sábado, 28 de febrero de 2009

NUESTRA VERDAD



TESTIMONIO DE UNA GENERACIÓN DE SOLDADOS

INTRODUCCIÓN
Resumir en pocas palabras las vivencias de una época, desde la perspectiva de quienes éramos en ese entonces jóvenes Soldados de las FF.AA. y de Orden, constituye un desafío mayor, en especial si el período señalado coincide con una de las mayores crisis de nuestra historia reciente y por la cual hoy se nos pasa injustamente la cuenta, resultando en el encarcelamiento progresivo de un gran número de camaradas de armas y en la eternización del odio que una vez dividió a los chilenos.


Aceptando que la Historia no es otra cosa que la interpretación de los hechos realizada desde la perspectiva de quien la escribe, nos permitiremos formular ante ustedes una visión de los acontecimientos ocurridos antes, durante y después del 11 de Septiembre de 1973, intentando a través de ello traspasarles lo que hemos debido enfrentar quienes fuimos los Soldados del 73, ayer felicitados y aplaudidos por nuestros conciudadanos y hoy perseguidos y denostados, ante la indiferencia de los mismos que ayer nos aplaudieron.

Con el propósito de negar a nuestros adversarios la fijación histórica de una verdad sesgada y tendenciosa, entregaremos a ustedes la versión de esta generación de soldados que hoy integra la Cruzada por la Reconciliación Nacional (CREN), sin excluir en ningún caso a nuestros más antiguos ni a los más jóvenes, hacia todos los cuales profesamos la misma lealtad de siempre, en particular a aquellos que al igual que nosotros fueron también protagonistas de la historia.

Intentaremos en primer lugar extraer de los hechos históricos las reales causas, responsabilidades y consecuencias de un conflicto que la persistencia inagotable del enemigo mantiene vivo hasta el presente.

Posteriormente, expondremos en forma sucinta las distintas formas de participación que tuvo nuestra generación en dicho conflicto y sus fundamentos constitucionales y morales, identificando a continuación a quienes fueron nuestros adversarios y quienes hoy porfían en seguir siéndolo, develando para ello las verdaderas razones de la odiosidad que encubren bajo un manto de justicia y de defensa de los derechos humanos.
Conociendo los elementos que dan forma a un conflicto, daremos una mirada hacia el futuro para intentar demostrar cuales son las amenazas que se ciernen sobre la nación chilena.

Finalmente, terminaremos con algunas reflexiones que (a modo de conclusiones) nos permitan conseguir entregarles una visión renovada acerca de la indigna situación que afecta a los Soldados del 73, cobardemente atacados por los revolucionarios de ayer y deslealmente abandonados por parte importante de una sociedad que una vez más vuelve la espalda a quienes debe la vida.

CAUSAS REALES DEL CONFLICTO

Los acontecimientos que dan origen a nuestra situación actual se remontan a los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial y a la Guerra de Corea, cuando comenzaba la Guerra Fría y el mundo se encontraba profundamente dividido entre Este y Oeste. Años aquellos en que los grandes bloques en confronto intervenían abiertamente en la vida política de los países para disputarse su dominio ideológico, tratándolos como las piezas de un tablero de ajedrez, donde cualquier procedimiento que lograra sus fines era considerado válido, por inmoral que éste fuera.

Este gran conflicto mundial afectó severamente la vida política del continente americano y de nuestra nación, transformándonos en uno de los campos de batalla donde se enfrentaron las fuerzas y estrategias empleadas por ambos bloques, hasta arrastrarnos a la crisis institucional de 1973.

Tanto la Unión Soviética como los EE.UU., en su calidad de líderes de los polos antagónicos, emplearon sus estrategias para expandir su dominio por el mundo, valiéndose la primera de la guerra revolucionaria, modelo al cual los EE.UU. opusieron la guerra contrarrevolucionaria. Todo ello, desarrollado fuera de sus propios territorios y teniendo como escenario a aquellos países donde el subdesarrollo económico, las debilidades de su sistema de gobierno o los conflictos internos de cualquier tipo ofrecían condiciones favorables para promover la instauración de un régimen político afín a los intereses de la potencia patrocinante.

