martes, 24 de febrero de 2009

LAS CUATRO CAMPAÑAS DE LA GUERRA DEL PACIFICO


Estimados amigos:

Hace unos días, en relación con los “atinados” dichos de Fidel, rescaté un comentario de un blog de El Mercurio, que adjunto. Luego de leerlo con calma, decidí enviárselos junto con los 3 primeros capítulos del libro “Las Cuatro Campañas de la Guerra del Pacífico” de Francisco A. Machuca (Captain) de 1926.

Creo que ustedes sabrán mejor que yo como elaborar un documento (puede ser virtual) que ponerle bajo la almohada al canciller Foxley, no vaya a ser que siguiendo el ejemplo de su mentor, de quien fue ministro, estime que metros más o menos….

(Del libro citado sólo existen el tomo I y II, parece que no escribió los siguientes, aunque en la Biblioteca Nacional existen otros del mismo autor.)

Afectuosamente,


Aubry


Las Cuatro Campañas

DE

La Guerra del Pacífico

Por

FRANCISCO A. MACHUCA

(CAPITAN)

TENIENTE CORONEL RETIRADO

Relación y crítica militar de Capitan,
autor de La Guerra Anglo﷓Boer, de La Guerra Ruso﷓japonesa,
y de La Gran Guerra Mundial de 1914 ﷓1917.

TOMO I.


1926
Imprenta VICTORIA, Valparaíso

Casilla 163.

A los señores Coroneles


Don Carlos Ibañez del Campo,

Ministro del Interior

y

Don Ricardo Olea,

Comandante en Jefe de la V División

a cuya patriótica benevolencia

se debe la publicación de esta obra,

Viña del Mar, Marzo de 1927.

El autor.

ES PROPIEDAD
Inscripción No. 590



LAS CUATRO CAMPAÑAS
DE LA GUERRA DEL PACIFICO

I. TARAPACÁ. II. TACNA.
III. LIMA. IV. LA SIERRA.

Tomo Primero.
Campaña de Tarapacá.

Capítulos Materia Pág.
I. El desierto de Atacama.- El Tratado secreto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
II. El Tratado Baptista – Walter Martínez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
III. Embargo de la Compañía de Salitres; rescisión de la convención de 1873 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
IV. Ocupación de Antofagasta.- Toma de Calama . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39
V. La Misión Lavalle . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53
VI. El Perú causante de la guerra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63
VII. Preparativos bélicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71
VIII. Operaciones activas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83
IX. Preparativos de los aliados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
X. La expedición al Callao . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115
XI. Organización del Ejército . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127
XII Combate Naval de Iquique . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141
XIII Preparativos para la campaña terrestre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155
XIV Operaciones de la Escuadra Peruana. (Del 23 de Mayo al 30 de Setiembre) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169
XV. Operaciones Marítimas chilenas. (Del 23 de Mayo al 30 de Setiembre) 181
XVI. Preparativo terrestres hasta la batalla de Angamos . . . . . . . . . . . . . . . 199
XVII. Angamos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 215
XVIII En víspera de expedicionar a Tarapacá . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231
XIX. Embarco del Ejército . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 243
XX. Los servicios humanitarios. Sanidad y religión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 257
XXI. Asalto a Pisagua . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 277
XXII. De Pisagua a Germania . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 297
XXIII. Concentración del Ejército . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 311
XXIV. La marcha de Daza a Camarones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 319
XXV. Dolores o San Francisco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 329
XXVI. Persecución del enemigo.﷓ “No haga nada” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 341
XXVII A Tarapacá . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 353
XXVIII Tarapacá . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 361
XXIX. Después de Tarapacá . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 375
XXX. Fin de la Campaña . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 387




BIBLIOGRÁFIA



· DIARIO DE CAMPAÑA.﷓ Julio Caballero Illanes, capitán del Coquimbo. (Inédito).
· DIARIO DE CAMPAÑA.﷓ Federico 2º Cavada, mayor de inválidos, ex﷓capitán ayudante del Coquimbo. (Inédito).
· RECUERDOS DE LA VIDA DE CAMPANA EN LA GUERRA DEL PACÍFICO, dos tomos por Antonio Urqueta, oficial del Coquimbo. Imprenta La Ilustración. 1909. Stgo.
· GUERRA DEL PACÍFICO, por Pascual Ahumada Moreno. Imprenta y Librería Americana de Federico T. Lattrop. Valparaíso, 1889.
· HISTORIA MILITAR DE LA GUERRA DEL PACIFICO, por Wilhelm Ekdaffi, 1er tomo. Imprenta y Litografía, Universo, 1917; 2º y 3er tomos, Imprenta del Ministerio de la Guerra, 1919.
· GUERRA DEL PACIFICO, por Gonzalo Bulnes, 3 tomos. Imprenta y Litografía Universo. Valparaíso, 1914.
· CONFLICTOS INTERNACIONALES, por Juan Ignacio Galvez, Agencia de Publicaciones, Buenos Aires, 1919.
· ELEMENTOS DE GEOGRAFIA CIENTÍFICA DEL PERU, por Oscar Miró Quezada., Lima. Imprenta de El Comercio, 1919.
· ESTUDIO SOBRE LA GEOGRAFIA DE TARAPACA, por Guillermo E. Billinghurst. Imprenta El Progreso. Santiago, 1886.
· HISTORIA DE LA GUERRA DEL PACIFICO, por Diego Barros Arana, dos tomos. Santiago, 1880.
· HISTORIA MILITAR DEL PERU, por Celso N. Zuleta, coronel de Artillería Benemérito de la Patria, vencedor del 2 de Mayo en 1866, combatiente en Pucará. Imprenta Americana, Lima 1920.
· GEOGRAFIA DEL PERU, por don Mateo Paz Soldan, París 1862.
· GUERRA DEL PACIFICO, por Luis Adan Molina, Santiago. Imprenta Universitaria. 1920.
· LO QUE YO HE VISTO, artículos publicados en la prensa de Santiago por el General Diego Dublé Almeyda.
· MEMORIAS DE DON PATRICIO LYNCH, 1.º y 2.º tomos. Lima, Imprenta de la Merced, 1884. 3.º tomo, Imprenta Bacigalupi, y Cía., Lima, 1884.
· BOLETIN DE LA GUERRA DEL PACIFICO, edición oficial, por Moises Vargas. Santiago, 1879.
· GEOGRAFÍA DE BOLIVIA, por Pascual Limiñana, Sucre. Imprenta Bolivar. 1897.
· BREVES INDICACIONES PARA EL VIAJERO A BOLIVIA, por Manuel V. Ballivian, La Paz. Tipografía El Demócrata. 1898.
· GUIA DEL VIAJERO DE LA PAZ, por Nicolás Acosta, La Paz 1880.
· OTROS TIEMPOS, por el Doctor Zenen Palacios, Santiago. Imprenta La Ilustración. 1923.
· OBRAS DE NICANOR MOLINARE, Santiago, nueve volúmenes. 1912-1923.
· SEMBLANZAS DE LA GUERRA DEL PACIFICO por J. V. Ochoa, Lima 1880.
· CARTAS A LA PRENSA ASOCIADA DE LIMA, por el corresponsal en campaña, Benito, Neto, 1880.
· EL CONTINGENTE DE LA PROVINCIA DE ATACAMA EN LA GUERRA DEL PACIFICO, Copiapó, Imprenta de El Atacameño.
· CAMINOS DEL DESIERTO Y DE LA COSTA DE ANTOFAGASTA Y ATACAMA, Estado Mayor General, sección técnica, Santiago de Chile. Imprenta, del Estado Mayor., 1895.
· EL CONFLICTO DEL PACÍFICO, por Julio Pérez Canto, Santiago. Imprenta Zig-Zag, 1918.
· ACONCAGUA EN LA GUERRA DEL PACÍFICO, por Florentino A. Salinas, Santiago. Imprenta Albión, de Carlos 2º Lattrop, 1893.
· HISTORIA DEL BATALLÓN Nº 3 DE INFANTERÍA, por Tomás de la Barra Fontecilla, Santiago. Imprenta de la Ilustración Militar, 1901.
· EL BATALLÓN MOVILIZADO QUILLOTA, por Francisco A. Figueroa B., Santiago. Imprenta del Correo, 1894.
· CHASCARRILLOS MILITARES, por Daniel Riquelme (Conchalí), Santiago. Imprenta Victoria, San Diego 73. 1885.
· BATALLÓN MOVILIZADO TALCA, PAGO Y LIQUIDACIÓN DEL MENCIONADO CUERPO, por Emeterio Letelier, coronel de ejército, Santiago. Imprenta Cervantes, 1885.
· EL CONFLICTO DEL PACÍFICO, por José Ricardo Luna, teniente coronel de Caballería, Lima. Imprenta Gloria, 1919.
· REVISTA MÉDICA, SERVICIOS DE SANIDAD, Santiago. 1879-1884.
· ESTUDIO HISTÓRICO DE LA GUERRA DEL PACÍFICO, por Eufrasio Viscarra, Cochabamba, 1889.
· HISTORIA GENERAL DE BOLIVIA, por Alcides Arguedas, La Paz. Arno Hnos., Editores.
· BOLETIN DE LA GUERRA, por Modesto Molina, Lima. 1880.
· SUD AMERIQUE, por el conde d’Hursel, París. 1879.
· PEROU ET BOLIVIE, pour M. Charles Wiener, París. Librería Hachette, 1880.
· ESTUDIO ESTRATÉGICO SOBRE LA CAMPAÑA MARITIMA DE LA GUERRA DEL PACIFICO, por Arturo Cuevas, contralmirante, Valparaíso. Talleres Tipográficos de la Armada, 1901.
· PRECIS DE LA GUERRE DU PACIFIQUE ENTRE LE CHILI D'UNE PARTE, LE PEROU ET BOLIVIA DE L’AUTRE, por Joachin du Perron, comte de Revel. Livrairie Militaire, 1910, París.
· HOMBRES NOTABLES DE CHILE, por Enrique Amador Fuenzalida, Valparaíso. Imprenta Universo, 1901.
· DERROTERO DE LA COSTA DEL PERÚ, por el piloto don Rosendo Melo. Talleres del “Auxiliar del Comercio”, Lima, 1913.
· INFLUENCIA DEL PODER NAVAL EN LA HISTORIA DE CHILE, por el vicealmirante don Luis Langlois. Imprenta Talleres de la Armada, Valparaíso, 1911.
· CAMPAÑAS DE TARAPACÁ, TACNA Y LIMA, por Benjamín Vicuña Mackenna. Rafael Jover, editor. Santiago, 1880.

· INFLUENCIA DEL PODER NAVAL SOBRE LA HISTORIA, por el comandante A. E. Mahan, (de la armada de Estados Unidos). Traducción del capitán Linacre. Imprenta de la Armada. Valparaíso, 1900.
· PRINCIPIOS Y COMENTARIOS SOBRE TÁCTICAS NAVALES, por el comandante B. Of., de la marina de Estados Unidos. Traducción del capitán Arturo E. Wilson. Litografía Inglesa, Valparaíso. 1894.
· LOS COMBATES NAVALES DE LA GUERRA DEL PACÍFICO, por el vicealmirante don Luis Uribe Orrego. Imprenta de la Patria, Valparaíso. 1886.
· OPERACIONES COMBINADAS DE LOS EJÉRCITOS DE MAR Y TIERRA, por R. Degouy, teniente de la marina francesa. Traducción de X. T. W. Imprenta de la Patria, Valparaíso. 1888.
· GEOGRAFÏA MILITAR DE CHILE, por J. Boonen Rivera, 2 tomos. Imprenta Cervantes, Santiago. 1897.
· LES ENSEIGNENTS DE LA GUERRE, por el coronel Bidault. Antibes. Imprenta Emile Roux. 1915.
· MEMORIAS DEL CORONEL ALEJANDRO GOROSTIAGA, (después general). Imprenta de la República, Santiago. 1883.
· DIARIO DE CAMPAÑA, del autor. 1879-1884.


