Carlos Alberto Montaner*
Los hondureños están muy interesados
en saber qué ocurrirá en el país
tras las elecciones del 29 de noviembre.
En consecuencia,un grupo muy alerta
de la sociedad civil, casi todos jóvenes
y dinámicos,apoyado por la revista Estrategia
y Negocios, organizó un seminario
internacional el día 12 de este mes para
examinar a fondo este endiablado asunto.
Yo participé en el evento,pero quería,por
mi parte, satisfacer una curiosidad diferente.
Luego la explico.
Al guatemalteco Julio Ligorría, experto
en solucionar la crisis, le pidieron un
análisis de cómo y por qué la percepción
internacional había sido tan negativa con
el gobierno del presidente Roberto Micheletti,
pese a que la salida de Manuel Zelaya
había sido el resultado de la aplicación de la
ley nacional,y qué podía hacerse
para corregir el entuerto.
Al peruano Álvaro Vargas Llosa, autor
de un par de libros fundamentales sobre
cómo abandonar el subdesarrollo, le solicitaron una visión de futuro para que Honduras
deje de ser el tercer país más tercamente pobre
de América Latina, en el que
el73%de la población sobrevive de forma
precaria bajo los límites de la pobreza.
De mí esperaban una predicción sobre
cuál sería la violenta respuesta del castrochavismo
frente al legítimo gobierno que
emerja de las urnas, a la que agregué una
incómoda advertencia final: tal vez es la
última oportunidad con que cuenta el
país de salvar las libertades individuales y
la estructura republicana. Si el pueblo
hondureño no ve en la democracia y el
pluralismo una solución a los intereses de
la mayoría, es probable que en la próxima
oportunidad que se presente se deje embaucar
por los cantos de sirena de algún
demagogo de la cuerda “bolivariana”, encharcado
en petrodólares venezolanos.
Pero, al margen de mi desagradable
trabajo como Casandra, quería averiguar
por qué Estados Unidos había
dado un giro de 180 grados en la crisis hondureña
y, de pedir la restitución inmediata
del ex presidente Zelaya, el 30 de octubre
había pasado a apoyar cualquier decisión
que tomaran el Congreso y la CorteSuprema
de Honduras, lo que inevitablemente
significaba que el destituido mandatario
no volvería a ocupar la casa de gobierno.
Cinco fueron las causas que explican
este cambio radical:
-El Departamento de Estado comprobó
que el respaldo institucional hondureño
a la destitución y arresto de Zelaya era
prácticamente unánime y se mantenía firme,
pese a las sanciones y las cancelaciones de visas.
Los poderes Legislativo y Judicial,
las iglesias, el Ejército y, según las
encuestas, el 80% de la población, preferían
a Zelaya alejado del poder.
- El informe del departamento jurídico
de la Biblioteca del Congreso sobre la
remoción de Zelaya, solicitado por un legislador,
no dejaba lugar a dudas: Zelaya
había sido separado del cargo y sustituido por
Micheletti de acuerdo con la legislación
hondureña. Expulsarlo del país seguramente
fue ilegal (acaso debieron dejarlo
encarcelado), pero exigir su restitución
era tanto como pedirles a los hondureños
que violaran la ley.
- El nuevo gobierno de Honduras, hábilmente,
había trasladado el debate al seno
de la sociedad norteamericana, por
medio de congresistas y senadores republicanos,
y la administración de Obama
estaba pagando un precio político interno
por sostener una postura antidemocrática
contraria a los intereses y valores
del pueblo estadounidense.
-En el Departamento de Estado circulaban
dos páginas compiladas por la inteligencia
norteamericana en las que se
consignaban los presuntos delitos y complicidades
del entorno más íntimo de Zelaya
con el narcotráfico y la corrupción.
No tenía sentido colocarse en ese mismo
bando, mientras Washington mantenía
en el país la base militar de Palmerola, supuestamente
dedicada a vigilar y combatir
actividades afines a las que realizaban
familiares y amigos de su contradictorio
protegido.
- Tampoco parecía sensato alentar la
supervivencia artificial de un régimen
que militaba abiertamente en el campo
chavista, familia política aliada a Irán.
Chávez, que hasta hace poco era clasificado
como una pintoresca molestia, al
asociarse a Irán y prestarle apoyo para el
desarrollo de armas nucleares, ha pasado
a ser un enemigo peligroso.
Este lúcido análisis es el que también
explica el apoyo dado al gobierno de
Micheletti por la Internacional Liberal
y su presidente, el prestigioso eurodiputado
holandés Hans Van Baalen, y el
envío de observadores a las próximas
elecciones que ya han hecho diversas instituciones
del mundo democrático. Lo
probable, pues, es que el próximo presidente
de Honduras no tardará en recomponer
las relaciones internacionales del
país.Ojalá.
(Firmas Press).
*www.firmaspress.com
miércoles, 25 de noviembre de 2009
Por qué Estados Unidos le quitó su apoyo a Zelaya
Etiquetas:
EE UU Y HONDURAS
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