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lunes, 15 de febrero de 2010

AUTOPISTAS


Adolfo Ibáñez
Lunes 15 de Febrero de 2010
El Mercurio

El país se retrata en la autopista vertebral que une Puerto Montt con La Serena. Fue construida hace 10 años para que nuestra infraestructura se adecuara a la competencia internacional y disminuyera las distancias entre las principales regiones. Hoy se la ve tempranamente decrépita, completamente sobrepasada por el tráfico que la recorre y carente de todas las normas de seguridad que se esperaban de ella para cumplir cabalmente con su cometido. Incluso, en muchas partes ni siquiera supera al camino anterior, el mismo que se buscaba cambiar para bien de la nación. Su estado actual revela la premura y liviandad con que fue concebida y los favoritismos que acompañaron su construcción, para lo cual se creó una enorme y carísima repartición llamada Coordinadora de Concesiones.

Esto no es todo. Luego de amplio y publicitado debate, se instauró el pacto ciudadano por el cual se establecieron los peajes a cambio de una velocidad máxima de 120 km/h, considerada entonces como lo adecuado para que cumpliera con el estatus que se le exigía. Actualmente, transitar por ella es meterse en un laberinto sin fin a causa de la intromisión indebida de numerosos funcionarios públicos anónimos, que la han llenado de restricciones y de indicaciones insólitas, imbéciles y hasta criminales por las distracciones que generan.

Las interferencias han llegado a tal extremo, que a ratos es imposible saber a qué velocidad se debe conducir. La colusión de alcaldes, carabineros, jueces y funcionarios de Obras Públicas ha festinado el pacto ciudadano mencionado con grave detrimento para los usuarios, tanto por las multas que imponen como por el desprecio que manifiestan del derecho que todos tenemos a circular con expedición por ella, ya que para eso fue construida, y pagamos los peajes además de todos los otros impuestos.

Pasa lo mismo con el país, lleno de restricciones. Ellas matan las oportunidades para imprimirle la alta y segura velocidad que podemos lograr. Al revés, debemos contentarnos con un paisucho de tercera, cortado a la medida del ejército de funcionarios pequeños y anónimos, que se han apoderado de nuestro destino para ponernos a tono con su menguada estatura.

El nuevo gobierno debe poner especial atención frente a esta grave anomalía que puede truncar los mejores objetivos. No se requieren grandes leyes ni declaraciones rimbombantes, sino decisión y sagacidad para penetrar en el laberinto de estos funcionarios, de modo de abrir paso al dinamismo de que somos capaces.




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