La revolución socialista empleó medios de acción muy diferentes de los usados en una guerra clásica, entre los que destacamos la resistencia política, la subversión, el terrorismo, etc., hasta llegar a la guerra de guerrillas. En contraposición, la contrarrevolución empleó las operaciones de contrainsurgencia o contraguerrillas. Todo ello, en medio de una profusa actividad de inteligencia y contrainteligencia.

Mientras la Unión Soviética avanzaba rápidamente en su campaña de rebelión de masas, subversión y guerrilla, los EE.UU. se concentraban en desarrollar las operaciones de contrainsurgencia y de contraguerrillas. Surgen en el país del norte las Fuerzas Especiales, conocidas como los “Boinas Verdes”, constituidas por unidades altamente especializadas, destinadas a asesorar y entrenar a las unidades militares de países amigos en la lucha contra la subversión y la guerrilla pero también destinadas apoyar a fuerzas rebeldes en países hostiles, para la organización, entrenamiento y dirección de la guerra de guerrillas.

EE.UU. EN LATINOAMÉRICA Y EN CHILE

Así como Moscú creaba escuelas y universidades para formar a los líderes subversivos de todo el mundo, EE.UU., habiendo creado en 1942 la Junta Interamericana de Defensa (JID), organiza en 1946 la Escuela de Las Américas en la Zona del Canal de Panamá, cuyo propósito era el de uniformar las doctrinas militares de los países de América Latina para neutralizar la creciente influencia soviética. En los años posteriores, numerosos Oficiales y Suboficiales chilenos (entre los que se cuenta particularmente nuestra generación) pasarían por las aulas de la Escuela de las Américas, recibiendo las enseñanzas de la guerra contrarrevolucionaria. Esto ocurrió incluso bajo el propio gobierno de Salvador Allende, cuando se da el mayor número de alumnos chilenos asistiendo a dicha escuela.

En 1947 y con dos años de anticipación al Tratado del Atlántico Norte (OTAN), los EE.UU., consiguen la suscripción del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), integrado por casi la totalidad de los países miembros de la OEA. y en cuyo texto se estableció el compromiso para actuar en conjunto ante el ataque armado realizado en contra de cualquiera de los estados miembros.

En 1952, los gobiernos de Chile y de EE.UU. suscriben el acuerdo bilateral que dio origen al Pacto de Ayuda Militar (PAM), cuya mayor influencia se concreta a partir de 1960, en pleno apogeo de la Alianza para el Progreso de Kennedy. Allí se produce el traspaso de material de combate para el re-equipamiento de las unidades terrestres, aéreas y navales chilenas, junto con la entrega de asesoría para el entrenamiento y nuevas tácticas de combate de las FF.AA. chilenas. A esta época corresponde por ejemplo la creación de la especialidad de Comandos y de la Escuela de Paracaidistas y FF.EE. del Ejército de Chile.

La antigua metodología de instrucción del Ejército, de origen prusiano, es reemplazada por la llamada Nueva Modalidad de Instrucción (NMI), conteniendo nuevos enfoques para la técnica de combate que incluyen temas tales como el tratamiento de prisioneros de guerra, el control de disturbios, y otros derechamente enfocados a la contrainsurgencia. Un importante número de militares estadounidenses se instala en el último piso del Ministerio de Defensa, hoy Edificio de las FF.AA., desde donde asesoran a las instituciones chilenas, (ocurrió mucho antes de 1973).