CAPÍTULO I.

El desierto de Atacama.﷓El tratado secreto.

Los estados americanos que surgieron en los primeros tiempos del siglo pasado, tomaron como base para el establecimiento de las respectivas fronteras los límites acordados por la corona de España, a los virreinatos y capitanías generales de sus vastos dominios.
Los gobiernos estuvieron de acuerdo en reconocer el uti posidetis de 1810, acatando la posesión territorial de ese año, como punto de partida para la delimitación de fronteras; se creyó que tal decisión, sencilla al parecer, cortaba todo motivo de futuros reclamos entre los vecinos.
El publicista boliviano Don J. M. Santibáñez define así el uti posidetis como norma para los límites de las repúblicas americanas:
“Esta especie de acuerdo o asentimento tácito; este hecho natural y necesario que circunscribe a los nuevos Estados dentro de los límites trazados por la metrópoli a sus provincias, es lo que se ha llamado el uti posidetis del año diez, o sea el derecho que la posesión daba a las Repúblicas Hispano﷓Americanas, a la soberanía y dominio del territorio que constituía en esa época la sección colonial transformada en nación independiente”. (Argumentación en la cuestión chileno﷓argentina).
El desierto de Atacama constituía el límite entre Chile y el Perú en la citada fecha de 1810. Bolivia no existía aun.
Pero el desierto no forma una barrera definida, como un valle, un río, una montaña; la pampa arenosa, árida y estéril, se extiende por centenares de kilómetros desde la desembocadura del Loa, poco al sur de Punta Chipana, hasta el cerro Colorado, entre Blanco Encalada y Paposo, en una extensión cercana a cuatro grados geográficos desde el 21 al 25 de latitud sur.
La Corte de España había definido ya los límites de Chile y el Perú, en esta dilatada zona.
En 1787 nombró una comisión presidida por los delegados reales don Alejandro Malaspiña y don José Bustamante, que arribaron a las costas del Pacífico, en la escuadrilla, compuesta de las fragatas de guerra “Atrevida” y “Descubridora”.
Después de una penosa y concienzuda labor, la Comisión fijó el río, Loa, como límite entre el virreinato del Perú y la Capitanía General de Chile. Esta decisión de los delegados reales, recibió la aprobación de la Corte de España; y en consecuencia, quedó Chile deslindado por el norte con el Perú por el río Loa y por el oriente con la Audiencia de Charcas.
El Gobierno de esta Audiencia jamás tuvo dificultad de límites con la capitanía de Chile, porque su comercio no se ejercitaba por las costas chilenas, sino que seguía la ruta de Arica por el norte; y la de Buenos Aires, por el sur.
El rey de España mandó levantar en 1790 por varios oficiales de la marina de guerra la carta de las costas de Chile, comprendidas entre los grados 38 y 22 de latitud sur.
En 1799, el Excmo. Secretario de Estado de Despacho Universal señor don Juan de Lángara, la presentó a S. M. El río Loa quedó como línea de frontera por decisión de la Corona de España, acatada por las autoridades del Perú y Chile.
El Monarca fijó dicha demarcación en esta forma: El río Loa, desde el Océano Pacífico hasta Quillagua; de este caserío una recta hasta la cumbre del Miño; y de este volcán, su paralelo hasta la cordillera de los Andes.
El uti posidetis de 1810 sancionó tal estado de cosas.
En esta carta oficial se designan como costas de Chile todas las comprendidas entre los paralelos 38 y 22; y no fijándose su terminación, ni por el sur, ni por el norte, es evidente que pueden extenderse todavía hacia el norte más allá del paralelo 22, como se extienden hacia el sur, más acá del paralelo 38; lo que está enteramente de acuerdo con el plano del virrei que pone el límite austral del Perú a los 21º 38’ de latitud meridional. No sólo, pues, pertenece a Chile la Bahía de Nuestra Señora, sino las Bahías de Mejillones y Cobija, y en una palabra, toda la costa, hasta la desembocadura del Loa.
La constitución de 1833, en su artículo 1.º estableció:
“El territorio de Chile se extiende desde el desierto de Atacama hasta el Cabo de Hornos”.
Los bolivianos alegaron muchos años después, que la palabra desde no comprendía el desierto, quizás con la misma razón que hasta no comprendía el Cabo de Hornos. Pero abandonaron esta teoría.
En 1825, a raíz de la creación del nuevo Estado, el Libertador quiso darles acceso al mar, y comisionó al General O'Connor para que buscase en el Pacífico un lugar adecuado para fundar un puerto.
El citado General informó al Libertador de no haber encontrado en toda la dilatada y estéril costa ningún pasaje apropiado para habilitar un puerto, con lo que Bolivia quedó como nación interna en el ánimo de Bolivar.
Charcas, con la proclamación de la Independencia, pasó a ser provincia argentina, y como tal, sus diputados señores Mariano Sánchez de Loría y José María Serrano, firmaron el acta de la independencia argentina, en Tucumán, el 9 de julio de 1816.
No obstante el informe desfavorable de O'Connor, el Libertador expidió el siguiente decreto, en contravensión a las disposiciones de la Constitución que él mismo acordara a Bolivia:
Art. 1.º Quedará habilitada desde el 1.º de Enero entrante, por puerto mayor de esta provincia, con el nombre de Puerto de la Mar, el de Cobija.
Art. 2.º Se arreglarán allí sus oficinas…..
Art. 3.º El gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, quedará encargado de ejecutar este decreto. Imprímale, publíquese y circúlese. Dado en el Palacio de Gobierno en Chuquisaca, a 28 días del mes de Diciembre de 1825.﷓ Firmado.﷓ Simón Bolivar.
Este es el único título ﷓ título colorado ﷓ que ha podido exhibir Bolivia, al pretender soberanía sobre la costa del Pacífico.
El Presidente don Manuel Bulnes, en sus deseos de definir con claridad los límites del Estado, inició la colonización del sur de la Patagonia, con la fundación de Punta Arenas; y al oriente, tras la cordillera de los Andes, echando los cimientos del fuerte Curileo, a orillas del río de este nombre, cerca de su confluencia con el Neuquen, en plena Patagonia, dentro del hoy Territorio Nacional de Neuquen, argentino. Todavía existen los restos del recinto fortificado, conocido por los naturales con el nombre de El Fortín.
En cuanto al norte, el puerto de Paposo dependía de la capitanía general de Chile desde el tiempo de la colonia.
Así lo establece la real órden de 26 de junio de 1803, suscrita por el Ministro Español Soler y dirigida al Presidente de la Audiencia de Chile.
En ella se inserta una comunicación del Ministro don José Antonio Caballero, que principia con estas palabras:
“En despacho de este día ha nombrado el Rey, a consulta del Consejo de Indias, al misionero apostólico don Rafael Andreu y Guerrero, obispo auxiliar de las diócesis de Charchas, Santiago de Chile, Arequipa y Córdoba de Tucumán, con residencia ordinaria en los puertos y caletas de San Nicolás y del de Nuestra Señora del Paposo, en el Mar del Sur, perteneciente a la segunda”.
En Paposo tuvo siempre su asiento el Corregidor colonial designado por la capitanía general de Chile; y desde la independencia, el nombrado por el Gobierno de Santiago, hasta la creación de la provincia de Atacama, en 31 de Octubre de 1843.
Desde esta fecha el inspector del partido de Paposo ejercía jurisdicción sobre todas las caletas, hasta el Loa, límite reconocido entre el Perú y Chile, según reza el Guía de los Forasteros de Lima, publicación oficial.
Esta obra, que aparecía cada cierto número de años, contenía una relación completa del Virreinato, con sus límites, departamentos y partidos; daba a conocer la administración civil, religiosa y militar; las rentas, producciones e impuestos, etc. etc.
Una de las ediciones publica el mapa hecho de órden del virrey, don Francisco de Gil y Lemus, en 1792. En él están marcados los límites del norte y del sur.
Después de una breve idea del Perú, sigue este pasaje:
“Por estas divisiones (las que se hicieron para formar los virreinatos de Santa Fé y de Buenos Aires) se halla hoy reducido el Perú a una extensión de 365 leguas N.S. desde los grados 3º 35' hasta los 21º 48' de latitud meridional”.
Y poco después agrega:
“La ensenada de Tumbes lo separa por el norte del nuevo Reino de Granada, y el río de Loa por el sur, del desierto de Atacama y Reino de Chile”.
Bolivia estuvo a punto de tener gran zona marítima: El general don Antonio José de Sucre, sucesor de Bolivar en la presidencia de esta república, gestionó con el Perú el tratado de 15 de Noviembre de 1826, por el cual éste le cedía a la recién formada república boliviana las provincias de Tacna, Arica, Pisagua y Tarapacá.
Este convenio, firmado por los plenipotenciarios don Facundo Infante, de parte de Bolivia, y don Ignacio Ortiz Ceballos, en nombre del Perú, no fué ratificado por el Gobierno de este país. Se opuso a él el señor Andrés Santa Cruz, de nacionalidad boliviana, a la sazón Presidente provisorio del Perú, con la aquiescencia de Bolivar.
Santa Cruz siguió en esto la convicción peruana, de que Bolivia no necesitaba costa, pues la consideraban como una sección del altiplano, desprendida del virreinato de Buenos Aires.
Bolivia marítima redújose en el papel a Lamar; en tanto Chile ejercía jurisdicción sobre la costa del despoblado.
Así, en 1830, don Diego de Almeida, con permiso y comisión del Gobierno de Chile, explora el desierto, y expide un informe tan favorable, acerca de las grandes riquezas que encierra, que fué calificado de fantástico, y valió al autor el dictado de loco.
Los primeros conquistadores de la costa fueron los esforzados cateadores que encontraron yacimientos de guano. Hallábase este abono en Lagartos, Santa María, Orejas de Mar, Angamos y donde es hoy Antofagasta
Como no había autoridades, llegaban los buques, cargaban y se hacían a la vela.
El general Bulnes puso coto a este estado de cosas.
El 13 de junio de 1842, pasó un mensaje al Congreso, refrendado por el Ministro de Hacienda don Manuel Rengifo, cuyo preámbulo dice:
“Reconocida en Europa la utilidad de la substancia llamada guano, mandé una comisión exploradora a examinar el litoral comprendido entre el puerto de Coquimbo y el Morro de Mejillones, con el fin de descubrir si en el territorio de la República existían algunas guaneras, cuyos beneficios pudieran proporcionar un ramo nuevo de ingresos a la hacienda pública y aunque el resultado de la expedición no correspondió plenamente a las esperanzas que se habían concebido, sin embargo, desde los 20º 35' hasta los 23º 6', de latitud sur, se halló guano en diez y seis puntos de la costa e islas inmediatas, con más o menos abundancia, según la naturaleza de las localidades en que existen estos depósitos”.
Ambas Cámaras aprobaron el mensaje y se dictó la ley de 31 de Octubre de 1842, que consta de cinco artículos:
Por el primero se declaran las guaneras propiedad nacional; por el 2.º se declara en comiso buque y carga que no tenga permiso; por el 3.º se autoriza al ejecutivo para establecer un derecho de exportación o ejecutarla por cuenta fiscal, o por remate; por el 4.º se le faculta para gastar hasta seis mil pesos en la ejecución de la ley; y por el 5.º se concede a los que estén cargando de buena fe, plazo hasta el 15 de Enero de 1843 para acogerse a esta ley.
Años más tarde, el Gobierno de don Manuel Montt contrató los servicios del sabio don Amado Philippi para estudiar científicamente él despoblado, y le dió como guía y ayudante al señor de Almeida, quien hizo la expedición no obstante sus ochenta y seis años.
El objeto de la expedición era “conocer la geología de esta parte del territorio y las diferentes clases de minerales que puede contener, como reunión de datos geográficos que el Gobierno deseaba constatar”.
Tuvo como ayudante al ingeniero geógrafo don Guillermo Doll, y contrató dos exploradores chilenos, Domingo Minela y Carlos Núñez.
El 14 de Noviembre llegó el señor Philippi a Valparaíso, en donde completó su bagaje instrumental, con la compra de un sextante, un horizonte artificial y un cronómetro común de buque. Don Ignacio Domeyko le proporcionó un cicrómetro de August, y su compatriota, el señor Segeth, un termómetro a sifón.
La expedición zarpó de Valparaíso en la goleta “Janequeo” el 22 de Noviembre de 1853, comandada por el capitán don Manuel Escala, llevando a bordo a don Rodolfo Amado Philippi, que hacía dos años había llegado al país y tenía la dirección del Museo Nacional.
Llegado Philippi a Copiapó, el Intendente don Antonio de la Fuente le puso en contacto con don Diego de Almeyda, que conocía el desierto palmo a palmo, trabajando minas de oro, plata y cobre.
Había tenido gran fortuna, perdida después en expediciones mineras; no obstante sus años y posición social, se contrató como guía de la expedición por la mísera cantidad de veinte onzas de oro; pero el atrevido explorador no miraba las onzas, sino los misterios del ignorado desierto.
El doctor pensó iniciar sus exploraciones por Cobija; más como había guerra entre Bolivia y el Perú, y éste tenía guarnición en Cobija y Calama, no le era posible acercarse a San Pedro de Atacama.
Siguió entonces otro derrotero: de Caldera a Mejillones, de aquí, a San Pedro de Atacama y Taltal; y desde este puerto a Copiapó, a cuya ciudad llegó el distinguido sabio el 25 de Febrero de 1854.
Philippí condensó el resultado de sus exploraciones en un libro publicado en Halle (Prusia) con el título de “Viaje al desierto de Atacama hecho de orden del Gobierno de Chile en el verano de 1853﷓1854”.
Muchas cosas escaparon al explorador en su corto viaje; pero hace amplias descripciones de la topografía de aquellos lugares, de la naturaleza del suelo, meteorología, fauna y flora de los valles, y variadas observaciones útiles para el porvenir de la zona.
Los gastos de la expedición ascendieron a 1.397 pesos, primera suma gastada por el Gobierno en explorar un territorio que más tarde debía llenar las arcas públicas.
El atrevido explorador Almeida, fué abuelo del talentoso general don Diego Dublé Almeida, y por lo tanto, bisabuelo del actual general don Diego Dublé Alquízar.
Varios otros hombres de corazón siguieron internándose por esos páramos: Don José Antonio Moreno, que dió el nombre a una sierra de la costa, y don José Santos Ossa Mesa, que desde niño formó parte de caravanas cateadoras. El señor Ossa nació en Freirina en 1823; se estableció después en Cobija y ahí formó su hogar. Tuvo la gloria de descubrir el valle interior longitudinal, que baja de norte a sur, entre la Cordillera de la costa y la real andina.
Dicho valle, según Ossa, constituiría una gran arteria comercial, sí el Gobierno de Chile se allanaba a llevar un ferrocarril longitudinal, para arrastrar hacia Caldera por el sur, y hacia Mejillones por el norte, las grandes riquezas que encierran esas pampas.
El señor Ossa expuso estas ideas a S. E. el Presidente de la República, don José Joaquín Pérez, que, si bien las aceptó en teoría, no las consideró prácticas, por las dificultades del erario.
Quince años después de la vigencia de la ley Bulnes, en nota de 8 de Noviembre de 1858, pasada por el Ministro de Bolivia don Manuel Macedonio Salinas, este funcionario protesta de dicha ley y alega derechos bolivianos sobre el litoral.
Nuestro Ministro de Relaciones Exteriores don Jerónimo Urmeneta, contesta al diplomático boliviano que “desde la promulgación de la ley de 1842, ningún buque, nacional o extranjero ha dejado de sacar las licencias que ella prescribe; y la aduana sola de Valparaíso, ha otorgado licencia para cargar en Mejillones, Angamos, Santa María, Lagartos, etc., desde aquella fecha hasta el año 57, a ciento trece buques de todas las naciones”.
