
Escribe Javier Fuenzalida:
“El error del marxismo fue pensar que podía crearse un hombre nuevo, desprendido de su individualidad, por lo tanto sin necesidad de propiedad privada, ni de libertad económica ni política, aceptando su condición de “engranaje” en que el Estado todo lo decide”.
Leer sobre la revolución soviética de 1917 y la guerra civil que le siguió, o leer sobre la China de Mao con su Revolución Cultural y sus guardias rojos es una cosa. Visitar la China actual es otra que ayuda a entender la falacia de la utopía comunista.
Los líderes rusos Lenin, Trotsky y Stalin creyeron que para transformar la sociedad rusa en una dictadura del proletariado era necesario destruir todas las instituciones y asesinar a los disidentes y contrarrevolucionarios, limpiando el terreno para construir la nueva sociedad. Se estima que más de 100 millones de rusos fueron asesinados en este proceso. Nadie sabía qué era el hombre nuevo ni qué era ser contrarrevolucionario.
Cuando Mao triunfó en 1949, mandó destruir todo símbolo de la antigua sociedad, palacios y bibliotecas, documentos y monumentos, para luego lanzar su Revolución Cultural como un gran salto, pasando directamente a la sociedad comunista, quemando la etapa de transición socialista. Cerca de 30 millones de chinos fueron asesinados. Nadie sabía cuál era la conducta del hombre nuevo y a la menor sospecha eran ejecutados.
A la muerte de Mao en 1974, su sucesor Deng Xiaoping da inicio a un proyecto piloto en el sur de China, estableciendo una incipiente economía de mercado. Esta apertura se resume en su famosa declaración: “No importa de qué color sean los gatos, con tal que se coman a los ratones”.
De ahí en adelante la economía de mercado en China ha sido exitosa y le ha permitido crecer a una tasa de 10% anual, con lo que el PIB se duplica cada siete años. La liberación de los precios, la abolición de las granjas colectivas, la apertura externa, el mercado de capitales, la privatización de las empresas estatales, son las características de la transición de un sistema político unipartidario dominado por el Partido Comunista que se va apagando a medida que la economía de mercado se va consolidando. Hace dos semanas, el primer ministro Wen Jiabao, al conmemorar los 30 años de ésta, declaró que “los beneficios económicos se perderán si no se producen cambios políticos”, sugerente mensaje que puede ser políticamente tanto o más importante que la metáfora de los gatos y los ratones.
El error del marxismo fue pensar que podía crearse un hombre nuevo, desprendido de su individualidad, por lo tanto sin necesidad de propiedad privada, ni de libertad económica ni política, aceptando su condición de “engranaje” en que el Estado todo lo decide.
El derrumbe del marxismo soviético y chino ha sido seguido de una recuperación de la individualidad. En el caso de Rusia, la iglesia católica rezó diariamente por su reconversión a la fe cristiana. Al producirse la caída del régimen soviético emergió la religiosidad de los rusos que nunca fue destruida. En el caso de China, la apertura económica está demostrando que el espíritu empresarial y comercial de los chinos, que caracterizó sus seis milenios de civilización, no estuvo nunca muerto y que ha revivido con especial fuerza y dinamismo.
Nunca hubo hombre nuevo.■■■■■
Javier Fuenzalida
Profesor Universidad Finis Terrae
Temas
jueves, 14 de octubre de 2010
EL HOMBRE NUEVO QUE NUNCA EXISTIÓ
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario