Si tienes que dinamitar la mitad de un continente y derramar un océano de sangre con el fin de destruir a un millón de bárbaros, no tengas escrúpulos de conciencia”. La frase es del radical alemán Karl Heinzen (1809-1880), autor del ensayo titulado Asesinato (“Der Mord”), en el que marcó las pautas del terrorismo moderno. Su doctrina giraba en torno a una idea inquietante: “El asesinato no está prohibido en política”.
Algo parecido promulgó Osama Bin Laden el 7 de octubre de 2001, días después del terrible atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York: “Dios ha bendecido a un grupo de musulmanes para que destruyan América e imploramos a Alá que eleve su rango y les conceda un lugar en el cielo”. Escondido en algún lugar remoto de Afganistán, el hombre más buscado del mundo afirmó que América ha- “ JEFF ZARUBA bía sido golpeada por un ataque suicida que se repetiría en cualquier país que siguiese los pasos del Gobierno estadounidense. Bin Laden cumplió su amenaza.
En los Principios de la revolución, manifiesto publicado en 1869, Bakunin promulgó otra de las máximas del terrorismo moderno: “Los revolucionarios han de mostrar indiferencia hacia las lamentaciones de los condenados, y no han de aceptar ninguna componenda. No reconocemos más acción que la destrucción”. Ésta se podía llevar a cabo con veneno, puñal, soga, pistola o bomba. Cualquier medio era válido para subvertir el orden establecido y acabar con las “decadentes monarquías” europeas. Pero lo fundamental era difundir los efectos de la destrucción.
Desde sus propios orígenes, los anarquistas se apoyaron en los periódicos y el telégrafo para dar publicidad a sus atentados. Los ideólogos del terror describieron el carácter que debía tener “el buen revolucionario”. Tenía que ser un soldado anónimo, duro consigo mismo, duro con los demás, sin dejar espacio para el amor, la amistad o la gratitud.
El catecismo de Bakunin llega hasta la India
Asimismo, el revolucionario debía fingir ser quien no era. Debía ser un hombre preparado para la tortura y la muerte, una serie de rasgos que encajan a la perfección con el frío perfil psicológico del escurridizo Carlos el Chacal, cuyo verdadero nombre es Ilich Ramírez, famoso terrorista acusado de más de 80 asesinatos, que tras evadirse de la policía durante años fue finalmente detenido en Jartun (Sudán) en 1994 y posteriormente entregado a la Justicia francesa.
El Catecismo anarquista de Bakunin señalaba la necesidad de la revolución total para acabar con las instituciones, la moral, las estructuras sociales y la propia civilización. Aunque su ideario de bombas y atentados individuales fue rechazado por el Partido Comunista, el ejemplo de los anarquistas rusos inspiró a los grupos violentos de todo el mundo. También influyó a los terroristas indios de finales del siglo XIX, aunque éstos adornaron sus atentados con características culturales propias. Uno de sus líderes, Tilak, invocaba a la diosa Kali en sus discursos revolucionarios y comparaba las bombas con el efecto purificador de las fórmulas sagradas y la magia. “Somos todos hindúes e idólatras, y no me avergüenzo de ello”, afirmó Tilak.
“El terrorismo indio no sólo iba dirigido contra los británicos sino también contra los musulmanes, y eso incluía a los enemigos políticos que existían entre sus propias filas”, señala Walter Laqueur, presidente del Centro de Estudios Estratégicos de Washington y autor del libro, Una historia del terrorismo. En 1929, Gandhi avisó de las consecuencias negativas que tendrían estos atentados en la India: “La violencia contra el extranjero será un sencillo y natural paso hacia la violencia contra nuestra propia gente”. Años después, Gandhi murió tiroteado por un fundamentalista hinduista.
La carta bomba y otros métodos de terror
El concepto “propaganda por el hecho” tuvo un papel destacado en las deliberaciones del Congreso Internacional Anarquista de 1881. En esta cumbre ocupó un lugar preponderante el príncipe Kropotkin, hijo de un oficial ruso que se convirtió en uno de los principales ideólogos del movimiento anarquista. Pero el concepto “propaganda por el hecho” también fascinó al marxista Johann Most, que a pesar de ser miembro del Reichstag tuvo que huir de Alemania cuando Bismarck dictó duras leyes contra los socialistas. Además de inventar la carta bomba incendiaria, Most apoyó a los dinamiteros irlandeses y lanzó encendidas proclamas a favor de los actos terroristas: “Trabajemos todos para traer el día en que los atentados se multipliquen contra todos aquellos que tienen alguna responsabilidad en la servidumbre, la explotación y la miseria del pueblo”. Most rechazó la estrategia de los partidos socialistas europeos, que defendían una paciente labor organizativa y propagandista en detrimento de actos terroristas individuales y sin sentido. Marx y Engels consideraban que Most y sus seguidores eran simples charlatanes, aunque muy peligrosos.
