viernes, 20 de agosto de 2010

LA DESPREOCUPADA CRISTINA FERNÁNDEZ



Revista británica analiza las políticas económicas del gobierno argentino:
La despreocupada Cristina Fernández

¿A quién le interesa la austeridad? Tal vez llegue, pero no por ahora. Las medidas de la Mandataria están aumentando los costos ocultos. El primero es la inflación. Si los precios mundiales de los alimentos cayeran de repente, el conjuro fiscal de los Kirchner podría explotarles en la cara.


A principios de este año, Cristina Fernández, la Presidenta de Argentina, ofreció un consejo a los gobiernos europeos que enfrentaban la recesión y el pánico del mercado. Lo esencial de éste era: "tápenle la boca al FMI y sigan gastando". Es lo que ella y su antecesor y marido, Néstor Kirchner, han practicado desde 2003.

Argentina es uno de un puñado de países que se niegan a tener cualquier trato con el FMI. Casi una década después que dejó de pagar US$ 90 mil millones de la deuda cuando su economía se derrumbó, aún tiene pocos lazos financieros con el mundo y muy poco crédito bancario. Sin embargo, contrariamente a las repetidas predicciones de fatalidad de los economistas ortodoxos, la economía está rugiendo.

O al menos parece que lo está. Las cifras son discutibles: en 2007, el gobierno se entrometió en el Instituto de Estadísticas (Indec), y las cifras oficiales ahora tienen poca credibilidad. Éstas muestran que el PIB subió en 0,9% en 2009, a pesar de la recesión mundial y una sequía severa que perjudicó a un importante sector agrícola de Argentina.



Pero economistas independientes, que aseguran que la economía se contrajo en 2 a 2,5% en 2009, ahora predicen un crecimiento de hasta el 8% este año.

Al igual que la expansión de 2003-08, esta recuperación se debe a circunstancias afortunadas. La sequía terminó y Argentina, en especial su industria automotriz, se están beneficiando con el firme crecimiento de Brasil. Pero el tercer elemento en la recuperación son las políticas expansionistas de Fernández, que están fomentando un auge del consumo. Y ahí es donde empiezan los debates.

Cuando la economía empezó a desacelerarse, Fernández siguió gastando: entregó créditos a los fabricantes de autos multinacionales y subsidios para que los trabajadores conservaran sus empleos.

En vista de que los ingresos tributarios iban cayendo, ella pagó estas medidas a través de la depredación de la lotería nacional y el sistema de pensiones, el cual nacionalizó en 2008.

En enero pasado, el gobierno extrajo US$ 6.600 millones de las reservas del Banco Central con el fin de pagar la deuda (una decisión que produjo la renuncia del presidente del banco, Martín Redrado). De acuerdo con un alto personero, éstas fueron medidas de emergencia que salvaron empleos y prestaciones sociales, y la alternativa, un apretón fiscal, habría empeorado la contracción económica.

Los ingresos tributarios están subiendo de nuevo y las reservas se han encumbrado a los US$ 50 mil millones, gracias a un superávit comercial saludable (y a pesar de las constantes fugas de capital de Argentina).

Pero las medidas de Fernández están aumentando los costos ocultos. El primero es la inflación. Aunque el índice oficial de precios al consumidor subió sólo en 11% en el año hasta julio, el gobierno ha respaldado tácitamente los cálculos mucho más altos de los economistas independientes al otorgar aumentos salariales del 25% a los trabajadores, y hace poco al subir los tramos impositivos en 20%.

Poco ortodoxos

En segundo lugar, los métodos poco ortodoxos del gobierno han desconcertado a los inversionistas. Personeros están completando un segundo swap de bonos, por los cuales Argentina dejó de pagar en 2001-02. Eso podría abrir el camino para que el gobierno regrese a los mercados de bonos, para cubrir los pagos de la deuda que vence en 2011.

Pero tendría que pagar una tasa de interés punitiva: por la falta de credibilidad del gobierno el margen entre las tasas de interés de los créditos, el incumplimiento y swap sobre la deuda argentina llegan al 8,2% (similar al de Grecia).

Para bajarlo se requeriría que el gobierno limpie a fondo el Indec, se comprometa con una política monetaria y fiscal más transparente y restablezca los vínculos con el FMI, señala Daniel Marx, consultor económico.

El último ítem puede ser demasiado para los Kirchner, a quienes les gusta culpar al Fondo por el colapso de 2001-02 que sufrió el país y que en gran medida se autoinfligió.

Los Kirchner han sido extraordinariamente afortunados de que su tiempo en el poder haya coincidido con un aumento repentino en la relación de intercambio del país.

La creciente demanda de Asia por alimentos ha dado un impulso al precio de las exportaciones del poroto de soya y otros productos de las pampas en relación con el precio de las importaciones del país. Ellos han extraído gran parte de la bonanza de los agricultores a través de impuestos más altos, los que han reciclado como subsidios y pagos a las familias urbanas de menos recursos.

El caso de Perón

A fines la década de 1940, una política similar, con una relación de intercambio igualmente beneficiosa, convirtió a Juan Domingo Perón en un héroe popular, y a su movimiento peronista (al cual pertenecen los Kirchner) en la fuerza política predominante del país.

Pero los Kirchner han sido torpes: sus esfuerzos por estrujar a los agricultores provocaron extensas protestas por los impuestos en 2008 que dejaron a la Mandataria muy mal parada en cuanto a popularidad.

En las elecciones de 2009, la oposición privó a la primera pareja de la nación de una clara mayoría en el Congreso.

Además de una medida para reformar el Indec, el Congreso está discutiendo un proyecto de ley que subiría las pensiones en casi el 50% para compensar por la inflación. De aprobarse, el gobierno tendrá más dificultades para utilizar el sistema de pensiones como alcancía.

Si los precios mundiales de los alimentos cayeran de repente, el conjuro fiscal de los Kirchner podría explotarles en la cara, desatando una espiral de devaluación e inflación. Pero por ahora su suerte da la impresión de que se mantiene, al menos hasta las presidenciales de 2011.

Los índices de popularidad de Fernández (aunque no los de su marido) están subiendo al mismo ritmo de la economía. Ella aún puede pasar a duras penas por un segundo período.

Existe un tercer costo para los métodos de la pareja presidencial. El gobierno está persiguiendo orgullosamente una política industrial, mientras personeros se atribuyen el crédito de convencer a las empresas automotrices de que se queden en Argentina en vez de trasladarse a Brasil, y de atraer a algunas fábricas de zapatillas.

El acoso de la primera pareja contra la empresa privada, la cual les desagrada, los controles de precios y las medidas proteccionistas han sido menos evidentes que las de su amigo Hugo Chávez en Venezuela, pero a la larga ésas alejarán la inversión y harán que la economía sea menos eficiente.

Aunque la economía del país es el doble de la de Chile, apenas ha atraído la mitad de la inversión extranjera que su vecino desde 2007, de acuerdo con la Comisión Económica de Naciones Unidas para América Latina y el Caribe, Cepal.

Los pesimistas han estado equivocados con respecto a Argentina, pero tal vez tengan razón al final.



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