Cartas
Miércoles 28 de Diciembre de 2011
Jaime Guzmán
Señor Director:
En su respuesta a los senadores Coloma y Larraín, Carlos Peña elude algunos temas -en especial los relativos a la UDP- y plantea otros nuevos. No puedo referirme a los primeros porque ignoro la opinión de Peña. Tenemos alguna conversación pendiente sobre el particular. Debo referirme, en cambio, a los segundos.
Afirma Peña que Jaime Guzmán fue "el jurista de la dictadura y pactó cotidianamente con el diablo. Nunca la condenó y siempre se esmeró en justificarla y celebrarla, a sabiendas de los crímenes que se cometían". Un exceso verbal de Peña, casi ditirámbico.
Conocí a Jaime Guzmán. Nunca fue insincero. Al contrario, de franqueza, rectitud y honorabilidad fue su comportamiento. Guzmán hizo un aporte efectivo al mejoramiento de la situación de derechos humanos de aquella época, en casos específicos y en medidas generales en tal sentido. Lo hizo en la medida de lo posible y sin publicidad, probablemente por aquel valor cristiano que no sepa una mano lo que hace la otra. Cumplió su deber político y ético. Eso no es pactar con el diablo, ni siquiera en la perspectiva del "sueño de Maquiavelo" que el profesor Peña ha recordado en alguna de sus columnas dominicales.
Guzmán no fue "el" jurista del gobierno militar. Fue un destacado constitucionalista -entre otros- cuyos aportes a la Constitución de 1980 se encuentran plenamente vigentes y afortunadamente no se vislumbra que en adelante, ni siquiera en el largo plazo, sean derogados.
No se comprende tampoco por qué Guzmán hubiera tenido que necesariamente condenar la dictadura. Carrera, O'Higgins, Portales o Balmaceda, por ejemplo, fueron acusados de "dictadores" por los Peñas de sus tiempos. Y sabemos qué dice la historia y la memoria popular. La universidad de la que el profesor Peña es rector, donde siempre ha trabajado, lleva el nombre de un "dictador". Como institución, por ejemplo, la dictadura era parte del derecho público de la República en Roma y el proyecto político de Julio César que Augusto estableció, el imperio (de "imperator", máximo título militar), no es otra cosa que una permanente dictadura. Y sabemos cómo aquella forma inspiró el Estado moderno (ab solutio).
El gobierno militar tiene su fundamento en la crisis general de 1973, largamente incubada por responsabilidad exclusiva de tantos políticos y de ningún militar. Comparto la crítica de Peña por la cuestión de las violaciones a los derechos humanos. Pero sostengo, también, que esa realidad, por trágica que sea en tantos sentidos, no agota el "momento" de aquel gobierno militar. Tantas reformas políticas y económicas, la apertura efectiva al mundo o la política de paz con nuestros vecinos, por ejemplo, hasta hoy son parte de nuestra realidad. Y vienen desde la "dictadura". El tema es algo más complejo. ¿Por qué, entonces, una condena a priori de la dictadura? Peña tiene derecho a pensar lo que quiera, pero no a esperar que todos piensen como él.
FRANCISCO JAVIER CUADRA
miércoles, 28 de diciembre de 2011
CARTA: JAIME GUZMÁN
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