miércoles, 21 de enero de 2009

VISITA A LOS PRESOS POLITICOS EN PUNTA PEUCO

Estimado Amiga, Amigo.-

Te cuento que el sábado 10 de Enero, Bernardita Huerta y yo, Fernando,
estuvimos nuevamente en Punta Peuco, el campo de Presos Polìticos que
mantiene la Concertación. En esta ocasión compartimos con ellos, con
todos los que habitan ese módulo. Ahí están únicamente los oficiales
de Ejército, más un oficial de la Armada (el único marino prisionero
en Punta Peuco). Hay además otros tres módulos, con más prisioneros.


El oficial de la Armada fue acogido por sus camaradas del Ejército.

Profundamente emocionado, nos hablaba de sus amigos del Ejército como
"mis hermanos''. Con las lágrimas que luchaban por no asomarse en sus
ojos, nos contaba que jamás, en estos dos años de encierro, lo ha
visitado su comandante en jefe. De él, decía "no he recibido nada.
Prefiere, en vez de visitar a uno de los suyos, ir a navegar por el
lago Titicaca. A lo mejor el año que viene, si tengo suerte, se entera
que estoy preso''.

El hombre está dolido. No es algo superficial, sino muy profundo.

"Nunca tampoco, nos decía, mi comandante ha enviado a un oficial en
servicio activo para verme. Para mi institución no existo''. Su
contacto con la Armada son algunos oficiales en retiro que pertenecen
a UNOFAR y que van a Punta Peuco cada dos meses.

He cuidado de reproducir sus palabras entre comillas y quien dude de
mi testimonio, de periodista, ofrezco como aval a todos los oficiales
del módulo, quienes, en silencio escuchaban el diálogo, y, que al
final, le abrazaban.

¡Es reconfortante presenciar entre uniformados esa expresión de
cariño, dicha sin palabras, de un modo tan viril!

Es el caso más dramático que vimos ese día. Su nombre, que importa.
Quien realmente quiera ayudarlo, con una carta, un saludo, una visita,
nos pide su nombre. Con mucho agrado se lo daremos.

A este compatriota nuestro, simplemente le quitaron las alas. El no
sólo está preso, está Institucionalmente, abandonado. Es como pollo en
corral ajeno. Menciona a sus camaradas militares de encierro y se
quiebra.

Al hombre le duele que la ayuda le llegue generosamente de sus
compañeros de infortunio y de los familiares de éstos. Es el regalón,
porque los suyos le dejaron abandonado.

Como quisiera que me desmintieran, que nos dijeran que es una historia
falsa, que la soñamos. Pero no. Cuando nos veníamos y sentíamos su
mano fuerte, entrechando la nuestra y nos fundimos en un abrazo,
palpamos que, lamentablemente nada es falso.

Estuvimos en ese módulo por cinco horas. Incluso nos invitaron a
compartir el rancho. La comida no es buena, tampoco es mala. Es
regular, si le ponemos
una dosis de generosidad. La entregan en una vianda metálica, como las que
usan los obreros de la construcción.

Ellos mismos se encargan de vaciarla en sus platos y, posteriormente,
de lavar y secar los cubiertos. El que quiere comer solo, puede
hacerlo en su celda, pero prefieren estar juntos. Es un comedor chico,
pero donde comparten en familia.

El rancho que entrega el Estado es insuficiente, pero se mejora con
los aportes que hacen los particulares y mejora más los días de
visita. El incremento es con lo que llevan sus familiares y amigos.

El problema es que algunos, especialmente los suboficiales, reciben
pocas o no reciben visitas. O en otros casos, hay visitas, pero
escasean los fondos.

Por lo mismo, no nos cansamos de pedir ayuda a los amigos. Se
requieren alimentos no perecibles, artículos de tocador, de aseo.

Nuestro almuerzo sabatino mejoró porque ese día familiares aportaron con pan
fresco. Apareció una botella de agua mineral y dos de Coca Cola. Todo
se repartió entre todos. Cada uno sacaba lo justo para que alcanzara
a los demás.

Apareció un microondas y en su interior se cocieron unas presas de
pollo apanado. Pese al esfuerzo, el pollo no alcanzó para todos.

Rosabella y Bernardita se esforzaron para que los tomates, ensaladas
de arvejas y choclo alcanzaran. Terminado el rancho, apareció un
excelente postre, producto de una visita. Era un kuchen, con
incrustaciones de frutas.

Luego, llegaron de distintas celdas dos calentadores eléctricos (como
sirven). Convidaron café, azúcar y agua caliente y ahí se produjo el
chiste del día.

Para achuntarle al enchufe, el que quería calentar agua encendió una
luz, que olvidó de apagar al concluir. Varios, al unísono, le gritaron
"apaga la luz". Algo molesto, el aludido, preguntó ¿Quieren ahorrarle
luz a la Gorda''.

El general Iturriaga, a quien encontramos muy bien, visitado por una
de sus hijas, salió a almorzar afuera. La expresión es cierta.
Almorzaron en privado, en un patio contiguo, a 10 metros de nosotros.