ESTADO Y DOCTRINA

Cabe preguntarse si estos cambios en la doctrina de las FF.AA. (lo que hoy sería considerado una grave intervención extranjera) pudieran ser atribuidos exclusivamente a la iniciativa de los mandos militares de la época, siendo que éstos fueron consecuencia de tratados y acuerdos internacionales, suscritos por el Poder Ejecutivo y debidamente ratificados por el Congreso, o sea, contando no sólo con la anuencia del Gobierno de Chile, si no que formando parte de la Política de Defensa Nacional que orientaba y encuadraba la voluntad doctrinaria de las FF.AA..

Se nos enseñó a todos que el enemigo ahora era “quien actuaba en contra de la Seguridad Interna”. Aprendimos también que todo el trato caballeroso y el respeto que se nos había inculcado para con nuestros adversarios en una guerra regular, no tenía cabida en una de tipo irregular, como en la guerra de guerrillas o en un combate contra el terrorismo urbano, donde no se hacía prisioneros y en caso de capturar a un enemigo éste no tenía derecho a ser tratado como Prisionero de Guerra, por no vestir uniforme y no contar con un mando responsable a su cargo. Esto es lo que se nos enseñó por bueno y necesario para defender a Chile.

Esta dura pero real visión de la guerra interna, omitida por años y jamás considerada por juez alguno, consta en los documentos oficiales que regulan la formación militar de las FF.AA. de la época, tales como los Reglamentos y Cartillas de Instrucción Militar, Reglamento de Combate para las Tropas, Reglamento de Comandos, etc., todos los cuales fueron impresos y publicados por el Estado de Chile, con timbre y escudo del Ministerio de Defensa Nacional, bajo gobiernos de plena democracia y mucho antes de 1973.

Más aún, si se revisan los documentos de la diplomacia chilena en el curso de esos mismos años, tales como notas diplomáticas y discursos de embajadores presentados ante organismos multilaterales y en los que es fijada la posición de Chile dentro del conflicto mundial en desarrollo, podrá apreciarse que existe una perfecta simetría entre la Política Internacional del Estado de Chile y esta Política de Defensa que vengo enunciando.

Es decir, en estricto rigor, dicha política de defensa fue solo una de las expresiones de una política de estado que también se tradujo en la política exterior. Solo que a los embajadores y diplomáticos de la época nadie los ha perseguido.

Luego, podemos afirmar con certeza que fue el Estado de Chile quien incorporó una nueva forma de actuar para las instituciones armadas, adaptando su doctrina para enfrentar el nuevo tipo de conflicto en desarrollo, en correspondencia con la Política Exterior y en perfecta concordancia con la estrategia contrarrevolucionaria propugnada por EE.UU..

Esa era la situación al momento de iniciar nuestra carrera militar, después de haber recibido una sólida y completa formación enmarcada en los términos definidos por dicha Política de la Defensa Nacional. Luego, comprenderán ustedes por qué planteamos que nadie tiene derecho a acusarnos de inventar el concepto de enemigo interno el día 11 de Septiembre de 1973 ni los métodos para combatirlo. Quien lo hizo y lo avaló fue el propio Estado de Chile, a través de sus poderes constitucionales, desde la década del 40 en adelante.

En síntesis, podemos decir con firmeza que los soldados chilenos no buscamos ni creamos este modelo estratégico si no que éste nos fue impuesto como consecuencia de la política formulada y mantenida durante años por el Estado de Chile para hacer frente a la lucha ideológica bipolar que nos amenazaba desde la década del 40.

PARADOJAS Y CONTRADICCIONES

Sin embargo, cuando menos se lo esperaba, este modelo estratégico en plena aplicación en Chile, se vio enfrentado a una paradoja pocas veces comprendida y dimensionada. Ello sucede cuando la doctrina de seguridad nacional del Estado de Chile se encuentra sorpresivamente con que sus enemigos conceptuales (los revolucionarios) se encuentran instalados en el gobierno por la vía electoral, a cargo de dirigir los destinos del mismo Estado que los calificaba claramente como enemigos del orden constitucional.