Varias veces intentó Bolivia turbar el dominio chileno en las guaneras, pero las naves de nuestra escuadra desbarataron tales intentonas y afirmaron el dominio con trabajos positivos, Chile se había preocupado de conservar el dominio del mar.
En 1840 la “Janaqueo” llevó gente a Angamos, y estableció una faena de explotación en Mejillones.
Las autoridades bolivianas de Cobija tomaron presos a los trabajadores y los transportaron a ese puerto; nuestro buque de guerra los puso en libertad y estableció un fortín en Mejillones.
Al abrigo de éste, el barco nacional “Martina”, inició el carguío de guano en dicha bahía; las autoridades bolivianas de Cobija le ordenaron alejarse; el capitán resistió y el Gobierno de Chile le dió eficaz apoyo.
Lo mismo ocurrió con una compañía comercial de Valparaíso; el Gobierno amparó sus derechos con un buque de guerra.
En 1857, la “Esmeralda”, mandada por don José Anacleto Goñi, apresó en Mejillones al buque inglés “Sportman”, que cargaba guano.
Por fin el almirante Williams Rebolledo, en la administración Pérez, impidió explotar guano al súbdito brasilero don Pedro López Gama, que ostentaba un permiso del Gobierno boliviano.
Bolivia alegaba dominio sobre el litoral, porque en 1841 había concedido permiso a don Domingo Latrille, para extraer guano, quien cargó con esta substancia el buque inglés “Horsburg”.
Agregaba igualmente “que allá por 1842, cuando Bolivia tenía lanchas y el buque guardacostas “General Sucre”, éste había apresado al buque “Rumana”, de la marina mercante de Chile, por introducirse furtivamente a cargar guano en Angamos, le había llevado a Cobija para juzgar a los tripulantes; pero que la nave se había fugado una noche, rompiendo las cadenas que lo aseguraban”.
Don jerónimo Urmeneta, Ministro de Relaciones Exteriores, contestó al Ministro de Bolivia: “Actos clandestinos, ejecutados sobre una puerta indefensa y poco vigilada de las costas de una nación amiga, no pueden conferir posesión alguna regular; y si con ellos por momentos ha podido Bolivia interrumpir la posesión legítima de Chile, éste bien pronto ha sabido recuperarla”.
Nuestro dominio sobre el desierto quedaba a firme sobre las pretensiones de Bolivia que había substituido nominalmente al Perú y decimos nominalmente, porque el tres de Octubre de 1840 el General, don Agustín Gamarra se apoderó de la ciudad de La Paz, a nombre del Perú, extendiendo su autoridad hasta la costa, tal como lo hicieron los jefes peruanos el 22 de Diciembre de 1826, so pretexto de proteger al Mariscal de Ayacucho y contener la anarquía.
El nuevo estado del Alto Perú, o Bolivia, carecía de sólido cimiento para el desarrollo de su vida independiente. Las revoluciones se sucedían con rapidez: el general don José A. Ballivian se levanta contra la invasión de J. Gamarra, lo derrota en Ingaví y liberta a La Paz del despotismo peruano; pero el General Eusebio Gilarte subleva dos cuerpos y derroca al Presidente Ballivian, para ceder el puesto supremo, diez días más tarde, al General don José Miguel de Velazco, destituido a la vez por un movimiento encabezado por Belzu.
El dictador Belzu marcha a Europa, después de hacer Presidente a su yerno, general Jorge Córdova.
Los descontentos se agrupan a la sombra del doctor don José María Linares, que después de dos años de lucha escala el poder supremo, para ser depuesto por sus propios Ministros que le traicionan, señores Fernández, Sánchez y Achá.
Convocado el pueblo a elecciones, elige Presidente al general don José María de Acha, contra quien se subleva el general Mariano Melgarejo. Se traba la lucha; derrotado éste en La Paz, consigue llegar al Palacio de Gobierno, tiende de un tiro al Presidente y se proclama jefe supremo.
Durante nueve años gobierna munido de todos los poderes.
El general Morales depone a Melgarejo y muere asesinado.
Los civiles don Tomás Frías y don Adolfo Ballivian consiguen enrielar al país dentro de la legalidad; pero todo se derrumba ante un cuartelazo que eleva a la dictadura al general don Hilarión Daza, soldadote semi﷓analfabeto.
Mientras Bolivia se consume en revoluciones que levantan obscuros caudillos, los chilenos exploran el temido desierto; las caravanas de cateadores le cruzan en todas direcciones. Juan López busca nuevas guaneras, Naranjo, unas riquísimas minas de oro, indicadas por un antiguo derrotero; y Carabantes, yacimientos de plata y cobre, que al fin encuentra, después de gastos y sacrificios sin cuento.
El derrotero de los Naranjos data del principio del siglo XIX.
En 1806, don Nicolás Naranjo Machuca, construyó un buque en la Serena, para llevar a la costa norte un cargamento de congrio seco.
En uno de los puertos de recalada, vendió el buque y regresó para construir otro de mayor porte, no ya para el negocio del pescado, sino para ir a trabajar una rica mina de oro.
Durante su estada en el distrito de Atacama, tuvo oportunidad de medicinar y salvar de la muerte a un indio de Paposo; agradecido éste, le lleva al interior del desierto y le muestra una gran veta de subida ley, de la cual don Nicolás extrajo un bolsón de colpas, que beneficiadas en la Serena, rindieron diez libras de oro puro.
Naranjo fabrica un nuevo buque; lo echa al agua, y se da a la vela desde Coquimbo el 25 de Diciembre del mismo año.
La embarcación, a poco andar, se inclina de babor, quizás por la mala estiva; marcha algunas horas sin recuperar la posición natural; y por fin en la tarde se hunde frente a la Punta de Teatinos, ahogándose el señor Naranjo y los ocho tripulantes, a los que no se pudo prestar ningún auxilio, por falta de botes en la bahía. Desde entonces se busca la famosa veta.
En aquel tiempo, el Perú hacía gran explotación del guano de la costa e islas, abono de primera calidad, conocido desde el tiempo de los incas; el fisco obtenía pingües entradas de los enormes depósitos acumulados por los pájaros a través de los siglos.
El Gobierno de Bolivia, al tener conocimiento de que los exploradores chilenos explotaban guano en Mejillones, inició una campaña de notas con nuestra cancillería, tratando de demostrar que esa costa formaba parte del territorio boliviano.
Desde 1860 a 1863, las relaciones estuvieron tirantes, al extremo de temerse un rompimiento que nuestro Gobierno, amante de la paz, pudo evitar con medidas de prudencia. El Congreso de Bolivia, por ley de 5 de junio, de 1863, que se mantuvo secreta, había autorizado al Ejecutivo para declarar la guerra a Chile, medida que no se llevó a efecto, aunque se interrumpieron las relaciones diplomáticas.
Pero la expedición española al Pacífico, el arribo de la escuadra a la costa peruana y el temor de que el Gobierno de S. M. Isabel II, abrigara proyectos de reivindicación en nuestro continente, unieron en estrecho abrazo a los pueblos de la costa occidental sudamericana que declararon la guerra a la madre Patria. Error profundo, lamentable traspies de nuestra cancillería.
Por respeto a un falso americanismo, Chile derramó sangre y dinero en 1822, para dar libertad al Perú; en 1838﷓1839, vuelve a desenvainar la espada para arrancar a este ingrato país de las garras de Santa Cruz, y todavía en 1865, afronta una costosa guerra por salvar al mismo Perú, cuando pudo haber observado una neutralidad benévola para ambos beligerantes, vendiéndoles a buen precio nuestros productos de primera necesidad, como víveres y carbón.
Vimos nuestra costa bloqueada, quemado nuestro primer puerto, y después de injentes desembolsos, el Perú se negó a pagar la parte que le correspondía en los gastos de la campaña.
En virtud del tratado de alianza ofensiva y defensiva celebrado en Lima, el 5 de Diciembre de 1865, entre los Gobiernos de Chile y el Perú, las fuerzas navales obedecerían al Gobierno en cuyas aguas se hallaren (Art. 3.º). De esta manera la escuadra unida estuvo a las órdenes del capitán Williams Rebolledo, primero, y del Almirante Blanco Encalada después.
Pero este comando costó caro a Chile, por cuanto el Art. N.º 4 disponía: “El Gobierno, en cuyas aguas se hallaren las naves, pagará sus gastos. Al terminar la campaña, se liquidarán las cuentas”.
Esas cuentas no se finiquitaron jamás, debido a las dilaciones y argucias de la cancillería peruana, eximia en enredar las cuestiones claras y limpias.
Vino la guerra y con ella la liquidación de hecho, quedando impagos los desembolsos de Chile en 1865﷓1866.
El sentimentalismo internacional ha sido fatal en todo tiempo. Cada Estado debe proceder únicamente según su propia conveniencia.
Así procedió Bolivia, en 1863, autorizando el Congreso la declaratoria de guerra a Chile, y en 1866, su Gobierno, para obtener de este ventajas positivas y valiosas concesiones, adhirió a la alianza chileno﷓peruana contra España.
En celebración de tan fausto acontecimiento, publicó el siguiente decreto dictatorial:
Artículo único.﷓ Derógase la ley, de 5 de junio de 1863, por la cual el poder ejecutivo fué autorizado para declarar la guerra al Gobierno de la República de Chile.
Dado en La Paz de Ayacucho a 10 de Febrero de 1866. Mariano Melgarejo.﷓ El secretario de Estado, Mariano Donato Muñoz.
Poco después el Presidente declaró feriado el 18 de Marzo, día en que se restablecieron las relaciones diplomáticas, con el reconocimiento de don Aniceto Vergara Albano, como Ministro Plenipotenciario de Chile.
Al calor de tal americanismo firmóse con Bolivia un tratado de amistad que puso término a nuestras diferencias sobre límites, tratado que naturalmente no cumplió Bolivia, como no ha cumplido jamás la palabra empeñada, o a lo menos ha tratado siempre de eludir sus compromisos; eso sí, después de usufructuar lo favorable.
Este tratado dispuso en substancia:
a) Que el grado 24 constituía el límite entre Chile y Bolivia;
b) Los productos de los guanos y las exportaciones de minerales entre los grados 23 y 25 se partirán entre los dos Gobiernos.
c) Mejillones quedó designado como único puerto de embarque para los artículos mencionados.
La aduana sería boliviana; y Chile pondría un interventor para los efectos de la contabilidad.
Conviene agregar que Bolivia realizó varios cargamentos de guano sin que Chile divisara un solo centavo de estas negociaciones.
Coincidió con la celebración del tratado, el descubrimiento de calichales, hecho por los señores José Santos Ossa N, Francisco Puelma, en Salar del Carmen, Como esa zona quedaba boliviana por el tratado de 1866, los pedimentos se hicieron ante las autoridades de ese país.
Los descubridores Puelma y Ossa transpasaron sus derechos a la “Compañía Explotadora del desierto de Atacama”, la que envió activos agentes a La Paz, para aumentar el número de pertenencias, y adquirir franquicias sólidas como garantía para la inversión de fuertes capitales.
Los encargados cumplieron con éxito su cometido. Merced a un desembolso de diez mil pesos a favor del fisco boliviano, el Gobierno concedió a la Compañía, en 1868, privilegio exclusivo para la explotación del salitre y bórax, y la liberación por quince años de los derechos de exportación de los productos elaborados por ella.
Esta se comprometió a construir una carretera de 30 leguas de largo desde el mar al interior; y el Gobierno de Bolivia extendió las regalías enumeradas anteriormente, a una faja de una legua de ancho a cada lado del camino y en toda su longitud, o sea un total de 60 leguas.
En posesión de estas concesiones, la Compañía transpasó las propiedades, derechos y privilegios, a la firma Melbourne, Clark y Cía., la que a su vez, se transformó en Compañía Chilena de Salitre y Ferrocarril de Antofagasta, con asiento en Valparaíso.
La Compañía cumplió fielmente los compromisos contraídos con el Gobierno de Bolivia, fundó y dió vida al puerto de Antofagasta y construyó un ferrocarril a Salar del Carmen.
El empuje chileno creó una ciudad en los desolados páramos vecinos a la Chimba, caleta visitada muy de tarde en tarde por cateadores chilenos.
El copiapino Juan López fué el primer cristiano que se estableció en esa desolada costa en donde ahora se alza el puerto de Antofagasta. Llegó de Caldera a Punta Jara, en 1845, como cateador de don Juan Garday.
Vuelto a Copiapó, regresó nuevamente a dicho lugar, contratado para la caza de lobos por don Matías Torres.
En 1867, nuestro compatriota don José Santos Ossa, de la firma Puelma y Ossa, encabezó una expedición desde Cobija a Palestina. Por falta de agua la caravana llegó hasta los pozos de la boca de la quebrada de Mateo, en donde vivía el solitario López.
Don José Santos llegaba feliz, pues había constatado la existencia de caliche en Salar del Carmen.
Con motivo de la afluencia de exploradores chilenos y de la numerosa inmigración de brazos, el Gobierno boliviano estableció en la naciente población el 29 de junio de 1869, una intendencia de policía, y desde el 21 al 30 de Octubre una junta Oficial venida de Cobija, procedió al remate de manzanas, a 24 bolivianos cada una, para la fundación de la ciudad. La manzana se dividía en doce lotes, a dos bolivianos cada uno.
Creado el puerto en 1871, dispuso Melgarejo que se le designara con el nombre de Antofagasta, en recuerdo de la estancia de este nombre que poseía en la Puna de Atacama. Antofagasta significa “lugar de mucha sal”.
La gente se resguardaba en carpas de lona; después en cuartuchos de madera cerrados con latas de tarros de parafina.
Por decreto de 8 de Mayo de 1871, el Gobierno declaró puerto mayor a la caleta de la Chimba. Las oficinas se abrieron el 21 de Octubre de este año, con la dotación completa de empleados.
Antofagasta fué tomando importancia. Los chilenos reconocían las guaneras de Mejillones, los minerales de plata de Palestina, los de cobre de Caracoles y los calichales de Salar del Carmen.
El Gobierno de Bolivia transladó a Antofagasta la subprefectura de Mejillones, en 1872, año en que se instaló el primer municipio, compuesto de chilenos en su casi totalidad.
En 1874, Antofagasta pasó a primera categoría en la costa. El Gobierno boliviano transladó la cabecera de la prefectura de La Mar (Cobija) a Antofagasta, y a esta ciudad se trajeron los archivos de Gobierno.
El Presidente Pardo regía los destinos del Perú; la administración se hacía notar por los ríos de oro que producía la venta del guano, y más que todo, las primas y adelantos de los consignatarios en Europa, que naturalmente tenían asegurados buenos contratos.
La alta sociedad limeña recuerda complacida el fausto de la edad áurea; en los ranchos de Chorrillos se jugaba el trecillo a un chino el pozo, es decir, a 1000 soles oro. Este era el precio del arrendamiento de servicios de un hijo del celeste imperio, durante veinticinco años, para la explotación de las haciendas de caña.
El Presidente Pardo vió con temor el auge de las negociaciones de salitre, radicadas por los chilenos en la plaza de Valparaíso, por lo que el salitre exportado a Europa tomó el nombre de salitre de Chile.
La Cancillería del Perú se apresura a señalar a Bolivia el peligro que se cierne sobre el departamento del litoral, lleno de chilenos que monopolizan el comercio y la industria.
Por consejo de ejecutivo peruano, el Gobierno de La Paz ordena secretamente levantar el censo del litoral, que dió el siguiente resultado según acta de 10 de Noviembre de 1878:

