
Gonzalo Rojas
Miércoles 17 de Noviembre de 2010
Aprovechó la oportunidad: no se le puede reprochar eso. La culpa no es del chancho. No habló desde una universidad ni desde una fundación. Habló desde y para el Gobierno de Chile, habló para varios de sus ministros y para un selecto grupo de 50 funcionarios y asesores, todos jóvenes estos últimos. Les dijo más de alguna verdad cautivante y con eso los embolinó.
Mientras estuvo con ellos, no parece haberlos animado a promover el aborto -es muy francés él, muy moderado en las formas-, pero sí escogió una tribuna paralela, este mismo diario, para dejar muy en claro su posición sobre el tema: "Soy pro elección; creo en la libertad individual, las mujeres deben ser libres para tomar su propia decisión", afirmó sin vacilar.
Sorman es abortista, punto. Y tuvo tribuna en La Moneda, especialmente invitado, con el objetivo de animar a los asistentes a convencerse de que las nuevas generaciones no podrán llegar a un consenso respecto de cuáles son los valores que debieran ser defendidos. Así se lo dijo a los jóvenes que se inician en el servicio público.
La vida, claramente, no está por encima de su argumentación. La vida, obviamente, no es un bien sobre el que pueda recaer consenso, según Sorman. La vida es de elección de la mujer. Es abortista, y punto.
Que nadie lo defienda argumentando -como suele suceder- que Sorman tenía todo el derecho de hablar de lo que quisiera si lo convidaron a Chile. Si fue invitado, obvio que podía decir lo que se le antojara. El problema es otro: lo que dijo, a quién se lo dijo, quién lo presentó, bajo qué alero lo dijo.
¿Ignoraba el Gobierno sus planteamientos sobre el aborto? Descuido. ¿Los conocía y le pareció que Sorman no iba a tocar temas morales y culturales en su exposición? Ingenuidad.¿Quería el Gobierno demostrar que su verdadera intención es validarse como una administración sin convicciones intransables? Novedad.
Ésas son las coordenadas de la discusión. Y que Sorman haya formulado su tesis dentro de una estrategia ministerial para validar a una "derecha de izquierda", sólo agrava la falta. Porque bien podría haber sido uno de los partidos de la derecha el que libremente lo hubiese invitado, asumiendo así la responsabilidad de los dichos del visitante. ¿Carlos Larraín lo promovería?
Pero, no: ha sido el Gobierno el que le ha dado tribuna, el que ha destinado tiempo de sus funcionarios a oírlo, el que lo ha difundido. Ha sido el Gobierno el que ha tensado una vez más la relación entre los conservadores y los liberales que lo apoyan, asumiendo y promoviendo una de las dos vertientes de manera abierta y frontal.
¿Han considerado los jóvenes funcionarios que el mismo Gobierno que ha sido animado a manifestarse contra las violaciones de los derechos humanos en China, le ha dado tribuna privilegiada -con ribetes de adorable gurú- a un hombre que respalda el mayor genocidio, el más extendido holocausto cometido en la historia de la humanidad: el aborto?
Antes de la elección se nos dijo que casi todo podía transarse con tal de ganar, pero que se dejaba fuera de esas claudicaciones la vida del que está por nacer. Incluso en los aliancistas más liberales incomodaba ese tema. El aborto no, afirmaban. Pero con Sorman el tema ha comenzado a ser validado desde dentro.
También antes de la elección -y, por cierto, por segunda vez, antes de la instalación del Gobierno- se les advirtió a los jóvenes funcionarios: van a tener muchos problemas para trabajar por sus ideales de servicio y de bien común; atentos.
El próximo expositor, ya anunciado, es Mario Vargas Llosa. Por si alguien en el Gobierno todavía no lo sabe, el señor Nobel es un abortista entusiasta.
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