Escribí en mi anterior artículo que mientras la cultura podrida de la muerte va decayendo, otra cultura, la de la vida, va brotando. Son muchos los ejemplos y en países de los cinco continentes. Uno de estos hechos, alegre y clamoroso, ocurrió en Madrid el pasado 28 de diciembre.
Para la Iglesia Católica era la Fiesta de la Sagrada Familia, y lo celebró con una Misa Solemne, en el puro centro de la capital de España, presidida por el Cardenal Arzobispo de Madrid, concelebrada por otros 27 obispos y un representante del Nuncio. Desde Roma, Benedicto XVI envío un mensaje a través de una transmisión en directo: "Queridas familias, no dejéis que el amor, la apertura a la vida y los lazos incomparables que unen vuestro hogar se desvirtúen", recordando que la familia es "una gracia de Dios que deja traslucir lo que Él mismo es: Amor".
El frío tremendo que hacía en Madrid no impidió que un millón de personas, muchas de ellas con niños muy pequeños, en carritos o sillas, se lanzaran a la calle en una pacífica pero enérgica manifestación de su fe y asistieran a esa misa, al aire libre, con todo fervor. Varios medios informativos comentaron positivamente el hecho y se asombraron del poder de convocatoria que tiene la jerarquía católica española.
Algunos destacaron, como positivo, la ausencia de políticos del Partido Popular, considerados “cómplices del socialismo en las políticas de reingeniería social anticristiana” comentando que “Por encima de todo, lo que se ha ocurrido es que, a pesar de una persecución legal y social -lo que ha dado en llamarse persecución educada, a pesar de la blasfemia continua, especialmente en los medios adictos al zapatismo, pero también en los adictos al Partido Popular-, los católicos han vuelto a salir a la calle y no están dispuestos a aceptar que sus convicciones tengan que expresarse en la más estricta intimidad de su hogar o de su conciencia”.
Juan Manuel de Prada, un joven y famoso escritor, escribió en ABC : “Hay quienes afirman misteriosamente que los obispos ‘se meten en política’ por organizar una misa en la plaza de Colón, coincidiendo con la festividad de la Sagrada Familia. Pero celebrar misa y propagar el Evangelio es la misión primordial de la Iglesia de Cristo; el día en que los obispos estuviesen dispuestos a renunciar a esa misión sería cuando, por fin, podría decirse con propiedad que ‘se meten en política’. La misión que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, pero comprende los principios de orden moral que surgen de la misma naturaleza humana. ¿Y qué hay más naturalmente humano que la institución familiar? La Iglesia nos recuerda en esta festividad que Cristo buscó cobijo en una familia. Como Dios que era, no habría requerido el concurso de una mujer que lo gestase en su vientre, no habría requerido tampoco la figura de un padre que velase su andadura terrenal; pero su asunción plena de la naturaleza humana lo impulsó a hacerlo. Desvinculado de un padre y una madre, Cristo no habría sido hombre pleno, sino hombre mutilado; esto es, hombre desnaturalizado”.
El Cardenal Arzobispo de Madrid afirmó en su homilía: “Los niños necesitan de sus padres. Necesitan del amor de un padre y de una madre para poder ser engendrados, traídos al mundo, criados y educados conforme a la dignidad que les es propia desde el momento en el que son concebidos en el vientre materno: la dignidad de personas, llamadas a ser hijos de Dios. ¡De todos ellos, desde ese primer instante de su existencia, es el Reino de los Cielos! Pero el 28 de diciembre era también la festividad de Los Santos Inocentes y el Cardenal añadió que “estremece el hecho y el número de los que son sacrificados por la sobrecogedora crueldad del aborto, una de las lacras más terribles de nuestro tiempo tan orgulloso de sí mismo y de su progreso. Ellos son los nuevos Santos Inocentes de la época contemporánea.”
Mas tarde afirmó: Es posible y es necesario dar testimonio ante el mundo de la alegría honda y duradera que trae la familia cristiana. Es posible y urgente vencer la cultura de la muerte con la cultura de la vida. Se puede y urge vencer la cultura de la dura y egoísta competencia, ¡de la egolatría!, con la cultura del amor verdadero.”
Añado yo que la protección de todo humano no nacido y la defensa y fomento de la verdadera familia –la ecológica, la que es según la naturaleza- son cosas que competen no sólo a los católicos, sino a todos los cristianos y a todos los hombres de buena voluntad y de buen corazón. Nos va en ello el futuro de nuestra cultura y de toda la humanidad.
Luis Fernández Cuervo luchofcuervo@gmail.com
sábado, 10 de enero de 2009
UN EJEMPLO DE LA NUEVA CULTURA
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