Chilenos 6.554
Bolivianos 1.226
Argentinos 226
Peruanos 121
Ingleses 104
Españoles 47
Franceses 40
Italianos 35
Alemanes 32
Chinos 29
Austriacos 23
Norteamericanos 19
Escoceses 18
Portugueses 15
Griegos 7
Dinamarqueses 3
Noruegos 2
Irlandeses 2
Suizos 2
Venezolanos 1
Mejicanos 1
Africanos 1
8.508


Como se ve por este documento de origen boliviano, en un total de 8.508 pobladores, seis mil quinientos cincuenta y cuatro eran chilenos y los 1.954 restantes de otras nacionalidades.
El Ministro peruano en La Paz tenía como misión primordial despertar la suspicacia boliviana, respecto a los planes de expansión territorial que se suponían al Gobierno de la Moneda.
Hemos dicho que Daza surgió después de las administraciones de Morales, Frías y Ballivian, durante las cuales, el Gobierno de Bolivia, azuzado por el Perú, había tomado acuerdos transcendentales respecto a los intereses chilenos radicados en la costa, resumidos en esta forma:
1ª La Asamblea Nacional declara nulos todos los actos de la Administración Melgarejo. (7 de Agosto de 1871).
2ª Por decreto complementario de 1872, el Gobierno declara: “nulos y sin ningún valor las concesiones de terrenos salitrales y de boratos que hubiese hecho la administración pasada”. (Art. 12 de la ley de 12 de Agosto de 1871).
Inmediatamente nuestro Gobierno protesta en forma solemne.
El golpe iba directamente contra la Compañía de Salitre y Ferrocarril de Antofagasta, que hacía competencia al salitre de Tarapacá, por no pagar derechos de exportación. El Gobierno de Pardo procuraba anular por mano de Bolivia, al futuro competidor de los nitratos peruanos.
Y Bolivia se prestó a este juego de su aliado.
Las maniobras de la cancillería peruana iban encaminadas a producir el estado de guerra en compañía de Bolivia.
El Perú contaba en 1872 con una escuadra muy superior a la chilena, y con un ejército numeroso y aguerrido en las innumerables campañas de sus luchas internas.
Tenía además el nervio de la guerra, pues la casa Dreyfus adelantaba sumas considerables a cuenta del monopolio de la consignación del guano en Europa.
La situación se mostraba propicia para afirmar la hejemonía del sur Pacífico, sueño dorado de los dirigentes peruanos.
Estas ideas de predominio quedaron perfectamente establecidas en el Acta de Consejos de Ministros celebrado en Lima, el 11 de Noviembre de 1872, para echar las bases del tratado de alianza con Bolivia.
Se estampó en dicha acta, que se busca la alianza con Bolivia “para mantener la supremacía del Perú en el Pacífico”. (Acta del 11 de Noviembre de 1872).
Las negociaciones marcharon con tanta rapidez, que antes de tres meses se perfeccionó el tratado secreto perú﷓boliviano contra Chile, a espaldas nuestras y en la sombra del misterio.
Dice así este importante documento, destinado a producir un cataclismo, con todos los honores de una sangrienta tragedia:
Por cuanto entre las repúblicas de Bolivia y el Perú, representadas por sus respectivos plenipotenciarios, se celebró en la ciudad de Lima, el 6 de Febrero de este año, el siguiente