El patio no tiene más de unos 15 x 15 metros, pero ellos se lo han
repartido matemáticamente. Cada uno es "dueño'' de unos 4 x 4. En esos
16 metros cuadrados tiene su comedor privado, su sala de lectura y
hasta su jardín.

Iturriaga, feliz, nos mostraba su jardín de 4 metros lineales donde cultiva
frutillas. Sobre el 4 x 4, montó un toldo de género para protegerse del sol
o la lluvia y debajo de él, mantiene su mesa, dos sillas. Es su
territorio privado y nadie osa invadirlo, salvo que sea invitado.

Cada uno vive ahí parte del día. Todos saben que si el general está
allí leyendo o descansando, se puede conseguir un café. "Mi general,
siempre tiene café para las visitas'', nos confidencian.

El general disfrutó de la compañía de su hija menor hasta el cierre
del horario de visitas, a las 5 de la tarde. La puntualidad es
inglesa. A las 5, el recinto debe quedar sin visitas. Cinco minutos
antes, todos se retiran.

Conversamos con él su buen rato e incluso quisimos agradarlo contándole que
su alocución - cuando decidió pasar a la clandestinidad- está arriba,
en You Tube. Esto que ocurrió hace unos pocos días, ya lo sabía. Otro
amigo visitante, se lo había dicho.

Ellos están presos, pero mejor informados que nosotros. Si hay algo
que agradecen son los diarios, del día por su puesto. Las revistas.

Las noticias adentro son digeridas una y otra vez. Tienen ellos, en el
módulo militar, un equipo muy afiatado. Las relaciones inter
personales son excelentes.

Iturriaga, por el grado, general de división en retiro, es el jefe,
pero entre todos ellos los grados quedaron en el pasado. Hoy lo supera
la camaradería, que es fuerte, se siente.

En cada una en las celdas, todas pequeñas, tienen libros personales.
Además en un espacio común, también pequeño, han instalado una
biblioteca colectiva.

Todo es muy limpio, muy ordenado, pese a que nadie les limpia nada. Al
poder ingresar a su mundo tan estrecho, tan diminuto, comprobamos que
todo brilla como un espejo.

Lo que no nos gustó -absolutamente nada- fueron las moscas. Debe ser
porque están metidos en pleno campo, rodeados de parcelas, pero en el
comedor, en la cocina, la lucha es constante con las moscas.

En cambio, en la parte más exterior, donde reciben las visitas, afuera, o más
afuera, pues las celdas están más adentro, hay menos moscas. No sé si
se han acostumbrados, pero yo, al menos, estaba desesperado.

Muchas cosas de ese encierro no me gustaban, ahora se agregaron las moscas.

En silencio me acordaba de un colega periodista. El muy infame
escribió un reportaje en La Nación Domingo, al cual se le ocurrió
titular "Un Hotel de Cinco Estrellas". Pensaba en el pobre infeliz.
Debe ser demasiado rasca, pues no conoce los hoteles con estrellas.
Hablaba de una piscina que busqué por todos lados y que no está.

Pero en su relato jamás mencionó a las moscas, pese a que es lo más
difícil de ignorar.

Pese a todo salimos feliz. A estos amigos no los van a derribar, no
los van a vencer. Son, aunque les duela, soldados del Ejército de
Chile, del único y gran
Ejército de Chile, y estos hombres fueron formados para enfrentar la
adversidad y vencer.

Al concluir, me quiero desmentir, pero lo hago feliz. En mi relato con
nuestra estada del 07 de Enero, hablé de las visitas a los presos
polìticos de monseñor Christián Precht, las alabé. Y lamenté que en
cambio, ningún general en servicio activo les vaya a visitar.

Hoy, debo tragarme mi error, y lo hago con dignidad. En medio de la
conversación, fui informado por ellos - incluyendo al marino- que el
pasado 31 de diciembre, poco después del mediodía y horas antes de la
llegada del Nuevo Año, recibieron en persona la visita del comandante
en jefe.

El general Izurieta, les fue a ver, al igual como lo hizo el 31 de
diciembre del año anterior. Ambas, no fueron visitas como las de
médico. Se quedó con ellos más de una horas. Conversó con cada uno y
lo hizo con afecto, con cariño.

Recorrió las instalaciones. Advirtió los problemas. Vestía de
uniforme. Fue el mejor regalo que tuvieron ellos el 31 de diciembre.

General Izurieta, si en alguna ocasión he reclamado contra usted, siempre lo
hago de frente, y hoy, también de frente, le doy las gracias, porque su
actitud del pasado 31 de Diciembre me refleja que, como dijo el
escritor español, actuó "nada menos que todo un hombre''.

La pregunta que me surge es: ¿Por qué si el comandante en jefe visita
a los presos polìticos de su institución, no lo hacen los generales en
servicio activo?.

Nos quedan muchas cosas que contarles, pero no queremos latear.

"Y yo agrego -dice Bernardita- que también salí contenta de verlos
sanos, de buen ánimo y agradecidos de nuestra visita''

Bernardita y Fernando.



--
Fernando Martínez Collins.

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