viernes, 30 de agosto de 2013

ESTO NO LO CUENTAN LOS MEDIOS: "PRINCIPE SEBASTIÁN", EL PASADO TERRORISTA QUE A GUILLERMO TEILLER NO LE CONVIENE RECORDAR



LA VERDADERA HISTORIA DEL INGRESO ARMAS EN FORMA CLANDESTINA DE CARRIZAL BAJO.

DE CHILE INFORMA EDICIÓN Nº 1.396

A 40 años del Pronunciamiento Militar del once de septiembre de 1973:
Esto no lo cuentan los medios: “Príncipe
Sebastián”, el pasado terrorista que a
Guillermo Teiller no le conviene recordar (La
verdadera historia de Carrizal Bajo)

En qué momento de 1985 el círculo de hierro del Partido
Comunista decidió dar luz verde a la operación de Carrizal
Bajo, aún es uno de los secretos mejor guardados por los
sectores de izquierda chilenos. Sin embargo, desde aquel día
en que Gladys Marín, Guillermo Teillier y sus hombres más
cercanos dieron su venia para que el FMR internara 80
toneladas de armamento y explosivos en las propias narices de
los militares chilenos, comenzó a tejerse una enorme red de
contactos mundiales, que involucraría a todos los actores que
desde 1974 contribuyeron a la vía armada de la izquierda
chilena: la Unión Soviética, Europa Oriental y Cuba.

EL COMANDANTE SEBASTIÁN
En el libro “De la rebelión popular a la sublevación imaginada”,
de Luis Rojas. El autor -militante del PC chileno y ex guerrillero
en Nicaragua- repasa hechos clave que marcaron el rumbo de
la colectividad durante el régimen militar y en que se involucra
directamente a quien, hoy, aprovechándose de la vía
democrática que nunca ha respetado, es miembro de nuestro
poder legislativo: el diputado y máximo jerarca del Partido
Comunista en Chile, el honorable diputado Guillermo Teillier .
“Las luces de una camioneta aparecieron sorpresivamente en
uno de los polvorientos caminos de Carrizal Bajo la noche del
29 mayo de 1986. En ese mismo instante, pero en la playa de la
caleta, miembros del Frente Manuel Rodríguez (FMR)
desembarcaban parte del arsenal que hizo célebre a ese
poblado nortino”, señala el libro en cuestión, que agrega
posteriormente: ”A bordo del vehículo viajaban dos hombres:
el chofer de uno de los encargados de la operación y
Sebastián, entonces jefe dela Comisión Militar del Partido
Comunista”.
Sebastián, nombre político de Guillermo Teillier, actual
diputado y presidente del PC, se mostró lacónico durante su
visita a la caleta. “Me dijo dos o tres frases (…), todas de
aprobación, por cierto”, relata Pedro, uno de los encargados
del desembarque.
El ahora aspirante a tener cabida, incluso en La Moneda, en un
eventual régmen de Bachelet, Guillermo Teillier aparece varias
veces en la trama, bajo la “chapa” de Sebastián. Según el texto
“desde su cargo en el partido le correspondió ser el jefe de
todos los militares comunistas en tiempos de dictadura”.
Sobre aquel período, en el texto, Teillier subraya que al interior
del PC nunca hubo acuerdo en torno a cómo debía
materializarse la “Política de Rebelión Popular de Masas”,
anunciada en 1980 por el secretario general del PC en el
exilio, Luis Corvalán. Desde Moscú, el dirigente había alentado
“todas las formas de lucha”, incluso la “violencia
aguda” contra el Gobierno Militar.
Uno de los órganos del PC que dependían de él era la Fuerza
Militar Propia. Esta adoptó el nombre de Frente Manuel
Rodríguez en 1983.
También se encargó del ingreso clandestino al país de chilenos
graduados en las academias militares de Cuba. Todos ellos, a
su vez, habían combatido junto a la guerrilla que derrocó a
Anastasio Somoza en Nicaragua.
Como jefe de la comisión militar, Teiller además participó en la
planificación del atentado contra el ex Presidente Pinochet,
fallido, afortunadamente, y la internación de armas por Carrizal
Bajo.
Según el libro, Teillier se refirió a ambos episodios durante un
discurso, en un Congreso del PC, en 1989: “Finalizó sus
palabras haciendo un reconocimiento especial al atentado al
dictador y a la operación de Carrizal, y asumiendo la
responsabilidad por ambos fracasos”.

