
Qué terrible defecto, oye.
Se esperaba más de ellos. Porque son
personas que aspiran a conducir el Estado. Por
eso, cuando supimos que los diversos candidatos
-cual más, cual menos- consideraban como su peor
defecto la impaciencia, no quedó más que musitar:
No tecleoS
No, no te creo que efectivamente lo sea,
o peor aún, no te creo que tú te lo creas.
¿La impaciencia? Buena oh. O sea que
vuestro principal defecto sería una especie de
mezcla entre la carencia y la virtudS Porque la
declaración de los presidenciables recayó sobre
su conciencia de ser impacientes respecto de los
grandes ideales que los cuatro dicen promover.
Tan generosos ellos, pero algo impacientillos.
Qué buenas personas y qué terrible que
sean algo apresurados; al menos ya sabemos que no
tienen defectos más graves.
Ya pues, cortemos la tonterita.
Casi cuarenta años atrás, un senador
afirmaba que su peor defecto era no escribir tan
bien como hablaba; y no falta la actriz que
sostiene que lo que más se reprocha a sí misma es
no dejarse un espacio para ella, no quererse lo
suficiente, porque ella piensa todo el día en los
demás.
Ya pues, cortemos la tonterita.
¿Llegará el día en que un político diga
que se sabe soberbio y vanidoso, adulador y
orgulloso, con tendencia a la macuquería y a la
corrupciónS pero que combate con fiereza contra
esas fuertes mareas que invaden su alma?
Cuando alguien lo diga, le creeremos, y
le ayudaremos a mejorar; entonces, como por
inercia, esa persona se constituirá en el
liderazgo sincero y vital que necesitamos.
Gonzalo Rojas Sánchez
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