David Jankelevich W.
Hace 30 años, el 19 de diciembre de 1978, la flota chilena que se resguardaba en las bahías y canales australes, recibió, pasado el mediodía, la siguiente orden cifrada desde la Comandancia en Jefe: "Prepararse para iniciar acciones de guerra al amanecer. Agresión inminente. Buena suerte". Este mensaje, que coincidía con el estancamiento de las negociaciones diplomáticas entre los gobiernos de Chile y Argentina, fue transmitido por el Estado Mayor de la Escuadra a todos sus buques. Más tarde, éstos recibirían otro mensaje en clave de la Comandancia en Jefe de la Armada que les ordenaba atacar y destruir cualquier buque enemigo que se encontrara en aguas territoriales chilenas.
El 19 de diciembre recién pasado tuve el honor de presidir un justo homenaje al general (r) Ernesto Videla. En este encuentro, su testimonio y anécdotas de lo que le tocó vivir en los 66 meses que duró la negociación con Argentina hicieron que a los allí presentes nos envolviera un manto emocional, que derivó en lagrimas vertidas al escuchar, por ejemplo, el relato del ex comandante en jefe de la Armada almirante Miguel Ángel Vergara, al recordar que en ese tiempo era capitán de Corbeta y su misión fue jefe de operaciones de un buque que había permanecido cinco años dado de baja y el cual tuvo que ser puesto en servicio nuevamente, dada la situación. Las lagrimas bañaron el rostro del almirante Vergara cuando nos relataba que el objetivo de su tarea consistía en ir con el buque de avanzada, es decir, como señuelo para atraer hacia ellos los misiles argentinos. Despedirse de sus hijos y esposa no fue una misión fácil para él, sabiendo que de entrar en guerra, probablemente moriría, dada la orden que recibió. Ello provocó el más hondo recogimiento entre los presentes. Sus palabras, y la certeza de que estuvimos más cerca de la guerra de lo que jamás imaginamos, nos tocaron en lo más íntimo.
Ernesto nos cuenta una de las tantas veces que le tocó reunirse con su S.S. Juan Pablo II: "Entrábamos en puntillas a la capilla privada de Su Santidad, él oraba en su reclinatorio sin percatarse de nuestra presencia, con un recogimiento y fe tan profundos, que creo —dice el general Videla— es el silencio mas impresionante que alguna vez he oído".
Debo agregar que seguíamos impactados al saber hechos desconocidos por nosotros hasta ese día, como que por acción divina tal vez, una poderosa tormenta sobre el Cabo de Hornos impidió que se iniciara el plan de invasión, por lo que el avance de los argentinos se detuvo el 22 de diciembre.
Después de escuchar al ex comandante en jefe de la FACh general Fernando Rojas Vender, quien en ese entonces comandaba una escuadrilla en el teatro de guerra sur, con pocos elementos y escasos materiales de vuelo, me cuestionaba cómo nuestro país fue capaz de condecorar al senador Ted Kennedy, autor de la enmienda que nos privaba de todo tipo de repuestos y armamento y que en caso de haber estallado la guerra hubiese significado sin ninguna duda una derrota por inferioridad de medios con nuestros enemigos.
Esta experiencia que me tocó vivir junto a los otros contertulios de nuestra mesa, nos permitió darnos cuenta de que las guerras lejos están de solucionar los diferendos entre dos naciones, pues son siempre crueles y trágicas.
Por ello vayan nuestros agradecimientos a personajes de nuestra historia que hoy ya no están con nosotros, como el general Augusto Pinochet, el almirante Merino, don Hernán Cubillos, don Enrique Bernstein, don Julio Philippi, almirante Raúl López y a tantos otros que desde el anonimato nos permitieron que hoy gocemos de la paz, sin que nuestras vidas se hubiesen visto interrumpidas o salpicadas por la desgracia que una guerra siempre trae consigo.
Chile tiene muchísimo que retribuir a todos aquellos que con su participación evitaron que nuestro país viviera la horrorosa experiencia de la guerra, más aún, ellos merecen nuestro reconocimiento por su firme voluntad de consagrar la paz, a pesar de un proceso largo y dificultoso. El general Videla realizó más de 60 viajes a Roma durante casi seis años, dedicado mañana, tarde y noche como tantos otros abogados, militares y civiles que trabajaron ad honorem.
Como chileno, siento que nuestra memoria ha sido frágil con estos hombres, y que no se les ha hecho justicia por el gran servicio prestado al país.
Por último, quisiera agradecerles a todos aquellos que lograron que primara la razón para tomar las decisiones que fraguarían el destino del país y a todos los valientes y anónimos soldados que estaban dispuestos a usar la fuerza para protegernos.
jueves, 8 de enero de 2009
EN EL CLUB DE LOS VIERNES, 30 AÑOS DESPUES
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