CONTACTOS CON CASTRO Y HOENECKER
“Yo conversé efectivamente con Fidel Castro, así como
conversé también con Eric Honecker, y con gente importante
de los países occidentales, pero no voy a dar nombres. En el
caso de Castro, yo solo iba a pedirle ayuda. Y en los primeros
intercambios, con la experiencia que él tenía, nos trató de
desalentar, porque había una experiencia muy amarga en
América latina de intentos de ingreso de armas”, le reconoció
el propio Teillier al escritor cubano Norberto Fuentes, quien
asegura lo siguiente: “En Chile tuvieron la idea y en Cuba se
perfeccionó. El departamento América, la DGI, e incluso el
Ministerio de Defensa Cubano, colaboraron con los chilenos
para conseguir las armas de guerra”.
Cuando se habla de guerra, obviamente estamos hablando de
una “guerra civil”, vale decir que esta iniciativa del
ahora honorable diputado Teiller y futuro ministro en un
eventual gobierno de Bachelet, tenían como objetivo directo “la
muerte de otros chilenos que no pensaban como ellos”
Esto, porque finalmente el régimen de Castro aceptó colaborar
con los terroristas chilenos. Experimentados oficiales cubanos
estuvieron a cargo de la adquisición y el traslado del
armamento hacia las costas chilenas en el carguero “Río
Najasa”.


Pero si los cubanos aportaron su vasto conocimiento en
operaciones encubiertas y la mayor parte del arsenal, la Unión
Soviética y otros países socialistas entregaron los fondos e,
incluso, parte menor del armamento.
Con un costo total estimado en US$ 30 millones, la más osada
y secreta acción del PC hasta entonces habría obligado
a Gladys Marín a viajar reiteradamente a Moscú en busca de
recursos acompañada de una delegación de la dirección
interna y de altos mandos del FMR radicados en Europa.
Las toneladas de explosivo plástico T-4 -fabricado
exclusivamente en Checoslovaquia- y los lanzacohetes RPG-7
rusos encontrados posteriormente confirman que detrás de
Carrizal Bajo hubo una paciente recolección de armas de
distinto origen. De todo ello se encargaron los cubanos.


La historia de cómo se montó la operación se habría iniciado a
principios de 1985. Según un ex comandante del FMR, el apoyo
cubano para llevarla a cabo se consiguió en La Habana,
durante un encuentro regado con mojitos entre el
general Alejandro Ronda -jefe de la división de Tropas
Especiales del ministerio del interior cubano- y el
propio Guillermo Tellier, alias “Sebastián Larraín”, jefe de la
comisión militar del PC, apodado también “El Príncipe”.
El primer eslabón de la cadena lo constituyó el general Patricio
de la Guardia, en ese entonces jefe del Estado Mayor del
ministerio del interior cubano, Minint. “Las gestiones en
Vietnam para adquirir las armas de origen norteamericano las
hizo De la Guardia”, asegura Norberto Fuentes, quien
perteneció a la nomenclatura de La Habana y fue amigo de De
la Guardia antes de asilarse en Estados Unidos.


Hermano gemelo de “Tony” -el legendario ranger de Castro-,
Patricio se encargó de una transacción que constituiría el
grueso del cargamento. Sin embargo, el general cubano no
realizó esas gestiones específicamente para el FMR
chileno. “Él se hizo cargo, a mediados de los años ’70, de las
negociaciones para que Vietnam le cediera a Fidel Castro gran
cantidad de armamento abandonado por los estadounidenses
para la guerrilla latinoamericana. De allí provino la mayoría de
las armas de Carrizal”, relata el ex colaborador del
departamento América, Jorge Masetti.
Documentos desclasificados recientemente por los
norteamericanos confirman la tesis de Masetti. En un informe
secreto del Departamento de Estado referente a Carrizal, se
consigna; “Hanoi no ha vendido a comerciantes privados las
armas norteamericanas capturadas. Ellas aparecieron en Cuba
como abastecimiento para la guerrilla regional”.
Tiempo después, el coronel Roberto Márquez, jefe de la unidad
operativa de Tropas Especiales, y otros oficiales del comando
de elite dieron inicio a varias maniobras en la costa norte de
Cuba. “Los hombres de Ronda esperaron las condiciones más
parecidas al mar chileno para entrenarse”, relata el escritor
Norberto Fuentes.


