miércoles, 23 de septiembre de 2009

QUÉ FÁCIL LUGAR




Ponerse en el lugar del otro: ése ha sido
siempre uno de los grandes desafíos morales y
psicológicos para el ser humano.
El otro es un yo: se dice fácil, pero
cuesta mucho practicarlo. Porque siempre el otro
es sólo casi como yo, parecido a mí, pero
distinto; e incluso a veces, poco y nada parece
haber en común con el otro.
Por eso, no cuesta nada afirmar que hay
que ponerse en el lugar de la madre que reclama
no haber encontrado la píldora para su hija
violada. Suena muy comprensivo, muy humano, muy
fraterno.
Pero es muy falso. Porque el lugar de esa
madre no es instantáneo, ni dura apenas los
próximos 9 meses: el lugar de esa madre
atribulada se prolongará por toda su existencia,
cargará en su conciencia hasta el final de sus
días con la posibilidad de haber colaborado con
el asesinato de un nieto, habrá momentos en que
imaginará su cara nunca contemplada. Y ahí, en
esas instancias, ninguno de los que hoy quieren
ponerse en su lugar se encontrará cerca de ella,
en ella, para vivir su vida.
La misma razón hay para afirmar que
ponerse en el lugar de la niña violada es una
expresión que debe referise a toda su vida
futura. Seguramente, más adelante, llegará a ser
madre por propia decisión, y cuando mire a esos
pares de ojos fruto de su legítimo amor, siempre
se planteará: ¿no hubo quizás en mí otros ojos
parecidos, una mirada que nunca llegó a ver el
mundo porque nadie defendió el valor de esa vida?
Ah, y si de ponerse en el lugar del otro
se trata, el más sencillo de olvidar es
justamente el niño que venía. No reclamó, no
molestó: para los partidarios del aborto, estaba
gestado en el lugar ninguno. Por eso era tan
fácil ponerse en su lugar.


Gonzalo Rojas Sánchez


1 comentario:

Javier Bazán Aguirre dijo...

Los progresistas nunca se han puesto en el lugar de las víctimas del terrorismo que ellos sembraron.