Es dable entonces pensar en la enorme contradicción que enfrentaron los conductores militares de la época, cuando los movimientos subversivos y paramilitares de los últimos años, formaban ahora parte del propio gobierno y la resistencia política o insurgencia cambiaba de bando y eran ejercidas por la población común que trataba de evitar la imposición del yugo marxista.

Quien ayudó finalmente a despejar esta paradoja fue el propio gobierno de la Unidad Popular, al reemplazar sus responsabilidades y obligaciones constitucionales por las instrucciones provenientes de Moscú y de La Habana para intentar implantar en forma más acelerada que lo que la prudencia recomendaba, la revolución socialista “a la chilena”.

A poco andar quedó demostrado que ellos no tenían dudas respecto de lo que vendría y los hechos posteriores probarían que su intención fue asumir el control total a sangre y fuego, impidiendo toda reacción.

DERECHOS HUMANOS Y LEGALIDAD

Así llegamos a aquel día de Septiembre en que la nación chilena (agobiada por el caos y por la violación sistemática de sus derechos humanos) nos demandó el cumplimiento de nuestra promesa ante Dios y la Bandera, asumiendo nosotros con entusiasmo las tareas que se nos asignaron, en el pleno ejercicio de nuestro Deber Militar y acatando a cabalidad aquella parte del juramento sagrado que nos obliga a: “obedecer con prontitud y puntualidad las órdenes de nuestros superiores…”, lo que corresponde a la única actitud posible en un verdadero soldado en combate.

Nos detenemos un instante para formular una inquietud fundamental respecto de este concepto. Hoy, cuando vemos a las instituciones armadas sometidas a ingentes presiones para que nuestros soldados se empapen de la doctrina de respeto a los derechos humanos y para que sólo cumplan órdenes encuadradas en la plena legalidad, nos preguntamos si es posible tanto razonamiento previo en medio de la acción, sin debilitar la estructura psicológica de quien participa en un combate.
Imaginemos por un momento a un Cabo recibiendo la orden de su Teniente para tomar por asalto una posición enemiga desde donde se recibe fuego y quien, antes de iniciar una acción que debiera corresponder casi a un reflejo, se detiene a reflexionar sobre su legalidad o conveniencia. Peor aún, imaginemos a ese Cabo evaluando la misión recibida hasta estar completamente seguro que su ejecución no le causará problemas legales en el futuro….en 20 o 30 años más.

¡Dios nos libre si ello llega a suceder en nuestras Fuerzas Armadas y de Orden!, ya que podríamos olvidarnos de los más modernos tanques, de los aviones de última generación o de los buques mejor equipados, yendo directo al fracaso, el cual en términos militares solo se conoce como DERROTA, por cuanto en el momento en que un subalterno deje de confiar en la orden recibida de su mando superior se acaba el fundamento de la disciplina y se anula la sinergia que de ella se deduce y que permite desequilibrar una situación de combate en favor propio.

No se trata de plantear a un militar irreflexivo y sólo cumplidor de órdenes, pero tampoco podemos aceptar que la buena intención de promover el respeto a los derechos humanos llegue al punto de coartar la acción militar, haciéndolo titubear ante una orden, lo que pondría en peligro el cumplimiento de su misión y la vida de su gente.

No sabemos como pueden interactuar mejor ambas necesidades en la mente de un Soldado, pero nos inclinamos por la opción de mantener la responsabilidad en las manos del superior que ordena y no atemorizar con culpas eventuales al subalterno que ejecuta, puesto que quien dirige tiene la obligación de mantener el control sobre lo que el subordinado hace, apoyándolo o rectificándolo en caso necesario. Así lo pensábamos en nuestra época y así esperamos que sobreviva en nuestras instituciones por siempre, a pesar de la acción mal intencionada de nuestros adversarios y de la ingenuidad de otros.