Desembarco En Carrizal
A mediados de 1985 el FMR inició la búsqueda de una franja de
litoral que reuniera las condiciones necesarias para el
desembarco, específicamente en las costas del norte del país.
Los frentistas Claudio Molina Donoso, Alfredo Malbrich,
Abelardo Moya, y el jefe directo de la operación, Orlando
Bahamonde, más conocido como “Pedro”, recorrieron la costa
chilena desde Antofagasta a Valdivia, esperando encontrar el
sitio preciso para ingresar el armamento.
Alfredo Malbrich recuerda al respecto: “Habían algunos lugares
que no daban la profundidad, porque había que acercarse con
el barco lo más posible a la costa. Tenía que ser
necesariamente una playa profunda”. Finalmente, el grupo
centro su atención en la zona comprendida entre Caldera por el
norte y La Serena por el sur. Un área vasta en territorios, con
escasez de pobladores e infinidad de caletas próximas a la
carretera Panamericana.
Mediante fotos y mapas se determinó que las playas más
seguras y aisladas eran las aledañas a Carrizal Bajo. Con estos
antecedentes, en octubre de 1985, se decidió que el primer
desembarco sería en Caleta Corrales. “Ahí se me entrega la
tarea de volver a Santiago y comprar las parcelas donde
construiríamos los barretines para guardar las
armas”, dice Abelardo Moya, en ese momento encargado
militar del FMR en la zona sur de Santiago. “A través de avisos
del diario compramos alrededor de cuatro o cinco parcelas y
para mantener la normalidad trasladamos a algunos
voluntarios a vivir en ellas”, agrega.
En tanto, Claudio Molina Donoso, “el Rucio”, fue el encargado
de buscar piques mineros para esconder las armas en forma
provisoria. Entre noviembre y diciembre del 85, Molina
seleccionó cinco minas, las que además debían funcionar con
una fachada, es decir, con cierta legalidad.
Claudio Molina
Claudio Molina precisa que”eso significaba que afuera de los
piques poníamos a dos viejitos pirquineros que sacaban oro, o
lo que fuera, porque tenían que demostrar que estaban
trabajando”.
Con los dineros provenientes del apoyo europeo, más los
obtenidos en algunos asaltos bancarios los frentistas
compraron y arrendaron inmuebles, organizaron casas de
seguridad, pagaron pasajes de avión y contrataron albañiles,
marineros y cuidadores.
En el norte las operaciones eran dirigidas por “Pedro” desde
una casa arrendada en Vallenar. Además, en el subterráneo de
otra propiedad en Huasco, se construyó un espacioso barretín
para guardar provisoriamente las armas e instruir a varios de
los participantes en la operación. Estos se sumaban aun tercer
barretín que se ubicaba junto a la carretera, bajo la posada
“Árbol de Marañon”.
Los frentistas adquirieron además las goletas Chompalhue y
Astrid Sue, 16 vehículos -incluido un camión Cisterna- botes de
goma, generadores, y sofisticados equipos de radio y
navegación, más los permisos para montar en la zona varias
empresas de fachada. Al sur de Carrizal, en la Herradura, se
estableció el centro de apoyo para el desembarco guardándose
allí botes de goma, motores fuera de borda y equipamiento
marino. El costo de estos aspectos operativos y logísticos
habría alcanzado los US$ 4 millones.
En octubre, el biólogo marino Víctor Fernández creó junto
a Alexis Texier la empresa de cultivos marinos “Chungungo
Ltda”. Ambos frentistas, junto a Vilma Olivares y dos
pescadores, iniciaron legalmente las actividades de esta
empresa de fachada que se ubicó en Caleta Corrales.
La entonces alcaldesa de Carrizal, Magaly Salinas, recuerda al
respecto: “No había nada que los delatara que no fueran más
que cultivadores de ostiones. Se notaban personas muy
educadas y recuerdo que había una chica con ellos, Vilma, que
tuvo mucho acercamiento con la gente, era una niña muy dulce
y encantadora”.
De aspecto dulce y “con una familia que había sufrido
persecuciones políticas”, Wilma Olivares participó desde joven
en acciones armadas. Junto a su pareja, Víctor Fernández,
habían llegado a Carrizal “siguiendo su sueño de cambiar a
Chile”.
En febrero de 1986 también comenzó sus actividades en pleno
centro de Vallenar una segunda firma denominada “Productos
del Mar”, dedicada a comercializar algas marinas. Esta
empresa estaba dirigida por Diego Lira y Sergio Buschmann,
alias “el Pelado” o “don Ricardo”.
Estas “empresas” permitieron destacar en el lugar en forma
permanente a numerosos militantes que simulaban ser