TRATADO DE ALIANZA DEFENSIVA:
Las repúblicas de Bolivia y del Perú, deseosas de estrechar de una manera solemne los vínculos que las unen, aumentando así sus fuerzas y garantizándose recíprocamente ciertos derechos, estipulan el siguiente tratado de alianza defensiva, con cuyo objeto el Presidente de Bolivia ha conferido facultades bastantes para tal negociación, a Juan de la Cruz Benavente, Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario en el Perú, y el Presidente del Perú a José de la Riva Agüero, Ministro de Relaciones Exteriores, quienes han convenido en las estipulaciones siguientes:
ART. I
Las altas partes contratantes se unen y ligan para garantizar mutuamente su independencia, su soberanía y la integridad de sus territorios respectivos, obligándose en los términos del presente Tratado, a defenderse contra toda agresión exterior, ya sea de otro u otros estados independientes o de fuerza sin bandera que no obedezca a ningún poder reconocido.
ART. II
La alianza se hará efectiva para conservar los derechos expresados en el artículo anterior y especialmente en los casos de ofensa que consistan:
1.º En actos dirigidos a privar a alguna de las altas partes contratantes de una porción de su territorio, con ánimo de apropiarse su dominio o de cedérselo a otra potencia.
2.º En actos dirigidos a someter a cualquiera de las altas partes contratantes a protectorado, venta o cesión de territorio, o a establecer sobre ella cualquiera superioridad, derecho o preminencia que menoscabe u ofenda el ejercicio ámplio y completo de su soberanía e independencia.
3.º En actos dirigidos a anular o variar la forma de Gobierno, la Constitución política, o las leyes que las altas partes contratantes se han dado o se dieren en ejercicio de su soberanía.
ART. III
Reconociendo ambas partes contratantes que todo acto legítimo de alianza se basa en la justicia, se establece para cada una de ellas, respectivamente, el derecho de decidir si la ofensa recibida por la otra, está comprendida entre las designadas en el artículo anterior.
ART. IV
Declarado el casus foederis, las altas partes contratantes se comprometen a cortar inmediatamente sus relaciones con el Estado ofensor; a dar pasaporte a sus Ministros Diplomáticos; a cancelar las patentes de los Agentes Consulares; a prohibir la importación de sus artículos naturales e industriales, y a cerrar los puertos a sus naves.
ART. V
Nombrarán también las mismas partes, plenipotenciarios que ajusten por protocolo los arreglos precisos, para determinar los subsidios, de cualquiera clase que deban procurarse a la República ofendida o agredida; la manera como las fuerzas deben obrar y realizarse los auxilios, y todo lo demás que convenga para el mejor éxito de la defensa.
La reunión de los Plenipotenciarios se verificará en el lugar que designe la parte ofendida.
ART. VI
Las altas partes contratantes se obligan a suministrar a la que fuere ofendida o agredida, los medios de defensa de que cada una de ellas juzgue poder disponer, aunque no hayan precedido los arreglos que se prescriben en el artículo anterior con tal que el caso sea a su juicio urgente.
ART. VII
Declarado el casus foederis, la parte ofendida no podrá celebrar convención de paz, de tregua o de armisticio, sin la concurrencia del aliado que haya, caso fuere, tomado parte en la guerra.
ART. VIII
Las altas partes contratantes se obligan también:
1º A emplear con preferencia, siempre que sea posible, todos los medios conciliatorios para evitar un rompimiento o para terminar la guerra, aunque el rompimiento haya tenido lugar, reputando entre ellos, como el más efectivo, el arbitraje de una tercera potencia.
2º A no conceder ni aceptar de ninguna Nación o Gobierno, protectorado o superioridad que menoscabe la independencia o soberanía, y a no ceder o enajenar a favor de ninguna nación o Gobierno, parte alguna de sus territorios, excepto en los casos de mejor demarcación de límites.
3º A no concluir tratados de límites o de otros arreglos territoriales, sin conocimiento previo de la otra parte contratante.
ART. IX
Las estipulaciones del presente tratado no se extienden a actos practicados por partidos políticos o provenientes de conmociones interiores independientes de la intervención de Gobiernos extraños; pues teniendo el presente Tratado de Alianza por objeto principal la garantía recíproca de los derechos soberanos de ambas naciones, no debe interpretarse ninguna de sus cláusulas en oposición con su fin primordial.
ART. X
Las altas partes contratantes solicitarán separada o colectivamente, cuando así lo declaren oportuno por un acuerdo posterior, la adhesión de otro u otros estados americanos al presente Tratado de Alianza defensiva.
ART. XI
El presente tratado se canjeará en Lima o en La Paz, tan pronto como se obtenga su perfección constitucional y quedará en plena vigencia a los veinte días después del canje. Su duración será por tiempo indefinido, reservándose cada una de las partes el derecho de darlo por terminado cuando lo estime por conveniente. En tal caso, notificará su resolución a la otra parte, y el tratado quedará sin efecto a los cuarenta meses después de la fecha de la notificación.
En fe de lo cual los Plenipotenciarios respectivos lo firmaron por duplicado y lo sellaron con sus sellos particulares.
Hecho en Lima a los seis días del mes de Febrero, de mil ochocientos setenta y tres.
Juan de la Cruz Benavente J. de la. Riva Aguero.

Artículo Adicional.
El presente Tratado de Alianza defensiva entre Bolivia y el Perú se conservará secreto mientras las dos altas partes contratantes de común acuerdo no estimen necesario su publicación.
Benavente. Riva Aguero.
Por tanto, y habiendo el presente tratado recibido la aprobación de la Asamblea extraordinaria en 2 del presente mes y año; en uso de las atribuciones que la Constitución de la República me concede, he venido en confirmarlo y notificarlo para que rija como ley del Estado, comprometiendo a su observancia la República y el honor nacional. Dado en la ciudad de La Paz de Ayacucho, a los 16 días del mes de junio de 1873 y refrendado por el Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores.

Adolfo Ballivián Mariano Baptista.

En la ciudad de La Paz de Ayacucho a los 16 días del mes de junio de 1873 años, reunidos en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Bolivia, el señor doctor don Mariano Baptista, Ministro del ramo, y el señor doctor don Aníbal Víctor de la Torre, Enviado Extraordinario y Ministro Residente del Perú, suficientemente autorizado para efectuar el canje, de las ratificaciones de S. E. el Presidente del Perú del tratado de alianza defensiva concluido entre ambas naciones, en 6 de Febrero del presente año, procediendo a la lectura de los instrumentos originales de dichas ratificaciones, y habiéndoles hallado exactas y en buena y debida forma; realizaron el canje.
En fe de lo cual los infrascritos han redactado la presente acta que firman por duplicado, poniendo en ellas sus sellos respectivos.

Mariano Baptista. A. V. de La Torre.


Excmo. Señor: Lima, Abril 28 de 1873.
El Congreso ha aprobado el 22 del presente, el tratado de alianza defensiva celebrado en esta capital el 6 de Febrero último por los Plenipotenciarios del Perú y Bolivia.
Lo comunicamos a V. E. para su conocimiento y demás fines.
Francisco de Paula Muñoz José María González
Presidente del Congreso Secretario del Congreso.
Excmo. Señor Presidente de la República.
Lima, Abril 30 de 1873.
Cúmplase. M. Pardo. J. de la Riva Aguero.

Aunque el tratado tenía por objeto nuestro país, los negociadores cuidaron de no nombrarlo; tampoco mencionaron a la República Argentina, aludida en el artículo X.
El Gobierno peruano, no tranquilo aun con ligar a Bolivia a sus intereses en contra de Chile, gestiona por la vía diplomática el ingreso de la Argentina a la Alianza.
El Gobierno de la Casa Rosada envía el tratado a la Cámara de Diputados, y ésta le presta, su aprobación por 48 votos contra 18.
Nuestros buenos amigos y antiguos huéspedes en época aciaga, don Bartolomé Mitre y don Domingo Faustino Sarmiento, nada pusieron de su parte, para evitar el cuadrillazo que se preparaba en las sombras contra nuestro país.
Fué el Doctor Rawson, alta personalidad argentina, quien llamó a los padres conscriptos al recto camino del deber, en dos notables cartas dirigidas a don Plácido S. de Bustamante.
El doctor Rawson tuvo la suficiente hombría para llevar a conocimiento del Senado, por intermedio del señor Bustamante la palabra honrada de un gran patriota, que repudiaba para su patria el baldón de formar parte del cuadrillazo que se preparaba a traición, contra una nación de América, amiga y hermana.
El señor Mitre recibió en Chile toda clase de atenciones; la sociedad le abrió sus puertas y “El Mercurio” sus columnas, para darle oportunidad de ganarse honradamente la vida.
Sarmiento pasó la Cordillera por el valle de Copiapó, en compañía de su amigo don Juan Bautista Chenao, dedicándose ambos a la enseñanza, en la ciudad de este nombre, emporio entonces de las explotaciones mineras.
Chenao se estableció a firme, como profesor de la juventud copiapina, en la cual formó distinguidos alumnos. Uno de ellos, José Joaquín Vallejo, tomó las iniciales del nombre y apellido de su profesor, J.B.Ch., como componentes de su seudónimo, Jotabeche, inmortalizado en la literatura nacional.
Sarmiento bajó al Sur; estableció una modesta escuela en Los Andes y de ahí lo sacó el Gobierno para que implantara en Santiago, su método de escritura y lectura gradual de silabeo.
El método era bueno; el Gobierno envió al autor a perfeccionarlo, a Europa y Estados Unidos, con decorosa renta.
A su vuelta, se creó la Escuela Normal de Preceptores de Santiago, y se le nombró director de ella para que estableciera prácticamente los principios enunciados en la memoria que presentó al Ministerio de Instrucción Pública.
Restablecida la normalidad en la Argentina, Sarmiento volvió a su patria, colmado de saber y honores.
A la época de la presentación del tratado de alianza contra Chile a las Cámaras argentinas, don Domingo Faustino Sarmiento desempeñaba el puesto de Presidente de la República, y como tal, hubo de firmar el mensaje enviado al Congreso, con el susodicho tratado.

CAPÍTULO II.
El tratado Baptista﷓Walker Martínez.

