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domingo, 22 de abril de 2012

LOS SICARIOS DE FIDEL


Los sicarios de Fidel
abril 22, 2012
By Brian Latell




Ésta es la primera de una serie de tres entregas que presentará El Nuevo Herald con fragmentos del libro “Castro’s Secrets: The CIA and Cuba’s Intelligence Machine” (Los secrestos de Castro: la CIA y la máquina de inteligencia de Cuba).

Los atentados siempre han sido la especialidad personal de Fidel. Ninguno ha sido llevado a cabo sin que él lo haya autorizado y ayudado a planear. Los medios para realizarlos, la más siniestra de las capacidades secretas cubanas, fueron siempre descentralizados y rígidamente compartimentados. No eran escrúpulos los que preocupaban a Fidel sino la necesidad de poderlos negar con hermética efectividad.

Para ejecutarlos, los cubanos usaban extranjeros ilegales controlados por su Departamento General de Inteligencia (DGI), sustitutos de otras nacionalidades. Estos llevaron a cabo algunas de las más sensitivas misiones en el extranjero, especialmente contra objetivos de alta visibilidad y bien protegidos. Podían contar con escuadrones de la muerte procedentes de grupos terroristas y revolucionarios endeudados con Cuba, aumentando por grados de separación la capacidad de negar la participación cubana. Investigados cuidadosamente, los asesinos extranjeros eran entrenados en bases secretas cubanas, aprendiendo a matar en el estilo pandillero, en operaciones elaboradamente orquestadas, ataques comandos y envenenamientos subrepticios.

En las operaciones más sensitivas, cuando se deseaba una capacidad de negación aún mayor, Fidel sí dependía de cubanos cuidadosamente investigados. En los años setenta y ochenta, según Florentino Aspillaga, un escuadrón supersecreto formado por cuatro asesinos reportaba directamente a Castro. En nuestras reuniones, Aspillaga describió a dos de los asesinos secretos de Fidel. A uno que conoció en los años ochenta lo llamaban El Chiquitico. A otro lo conocía sólo como El Chamaco. En una de nuestras entrevistas grabadas, Aspillaga dijo de Fidel: “Cuando él escoge a alguien, asume su personalidad y te domina… te controla mentalmente. Eso fue lo que hizo con esos cuatro asesinos”. Aspillaga creía que les habían lavado el cerebro y que habían sido moldeados y convertidos en ciegamente fieles máquinas de matar.

Le pedí ejemplos de su maestría.

Fidel, dijo, “mandó matar a generales en Bolivia que participaron en la muerte del Che”. Analistas de la CIA habían llegado a esa conclusión años antes de que Aspillaga desertara. Cuatro bolivianos -dos generales, un capitán del ejército y un campesino- que habían contribuido materialmente a la muerte del teniente de Castro, Che Guevara, fueron asesinados, según toda apariencia, por escuadrones de la muerte. Otro general, René Barrientos, el popular presidente de Bolivia cuando el Che fue capturado, murió un año y medio después en un accidente de helicóptero que nunca fue explicado.

Al final de los años sesenta, nosotros, los analistas de mesa de la CIA, nada sabíamos acerca del equipo personal de asesinos de Castro y, francamente, muy poco acerca de esa compulsión suya hacia la venganza mortal. Sin embargo, el número y patrón de las muertes de los bolivianos, la obvia motivación de Fidel, y el profesionalismo de las ejecuciones sugerían una participación oficial cubana. No era este el tipo de muertes misteriosas que podían haber sido explicadas como infartos cardíacos, suicidios o accidentes. No nos cabía duda de que los bolivianos habían sido asesinados con la siniestra intención de vengar al Che.

Brian Latell
El Nuevo Herald


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