algueros. Buschmann empezó a comprar huiros y mariscos,
los que acopiaba en una bodega de Carrizal y luego vendía en
Caldera. Así se justificaba el constante desplazamiento
vehicular hacia la perdida caleta.
Aunque la comunicación entre ambas era constante, las
empresas de La Herradura y Corrales pretendían no conocerse
y disciplinadamente se dedicaban a sus trabajos. Además, eran
generosos; compraban algas, entregaban agua e incluso
colaboraron con luz a la población.
Aníbal Niedblasky, un audaz chofer del frente conocido como
“Fitipaldi” recuerda: “Íbamos donde los Huiremos, y les
llevábamos víveres. Estuvimos un buen tiempo preparando el
terreno, al final ya nos conocían todos”.
En algunos casos el nexo con los pobladores fue demasiado
estrecho. Sergio Buschmann había entablado amistad con la
propia alcaldesa Magaly Salinas, invitándola a cenar, e
intentando con ella negocios que finalmente se frustrarían.
Aferrados a una rígida compartimentación los frentistas solo se
nombraban por sus apodos. Como medida de seguridad,
debían saber solo lo necesario.
Pablo Flores, fue uno de los frentistas encargados del
desembarco: “Cuando yo ingreso a Carrizal, lo hago en la
madrugada y con la vista vendada. En mi grupo éramos tres y
nos dividíamos en turnos para hacer guardia y dormir. Nuestra
organización corría con la alimentación y el vestuario, que nos
llegaba a través de botes”.
Desde Cuba y provisto de un
pasaporte falso llegó en enero de
1986 Juan de Dios Márquez, alias
“el Pollo”. El asumió como jefe
de vigilancia en
Corrales: “Mandábamos a
algunos de nuestros trabajadores
a conversar con los huiremos del
sector. Llevaban una botella de
vino o de pisco y se ponían a
conversar con ellos, y eso nos
permitía obtener información
sobre lo que pensaban o lo que sabían de nosotros, porque
después de unos tragos la gente se suelta. Eso formaba parte
también de la seguridad misma”, dice Márquez.
Abel Rojas fue el huirero que más trago tomó a cuenta del
frente. Estaba feliz con “don Ricardo”, quien les suministraba
agua y les pagaba más que otros compradores por el precio del
huiro, “Incluso para vísperas de pascua él nos hizo un
préstamo”, recuerda Rojas.
A pesar de su fachada de huireros los frentistas se dedicaban
principalmente a probar sistemas de comunicación y
navegación, practicaban buceo y recibían instrucción en
guerrilla urbana. Cantaban, tocaban la guitarra y además se
fotografiaban, suponiendo tal vez que allí estaba la semilla de
un triunfador ejército revolucionario.
No imaginaban que esas fotos más tarde serían su
perdición: “No debían haber tomado esas fotos. Y esa era una
recomendación que incluso la teníamos nosotros como partido
para nuestro trabajo clandestino”, protestaba el ahora
honorable diputado comunista Guillermo Teillier.
Por las noches los frentistas captaban regularmente mensajes
radiales cubanos encriptados que descifraban con un código
especial. Todas estas operaciones eran cuidadosamente
supervisadas por “Pedro”, uno de los jefes del frente, cuya
verdadera identidad -Orlando Bahamonde- solo pudo ser
conocida hasta hace poco tiempo: “De las pocas veces que me
junté con él recuerdo que era muy bueno para comer, un
sibarita, pero a la vez un tipo muy inteligente y muy hábil”,
reconoce el propio Teillier, alias “Príncipe Sebastián”.
El 3 de diciembre de 1985, cubanos y chilenos reunidos en La
Habana finalmente determinaron que el primer desembarco se
realizaría el día de año nuevo.
Los mejores hombres de Fidel Castro, encabezados por el
general Alejandro Ronda, se abocaron de lleno a la arriesgada
misión; “El barco salió de Cuba y dio toda la vuelta al mundo,
llegando incluso a Asia, como forma de despistar a la
Inteligencia norteamericana”, señala el escritor Norberto
Fuentes.
Pero entre las celebraciones de fin de año, la operación se vio
frustrada al perderse el bote que llevaba a los jefes del frente
hasta la Chompalhue, que ya había zarpado de Caldera y que
debía encontrarse en aguas internacionales con el mercante
cubano. Hubo un segundo intento, pero la impericia, unida a un
mar tempestuoso hizo zozobrar a un bote Zódiac y casi mata a
sus tripulantes. Las críticas apuntaron inmediatamente
contra Alfredo Malbrich y Gerardo Alvear, el improvisado
capitán de la Chompalhue.
Los pasos siguientes fueron revelados por un informe de la
