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miércoles, 26 de agosto de 2009

EL DEMONIO " MERIDIANO" SEGUNDA PARTE


EL DEMONIO “MERIDIANO”

(Segunda parte)


Escribí en mi artículo del anterior lunes que, en la actualidad, cuando se habla de demonio meridiano, casi siempre se está refiriendo a un cambio radical y negativo en la conducta de una persona que suele estar en la mitad de su vida.
Lo terrible de este cambio, verdadera y terrible enfermedad del espíritu, es que ocurre en personas que han llevado una vida normal, muchas veces ejemplar, y que ahora reniegan de su vida anterior, rompen sus lazos familiares –a veces también los laborales- y, con una especie de “vuelta en U” del alma, huyen hacia un espejismo de felicidad, destructora de su vida y tremendamente dolorosa para los que hasta ese momento eran sus seres queridos.


¿Cuál es la causa de esta tragedia? No puede darse una respuesta única, redonda, monolítica, que abarque a todos los atacados de ese mal, porque toda persona es un mundo y no hay dos personas iguales, ni siquiera entre los gemelos monocigóticos. Pero si dibujamos un cuadro general, enseguida surgen diferencias, tanto en motivos como en consecuencias, si la persona atacada por ese demonio es hombre o es mujer.
Cuando el “enfermo” es varón, la causa predominante suele ser el no querer aceptar que, biológicamente, la cumbre quedó atrás y ahora, aunque sea todavía con síntomas muy leves, se comienza a envejecer. La cumbre profesional importa menos, pues a veces es posible permanecer en ella o dar el salto más arriba. Véase, por ejemplo, que en la ciencia, en la economía o en la política, llegar a lo más alto puede darse pasados los cincuenta o los sesenta años. Lo que no aceptan estos “endemoniados” es el declive biológico, peor si se acentúa en lo sexual.
El motor que impulsa a este demonio es la soberbia, la rebeldía de no querer aceptar esa evolución paulatina que se está dando en su cuerpo. No se tiene la sensatez de aceptar la realidad, no se sabe buscar lo mejor que cada edad puede darnos en esta vida. Cuando el mal se está insinuando, aparecen los cambios en la manera de vestir, más juvenil o informal, en el modo de llevar el cabello, en duros ejercicios físicos para mejorar la figura, etc. Hay un fuerte esfuerzo psicológico para autoconvencerse de que todavía se es joven…y como eso no convence del todo, se busca la imposible primavera… “enamorándose” (¿?) de una jovencita. Sin darse cuenta que las jovencitas que se lían con hombres maduros, lo que en realidad les enamora de ellos es su cuenta corriente en el Banco y sus tarjetas de crédito.
Si el varón atacado por este terremoto del alma no es un triunfador, sino alguien que no tuvo grandes éxitos en su vida, suele escaparse “con las mas bellas, con las que nunca engañan…¡con las botellas! El alcoholismo es su principal refugio, aunque esté entreverado, mas o menos, con superficiales enredos femeninos.
El demonio meridiano femenino suele darse principalmente en las que han sido sumisas, dedicando gran parte o todo su tiempo y su trabajo al hogar, el marido, los hijos, pero que no han sabido ver el profundo valor que encierra ese trabajo, esa dedicación, esos sacrificios. Pesa más en ellas, la rutina de las labores domésticas, iguales o casi iguales, un día tras otro día. Abruma el cansancio, surge el aburrimiento. Se apaga el amor. Comienzan a soñar con una autorrealización en una profesión que no tuvieron o que ejercieron con limitaciones… Es el sueño de la libertad sin obligaciones, sin cortapisas. ¡Hay que viajar, ver mundo, gozar… “No he vivido, he sido una esclava –se dicen-…¡fueran las cadenas!” Comienzan las salidas, sin que el marido y los hijos se expliquen a donde va, que es lo que hace… y por fin, de pronto, ¡se largan de la casa, sin decir nada, para nunca más volver!
El hombre atacado por el demonio meridiano, a veces vuelve, traicionado, humillado y envejecido, buscando el perdón y el refugio de la mujer y los hijos que dejó abandonados. Y la esposa suele perdonar. No tanto los hijos.
La mujer que abandona su hogar, su marido y sus hijos, no suele volver y deja con su fuga una tragedia familiar más fuerte, porque la naturaleza femenina está hecha para ser la reina, el centro y la viga maestra de todo hogar. Si el hombre falta -¡es tan frecuente en nuestro medio!- el hogar subsiste, la mamá se centra más en los hijos y los hijos en ella. Si es ella la que falta, el daño suele ser irreparable y las locuras de una mujer poseída por el demonio meridiano suelen ser peores que la de los hombres.

Luis Fernández Cuervo luchofcuervo@gmail.com




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