Mientras la diplomacia peruana canta victoria, los negocios de la Compañía de Salitres quedan en el aire, con la declaración legislativa de la nulidad de los actos del Gobierno Melgarejo.
El presidente de la Sociedad, don Agustín Edwards, en resguardo de los intereses de los accionistas, comisiona al señor Belisario Peró para que se translade a Bolivia y gestione del Presidente Ballivian algún acuerdo equitativo.
El señor Peró tuvo éxito en su cometido, pues arribó a una transacción que finiquitó las diferencias anteriores. Dicho convenio subscrito entre el señor Ballivian en representación de Bolivia, y el mandatario de la Compañía, se resume en los siguientes artículos:
1º La Compañía queda dueña únicamente del Salar del Carmen.
2º Como compensación por sus otros derechos, se le asignan cincuenta estacas en los terrenos contiguos.
3º La Compañía pagará una patente anual de cuarenta bolivianos por cada una de las cincuenta estacas, que no podrá ser aumentada.
4º Tendrá, por quince años, libertad de explotación de los salitres en los terrenos concedidos; y de embarcar por Antofagasta los productos de esos depósitos, libres de todo derecho de exportación, y de cualquier otro gravamen municipal o fiscal.
5º Permiso para construir un ferrocarril de Antofagasta a Salinas.
6º Liberación de derechos para los materiales del ferrocarril, para los necesarios a su conservación y los de las oficinas para elaborar salitre.
7º Facultad de poner un tercer riel en el ferrocarril en proyecto, de Mejillones, por lo cual pagará un peaje de cinco centavos por cada quintal de cien libras que transporte por su cuenta.
8º La Compañía constituirá en Antofagasta un personero munido de plenos poderes, para su representación en derecho.
El decreto oficial termina así:
“……se aceptan, por vía de transacción, y en uso de la autorización que la ley de 22 de Noviembre de 1872 confiere al Poder Ejecutivo, las ocho bases contenidas en la anterior proposición, quedando nulos y sin ningún efecto, los actos anteriores que están en oposición a ellos.
En su virtud y previa notificación del señor Peró, procédase a la extensi6n de las respectivas escrituras.
Ballivian.﷓ Mariano Baptista ﷓ Daniel Calvo ﷓ Mariano Ballivian.﷓ Pantateon Dalence.
El decreto, previa consulta al Consejo de Gabinete, se redujo a escritura pública, fué firmado por las partes contratantes, y se archivó en los registros del notario de Sucre, don José Félix Oña, en 29 de Septiembre de 1873, insertándose a la vez en el Boletín de las Leyes.
El señor Peró volvió feliz a Valparaíso; el Directorio aprobó en todas sus partes lo obrado; con lo cual los trabajos de la Sociedad recibieron gran impulso en el litoral.
Como la ley de Diciembre de 1872, que autorizaba al Ejecutivo para efectuar la transacción, ordenaba que se diera cuenta a la próxima legislatura, el Ministro de Hacienda cumplió esta formalidad. En su exposición, entre otras cosas, dice:
“Melbourne, Clark y Cía., subrogados por la Compañía de Salitres. Las reclamaciones de esta casa, de que se informó en 1873, han sido transigidas bajo condiciones que se resumen en la Convención de 27 de Noviembre de 1873. Los representantes de la casa mencionada las han aceptado. Queda así definida una cuestión odiosa que por largo tiempo ha comprometido ante la opinión, la probidad del Gobierno, teniendo pendiente de su decisión la suerte de gruesos capitales que los empresarios desembolsaron para establecer en el desierto de Atacama la industria salitrera en grande escala”.
La Asamblea Nacional de Bolivia pasó el documento al archivo, finiquitando el asunto.
El Perú alarmado por la competencia de los salitres del litoral de Antofagasta, resuelve dirigir y encausar la producción interna de dicha substancia, para después tornar el control en la sección boliviana.
En 1873, el Congreso peruano crea el estanco del salitre, facultando al Ejecutivo para adquirir el total de la producción del país, que se colocaría en Europa por cuenta fiscal.
De esta manera mataba las transacciones salitreras que se efectuaban en Valparaíso, en donde tenían la gerencia las oficinas productoras. Este fué el primer golpe que asestó el Perú al comercio chileno, privándolo de las letras giradas a Europa por ventas de Salitre de Chile, como era conocido en el viejo mundo, el rico abono del cual nuestro país no producía un gramo.
Nuestro Gobierno procuró entonces un acercamiento a Bolivia, para que los capitales chilenos, amenazados en Tarapacá, pudiesen desenvolverse tranquilamente en Antofagasta.
El Ministro de Chile en La Paz, don Carlos Walker Martínez, maniobró con acierto ante la cancillería boliviana, hasta celebrar el tratado de 1874, que puso término a las diferencias que teníamos con nuestra, vecina del norte, por la delimitación clara y fija de la frontera.
Bolivia puso su firma al tratado, sin dar conocimiento al Gobierno del Perú, lo que constituía una flagrante violación del tratado secreto, cuyo Nº 3 de la cláusula VIII dice a la letra:
“Las altas partes contratantes se obligan también:
3º A no concluir tratados de límites o de otros arreglos territoriales, sin conocimiento previo de la otra parte contratante”.
El tratado Baptista﷓Walker Martínez se celebró el 6 de Agosto de 1874, refrendado por Plenipotenciarios completamente facultados por sus respectivos Gobiernos.
El de Bolivia se quedó muy tranquilo, no obstante la premeditada violación del tratado secreto; pero esta norma de conducta no es de extrañar de parte de la cancillería de La Paz.
El Congreso boliviano prestó su aprobación al tratado de 1874, el 6 de Noviembre del mismo año, y se promulgó en La Paz el 28 de Julio de 1875, con las firmas del Presidente don Tomás Frías y del Ministro de Relaciones Exteriores don Mariano Baptista.
Consta de ocho artículos:
El 1º establece la línea divisoria en el paralelo 24; el 2º considera firme los paralelos fijados por Pissis y Mujía; y el 3º parte las guaneras entre ambos Gobiernos.
No nos ocuparemos todavía de los artículos 4º y 5º.
El 6º trata de la habilitación de los puertos de Antofagasta y Mejillones; el 7º deroga el tratado de 10 de Agosto de 1866; y el 8º establece la ratificación y canje en el plazo de tres meses.
Los artículos 4º y 5º merecen especial mención, por el conflicto a que dieron lugar más tarde.
Dicen así:
“Art. 4º Los derechos de exportación que se impongan sobre los minerales explotados en la zona de terrenos de que hablan los artículos precedentes, no excederán la cuota de la que actualmente se cobra; y las personas, industrias y capitales chilenos no quedarán sujetos a más contribuciones, de cualquier clase que sean, que a las que al presente existen.
La estipulación contenida en este artículo durará por el término de veinticinco años”.
“Art. 5º Quedan libres y exentos de pago de todo derecho los productos naturales de Chile que se importaren por el litoral boliviano, comprendido dentro de los paralelos 23 y 24; en reciprocidad, quedan con idéntica liberación, los productos naturales de Bolivia, que se importen al litoral chileno dentro de los paralelos 24 y 25”.
Aunque Bolivia había pactado sobre fronteras, sin conocimiento del Perú, el Presidente, señor Pardo hizo buena cara al mal tiempo, sin darse por entendido, porque la cancillería del Rimac, se aprestaba para matar la naciente industria del salitre en territorio boliviano, por intermedio del Gobierno de este país, ahora que su situación interna se presentaba nebulosa.
En efecto, la deuda del Perú, tanto interna como externa aumentaba día a día; los presupuestos cerraban con déficit y el salitre de los chilenos de Antofagasta se cernía como una amenaza para Tarapacá.
Había que obrar:
El Perú sopla entonces al oído de Bolivia, que los chilenos extraen fabulosas riquezas del litoral, sin dejar un centavo al señor del suelo.
Los dirigentes bolivianos, halagados en sus intereses y amor propio y espaldeados por el tratado de alianza, empiezan por imponer nuevas contribuciones a los capitales chilenos radicados en Antofagasta, bajo el velo de que ellas se destinaban al beneficio de la comunidad, en contra de lo establecido en el tratado Baptista﷓Walker Martínez.
El primer disparo contra este pacto solemne, fué un derecho adicional al gremio de jornaleros, que pasó aunque con solemne protesta de los damnificados; el segundo, una ordenanza sobre el lastre a la que se allanaron los industriales chilenos para no paralizar el carguío, pero formulando la respectiva protesta ante nuestro cónsul general don Salvador Reyes.
En 1878, la Municipalidad de Antofagasta impuso una contribución de alumbrado, de 3% sobre el valor de la renta de cada edificio, hecho que iba contra los chilenos, como únicos propietarios en la ciudad.
Antes se había pretendido implantar la misma exación, pero el honorable Consejo Departamental de Cobija, declaró ilegal el acuerdo del municipio de Antofagasta, y violatorio al tratado del 74, ley de la República.
Pero ahora, que la Municipalidad de este puerto era el Consejo Departamental, no había a quien pedir la revisión de sus acuerdos; y se llevó adelante lo mandado.
Los habitantes se negaron a cubrir la gabela del 3%; la Municipalidad requirió el auxilio de la fuerza pública y ordenó llevar a la cárcel a don Jorge Hicks, gerente administrador de la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, que se refugió en el consulado chileno para evitar vejámenes.
Mr. Hicks protestó ante el Cónsul de este impuesto contrario a las terminantes declaraciones de un pacto solemne, protesta que el Cónsul Reyes remitió a don Pedro Nolasco Videla, nuestro Ministro en La Paz.
El señor Videla promete ocuparse del reclamo de Mr. Hicks; pero a la vez insinúa al señor Reyes “la conveniencia de no cerrar el paso a la iniciativa de las municipalidades, para que puedan cumplir con los deberes más indeclinables de su cometido, dando garantía a las personas y propiedades con las medidas de seguridad y aseo, que, si imponen desembolsos, son en pago de servicios, y obsequio y beneficio de los mismos vecinos.
Interpretaciones restrictivas y estrechas son siempre odiosas y producen resultados contraproducentes a lo que uno mismo se propone”.
Nuestro Ministro recomienda la conciliación, halagado porque Bolivia le había dado a entender que no se daría curso a un proyecto de ley del Parlamento boliviano que gravaba con diez centavos, a beneficio fiscal, cada quintal de salitre que exportara la Compañía de Antofagasta.
Mientras las autoridades procuraban adormecer a nuestro Ministro en La Paz, el activo Cónsul Reyes no descuidaba la vigilancia de los intereses patrios.
En nota de 13 de Octubre de 1878, dice al señor Videla: “que se habla con insistencia de que en vapor llegado en el día de ayer ha venido orden del Gobierno para hacer ejecutivo el impuesto sobre exportación del salitre; pero hasta este momento, no se ha hecho notificación alguna a la Compañía”.
El señor Videla visita en La Paz al señor Ministro de Relaciones Exteriores, y después de la conferencia, contesta a nuestro Cónsul, en nota de 14 de Noviembre, que “respecto a lo que Ud. me comunica, que se decía haber llegado en uno de los vapores, la orden de este Gobierno para hacer efectivo el impuesto sobre exportación del salitre, puedo asegurarle que carece de todo fundamento”.
Y sin embargo, la noticia era efectiva.
Se presentaba ahora una cuestión muy seria provocada por el Gobierno de Bolivia: la implantación de un impuesto fiscal a la industria chilena, que barrenaba por su base el tratado de 1874.
La Compañía de Salitres invertía gruesos capitales, más de un millón de libras esterlinas, en sus trabajos, confiada en la transacción celebrada con el Gobierno de Bolivia el 27 de Noviembre de 1873, transacción que puesta en conocimiento del Congreso en 1874, en virtud de la ley de Diciembre de 1872, que autorizó al Ejecutivo para transigir, “defiriéndose estos asuntos solo en el caso de no avenimiento, a la decisión de la Corte Suprema, con cargo de dar cuenta a la próxima asamblea”.
Como hubo avenimiento entre el Ejecutivo y el señor Peró, el Gobierno no defirió el asunto al Supremo Tribunal, y se limitó a dar cuenta ﷓ como lo estatuía la ley ﷓ a la próxima legislatura, que fué la de 1874, la cual impuesta del asunto, acordó archivar los antecedentes, dando por finiquitada la negociación.
Pero, he aquí, que cuatro años después, entre gallos y media noche, sin notificar a la otra parte contratante, que lo era la Compañía, el Congreso de Bolivia sanciona el siguiente proyecto de ley:
“Artículo único. Se aprueba la transacción celebrada por el Ejecutivo el 27 de Noviembre de 1873, con el apoderado de la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, a condición de hacer efectivo como mínimum, un impuesto de diez centavos, en quintal de salitre exportado.
Comuníquese al poder ejecutivo, para su ejecución y cumplimiento.
La Paz, Febrero 14 de 1878. R. J. Bustamante, Presidente; Manuel Velasco Flor, diputado secretario; Abdon S. Ondarza, diputado secretario”.
El Congreso nada tenía que ver con una transacción celebrada por el Ejecutivo, autorizado expresamente por una ley; ni menos podía alterar las disposiciones del pacto, sin el conocimiento de la otra parte contratante.
El Presidente de la República, no obstante la violación del tratado Baptista﷓Walker Martínez, que encerraba este proyecto de ley, lo sancionó en debida forma, en el siguiente decreto:
“Casa del Supremo Gobierno. ﷓ Ejecútese. ﷓ (Gran sello del Estado). H. Daza. ﷓ El Ministro de Hacienda e Industria, Manuel F, Salvatierra”.
Nuestro Ministro señor Videla se apresuró a protestar, en forma mesurada pero firme, de esta violación de un tratado vigente.
“La Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, dice, es chilena; tiene su directorio en Valparaíso; y es en casi su totalidad compuesta de capitales chilenos. En virtud de la transacción con el Supremo Gobierno, en 27 de Noviembre de 1873, reducida a escritura pública y registrada en el Anuario Oficial de Leyes de Bolivia, la Compañía Chilena entró bajo el amparo y garantía del tratado firmado el 6 de Agosto de 1874, porque a la fecha de este tratado, la Compañía explotaba quieta y tranquilamente las salitreras que se le habían concedido por esa transacción, siendo libre de los derechos de exportación del salitre, como así mismo exenta de los de internación los artículos que introdujere por los puertos de Antofagasta para la conservación y servicio de las líneas férreas y de sus oficinas de elaboración de salitre”.
El señor Videla coloca la cuestión, desde el primer momento, sobre la base legal, derivada del texto expreso de una convención vigente, entre ambos países.