CNI fechado en noviembre de 1986. “Con posterioridad al
desembarco frustrado, “Pedro” decidió enviar a Alfredo
Malbrich nuevamente a Cuba para coordinar una segunda
operación, viajando el nombrado con fecha 8 de enero de 1986
para regresar el día 25 del mismo mes, decidiéndose entonces
la realización del primer y efectivo desembarco de armas en
Caleta Corrales para mediados de mayo”.
El éxito de la misión dependería ahora de un Ingeniero en
navegación llamado Manuel Santana. Él se haría cargo de la
Chompalhue. En tanto, el equipo en tierra comenzó a preparase
para el nuevo intento. Las decenas de voluntarios eran
trasladados secretamente desde Santiago, en camionetas y
vehículos cerrados hacia el norte del país. El honorable
diputado PC Guillermo Tellier recuerda: “Debe haber habido un
centenar de personas trabajando allí. Eran gente de todos
lados, que salían de las poblaciones, que se reclutaban en las
protestas, de las juventudes comunistas, en fin, eran gente con
una tremenda disposición para una acción que era altamente
riesgosa”.
El 23 de mayo la goleta Chompalhue zarpó finalmente desde
Caldera. A la tripulación se unieron Alfredo Malbrich y otros
tres rodriguistas especializados en navegación y
comunicaciones. El barco cubano con el general Ronda se
aproximaba nuevamente a las costas chilenas. El encuentro
entre ambas naves estaba programado para las 11 de la noche,
aprovechando las ventajas de la oscuridad. Al atardecer de su
segundo día de navegación la Chompalhue llegó a las
coordenadas establecidas y comenzó la espera del carguero
cubano “Río Najasa”.
Manuel Santana: “Le digo a Alfredo (Malbrich) que faltaban
como dos horas para el encuentro, y él se paseaba como león
enjaulado. Increíblemente, justo como a los dos horas, en el
borde del horizonte, comenzamos a divisar el barco”.
Luego de cuidadosas maniobras la Chompalhue se arrimó al
“Río Najasa”. La maniobra resultó perfecta iniciándose la
noche del día 24 la inmediata estiba de las armas,
perfectamente engrasadas y envuelta en plástico. En una labor
que duró casi 12 horas, el pesquero chileno almacenó en sus
bodegas y cubierta unas 35 toneladas de armas.
Siguiendo rigurosas instrucciones los chilenos tuvieron
escaso contacto con la tripulación cubana. Terminada la
descarga los frentistas se aprestaron a volver a Caleta
Corrales. Para enfrentar un posible ataque en el mar, estaban
premunidos de fusiles M-16, ametralladoras y lanzacohetes.
Pero el viaje de regreso deparaba nuevos riesgos. Mario
Vega era uno de los tripulantes de la Chompalhue aquel
día: “Íbamos de vuelta, cuando de repente le digo a Malbrich
que a lo lejos se veía algo parecido a un buque de guerra. Él
me dice que no, que era imposible. Entonces me hacen subir a
un mástil y veo que sí, efectivamente era un buque de guerra.
No lo podíamos creer”.
Ese buque de guerra era en realidad un destructor de la
Armada, como se confirmó después. Los frentistas evaluaron
sus opciones. No había muchas.
Alfredo Malbrich: “Nos preparamos para lo peor, porque que
más podíamos hacer, no teníamos ninguna posibilidad. Yo
pregunté en un momento si podíamos cambiar de rumbo, pero
eso se descartó porque hubiera aumentado las sospechas.
Además, teníamos un acuerdo de orden moral, por así decirlo,
y era que por ningún motivo entregábamos el barco cargado
con armas. Por lo menos teníamos con que defendernos o en
último caso había que hundirlo si nos iban a detener”.
Malbrich
Manuel Santana agrega: “Fue como una hora de una tensión
increíble. Se habló incluso de un abordaje, pero el nuestro era
un barco tan chico que ni siquiera hubiéramos llegado a la
altura d Malbrich e la borda del otro buque, entonces como
podíamos abordarlo?, y más aún, estando arriba, que
hacíamos? Era peor que lo de Prat. Fue una idea loca que nos
duró muy poco. La decisión final fue hacerse los tontos y
seguir navegando”.
Sorpresivamente el buque de la Armada, que se había acercado
peligrosamente a la Chompalhue, sin mediar comunicación
alguna continuó el rumbo de su navegación. Los rodriguistas,
que se habían alistado para el inminente combate, se sintieron
aliviados. Sin otros contratiempos la embarcación siguió viaje
con su preciada carga, arribando finalmente a Caleta
Corrales al anochecer del día 25 de mayo.
(Continúa y finaliza en la edición de mañana)

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