INTERVENCION INEVITABLE

Mientras el desabastecimiento y el desgobierno elevaban la insatisfacción de la población a niveles insostenibles, adquirieron relevancia pública las organizaciones terroristas de tipo paramilitar, formadas unos años antes, tales como el MIR, la Vanguardia Organizada del Pueblo, el Movimiento Obrero Campesino, etc., todas ellas organizadas, equipadas y entrenadas para la imposición de la revolución socialista por la vía violenta, tal y como su doctrina revolucionaria lo establecía. Paralelamente, las fuerzas de apoyo al gobierno organizaban la lucha popular sin disimulo, creándose núcleos de combate tales como los cordones industriales, con los que amenazaban atenazar Santiago.

Abundante armamento y explosivos ingresaron masivamente al territorio nacional, sin provocar una reacción eficaz de parte de los demás Poderes del Estado, quienes veían pasivamente como el Ejecutivo preparaba la acción de las “milicias populares” o “nuevas FF.AA.” con las que pretendían sustituir a aquellas que calificaban de “fascistas” o “totalitarias”, es decir a nosotros mismos.

A pesar de nuestra juventud y de nuestra total prescindencia de la política partidista, sentíamos que las Fuerzas Armadas y de Orden se debían al Estado antes que al gobierno de turno que lo llevaba a su destrucción. Apoyaba este sentimiento el hecho de ver violados sistemáticamente los elementos constitutivos de nuestro Estado (Territorio, Nación y Soberanía) con el ingreso ilegal de armas e instructores extranjeros, con la división creciente de la sociedad chilena y por último, con el intento de imponer una ideología externa, en contra de la voluntad soberana de la gran mayoría de los ciudadanos.

En medio de todo, nuestra simple vida de cuartel se había ido alejando de aquella con la cual habíamos soñado, llenándonos de inquietudes y sumiéndonos en un desconcierto y frustración creciente, en especial cuando las autoridades comenzaron a emplearnos en tareas ajenas a las nuestras, tal como ocurriera con el Paro de Octubre de 1972. Con ello, el propio gobierno nos apartaba de nuestra función principal y sin quererlo nos familiarizaba con un escenario de combate hasta ahora poco conocido por nosotros.

Frente a la incapacidad del mundo político para controlar la escalada de la crisis, llegamos por fin al pronunciamiento de la Corte Suprema de Justicia, el 26 de Mayo de 1973 y de la Cámara de Diputados, el 22 de Agosto de 1973, en los cuales se declaró formalmente la ilegalidad en que actuaba el régimen marxista, dejando en evidencia la irreversibilidad de la crisis y como única alternativa posible a la intervención militar.

LAS ACCIONES INICIALES

Cuando el caos alcanzaba niveles insufribles, los derechos ciudadanos eran avasallados por el gobierno y la sociedad demandó a gritos la intervención de las FF.AA., no dudamos en seguir a nuestros mandos en aquel día inolvidable, cuando la ciudadanía izó nuestra bandera, nos lanzó flores y agitó sus pañuelos para expresar la alegría que les producía ver a Chile una vez más libre y soberano, rescatado del yugo marxista que habían estado a punto de imponernos.


Nunca deseamos enfrentar a nuestros propios compatriotas. Como estudiosos de la historia, nos bastaba saber del dolor que provocó la Revolución de 1891, cuando la lucha fratricida hizo enfrentarse entre sí a héroes militares que habían luchado juntos apenas diez años antes, en la Guerra del Pacífico.

A pesar de ello, la ideología marxista, brutalmente opuesta a nuestros valores patrios nos recordó a cada instante que quienes nos enfrentaban eran los enemigos del Estado y por tanto nuestros enemigos, a cuyas intenciones criminales nos habíamos anticipado apenas por una pocas horas. Este sentimiento inevitable, fue sólidamente respaldado por el apoyo popular masivo que nos otorgó la ciudadanía, ratificándonos la confianza de estar actuando por y para el Estado de Chile.

