martes, 13 de julio de 2010

FALTÓ UN MANDELA


FALTÓ UN MANDELA

Acaba de terminar una nueva versión del campeonato mundial de fútbol, esta vez en Sudáfrica, país que se distancia del nuestro no sólo por miles de kilómetros si no que también por la calidad de sus líderes políticos. Sí señor, justo allí donde el mundo moderno recuerda la más terrible segregación racial, donde la discriminación extrema relegó a los negros a una condición de vida casi animal, denigrante y humillante, hoy es posible ver una nación alegre, joven y vital, con todo el futuro por delante. Todo ello, gracias a la calidad moral, la voluntad estratégica y la genial visión de estado de un par de líderes políticos.
Es cierto que fue el Jefe de Gobierno de los blancos dominantes quien entendió que debía revertir una situación insostenible en el tiempo, otorgando a los negros la posibilidad de ejercer derechos ciudadanos básicos, propios de cualquier ser humano. Sin desmerecer la grandeza de aquel viejo representante de la minoría blanca, debemos reconocer que el artífice indiscutido de la unidad sudafricana fue Nelson Mandela, auténtico líder que mostró una capacidad de reconciliación ejemplar, pese a haber sido personalmente objeto de lo más oscuro de la persecución racial y política que lo llevó a afrontar largos años de cárcel.
Fue Mandela capaz de reunir en un todo único a un variado número de tribus, con distintos dialectos y costumbres ancestrales, típicas de la “Primera Ola” de Tofler, consiguiendo integrarlas entre sí y ─como si esto fuera poco─ conectándolas espiritualmente con los mismos que ayer los perseguían y discriminaban: los odiados blancos. Éstos, por su parte, agobiados por un cambio no soñado por sus padres, cedieron ante la capacidad integradora de un líder de verdad, inteligente, sagaz y honesto que supo sustituir el odio por el deseo de crear una patria común para negros y blancos.
Pocas veces se ve en la historia a un hombre de esa calidad moral, donde el deseo de venganza por las humillaciones y violaciones de sus derechos fundamentales en el pasado fue dejado de lado en beneficio de un objetivo superior de unidad nacional. Sin Mandela, es posible que dicha unidad jamás hubiera llegado a Sudáfrica y no se hubiera conseguido conformar una nación de verdad, a partir de grupos étnicos y sociales tan disímiles. Pese al dolor vivido por su gente por las muertes y desapariciones, sumadas a la división cultural profunda existente entre blancos y negros y entre los mismos grupos tribales, Nelson Mandela consiguió dejar atrás la violencia física y verbal, construyendo un país con real futuro, sin detener su camino para escarbar en los hechos que alguna vez lo dividieron ¡y de qué manera!
Comparando la situación con Chile y guardando las inmensas diferencias existentes con la horrenda persecución y discriminación vivida en Sudáfrica, podemos observar que la iniciativa rectificadora provino también de quien detentaba el poder y que estuvo dispuesto a someterse voluntariamente al escrutinio popular, cediendo pacíficamente el control a sus oponentes cuando fue derrotado en un plebiscito. Sin embargo, el advenimiento al poder de los postergados del ayer mostró que éstos distaban mucho de poseer el valor moral y la visión de estado de Mandela, al evidenciar sus debilidades a través de una seguidilla de pseudo-líderes que ─sesgados por el deseo de venganza y carentes de interés por un futuro común para todos los chilenos─ se dedicaron a exacerbar el odio y a mantener la división entre nosotros, obligándonos a sentirnos parte de los “blancos” o de los “negros”.
Para cualquier persona es molesto recordar hechos desagradables que quisieran olvidarse o que no se desea que los hijos tengan que enfrentar algún día. Así es como a algunos nos provoca sentimientos de rechazo indescriptible el recuerdo de los denigrantes 1.000 días de la Unidad Popular de Allende y de la arrogancia de sus revolucionarios. Otros
seguramente, no quisieran recordar la época en que parte de la sociedad chilena les enrostraba haber llevado a Chile al caos y promovía o exigía su persecución y marginación de la vida nacional. Así como algunos no queremos revivir la desgraciada aventura socialista, la lógica indica que los del otro bando tampoco deberían querer que la historia se repita. La realidad, por desgracia, es distinta y nos encontramos ante un sector de la sociedad que no quiere que el pasado se disuelva en el olvido, porfiando en su recuerdo permanente, como si con ello fueran a conseguir borrar los errores que generaron el quiebre de la institucionalidad en Chile.
Observamos así una campaña de desacreditación permanente de lo obrado por unos ocultando el daño causado por los otros. Todo, en medio de una victimización que ya agota la paciencia de los chilenos para transformarse en una cantinela de nunca acabar, mientras la justicia, por su parte, colabora vehementemente con el sector victimizado, soslayando o ─como señala el editorial de El Mercurio del domingo pasado─ “removiendo principios tradicionales del sistema judicial chileno”, tales como “la prescripción y el principio de la legalidad”.
Por desgracia no ha habido desde la entrega del Gobierno Militar un líder político en Chile con el valor y la voluntad de Nelson Mandela. Por eso estamos donde estamos y tal parece que seguiremos estando: en una división entre “blancos” y “negros” que conduce a cualquier parte menos hacia la unidad de una nación, detrás de objetivos comunes. El resto, es solo discurso demagógico, en medio de zancadillas politiqueras que no se veían desde los tiempos en que se quebró la democracia, denunciando que el conflicto no ha muerto.
En este cuadro, quienes detentan el poder se ven agobiados por el peso moral de los “derechos humanos”, letal arma comunicacional que es esgrimida por sus opositores para disuadir cualquier intento de acabar con el circo laboriosamente montado a través de los años. Lo anterior, junto con mostrar la existencia de un complejo político que no tiene razón de ser, demuestra lo difícil que es encontrar el valor para reconocer que la reconciliación no puede ser objeto de plebiscito ni de discusión pública, donde será distorsionada por los mismos intereses que la bloquean en forma natural. Una situación como ésta requiere de una decisión “de estado” que la sustraiga de los devaneos de la Opinión Pública. Si no lo cree, pregúntese que habría ocurrido si Mandela hubiese pedido la opinión a su pueblo sobre la forma de imponer la pacificación y el reencuentro entre los sudafricanos. En igual línea de cuestionamiento, pregúntese para qué sirvió la famosa “mesa de diálogo”, si no fue para afianzar la venganza en contra de uno de los dos sectores. ¿O alguna vez se ha visto surgir de ella un resultado que apunte a la reconciliación o se han reconocido los daños causados por el otro?
Ante la iniciativa del indulto que presentará la Iglesia Católica, esperamos que el Presidente de Chile muestre su condición de estadista y cuente con la voluntad necesaria para adoptar una determinación acorde al bicentenario nacional, aceptando que las grandes decisiones pagarán siempre un costo político para poder ser reconocidas por la historia. Así lo entendió claramente Nelson Mandela.

12 de Julio de 2010

Patricio Quilhot Palma

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