martes, 12 de julio de 2011

Educación sin apellidos



Melnick, Sergio
Jueves 07 de Julio de 2011


Son las ideas las que, al final del día, mueven los grandes destinos de la historia. Y hay ideas que funcionan y otras que no. Las ideas son de muy diverso tipo: científicas, religiosas, políticas, artísticas y tantas otras. Para pasar de la idea a la acción, éstas deben generar emociones. Es la emoción la que gatilla la acción, no la idea pura. La fe es una emoción, como el amor, el dolor o el deseo de estar mejor. Esta última es el famoso lucro. La izquierda ha logrado magistralmente asimilarlo a la codicia, como si fueran lo mismo. Y no lo son. Pero de esa manera genera emociones, especialmente en los estudiantes o en las masas que, por su propia condición, son más débiles en las ideas. Cuando ellas son de mala calidad, los resultados son a veces desastrosos. Es cosa de pensar en el nazismo o en el colapso de los países socialistas. En un terreno más cercano, basta con recordar el Transantiago. Al final, las malas ideas chocarán, o con la naturaleza humana, o con principios de la realidad.

El afán de lucro y el de poder son energías que mueven al ser humano, como la energía sexual, el hambre, la defensa, la espiritualidad, el amor, la confianza, el arte y otras. Ninguna de estas fuerzas se puede eliminar por decreto, pues provienen de lo más profundo del ser humano. Si se reprimen es aún peor, porque seguirán ahí, latentes, y emergerán de manera sombría por la primera rendija que se abra. Lo que sí podemos hacer es ponerles regulaciones, que reflejan acuerdos humanos, necesarios para la convivencia en sociedad. No prohibimos la actividad sexual, pero sí la pedofilia. No prohibimos el comercio, pero sí el monopolio. Por mucho tiempo se prohibió la actividad homosexual, pero no causó efecto alguno. Los países socialistas prohibieron la fe, la llamaron opio de los pueblos, pero ello no tuvo resultado. Lo mismo ocurre con el alcohol.

Las personas son todas distintas, “individuos” que buscan identidad y diferenciarse, que quieren progresar. Por eso queremos una sociedad que privilegie la libertad, la diversidad, la heterogeneidad, pero que tenga reglas claras de convivencia. También queremos una sociedad que iguale las oportunidades. Pero no puede igualar los logros, porque las personas son y quieren ser distintas, como también son muy distintos los talentos.

En el tema de la educación, estamos hoy en una encrucijada. Pero no parecemos ser capaces de ponernos de acuerdo. Estamos más preocupados de los apellidos de la educación que de la calidad de ésta. Lo público no aporta virtudes por sí mismo, como tampoco lo privado. Lo que interesa es la educación por sí misma, sin apellidos.

Los estudiantes al parecer ni siquiera saben que los municipios son organismos del Estado; es decir, se trata de educación estatal, pública. Pasar los colegios al Gobierno central es un anacronismo. ¿Acaso los mismos directores y profesores serán mejores por depender del Ministerio de Educación?

El Presidente ha ofrecido enormes recursos adicionales, una superintendencia de educación superior, mejores reglas de transparencia, mejorar la administración municipal, avanzar a duplicar el aporte por alumno en básica y media, un sistema web de apoyo nacional, mejoras al gobierno corporativo de las universidades estatales, mantener el estímulo a tener mejores estudiantes en Pedagogía, mejorar las condiciones de crédito a todos, renegociar a los morosos, sacar la ley del lobby, implementar la agencia de la calidad, modernizar el estatuto docente, tener 60 colegios de excelencia, fortalecimiento de colegios técnicos, aumento significativo de becas para educación técnico-profesional, un sistema más justo de admisión, mejorar el sistema de acreditación de las universidades, fondos concursables y otras cosas más.

Para ello, el Presidente ha puesto una gran condición: hagamos los detalles de las leyes y proyectos que implementarán esto entre todos, en un gran acuerdo de Estado. Ahí están todas las herramientas: los recursos, que es siempre lo más difícil, y la voluntad. Hagámoslo ahora, con generosidad para el futuro.

No aceptar una propuesta de esa naturaleza a mi juicio sólo puede leerse como de mala leche. Quizás producto de una agenda política mezquina, de una odiosidad política innecesaria. Es tiempo de que los adultos asuman sus responsabilidades y no manipulen a los jóvenes y niños, que ya hicieron lo que podían hacer.

Esta es una gran prueba para nuestra clase política, que, si les creemos a las encuestas, está claramente en deuda.


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