En nuestro carácter de mandos subalternos nos correspondió cumplir todo tipo de tareas de nivel táctico, destinadas a alcanzar en breve plazo el control del país, para impedir que el enemigo lograra concretar sus amenazas de resistencia sanguinaria. Como era de esperar, las operaciones militares fueron desarrolladas en un estricto marco disciplinario, encuadrándose en la legalidad deducida de los estados de excepción constitucional que amparaban el uso de la fuerza.

Desde el primer momento, fue de pleno conocimiento público la promulgación de bandos que nos ordenaban aniquilar o fusilar en el acto a quien se resistiera a la acción militar. Luego, cabe preguntarse cual puede ser el valor de una justicia extemporánea que hoy en día se permite perseguir responsabilidades penales de Oficiales y Suboficiales de la época, por hechos desarrollados bajo los parámetros señalados.

En esta fase de la batalla, la única forma de actuar fue la que se nos había enseñado y que exigía el uso de nuestras armas para quebrantar la voluntad de lucha del enemigo, lo que (en vocabulario militar) solo puede ser alcanzado capturándolo, inflingiéndole heridas que lo dejen fuera de combate o dándole muerte, lo que hoy es mañosamente presentado como asesinato.

LA LARGA GUERRA IRREGULAR

Durante los meses y años siguientes, nuestra forma de participación en la lucha fue evolucionando, pasando rápidamente del combate inicial a una condición de guerra irregular típica, en la cual el propósito perseguido era la consolidación del Estado de Derecho recientemente recuperado. Incluyó esta etapa la necesaria desarticulación y neutralización de aquellos grupos subversivos que con abundante apoyo extranjero actuaban en el país. Esta dificilísima tarea fue llevada a cabo fundamentalmente por las unidades de inteligencia de las FF.AA. y por aquellas creadas especialmente por el Gobierno, como la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) y posteriormente la Central Nacional de Informaciones (CNI).

Todas ellas, correspondieron a unidades organizadas militarmente y operadas por Oficiales y Suboficiales de las Fuerzas Armadas y de Orden, entre los que se incluye a muchos de nuestra generación, siendo las encargadas de realizar la parte más riesgosa y menos reconocida de la batalla por la Paz, al enfrentar a un enemigo vil y traicionero que se ocultaba en medio de una población civil inocente a la que exponía sin la menor consideración a los riesgos del combate.
En los últimos años del Gobierno Militar, la lucha subversiva evolucionó hacia el sabotaje selectivo y las protestas dirigidas, llevando al Ejército a reforzar la acción de las unidades de inteligencia con tropas especialmente organizadas y entrenadas para la protección de las instalaciones críticas y para el control de disturbios.

Sea cual sea el tipo de unidad que nos tocara integrar durante esos años, no existió cargo o destinación alguna que pudiera haber sido obtenida o rechazada por nuestra voluntad, siendo ellas la consecuencia de un proceso formal y reglamentario, cuyo eventual rechazo habría constituido un grave incumplimiento del deber militar o incluso una traición a la Patria, al encontrarse ésta en situación de guerra.

No hay entonces justificación para la utilización de la figura legal de la “asociación ilícita” con que se acosa judicialmente a quienes trabajaron en las unidades de inteligencia, presentándolos para ello como simples ciudadanos concertados para la comisión de un delito. Dicha condición, utilizada profusamente por algunos jueces, es sin embargo convenientemente revertida a la hora de acoger demandas reparatorias en contra del Estado de Chile, ante las cuales los mismos militares son ahora reconocidos como “agentes” de dicho estado.

UNA “MISION” MILITAR

Podemos afirmar con certeza que ningún militar actuó por cuenta propia y que cada acto cometido en cualquiera de los períodos y tipos de acciones descritas fue realizado en cumplimiento de una Misión Militar, lo que en nuestra jerga significa que ésta fue debidamente ordenada por un Mando Superior, contó con un Objetivo claramente señalado y se encuadró en los correspondientes límites de tiempo y espacio.