Una de las primeras acciones terroristas en España se produjo el 8 de agosto de 1897, con el asesinato de Cánovas del Castillo, que fue tiroteado por el anarquista italiano Angiolillo. El clima de violencia llegó a su clímax con el intento de asesinato del rey Alfonso XIII el 13 de mayo de 1906, el día que el monarca español contrajo matrimonio con la princesa Victoria Eugenia de Battemberg. Tras la ceremonia, el cortejo inició un recorrido por la capital que fue interrumpido bruscamente a la altura del número 88 de la calle Mayor. Desde una ventana, el anarquista Mateo Morral lanzó una bomba que mató a más de veinte personas e hirió a decenas, pero los reyes resultaron ilesos.
Seis años después, el jefe de Gobierno José Canalejas fue tiroteado en la madrileña Puerta del Sol por el anarquista Manuel Pardiñas, que acto seguido se suicidó. Canalejas había dicho en la sede parlamentaria de la Carrera de San Jerónimo que España no estaba condenada a la contraposición de dos fuerzas destructivas. “La fuerza radical, que llama a la revolución, y la fuerza reaccionaria, que llama a la guerra civil”. La sublevación militar de los generales africanistas en 1936 demostró lo equivocado que estaba el político español.
Terrorismos de izquierdas y de derechas
Desde finales del siglo XIX, el terrorismo fue utilizado por los grupos nacionalistas para lograr la independencia. El 28 de junio de 1914, el archiduque heredero Francisco Fernando de Habsburgo fue asesinado en Sarajevo, capital de Bosnia-Herzegovina, en aquel entonces bajo soberanía austriaca.
El asesino pertenecía a una sociedad secreta que pretendía reagrupar a todos los eslavos del sur bajo la Corona serbia. Aquel atentado de tinte nacionalista hizo que Viena decidiera acabar con Serbia, lo que a su vez produjo efectos en cadena que desembocaron en la Primera Guerra Mundial. La idea bastante extendida de que el terrorismo es un monopolio de la extrema izquierda no se sostiene. Los movimientos católicos irlandeses, los terroristas chinos que apoyaron la rebelión de los bóxers, los grupúsculos fascistas italianos así como las tácticas de terrorismo callejero de los nazis en los años veinte muestran las diversas caras del terror a lo largo de la historia.
En los prolegómenos de la Guerra Civil española, tanto los grupos anarquistas como los falangistas practicaron el terror para amedrentar a los opositores. Si es difícil definir este tipo de violencia política, resulta imposible adscribirla a una ideología concreta.
El Ejército Republicano Irlandés (IRA) fue fundado en 1919 por Michael Collins, creador de una forma de lucha brutal que a la postre logró la independencia de Irlanda en 1920, aunque seis condados de la provincia del Ulster con mayoría protestante eligieron separarse del resto del país y mantener la vinculación con Gran Bretaña. En 1925 se fijó la frontera entre ambos territorios.
La protección del Ulster
Décadas más tarde, en el verano de 1969, la policía de la provincia del Ulster tomó partido por los protestantes al proteger sus provocadoras marchas por los barrios católicos. El enfrentamiento de las dos comunidades animó al Gobierno británico a desplegar unidades del Ejército para separar a los contendientes, una medida que empeoró la situación en Irlanda. El miedo de la mayoría protestante del Ulster a convertirse en minoría envolvió el país en una ola de violencia que duró más de treinta años.
En agosto de 1968, meses antes de la explosión de terror en el Ulster, ETA tiroteó en Irún al comisario Melitón Manzanas, jefe de la Brigada Social de San Sebastián. Con aquel asesinato dio comienzo un periodo de brutalidad terrorista que ya ha sobrepasado las tres décadas. La matanza de Hicausó la muerte de 21 personas y dejó malheridas a otras 45, supuso un punto de no retorno en la violenta trayectoria de ETA. Aquel asesinato indiscriminado suscitó de forma mayoritaria el rechazo de la sociedad española y unió a los partidos demócratas en su lucha contra los violentos.
