Santiago Escobar
Abogado y Cientista Político.
http://elmostrador.cl
El poeta inglés Alexander Pope sostenía que quien dice una mentira no sabe a cuanto trabajo se ha comprometido, pues estará “obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de la primera”.
Si la mentira se torna repetitiva, adquiere carácter patológico y compulsivo, y se transforma en fuente de obsesiones, inflexibilidad y conductas rígidas y manipuladoras. Tal parece ser el mal de la elite política chilena. Ella se ha transformado en mentirosa compulsiva, y a vista, paciencia e impotencia de la ciudadanía, manipula la realidad para enmascararla o trastocarla. Toda la elite, de izquierdas y derechas.
Pasa con los mineros de Atacama, los mapuche, con la seguridad ciudadana o los despidos masivos. También con la matriz energética nacional, la decisión de construir centrales termoeléctricas, reconstruir o mejorar la educación, la salud o el medio ambiente.
Es esa mirada instrumental de las instituciones, la mala memoria, la facilidad para no asumir responsabilidad alguna, la fuente básica del alejamiento de los ciudadanos de la política. Y un indicativo de la merma cultural de nuestra elite, que transforma al país, tal como dijo el profesor José Rodriguez Elizondo hace algunos años, en un caso nítido de subdesarrollo exitoso, mientras se felicita entre ella sobre lo que es gobernar.
Son los mineros enterrados los que con su temple están salvando al país y no al revés. La imagen de Chile como país minero, la cartera de inversiones de que habla el ministro Golborne en la minería, la imagen política del gobierno, están a salvo gracias a esa cultura de clase obrera. Huy, que palabra para oídos finos. Incluso la divina providencia, en medio de tanta irresponsabilidad humana, se revitaliza. Al fin y al cabo Jesucristo era trabajador carpintero de una empresa familiar y, en este caso, sería pirquinero o parte de las brigadas de rescatistas. Todo lo pueden los mineros, no en vano los empresarios causantes de la tragedia les van a pedir que intercedan ante el gobierno para que reabran la mina.
Mientras tanto ¿qué hace el ministro de salud allí, tratando de chupar cámara de TV con cosas obvias? ¿No basta con un médico de la zona, habida cuenta la serenidad de los mineros para enfrentar lo hechos, para aplicar la experiencia y sobrevivir, para controlar el miedo y ser solidarios bajo condiciones extremas? ¿Está tratando de exculpar la responsabilidad de su ministerio en la reapertura de la mina, por la vía fácil?
Ese toque de frivolidad mediática que ronda las acciones de un gobierno que trata de reinterpretar su papel en la realidad como algo heroico, para favorecer su imagen y popularidad, forma parte de la cultura política de nuestra elite.
El gobierno ha estado bien hasta ahora, y es evidente que su responsabilidad en las condiciones de precariedad laboral del país no tiene que ver con su gestión al mando del Estado, sino de su postura como oposición política y empresarial durante veinte años. Por lo tanto no debe exagerar. La tarea de borrar las malas impresiones no pasa por el show mediático, sino por la confianza ciudadana.
Por otra parte, todas las responsabilidades atribuibles al desempeño del Estado, en este caso y otros similares, son acumulativas en el tiempo, y en mucho tienen que ver con la Concertación. La sospecha nacional es que ella manipula la verdad, que no desea transparentar sus errores, y no asume, por ejemplo, su responsabilidad en la existencia de precariedad laboral en el país.
Buscan solo el relato de la gesta heroica de la derrota de la dictadura. Para nada explicarle a la señora Juanita, que perdió un hijo por fallas de seguridad en la Salmonera Cupquelán, al sur del puerto Chacabuco, que su vida es una vida mínima, y la de su hijo ni siquiera tiene valor estadístico pues la Seremi de Salud no tenía siquiera conocimiento de la existencia de la empresa.
Ni a Isabel Huaiquin, trabajadora de la salmonera Mainstream, con capitales noruegos, que su aborto porque le negaron el permiso para ir al hospital y luego además la despidieron, es normal para miles de mujeres.
Menos aún a los deudos de José Diego Barría Reyes cuya muerte el año 2006 en un centro de cultivo de salmones de la empresa Frío Sur, al desprenderse de su boca una manguera que a 20 metros de profundidad le daba oxígeno desde una compresora ubicada en la superficie, es algo común entre los buzos.
Porque, según la Dirección de Territorio Marítimo de la Armada, registros gráficos y filmaciones de Mariscope Chilena certifican que los buzos mariscadores– en su mayoría subcontratados y sin equipos adecuados -de los centros de cultivos, se sumergen hasta los 42 metros de profundidad, e incluso en las auditorias han admitido que llegan hasta los 65 metros. Así se produce la riqueza nacional.
La Concertación no quiere explicar por qué, habiendo impulsado la industria de la Construcción como uno de los principales mecanismos de promoción del empleo y el crecimiento, trabajar en ella es tan peligroso. O por qué estafan a los moradores.
En diciembre de 2004 seis trabajadores resultaron muertos y otros 20 heridos al caer un andamio desde el piso 14 de un edificio en construcción, en la comuna de Las Condes. Lo peor es que el andamio se desplomó cuando los empleados bajaban a una ceremonia de un minuto de silencio por un compañero de labores fallecido dos días antes en similares circunstancias.
Tres días antes del accidente de Atacama un trabajador de 23 años murió al caer de un andamio al mar junto a otros compañeros mientras laboraban en la estructura del nuevo muelle que se construye en el puerto de Mejillones. La estructura lo golpeó, e inconsciente falleció por inmersión.
Sería un aporte que los dirigentes de la Concertación, que están en trance de recomponer su ethos progresista, se apartaran de la manipulación compulsiva de la realidad y pusieran luz sobre el papel que como gobierno tuvieron para que la precariedad laboral fuera la regla. Y también a los actuales gobernantes como empresarios para que explicaran si Salmón Chile, o la Cámara de la Construcción hicieron lobby y con cuáles empresas, para que no se presionaran los costos de producción con excesos de seguridad.
Sin embargo la elite completa se desplaza entre punto y punto de la realidad con cara de yo no fui, tratando de aprovechar el oro mediático que brindan los mineros. Como en una tragicomedia el vaso está roto. ¿Quién lo quebró? Nadie. Se quebró solo.
viernes, 27 de agosto de 2010
Mentirosos compulsivos
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