sábado, 1 de agosto de 2009

LA DESINFORMACIÓN, O MENTIR CON VERDADES


Sobre la ética informativa

(primera parte)

-¡Pero cómo crees que la CNN va a mentir!– le dijo, a un amigo mío, su cuñado, escandalizado por las críticas que mi amigo hacía sobre ciertas noticias dadas por ese medio informativo. Cuando lo supe, solté una carcajada y me dije: -¡Magnífico! ¡Todavía hay gente, en este mundo de poca fe religiosa, que en cambio cree ciegamente, sin dudar, todo lo que le dicen los medios informativos!
Todo periodista sabe que lo que sirve para informar –ya sea, prensa, radio, televisión, cine, internet, etc.- sirve también para mentir. Según crecieron los recursos técnicos para difundir la verdad, también han crecido los medios para difundir mentiras.


Claro que mentiras-mentiras así, a lo burdo, inventando hechos que no existen, no es lo más frecuente. Lo habitual es mentir con medios más finos. Es frecuente que la mala información provenga de rutina, superficialidad, pereza mental para documentarse, o vanidad para lucirse. Así, por eso lo que mas abunda es una muchedumbre amorfa de noticias de escaso o ningún valor real. Un montón de paja donde a veces se esconde algún dato valioso pero qué está ahí, medio escondido, sin una explicación de su profundo significado.
También es frecuente el error objetivista, modelo de periodismo muy arraigado que tiene por lema algo que trataban de inculcarnos en mi Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile como si fuera palabra divina: “Los hechos son sagrados, las opiniones son libres”. Pero eso de los hechos, puros, sin contaminación de interpretación, no existe. Eso surge de una mentalidad positivista, que es una de las peores filosofías. Ante un hecho conflictivo, si se recogen las declaraciones, así, sin crítica ni selección, el lector terminará creyendo a aquel que habla más, o que grita más. Una variante de esa falsa objetividad, muy frecuente en nuestro medio, es titular de “polémico” un asunto y dar 50 % a cada uno. Así, si no se tiene otra información sobre lo mismo, el público se queda sin saber a qué atenerse.
Esa aparente neutralidad es una falsedad, ya sea por pereza, por interés en que no se sepa la verdad, o por lo que sea, pero es una falta grave de ética profesional, porque la función del informador es hacer justicia, decir quien dice la verdad y quién miente, aportando todos los datos necesarios, a favor y en contra.
El informador no sólo debe decir la verdad, sino toda la verdad y nada más que la verdad; lo cual incluye hechos, datos, declaraciones y lo más importante: el significado de todo ello.
Los grandes medios informativos no suelen inventar hechos, dicen verdades pero no toda la verdad. Y si es necesario lo ilustran con unas imágenes a favor o en contra, según les interese. Seleccionan con una hábil manipulación los datos, imágenes y palabras para que los que reciben su información concluyan creyendo lo que ellos quieren que crean.
Otra de las informaciones desorientadoras es una información que desprecia el pasado, los antecedentes de un hecho. La información presentista: hoy, lo que ocurre hoy; mañana, lo que ocurre mañana. ¿Y antes? Eso no importa. Pero si no se sabe como empezó aquello el lector no se entera, no tiene criterios para valorar la verdad o la mentira, la justicia o la injusticia de lo que le presentan.
El ejemplo mas inmediato de este mentir presentista lo estamos teniendo en muchos reportajes y columnas de opinión sobre lo ocurrido en Honduras. ¿Qué sabe la gente de lo que hizo Manuel Zelaya antes del 28 de junio? ¿Quiénes se han informado de las condenas que el poder judicial hondureño dio contra él antes de que los militares lo echaran del país?¿Qué columnista se molestó en informarse sobre que artículos de la Constitución hondureña violó Zelaya?
Otra deformación informativa frecuente es dar más extensión a lo más chocante, a lo que llama más la curiosidad y mejor si puede ser ilustrado también con imágenes llamativas. Entre un señor Micheletti, de tercera edad, vestido al modo “formal”, diciendo palabras moderadas, y un Zelaya vulgar, algo payaso, pero con un sombrero que lo caracteriza, vociferando con megáfono rodeado de una multitud también vociferante, rodeados de soldados y de fotoperiodistas, esa noticia tiene mayor emoción, suspense, conflicto, etc., que la de un gris Micheletti y por lo tanto recibirá más espacio informativo.
Así, por distintas causas e intereses, el llamado cuarto poder no siempre dice la verdad y esconde muchas veces un quinto poder, oculto o semi-oculto, que tiende a moldear la opinión pública.
El público inteligente no pide neutralidad ni objetivismo de hechos sin valoración; le pide al informador simplemente que sea honesto, que diga las cosas, tal como él cree que son.

Luis Fernández Cuervo luchofcuervo@gmail.com


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