pseudo-cristianos y por las graves indefiniciones ideológicas del primer mandatario. Como si esto fuera poco, emulando el presidencialismo autoritario de la época balmacedista, se conoce de eventuales intervenciones del más alto nivel del gobierno para derrocar a la directiva de uno de los partidos que forman parte de su entorno político y que ─al igual que sus socios en el conglomerado oficialista─ se quejan de no ser tomados en cuenta en la vorágine decisoria del ejecutivo. Dichos socios ─por su parte─ toman una distancia cada vez mayor de La Moneda, como presintiendo que al involucrarse con el estilo de gestión impuesto por el presidente y con su falta de apoyo en las encuestas solo conseguirán alejar la posibilidad de una nueva victoria en las urnas.
Con Balmaceda llegó a su fin un largo período de “presidencialismo” duro y casi absolutista, imponiéndose en su reemplazo un tipo de parlamentarismo que duraría hasta el año 1925, con la promulgación de la nueva Constitución Política. En tiempos en que se habla y exige una “asamblea constituyente”, todo indica que existe el riesgo de que se agote finalmente el modelo de gobierno presidencialista que nos dejó la Constitución del 80, exponiéndonos a dejar el país en manos de una suerte de parlamentarismo o cogobierno ejercido por una clase política absolutamente desprestigiada por su ineficiencia y falta de credibilidad, la que ve seguramente con muy buenos ojos la posibilidad de perpetuar el poder de los partidos actuales, en desmedro de las reales necesidades de la gente. Una cosa es el parlamentarismo probado en Europa y otros países desarrollados y otra muy distinta, aquel que podría llegar a implantarse en Chile, con la clase de partidos políticos con que contamos.
Es evidente que estamos en plena escalada de una crisis política, generada por diversas causas y que demuestra que el modelo actual no está dando satisfacción a lo que una sociedad materialista y exigente espera de quienes la dirigen. Talvez ha llegado la hora de que los eruditos en la ciencia política se pongan a trabajar y sugieran una nueva forma de gobierno que sea capaz de mejorar lo que tenemos y de orientar a una población mayoritariamente ignorante en estos temas, lo que la deja indefensa ante la acción de grupos de presión dirigidos por falsos líderes, tal como ya se ve en la masa estudiantil. Balmaceda terminó muy mal. Ojalá Piñera no siga sus pasos y los políticos sean capaces de parar a tiempo la bola de nieve que han echado a correr.

2 Financial Times, 21.sep.2011

12 de Octubre de 2011
Patricio Quilhot Palma


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