martes, 3 de agosto de 2010

HONESTIDAD DERROTADA


DEL BLOG DE HERMÓGENES

lunes 2 de agosto de 2010

Honestidad Derrotada

Alguien me dijo cierta vez que el peor de los sacerdotes era menos malo que el mejor de los seglares, y a lo largo de los años le he dado muchas vueltas a ese aserto, pues encierra mucha verdad.
Hace algunas semanas los obispos, entre los cuales hay algunos que, según mi parecer, junto a no pocos sacerdotes, emiten juicios muy dañinos sobre temas seculares e, incluso, sobre materias eclesiales, decidieron dar un paso que requería mucho valor cívico: proponer un indulto que, entre otros, favoreciera a ex uniformados.
Ese solo hecho demostró un principio de honestidad y coraje político entre ellos, porque vivimos en una país sometido a una sistemática desinformación sobre el tema de los derechos humanos, que ha trastocado el juicio de la opinión pública al respecto y torna temeraria y repudiable, a ojos de la mayoría, toda idea de perdón en favor de quienes nos libraron del terrorismo propiciado por las ideologías totalitarias.
La mayoría de los obispos se inclina a la izquierda y no vaciló en agravarle al Gobierno Militar los enormes problemas que debió superar, comenzando por el de la amenaza terrorista. Sin embargo, todos tienen una conciencia moral.
Pero, consumado el desenlace que resultó tan favorable para los destinos de Chile y cumplida la misión del régimen castrense, los prelados no han podido menos que tomar nota de muchas cosas: primera, que a los iniciadores de la guerrilla terrorista, por sangrientos que hubieren sido sus crímenes, se les perdonó a todos; segunda, que los ex uniformados fueron llamados a una tarea y no acudieron por vocación personal ni sed de sangre a luchar contra los terroristas, sino que lo hicieron cumpliendo un deber de carácter público y de protección social; tercera, que si no hubieran sido asignados a esta tarea, ellos habrían sido ciudadanos de antecedentes intachables, como lo habían sido antes de la confrontación y lo han sido después; cuarta, que pública y notoriamente se les ha privado del derecho, que asiste a todo ciudadano, de que las leyes se les apliquen no sólo en lo que les sea adverso, sino también en cuanto los favorezcan, como en el caso de las de amnistía, prescripción y cosa juzgada, entre otras; y quinta, que también pública y notoriamente han sido juzgados por magistrados de notorio sesgo político, lo cual se ha traducido en que éstos hayan dejado de observar no sólo el derecho, sino la verdad de los hechos, dictando condenas inicuas, cosa fácilmente comprobable, pese a lo cual nadie las objeta.
Hasta al peor de los sacerdotes, mejor que el más impecable de los civiles, y a diferencia de éstos, llegó un momento en que la injusticia y la iniquidad se le hicieron intolerables. Simplemente, por una razón moral, dictada por su convicción religiosa. Porque hasta el peor de los sacerdotes comprende que Cristo habría considerado intolerable lo que ha sucedido entre nosotros a este respecto.
Por eso, y sólo por eso, la Iglesia se atrevió. Pero, claro, ha resultado que los prelados son mejores que los laicos, pero, al igual que éstos, no son héroes. Ante la violenta reacción extremista a raíz de su propuesta, les sucedió lo mismo que a las autoridades civiles: se asustaron. Y quedaron muy mal, porque debieron faltar a la verdad, declarando que nunca habían pensado en que el perdón alcanzara a los bautizados por la propaganda de izquierda como "violadores de derechos humanos". Porque, claro, esa propaganda nos convenció de que los guerrilleros que ella armó para matar chilenos, ya perdonados todos, no eran "violadores de derechos humanos". Los que les impidieron matar chilenos, sí lo eran y lo son.
Entonces los prelados, que habían lanzado la piedra de un indulto sin discriminaciones, después escondieron la mano y dijeron que nunca habían pensado en un perdón a los ex uniformados. Su penosa retractación los dejó a la altura de un político civil cualquiera. Y no necesito nombrar al más eximio representante de éstos.
Hubo, eso sí, un principio, o mejor dicho un conato, de honestidad moral de parte del episcopado y ello se le debe reconocer. Por un momento los obispos se alzaron contra la iniquidad. Después el extremismo los amedrentó. La honestidad moral quedó, una vez más, derrotada en nuestro medio, con amplio apoyo mayoritario de una opinión pública que tiene el cerebro lavado.
Pero sirva de consuelo saber que no todas las conciencias morales en el país están muertas. Sólo hemos comprobado que quienes las mantienen vivas, los peores de los cuales son menos malos que el mejor de los seglares, tuvieron el mismo miedo que éstos a la virulencia extremista. Y entonces los prelados debieron volver al mutismo que no les permitía tener la conciencia tranquila.
Publicado por Hermógenes Pérez de Arce

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