
Terremoto, maremoto... y otro peor: el tsunami social: la oleada de saqueos masivos, de los asaltos a mano armada, de vandalismo destructivo, gratuito, con que una gran parte de la población, en otra hora “respetable”, ha reaccionado dejando al resto de los chilenos, y al mundo entero, boquiabiertos. ¿No era este país un ejemplo de democracia? ¿No era un país modelo listo para entrar en el Primer Mundo?
Las informaciones internacionales tratan de silenciar, minimizar o desviar la atención sobre la ineficiencia casi absoluta con que el gobierno de Bachelet afrontó el terremoto e ignoró el maremoto. Los chilenos ahora ya van sabiendo la cruda verdad de una Concertación “desconcertada”.
El fallo principal que debió ser evitado fue desestimar un posible maremoto. El Almirante Edmundo González, caballerosamente, excusa a la Presidenta y dice que “hubo titubeo por parte nuestra” aunque la verdad es mas compleja. El terremoto fue a las 03:34 horas del sábado 27. El SHOA (Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada) dio aviso a la ONEMI (Oficina Nacional de Emergencia Interna) de la alarma de tsunami (maremoto) a las 03:55.Tal aviso volvió a ser enviado por el SHOA a la ONEMI a las 04:07 horas.
La ONEMI no hizo nada.
Personas que se encontraban en las localidades afectadas por el tsunami, que pudieron ponerse a salvo, testimonian que el oleaje arrasador ya comenzó a las 03:50 y 04:30 horas (Bahía de Concepción) y, algo antes de las 05:00 horas en Bahía Cumberland (isla Robinson Crusoe, archipiélago de Juan Fernández). Curiosamente nadie a nivel oficial o de medios periodísticos informaron de ello.
Hubo sitios, autoridades locales y personas que, sin esperar ordenes de mayor nivel, hicieron lo adecuado: correr hacia las alturas y así se salvaron.
Después... triste bochorno: Bachelet diciendo por televisión a las seis de la mañana que no había tsunami... ¡y el maremoto ya había ocurrido horas antes!
Pero lo peor, por eso escribo “el otro terremoto”, es lo del vandalismo. Yo viví en Chile desde 1957 hasta tres meses después del golpe de las Fuerzas Armadas (11/9/1973). Viví varios terremotos y supe de otros anteriores a mi estadía. Nunca hubo pillaje. Los gobiernos respectivos inmediatamente ponían la zona en manos del ejército y las ordenes, claras y duras se obedecían. ¿Por qué no ahora? Es el amargo fruto social generado por los 20 años de gobierno de la Concertación (socialistas y demócratas-cristianos). Bien lo analiza un artículo del diario chileno La Tercera (*) escrito –para los suspicaces- por un periodista de izquierda y del que extraigo algunos párrafos:
“El terremoto del sábado ha sido un evento devastador, pero también revelador. Ha sacado a la luz debilidades acumuladas a lo largo de años en el completo edificio de nuestra sociedad, frutos venenosos de políticas -públicas y privadas- y de procesos sociales cuyas semillas se sembraron a partir de 1973, se abonaron en los años sucesivos y se regaron generosamente desde 1990.”
Señala este periodista como esos saqueos no han sido solo de delincuentes y maleantes sino “algo aun peor: protagonistas han sido también y en número abrumador, gente común y corriente, la clase de personas con las cuales usted puede toparse en su oficina o en el bus”. Señala con acierto que eso revela una sociedad enferma, una corrosión del sentido de autoridad y una injusticia hacia las Fuerzas Armadas.
“Por 20 años la Concertación no hizo sino debilitar el concepto mismo de "orden público", expresión que a oídos de su gente suena a cavernaria opresión "del pueblo". Todo acto de autoridad rigurosa se convirtió, en ese período, en tabú. En el colegio se deterioró la autoridad de profesores y directores, quienes quedaron a merced de un alumnado dotado de infinitos derechos; en la calle se acusó una y otra vez a la fuerza pública de "excesos", tanto en tribunales como en la prensa, cada vez que encaró con decisión ataques incluso letales contra sus miembros; en el discurso de muchos se legitimó abierta o tácitamente a los "combatientes" con tal que dijeran representar una causa justa; en la justicia se trató con lenidad a asesinos políticos si acaso su background era "la lucha contra la dictadura"; en fin, siempre hubo razones para justificar la conducta antisocial haciendo de sus hechores víctimas inocentes “del sistema”.
Triste pero revelador. Este no es el Chile que yo viví ni el que yo amo. Una evidencia: la economía no es todo. La pobreza material, desde luego, es un mal. Pero la pobreza moral es un mal muchísimo mayor. Peor cuando se oculta tras una apariencia respetable, confortable, llena de diversiones y placeres, pero por dentro profundamente desgraciada y canallesca.
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(*) http://blog.latercera.com/blog/fvillegas/entry/la_pistola_al_cuello
Luis Fernández Cuervo luchofcuervo@gmail.com
(artículo para publicar el lunes 8 de marzo)
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