domingo, 16 de agosto de 2009

EL DEMONIO “MERIDIANO”


(Primera parte)

Tres maneras semejantes de enfermarse el espíritu humano. Tres peligros con un mismo nombre: demonio meridiano. Primero fue en aquellos siglos lejanos donde el primitivo cristianismo iba llenando, páramos y desiertos, de ermitaños y monjes. Huían del mundo y sus placeres para adorar a Dios, con oración y penitencias, en honda soledad de extensos y silenciosos horizontes. Pero, bajo la fuerte luz y calor del mediodía, aparecía un demonio especial. Atacaba a los monjes haciéndoles, en esa hora, más difícil e insípida su oración y su presencia de Dios.


Después se vio que ese mal podía extenderse a otras horas, días y siglos. Pronto vino a considerarse como el mayor peligro contra la vida religiosa, el peor de los ocho pecados capitales, recibiendo el nombre de Acedia: el hastío, aburrimiento o desagrado de todo lo referido a Dios.
Un moderno Abad escribirá en nuestros días: “Considero la acedia como un mal que interfiere, bloquea, desvía de la búsqueda y del encuentro con Dios. La acedia atenta contra la perseverancia en la vida cristiana y monástica. Es duro y lamentable decirlo, pero más de un abandono de la vida consagrada está inconscientemente causado por este corrosivo vicio.”
Pero ese mal no ha quedado reducido a una enfermedad espiritual de la vida monástica. Ya desde el siglo XX, el alejamiento, desprecio, o dura aversión a Dios y a todo lo que a Él se refiera, ha inundado a extensas muchedumbres de todo tipo. La acedia ahora se extiende a la misma vid y suele aparecer con otros nombres. Aparece bajo la forma de “neurosis noética” –como la bautizó el insigne psiquiatra Viktor Frankl-, ese terrible “vacío existencial”. Surge también, y muy especialmente, como ese terremoto catastrófico en la personalidad de los que, ya en plena madurez, “¡quieren salvar su vida!”. En nuestros días, suele reservarse el nombre de demonio meridiano, sólo para esta última enfermedad.
De esos tres males, que tienen puntos en común y puntos divergentes, el peor, el más grave es el de los que, buscan una autorrealización engañosa y perjudicial. De los tres, este es el más resistente a curación, si no se ataca en sus primeros síntomas, que a veces son casi imperceptibles.
El tedio o el hastío para lo religioso, en cristianos que tienen fe, se cura con un decidido y esforzado cumplimiento al plan de vida interior sugerido por un experimentado consejero espiritual. Los que padecen de un vacío existencial pero no muestran aspectos conflictivos en su trabajo, su situación familiar, sus sentimientos, su situación económica, etc., si el diagnóstico correcto no se confunde con una depresión endógena, entonces deben acudir a la logoterapia de Viktor Frankl, que, en general, obtiene muy buenos resultados. En cambio ese estallido de querer salvar su vida con un cambio radical de conducta y de situación familiar, es un verdadero terremoto, un cataclismo vital. Una vez ocurrido ese grave movimiento sísmico, ya muchas paredes cayeron y muchos objetos valiosos se destrozaron.
No debe confundirse este demonio, con otras crisis matrimoniales. Hoy día, desgraciadamente, mucha gente ha perdido el verdadero sentido del matrimonio y se casa o se empareja bajo un impulso afectivo superficial. Sobre esa situación, la escritora italiana Susanna Tamaro dice con agudeza: cuanto más intento comprender, más me asalta la sensación de que se ha puesto encima de una casa el tejado sin haber puesto primero los cimientos. De tal suerte, el matrimonio resulta no ya un proyecto entre dos seres humanos adultos y conscientes sino la fuga en un sueño de dos niños. Situaciones así, a veces se deshacen a los pocos meses o sólo duran dos o tres años.
Lo terrible del demonio meridiano es que ocurre en personas y matrimonios que han llevado una vida normal, muchas veces ejemplar, incluso con varios hijos bien criados y educados, y de repente, él o ella, a veces los dos, tiran su vida por la ventana y huyen hacia una felicidad ficticia, imposible, siempre destructora de su vida y tremendamente dolorosa para parientes y amigos.
Algunos autores dan como fecha relativa los cuarenta años, pero eso es engañador. Es mas cierto decir que ocurre cuando se llega a la cima vital en la que ya se cumplieron las metas propuestas (profesión, familia, sociedad, hijos, etc.) y esa persona se pregunta: ¿Y ahora qué? ¿Sólo queda bajar de la cumbre? Peor si se ha llegado a una situación donde las metas soñadas no se cumplieron y ahora se ven, con sensación de fracaso, imposibles de cumplir.
Mucha gente, al llegar al borde de situaciones semejantes, sabe reaccionar a tiempo, con fortaleza moral y sabiduría. Pero otros muchos, no. ¿Por qué ocurre en éstos una respuesta tan destructiva?
Espero darles algunas luces y remedios positivos, en mi próximo artículo.


Luis Fernández Cuervo luchofcuervo@gmail.com



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