CAPÍTULO III.

Embargo de la Compañía de Salitres;
rescisión de la Convención de 1873.

El Ministro de Relaciones Exteriores de nuestro país, don Alejandro Fierro, en nota 8 de Noviembre de 1878, da al señor Videla, Ministro Plenipotenciario en La Paz, instrucciones precisas acerca de la imposición de contribuciones a nuestros connacionales, lo que implicaría la abrogación total del tratado vigente entre Chile y Bolivia.
El señor Fierro termina así sus comunicaciones:
“La negativa del Gobierno de Bolivia a una exigencia tan justa como la demostrada, colocaría al mío en el caso de declarar nulo el tratado de límites que nos liga con ese país, y las consecuencias de esta declaración dolorosa, pero absolutamente justificada y necesaria sería de la exclusiva responsabilidad de la parte que hubiese dejado de dar cumplimiento a lo pactado”.
El Ministro de Relaciones de Bolivia, don Martín Lanza, no contestó directamente esta nota, sino que transcribió al señor Videla un memorándum del señor Ministro Interino de Hacienda, don Serapio Reyes Ortiz, en que este miembro del Gabinete refuta las alegaciones del Gobierno de Chile; y se escuda, en que tratándose de una ley dictada por el Congreso boliviano, no cabe al Ejecutivo sino hacerla cumplir. Por fin, el 18 de Diciembre de 1878, el señor Lanza comunica al señor Videla, oficialmente, que el Gobierno ha ordenado a las autoridades del litoral hacer cumplir la ley de 14 de Febrero, o sea, la contribución al nitrato elaborado por la Compañía de Salitres de Antofagasta.
El Ministro Videla, al acusar recibo de esta nota, hace un resumen de la cuestión, en la siguiente forma:
“Agotados estos medios (arribar a un resultado prudente y tranquilo) y en presencia del oficio de V. E. fecha de hoy, que tengo a la vista, cumplo con el solemne y doloroso deber de declarar a V. E., a nombre de mi Gobierno, que la ejecución de la ley que grava con un impuesto a la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, importa la ruptura del tratado de límites de Agosto de 1874, hoy vigente entre Chile y, Bolivia, y que las consecuencias de esta declaración serán de la exclusiva responsabilidad del Gobierno de Bolivia.
Agrega nuestro Ministro que había convenido con el Ministro de Hacienda en propiedad, en actual visita en la costa, a no innovar en la materia, hasta su vuelta a La Paz; y que la resolución del Gobierno venía a romper este pacto verbal.
El señor Lanza se apresura a replicar, en nota 26 de Diciembre:
“Mi Gobierno, dice, no ha hecho más que cumplir con un deber constitucional al decretar la vigencia de la ley mencionada (la del impuesto al salitre) sin que esto importe, como supone V. S., el término de toda discusión ni menos una ruptura del tratado de 6 de Agosto de 1874, pues V. S. olvida que, aun para el caso que se susciten cuestiones sobre su inteligencia y ejecución, el Art. 2.º del tratado complementario, abre en beneficio de parte de ambas naciones, el recurso arbitral”.
En vista de la invocación del arbitraje, hecha, por el Gobierno de Bolivia, el señor Videla contesta aceptando el arbitraje, “en la inteligencia de que el Gobierno boliviano de ordenes inmediatas para que se suspenda la ejecución de la ley y se restablezcan las cosas al estado en que se encontraban antes del decreto de 18 de Diciembre, pues esta es una consecuencia lógica de la proposición de arbitraje hecha por V. E.”.
La conducta del Ministro chileno recibió la más amplia aprobación de nuestro Gobierno, que abundaba en agotar todos los recursos pacíficos, antes del rompimiento que se veía cercano.
Desgraciadamente, el Presidente don Hilarion Daza, y la mayoría del Congreso, repudiaban el arbitraje; instigados por el Perú, habían resuelto llevar las cosas al último extremo.
Desautorizado por sus colegas de gabinete y por el propio Presidente de la República, por haber propuesto el arbitraje, el Ministro de Relaciones don Martín Lanza, presenta la renuncia de su cargo, que es aceptada, y le reemplaza don Serapio Reyes Ortiz, Ministro de Instrucción Pública.
S. E. el Presidente llama a este Ministerio, al señor Julio Méndez, periodista a la moda, por los violentos artículos que publica en contra de Chile en los cotidianos de Lima.
Más como el señor Reyes Ortiz partió precipitadamente a la capital del Perú, el señor Videla tuvo que entenderse con el Ministro suplente, don Eulogio Diez de Medina, político afiliado al bando belicoso.
Mientras duraba el juego de notas en La Paz, entre la legación chilena y el Ministro de Relaciones, el Gobierno de Bolivia imparte orden al prefecto de Cobija, don Severino Zapata, que se había transladado a Antofagasta, para que diera cumplimiento a la ley que gravaba la exportación de salitre.
El prefecto hace notificar al gerente de la Compañía, don Jorge Hicks, quien se niega al pago de los noventa y tantos mil pesos, que exigen los bolivianos, fundado en la cláusula IV del tratado Baptista﷓Walker Martínez.
El Cónsul señor Reyes se dirige al prefecto para que suspenda la medida, mientras se comunica con el Ministro señor Videla; a lo que el señor Zapata contesta con el siguiente decreto:
“En nombre de la ley.
El ciudadano Severino Zapata, prefecto y superintendente de hacienda y minas del Departamento, ordena y manda: Que el deligenciero de hacienda apremie y conduzca a la cárcel a Jorge Hicks, gerente y representante de la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, deudor al fisco por la cantidad de noventa mil ochocientos cuarenta y ocho bolivianos, y trece centavos.
Así mismo trabará embargo de los bienes de dicha Compañía, suficiente a cubrir la cantidad adeudada, depositando, en persona abonada y fiable por derecho, pues que así se tiene mandado por decreto fecha 6 de los corrientes.
Requiere a todos los depositarios de la fuerza pública, presten los auxilios necesarios para la ejecución de este mandamiento.
Antofagasta, Enero 11 de 1879. Severino Zapata”.

