domingo, 4 de octubre de 2009

MATRIMONIO, FAMILIA, ECONOMÍA.


“Aunque el Estado real es una combinación humana y necesaria, siempre ha sido y siempre será demasiado grande, ancho, torpe, indirecto y hasta inseguro, para ser el hogar de seres humanos y de jóvenes que deben ser instruidos en la tradición humana. Si la humanidad no se hubiera organizado en familias, nunca habría tenido el poder orgánico para ser organizada en naciones. La cultura humana se transmite en las costumbres de incontables hogares; es la única manera en que la cultura humana puede permanecer humana.”

Lo dijo el genial escritor inglés G. K. Chesterton, a comienzos del siglo XX, en su libro El amor o la fuerza del sino. Cuando Chesterton escribía eso, en Inglaterra comenzaba ya la plaga creciente del divorcio. Por eso, cuando le pidieron que escribiera sobre el matrimonio y el pensamiento moderno contestó que “Tal vez sería más apropiado escribir sobre el matrimonio y la ausencia moderna de pensamiento. Esposas y maridos dan la impresión de abandonar el hogar como si fueran sonámbulos”. Lo que vino después ya lo sabemos y lo sufrimos ahora. Con la destrucción de los matrimonios, avanzó la descomposición de la familia y de la sociedad. Primero fue la negativa a una prole numerosa, facilitada por políticas de gobiernos y organismos internacionales como si fueran un bien económico y social. Pronto, de hogares desechos aumentó la delincuencia juvenil, después se desarrollarían las maras. Más tarde se añadió el genocidio creciente del aborto, primero como un mal permitido; ahora como un derecho positivo y progresista.

Veamos el problema por su cara más positiva y urgente. Desde hace varios años, por ejemplo, Gary Stanley Becker, premio Nobel de Economía en 1992, ha venido insistiendo en que la familia es el fundamento de la economía. Se sobreentiende que se refiere a la familia normal, buena, la que procrea hijos y crea naciones. Esa familia realiza una gran inversión en capital humano. Esta inversión la efectúan los padres cuando aman a sus hijos, los crían y los educan. La inversión es grande y, desde la perspectiva económica, el beneficio que a ellos les produce es muy bajo. Nadie más la haría así sino los padres; no un gobierno. De hecho, esta inversión implica una serie de gastos (pediatras, colegios, etc.) y renuncia a otros bienes materiales (carros, viajes, etc.). En palabras de Becker “los padres realizan todo eso porque son altruistas y le dan un valor superior a ese altruismo que a cualquier otro bien.” Chesteron ya lo decía en el libro citado: “El gobierno crece cada día de manera más evidente. Pero las tradiciones de la humanidad soportan a la humanidad; y la tradición del matrimonio es central. Y lo más esencial en ella es que un hombre libre y una mujer libre escogen fundar en la tierra el único Estado voluntario; el único Estado que crea y que ama a sus ciudadanos.”
La sociedad no crece ni se desarrolla si no invierte en capital humano. Becker recuerda que si no hubiera habido papás interesados en el bienestar de sus hijos, no se habría dado un desarrollo económico “como el que sucedió en Estados Unidos cuando, a mediados del siglo pasado, muchos padres enviaron a sus hijos a universidades en lugar de ponerlos a trabajar desde jóvenes. Esto posibilitó el que ese país se desarrollase, pues el capital humano fue óptimo.” Por eso, Gary Becker justifica la existencia de la familia y su carácter indispensable desde un punto de vista y argumentación exclusivamente económico. Pero eso no es todo. Para Becker, el matrimonio es una ganancia donde tanto el hombre como la mujer obtienen un beneficio mayor que el que tendrían permaneciendo solteros. Parte de esa ganancia son los hijos. Por eso Becker afirma –contra la propaganda antinatalista- que “es necesario que los matrimonios tengan hijos pues únicamente así garantizan que el crecimiento económico de un país se prolongue.” Y subraya rotundamente: “Un país sin personas no contará con el capital humano ni con la mano de obra necesaria para seguir generando riqueza. Sólo con familias numerosas se puede resolver el problema de la pobreza en el mundo.
Un estudio publicado en EE.UU. en abril de 2007 publicado por cuatro organizaciones civiles avisaba que la desintegración familiar le costaba al Estado 112.000 millones de dólares anuales. “El matrimonio es algo más que una institución moral o social” -decía ese estudio-. “Es una institución económica, y cuando se rompe, los costes para los gobiernos locales, estatales y federales son muy altos.”
Y un estudio estadístico europeo señalaba que el aborto es la primera causa de mortalidad en Europa y ha hecho más víctimas que las enfermedades cardiovasculares, los accidentes de la calle, la droga, el alcohol y los suicidios. Y esto también es economía… aunque un tanto siniestra.

Luis Fernández Cuervo luchofcuervo@gmail.com





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