domingo, 10 de enero de 2010

VENTANA




P. Raúl Hasbún

“Excelentísimo Señor Presidente de la República; amados hermanos en el Episcopado: he aceptado con gozo la amable y reiterada invitación que me hicieran tanto el Señor Presidente de la República como vuestros Obispos. Reciba Ud., Señor Presidente, mi deferente saludo, así como la expresión de mi gratitud por sus cordiales palabras de bienvenida”.

En un espacio abierto y público, el aeropuerto internacional de Santiago, y ante la mirada de millones de espectadores que seguían la televisación directa del discurso, el Papa Juan Pablo II comenzó así su visita pastoral a Chile en 1987.

Su discurso de despedida, también televisado desde el aeropuerto de Antofagasta y con la cercana presencia de sus anfitriones, comenzó con las mismas palabras e incluyó un explícito y reiterado “agradecimiento al Señor Presidente de la República y a todas las autoridades de la Nación, por la colaboración prestada en la preparación y desarrollo de esta visita pastoral”.

En Punta Arenas, su Alocución por la Paz cobró primero la forma de una “acción de gracias, porque esta tierra, que hace unos años pudo haber sido escenario de un conflicto sangriento entre Naciones hermanas, ha sido testigo, por la gracia de Dios, de una paz fraterna y honrosa”, dando en seguida paso a un llamado universal a recordar y seguir “ el ejemplo que dieron al mundo los gobernantes y los pueblos de Chile y Argentina”.

Al reunirse con el Cuerpo Diplomático en la Nunciatura Apostólica, destacó el Papa que “esta visita pastoral a Chile y Argentina reviste un significado especial de celebración de la Paz entre ambas Naciones. El Tratado de Paz y Amistad al que felizmente condujo la mediación ha reafirmado la voluntad concorde de paz de ambos países y de sus gobernantes y representa además el valor de un elocuente testimonio para las relaciones entre todas las Naciones de la tierra, haciendo patente la eficacia de un principio que ha de inspirar siempre esas relaciones, la disponibilidad al diálogo”.

La entera comunidad chilena, con la dolorosa excepción de los violentistas del Parque O’Higgins, le abrió de par en par las puertas a Cristo, representado en su Vicario. Él pudo decir y hacer todo lo que quiso y debía. Su anfitrión, católico practicante, fue coprotagonista decisivo en el éxito feliz de la mediación por la paz.
Libertad, verdad y caridad fueron la tónica de todos sus encuentros en Chile.

La hipótesis de una astucia dictatorial y una ira papal por aparecer juntos ante una ventana abierta resulta incongruente con la tonalidad de cálido respeto que marcó el antes, el durante y el después de la relación entre el Papa y el Presidente.

Un Vicario de Cristo no teme aparecer en público al lado de nadie, ni se enfada por compartir balcón con quien le abrió la puerta del diálogo para la paz, configurando un “elocuente testimonio para todas las Naciones de la tierra”.


Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Revista Humanitas, www.humanitas.cl.



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