En conformidad a este decreto, el deligenciero de hacienda traba embargo sobre los bienes de la Compañía, y nombra depositario al ciudadano boliviano don Eulogio Alcalde.
Como el prefecto había dictado orden de prisión contra el administrador don Jorge Hicks, éste solicita su excarcelación bajo la fianza de don Napoleón Peró; aceptada, queda en libertad el señor Hicks, quien consigna la respectiva protesta ante el notario don Calixto Paz.
En tanto, se halla fondeada en la bahía la barca “Maida”, que necesita 5.000 quintales de salitre para completar su cargamento y darse a la vela.
Como la prohibición de embarcar es absoluta, la Compañía se ve amenazada de una gruesa pérdida por gastos de la estadía del buque.
El administrador suplente de la Compañía, señor David Sim, consigue permiso para el embarque de los cinco mil quintales, previa fianza de don Pedro P. Wessel, gerente del Banco Consolidado en Chile.
La autoridad se mostraba más flexible; pero era para ocultar siniestros designios.
Consciente el Gobierno de Bolivia de que el desconocimiento del Art. 4º implicaba la ruptura violenta del tratado de 1874, suspende el cobro de la contribución de diez centavos establecida por ley de 14 de Febrero de 1878, y declara lisa y llanamente la reivindicación de las salitreras.
El decreto, precedido de ocho considerandos, dice:
“Queda rescindida y sin efecto la Convención de 27 de Noviembre de 1873, acordada entre el Gobierno y la Compañía de Salitres de Antofagasta; en su mérito, suspéndanse los efectos de la ley de 14 de Febrero de 1878. El Ministro del ramo dictará las órdenes convenientes para la reivindicación de las salitreras detentadas por la Compañía.
H. Daza. Martín Lanza. Serapio Reyes Ortiz. Manuel Othon Jofré. Eulogio Diez de Medina”
El Ministro Videla había exigido seriamente, a la cancillería boliviana, en nota de 20 de Enero, una respuesta categórica. Lejos de abordar la cuestión, el Ministro de Relaciones se preocupa de inquirir en notas de 21 y 27 de Enero, la razón de la estadía del “Blanco Encalada” en Antofagasta.
El Ministro chileno, con toda paciencia, da las siguientes explicaciones:
“No tengo inconveniente en declarar que la presencia del “Blanco Encalada” en la bahía de Antofagasta no tiene el significado, ni el objeto que V. S. le atribuye.
Las naves de la armada chilena hacen periódicamente su estación naval en los puertos de Antofagasta y Mejillones, y gracias a esta circunstancia pudo prestar oportunos auxilios a esas poblaciones en la noche aciaga de 9 de Marzo de 1877”.
Aunque el Gobierno boliviano procedió a la rescisión del contrato con todo sigilo, el Ministro Videla y el nuevo Cónsul chileno en Antofagasta don Nicanor Zenteno, tuvieron conocimiento del hecho y se apresuraron a comunicarlo a la Moneda.
Dice la comunicación oficial:
“Febrero 11 de 1879. (Recibido de Caldera a las 2,05 P. M.). Al señor Ministro de Relaciones Exteriores:
El Ministro chileno en La Paz, en cablegrama, de hoy, me dice:
Transmita Gobierno: Decreto de este Gobierno rescinde contrato, suspende ley de Febrero, reivindica salitreras. ﷓ P. N. Videla.
Lo que transcribo a V. S. para su conocimiento. Cesáreo Aguirre, Gobernador de Caldera”.
A este telegrama, responde nuestro Ministro de Relaciones, con el siguiente cable dirigido a Tacna, para ser expedido desde ahí, por propios: “Recibido telegrama de hoy: Retírese inmediatamente.﷓ A. Fierro”.
A este, siguió una segunda comunicación, también por cable:
“Ministro de Chile en La Paz.﷓ Recibido segundo telegrama. El primero en que anuncia rescisión, que es un nuevo agravio, decidió ocupación de Antofagasta. Retírese inmediatamente.﷓ A. Fierro”.
Antes de conocer estas instrucciones, el Ministro Videla había exigido al Gobierno de Bolivia, que en el plazo de 48 horas, contestara si aceptaba o no el arbitraje. Como no recibiera respuesta, el 12 de Febrero anuncia su retiro y pide sus pasaportes.
El Ministro interino señor Eulogio Doria Medina replica al señor Videla en una larga nota, destinada a prolongar la discusión; pero, nuestro Ministro la devuelve, “porque ya había terminado la misión que desempeñaba cerca del Excmo. Gobierno de Bolivia”.
Al día siguiente, 14 de Febrero, ocurre un hecho singularísimo:
El señor José Luis Quiñones, Ministro Plenipotenciario del Perú en La Paz, se presenta a la ex﷓legación chilena, y en visita oficial al señor Videla, le asegura que no existe ánimo en el Gobierno del Perú, de terciar en favor de Bolivia, en su actual contienda con Chile.
El señor Videla se limita a tomar nota de la declaración, para comunicarla a su Gobierno.
El señor Fierro se apresura a comunicar al señor Cónsul Zenteno, la determinación de ocupar el puerto de Antofagasta, en nota reposada y tranquila.
Le dice:
Valparaíso, 12 de Febrero de 1879.
Mi Gobierno se ha visto obligado a asumir una actitud que ha querido evitar a toda costa, pero que la conducta del Gobierno boliviano ha hecho absolutamente indispensable.
En pocas horas más, el litoral que nos pertenecía antes de 1856, será ocupado por fuerzas de mar y tierra de la República, y V. S. asumirá el cargo de Gobernador Político, como Cónsul del territorio.
En el desempeño de estas delicadas funciones, recomiendo a US. que no omita diligencia para que las personas e intereses de todos los habitantes de ese litoral sean respetados y garantidos, como sucede en el imperio de nuestras leyes, a fin de evitar reclamaciones de cualquier género que sean, y hacer, en cuanto sea posible, simpática nuestra administración, aun a los mismos bolivianos ahí residentes.
El comandante en jefe de las fuerzas, coronel don Emilio Sotomayor, lleva las instrucciones que adjunto a V. S. en copia, y según las cuales debe proceder de acuerdo con V. S., en los casos que ellas determinan. Dios guarde a V. S. ﷓ Alejandro Fierro”.
El activo señor Zenteno no tenía conocimiento de esta decisión del Gobierno, fechada el 12 de Febrero; sin embargo, en su carácter de Cónsul, afrontó la situación con enérgica tranquilidad.
Antofagasta se mostraba tranquila; pero una sorda efervescencia hacía temer el estallido de la tempestad.
Se sabía que el prefecto había recibido un cablegrama de Mollendo, por el vapor del norte, fondeado el 4 de Febrero. Dicha comunicación autorizaba a la autoridad boliviana para tomar medidas violentas.
El miércoles 5 fondeó el vapor “Limarí”; fué despachado rápidamente, sin que sus papeles fueran legalizados por el consulado. Está oficina no pudo enviar la correspondencia oficial al sur.
Con igual rapidez se despachó el vapor “Ayacucho”, en viaje al norte.
En momentos, en que esta nave se ponía en movimiento, 4 P. M. del día 5, la prefectura notificó a la Compañía de Salitres el remate de sus propiedades, previo justiprecio de los bienes embargados.
Con la salida de los vapores nombrados, la notificación no podía ser conocida de nuestro Gobierno, sino con tres días de atraso.
Pero el Gerente envió un propio a Mejillones, que a revienta cinchas alcanzó el vapor, y entregó un cable a Valparaíso, vía Iquique.
La situación es crítica; todos se preguntan qué sucederá una vez efectuado el remate, al quedar cesantes 2.000 trabajadores y 300 empleados de la Compañía.
La noticia de que se acercan fuerzas bolivianas para dominar a la población, produce sorda irritación, precursora de un estallido de incalculables alcances.
El hecho no era infundado; en 1872, un batallón de 250 plazas, salido de Potosí, llegó a Caracoles sin muchas dificultades, merced a una abundante provisión de coca.
Mientras tanto, se habían celebrado dos reuniones por los dirigentes chilenos, de las cuales nada había transcendido al público, ni menos a las autoridades bolivianas.
La primera tuvo lugar en casa del señor Matías Rojas; asistieron a ella los señores Nicanor Zenteno, Cónsul de nuestro país, Evaristo Soublette, secretario de la Compañía de Salitres, Jorge Hicks, gerente de la misma, Salvador Reyes, ex﷓Cónsul, Juan E. López, comandante del “Blanco Encalada”, y el dueño de casa.
Zenteno expresó fríamente la situación: las autoridades tenían la tropa lista en pie de guerra; se aseguraba que en breve llegaría un cuerpo de línea; y era un secreto a voces que el Presidente Daza había dado orden, en caso de resistencia, de incendiar la ciudad, y especialmente las propiedades de la Compañía de Salitres.
Después de breve deliberación, la reunión acordó:
1º Comisionar a don Enrique Villegas para servir los intereses chilenos en Caracoles. El Gobierno boliviano acababa de cancelarle el exeguator de Cónsul de Chile en dicha localidad.
2º A don Jorge Hicks para la vigilancia de las vías férreas y telegráficas.
3º Impedir por la fuerza el incendio de la ciudad, para lo cual se avisaría a las administraciones de Carmen Alto y Salar del Carmen, para que acudieran con toda su gente.
4º En caso de que el pueblo y la Compañía no pudieran resistir, pedir auxilio al “Blanco Encalada”; de día, con banderolas y el silvato de la Compañía, y de noche por medio de voladores de luces.
Los señores Hicks y Soublette quedaron encargados de las señales, y los señores Zenteno, Reyes y Rojas, para ponerse a la cabeza del pueblo.
El comandante López, una vez de regreso a bordo, envió un plan completo de señales y la correspondiente dotación de banderolas y cohetes.
Se guardó un secreto absoluto, y nadie se percató de lo ocurrido.
La segunda reunión tuvo lugar en la “Sociedad la Patria”.
Esta institución, especie de logia lautarina, se constituyó para la protección mutua y defensa de los chilenos, hostilizados constantemente por las autoridades, que en la obscuridad de los calabozos de la policía, flagelaban y aun asesinaban a nuestros connacionales.
La Patria celebraba tenidas secretas; sus miembros se reconocían por signos, palabras y tocamientos; los iniciados prestaban juramento de rodillas, con la mano derecha sobre la bandera de Chile, de obedecer ciegamente los mandatos del jefe, en defensa de la Patria, de su honra y de sus intereses.
El Consejo Directivo se componía de cuarenta miembros; los afiliados se contaban por miles.
El signo de reconocimiento consistía en colocar el dedo índice sobre el pulgar en forma de cruz; la pregunta se hacía con la mano derecha y se contestaba con la izquierda.
La palabra sagrada era Patria, que no se daba sino en casos muy calificados y con solemnidad especial.
Pero había una palabra de pase, de uso corriente entre los iniciados, adoptada no se sabe cómo ni en qué circunstancias, de entre los más vulgares motes de nuestro pueblo.
Se daba en forma velada, con cualquiera de los versos del cuarteto: Por la p, eres piurana; por la u, urubambeña; por la t, trujillana y por la a, arequipeña.
En las disputas más agrias, en los bochinches más crudos, productos del alcohol, corría un verso, y como por encanto, llegaba la calma, el buen humor, la confraternidad de los hijos del mismo suelo, ligados por el misterioso lazo del amor patrio.
La logia Patria suspendió sus sesiones el día 10, y notificó a sus hijos que el 14, día del remate, la mesa directiva iría a bordo del “Blanco Encalada”, a las 10 1/2 A. M.; y que la población recibiría las ordenes del caso a las 11 1/2, es decir media hora antes de la subasta. Mientras tanto, todo el mundo debía continuar tranquilamente en su trabajo cotidiano.
Jamás se había notado mayor calma en la población; pero en las casas, las mujeres afilaban los corvos a molejón y preparaban banderas chilenas, en tanto los hombres discurrían la mejor manera de secundar las órdenes de la Patria, que seguramente afrontaría la situación en el momento preciso.
El Cónsul Zenteno dió pruebas de sagacidad, talento y sangre fría. Del Consulado a la Compañía, y de ahí al domicilio de los compatriotas dirigentes, se veía a cada instante rodeado de impacientes que le pedían ordenes.
Sonriente y tranquilo iba repitiendo: Calma, niños, mucha calma. Mientras tanto, orden, orden. En el momento preciso vuestro Cónsul estará al frente de vosotros.
Y el pueblo obedecía y callaba.
El 12 y el 13 la tensión nerviosa es terrible; nadie trabaja; la población vive en la calle; el comercio cierra sus puertas y el movimiento de la bahía se paraliza; siniestros rumores circulan entre los grupos; noticias inverosímiles corren de boca en boca; la columna de gendarmes permanece acuartelada; y destacamentos, bayoneta armada y bala en boca, custodían la prefectura, la aduana y el cuartel.
En la noche del 10, tuvo lugar un incidente, que pudo haber originado graves consecuencias.
Cuando la población estaba sobre un volcán, don Mateo Concha Moreno, antiguo vecino, entusiasta chileno, pero hombre curioso y noticiero de oficio, casi hace saltar la mina y pone sobre aviso a las autoridades.
Don Mateo tuvo conocimiento de la reunión celebrada en casa de don Matías Rojas, a la que no fué invitado, precisamente por su fácil lengua.
Esto le tenía resentido; y como había visto llegar banderolas y cohetes, disimuladamente, a la Compañía, se le avivó en grado supremo la proverbial curiosidad.
Atando cabos, dando y cavando, columbra que algo se trama y trata de inquirirlo, con la mejor fe del mundo.
En la noche M 10, el Club rebosa de gente; todas las conversaciones giran alrededor de la cuestión del día, en la certeza de que algo crudo puede ocurrir.
Llega don Mateo al círculo en que charla don Matías Rojas, se dirige a él y le dice, alarmado: ¿qué significan, paisano, unos voladores que están disparando en la Compañía?
Se hace el silencio; don Matías se encoge de hombros, y con calma y serenidad le contesta: No tengo conocimiento; y sigue la interrumpida conversación en el círculo de amigos.
Los chilenos no dan importancia a la pregunta tan extraña de don Mateo, conociendo su afición a lanzar bolas en toda oportunidad; pero los oficiales de la policía corren a inquirir lo ocurrido, y naturalmente, nada anormal encuentran.
El señor Rojas, continúa la charla; bebe el acostumbrado gorro de dormir; y a la hora de siempre, se despide de los contertulios, retirándose a su domicilio.
Apenas se encuentra en la calle, corre donde Zenteno y Reyes, y los tres se dirigen a casa de Hicks y Soublette, a quienes imponen de lo ocurrido.
Felizmente, los soplones de la autoridad no dieron en la clave; pero los cinco conjurados pasaron una larga noche de sinsabores.
Han transcurrido muchos años; y aunque muy amigos, los cinco no han perdonado a don Mateo la noche de penas y angustias que les hizo pasar.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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Anonimo dijo...

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