Por feo que pueda resultar el reconocimiento de un hecho ocurrido bajo esta connotación, en especial cuando se mira desde un contexto diferente y distante, la verdad es que no es posible desentender de responsabilidad a las Instituciones, puesto que si el autor hubiese actuado por si solo, habría sido reprimido en el acto, haciéndolo objeto de todo el peso de la Justicia Militar e incluso poniéndolo en situación de responder con su propia vida.

LOS LLAMADOS “EXCESOS”

A propósito de lo que señalo, los invito a detenernos un momento a comentar los hechos calificados como “excesos”, denominación que (pudiendo ser aplicable a un escaso número de situaciones en las que la pasión o la presión recibida superó a la razón) es utilizada con liviandad en contra de Oficiales, Suboficiales y Soldados que en forma honesta y leal solo se limitaron a cumplir órdenes, en defensa de la Patria amenazada.

Aún los hechos de sangre calificados desde la perspectiva actual como “horrendos”, se encuadraron en un contexto de hostilidad, presión psicológica y en algunos casos hasta física, sin que puedan ser considerados como un simple acto criminal, inmerecedor de exhibir atenuantes y carente del derecho a la prescripción, particularmente cuando se sabe que los recuerdos han penado por más de treinta años en la mente y en la conciencia de quienes tuvieron que participar en este tipo de hechos.

LAS AMENAZAS EXTERNAS


En medio de esta difícil condición de seguridad interna, nuestra generación debió enfrentar dos graves amenazas de origen externo, como ocurrió con la tensa situación vivida con los estados vecinos del Norte, en 1975 y posteriormente con los del Este, cuando el peligro de guerra inminente nos puso ante la evidencia de una hipótesis vecinal máxima. A pesar del desgaste causado por una antipatriota acción subversiva y gracias a la firme y prudente conducción de nuestros mandos, las FF.AA. fueron capaces de enfrentar y disuadir la agresión inminente que se cernía sobre nuestras fronteras, evitando un conflicto mayor que habría dañado severamente el desarrollo futuro de nuestra nación.

Al correspondernos ocupar una vez más los cargos de mando de primera línea, los mismos Subtenientes y Cabos del 73 ahora con el grado de Capitán o Sargento, compartíamos una vez más un destino especial junto a nuestros superiores y subalternos, apoyados (al igual que otrora) en forma masiva por nuestros ciudadanos.

EL REGRESO A LOS CUARTELES

Después de largos años de entregar dignamente nuestra contribución diaria al esfuerzo de recuperación y refundación del Estado de Chile, llegamos al final del Gobierno Militar y a pesar de saber que no sería fácil lo que vendría, nos preparamos para volver al tipo de vida que habíamos soñado cuando ingresamos a nuestras instituciones.

Con la conciencia tranquila que brinda el deber cumplido, aceptamos la posibilidad de tener que enfrentar algún intento de venganza de parte de un adversario que creíamos del ayer. Erróneamente, pensamos que sería el escalón político quien se haría cargo de prevenir y neutralizar la amenaza y que los nuevos encargados del gobierno velarían por controlarla, para impedir que la reivindicación de unos fuera lograda a costa de la dignidad de otros.

Lamentablemente, nos equivocamos y desde la entrega del poder a los gobiernos de la Concertación hemos sido testigos y víctimas de una persecución denodada, en la que se nos culpa de hechos tan absurdos como los descritos precedentemente y se nos hace responsable de un conflicto que (como antes se demostrara) no fue causado por nosotros.

La voluntad revanchista de unos pocos, emulando un pasado que no quisiéramos revivir, se impone sin contrapeso ante la debilidad e indiferencia irresponsable de los otros, siendo manoseada nuestra imagen cada vez que requieren reavivar la débil llama de unidad que les va quedando.

ADVERSARIOS DE AYER Y DE HOY

En el contexto de los años 70, el enemigo interno (claramente definido por la Política de Defensa Nacional que imperaba en Chile), era caracterizado.

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