El terrorismo que han practicado ETA y el IRA tiene unas raíces distintas, aunque ambos grupos han tenido como objetivo la independencia, lo que ha supuesto un cierto grado de apoyo social. Otros movimientos europeos de la década de los setenta del pasado siglo, como los GRAPO, Baader Meinhof, las Brigadas Rojas y el grupo japonés Facción del Ejército Rojo no contaron con ningún apoyo social, lo que les impidió reproducirse. Aquellos grupos no eran iguales, ni buscaban los mismos objetivos. Sin embargo, todos tuvieron una conexión importante: la justificación de la acción violenta e indiscriminada para alcanzar unos fines políticos.
Retrato robot de un terrorista: amo o esclavo
¿Es posible describir el perfil psicológico de un terrorista? ¿Su actitud violenta responde a unas características psicológicas determinadas? La respuesta es negativa. Según apuntan muchos expertos, sus personalidades son tan dispares como los objetivos que persiguen los grupos a los que pertenecen.
Sin embargo, Francisco Alonso- Fernández, psiquiatra y autor del libro Fanáticos terroristas, sí se ha atrevido a esbozar un retrato robot, aunque resulta demasiado genérico. “Se trata de seres gregarios, que actúan bajo el cobijo de una organización, sufren una deformación del sentido de la realidad, un oscurecimiento mental y una pérdida de su libertad interior”, señala Alonso-Fernández.
El psiquiatra español afirma que hay dos clases de terroristas. Por una parte están los cabecillas, individuos de fuerte personalidad y mentalidad dictatorial. El resto son los adoctrinados, aquellos personajes violentos que esconden su inseguridad en el respaldo del grupo. El significado de la palabra terrorismo apareció en el suplemento de 1798 del Diccionario de la Academia Francesa como “système, régime de la terreur”. Pero su primera manifestación histórica se produjo en Palestina en el año 66 con los “sicarii”, un grupo radical que luchó contra los romanos y los palestinos que los apoyaban. Estos terroristas primitivos atacaban a sus enemigos en días festivos, cuando la multitud que se congregaba en Jerusalén les permitía actuar con mayor impunidad.
El arma de los “sicarii” era una espada corta (sica) que escondían bajo las túnicas. Sus víctimas nunca sabían de donde provenía el golpe. Sabotearon los suministros de agua de la ciudad e incendiaron los archivos públicos para destruir los comprobantes de los prestamistas. Los que fueron atrapados y condenados a muerte consideraron su ejecución como un martirio gozoso. Una actitud similar debió animar al piloto suicida Mohamed Atta cuando estrelló el avión contra la Torre Norte del World Trade Center de Nueva York.
La secta de los Asesinos, una rama ismaelita del siglo XI, presentaba las mismas características mesiánicas que los alucinados kamikazes de Al Qaeda. Su líder espiritual, Hassan Sabbah, también conocido como el Viejo de la Montaña, proporcionaba hachís a sus hombres para anticiparles los placeres de un paraíso celestial al que accederían tras cometer actos terroristas suicidas. El uso del cannabis hizo que esta secta ismaelita fuera llamada “hachachín”, un término que los cruzados franceses que merodeaban por Oriente Próximo convirtieron en “assassin”, de donde deriva la palabra “asesino”.
No hay terror si no hay un impacto mediático global
Pero el terrorismo moderno tal y como hoy lo conocemos nació en el siglo XIX, al mismo tiempo que apareció el telégrafo y se desarrolló la prensa escrita. No hay que olvidar que el éxito de una operación de este tipo depende casi por completo de la cantidad de publicidad que reciba, aspecto que han debido cuidar en extremo los dirigentes de Al Qaeda, dado que sus temibles ataques terroristas siempre han logrado un gran impacto mediático.
En pleno arranque del tercer milenio, la violencia indiscriminada evoluciona hacia la internacionalización de los distintos grupos terroristas. Su progresivo entrelazamiento y sus conexiones con el tráfico de armas y el narcotráfico convierten el terrorismo en un problema muy complejo y de difícil solución. A este problema se añade la posibilidad de que esta multinacional del mal utilice en el futuro armas no convencionales. El ataque con gas sarín en el metro de Tokio perpetrado por una secta japonesa en 1995 fue un prolegómeno de estos terroríficos escenarios.
En una entrevista con la revista Time, publicada en diciembre de 1998, el propio Bin Laden afirmó que adquirir todo tipo de armas, incluidas las químicas y nucleares, era un deber religioso para un musulmán. Hace algo más de un año, el Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC), Javier Solana, aseguró que la mayor amenaza para la seguridad europea era la posible adquisición de armas de destrucción masiva por parte de grupos terroristas. Son razones de peso para que se potencie la cooperación internacional en la lucha contra el terrorismo global.
Fernando Cohnen
Javier Flores03/07/
sábado, 3 de julio de 2010
ASÍ CRECIÓ EL TERRORISMO
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