jueves, 26 de noviembre de 2009

Esclavos



P. Raúl Hasbún

Una convivencia humana civilizada y pacífica se sustenta en tres valores: la vida, la verdad y la justicia.

Sin vida no hay derecho. Sin verdad no hay libertad. Sin justicia, cada quien intentará atrapar por la fuerza lo que se le niega por la razón.

Pero algunos consideran que la vida de otros es inútil, y en consecuencia la eliminan y hasta procuran que su eliminación sea legal. Otros argumentan que la verdad es pura subjetividad y relatividad, y en consecuencia sólo aceptan como verdadero lo que cuenta con la mitad más uno de los sufragios emitidos o el índice mayoritario en las encuestas de aprobación.

Corolario de lo anterior, identifican lo justo con lo legal, rechazan toda referencia a una ley o moral escrita en la naturaleza y hacen depender la valoración ética de una simple técnica jurídica de formal apego a la Constitución.

En estos tres modelos el derecho a la vida, a la verdad, a la justicia se quedan sin un punto de referencia objetivo, suprapersonal, vinculante para todos en cualquier tiempo y lugar. Su valoración y tutela dependerá de la voluble, volátil y manipulable mayoría de adhesiones supuestamente acreditadas en una votación, encuesta de opinión o rating de televisión. Lo más visto, lo más comentado, lo más popular y espectacular asumen un poder invasivo de las conciencias y otorgan incentivo y licencia para liderar cambios sociales.

Así. un proyecto de ley que autorice la eliminación de vidas inocentes, o escamotee la verdad sobre la naturaleza bipolar de la sexualidad o vulnere principios básicos de justicia conmutativa, legal y social, legitimando la presión indebida, premiando el incumplimiento irresponsable, gravando el emprendimiento y desalentando el ahorro adquirirá fuerza vinculante sólo porque una mayoría circunstancial lo consintió, no importa bajo qué premisas o con qué grado mínimo de exigible racionalidad.

En tal escenario el líder ya no será el que conduce, sino el que se deja conducir.

¿Por una ideología?

Ni siquiera eso. Por la masa. Un ente sin rostro, sólo números de precaria identificación y acreditación.

El destinado a darle cuerpo y alma a un proyecto de bien común –y para serlo tendría que orientarse en la tutela efectiva de la vida, de la verdad y de la justicia– abandona esas categorías racionales y las sustituye por el filtro único de la popularidad.

Bueno, verdadero y justo será lo que en este momento parece gustar a muchos.

El conductor-conducido dejó de ser libre y eligió ser esclavo. Tolera, con forzada sonrisa, que todo fluya y cada quien haga lo que le parezca. Autocensurado, nada dirá que pueda malquistarlo con sectores gravitantes en su elección o valoración. Regalará, prometerá: actividades remunerativas y captadoras de adhesión. Callará, delegará responsabilidades y “trabajo sucio” en peones intercambiables.

No es líder, no es libre, es esclavo: como todo el que teme estar en la verdad cuando hay sólo dos o tres de su lado.


Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Revista Humanitas, www.humanitas.cl.



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