jueves, 29 de diciembre de 2011

ARGENTINA: La guerra menos deseada



Por Walter Edgardo Eckart para el Informador Público

Hace unos días alguien me dijo que, en definitiva, las crecientes tensiones entre el gobierno y Moyano se reducen en el fondo a la lucha por mantener o incrementar el poder de cada cual. Seguramente hay mucho de eso, pero ello no mengua las graves consecuencias que implicaría para la sociedad un potencial distanciamiento aún mayor entre ambos.

Para decirlo de otro modo: el gobierno tiene toda la legitimidad formal, institucional y numérica (en el congreso) para hacer lo que le plazca. Pero hoy, ya diferenciado en gran parte del peronismo tradicional, hay algo que perdió: el control de la calle, a pesar de la capacidad para organizar eventos de ‘La Cámpora’ y otras agrupaciones oficialistas.

El mundo gremial, por su parte, puede perder cualquier cosa, inclusive hasta las personerías jurídicas de algunos sectores que lo componen, tal y como se ‘insinuó’ en las últimas semanas desde el Gobierno, por ejemplo, respecto de los trabajadores de Aerolíneas o del ‘Momo’ Venegas.

Pero aun así, sería ridículo suponer que tales medidas extremas podrían diluir la capacidad de éstos a la hora de planificar y coordinar acciones puntuales de protestas, individuales en sí mismas pero regidas en el tiempo por un mismo hilo conductor: advertir al gobierno, llamarlo a la reflexión, instarlo a dialogar o negociar, y recordarle -de persistir el gobierno en una actitud interpretada como hostil hacia ellos- que en la historia argentina un ‘paro nunca viene solo’…

Más allá de cualquier puja por el poder, y dentro o fuera de la CGT, Moyano no sólo es el titular de Camioneros. Es algo que se asemeja mucho a un símbolo. Aún hablando sólo a su gente, llegó -queriendo o sin querer- a la mayoría de los referente gremiales, y a través de estos a la masa de afiliados de cada uno.

Subestimarlo sería, a mi juicio, un error político grave y prácticamente irreversible para el Gobierno. Y una ley, como la del Antiterrorismo, difícilmente pueda impedir en la práctica la protesta social, especialmente si -más allá de los reclamos puntuales- éstas se coordinaran estratégicamente entre sí y evolucionaran hacia expresiones más globales.

Y en esto, precisamente, consiste la gravedad de la disputa para la sociedad argentina. Una eventual escalada del conflicto entre los gremios y el Gobierno podría concluir en protestas de tal envergadura que el país entero podría quedar paralizado. Un paro nunca viene solo. Ya hemos pasado por eso. Tal vez no queramos recordar, pero ya hemos pasado. Y las consecuencias de posibles y reiterados paros masivos, caerán -finalmente- sobre nuestras espaldas, la de nosotros, ciudadanos.

No sólo rutas cortadas y puertos cerrados. No sólo góndolas vacías y farmacias sin medicamentos. No sólo bancos con atención restringida y hospitales sin insumos vitales. No sólo expedientes judiciales con más tiempo de tramitación y oficinas gubernamentales cerradas. No sólo obras públicas suspendidas y comerciantes sin mercadería por vender. Es esto, pero no sólo esto. Y tal vez, lo más grave: una sociedad nuevamente atemorizada y desconcertada, incapaz de entender lo que sucede y memoriosa de tragedias de otras épocas, haciendo el mejor esfuerzo para mantener la esperanza.

Antes de publicar estas líneas, un amigo las leyó y no dudó en sentenciar: “Tu pesimismo no tiene límites…”. Y yo sólo le respondí que en parte tenía razón, pero que, de otro lado, a veces es mejor pensar lo peor para que ello, paradójicamente, no ocurra.

Creo que urge un acuerdo entre el mundo sindical y el gobierno. Y creo, también, que el principal papel del conjunto de los sectores de la oposición es, precisamente, favorecer todo canal de diálogo y negociación. Confrontando no se va a llegar a nada. El diálogo y ‘los tires y aflojes’ abren, al menos, una puerta a la esperanza de mantener la paz social…



Walter Edgardo Eckart
ChacoMundo

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