Si un gobierno a cargo del Estado se
caracteriza por algo, es por las personas que lo
integran. Desde el presidente hasta el último de
los servidores del aparato estatal, cada
funcionario encarna lo gubernamental, mucho más
que un programa, una ley o una página web.
En Chile, por cierto, en los últimos 20
años no se buscó que el 80 a 90% de los que
integran el Estado tuviesen una mirada por encima
de las coaliciones que circunstancialmente lo
administraban.
O, dicho de otro modo, la Concertación
consiguió instalar durante sus gobiernos a una
cantidad enorme de los suyos en el aparato
estatal, sin jamás advertirles que un día -tarde
o temprano- tendrían que abandonarlo justamente
por su mirada partidaria e ideologizada, una vez
que la Concertación fuese derrotada en las urnas.
Nadie les dijo: con nosotros llegas, con nosotros
te irás.
Quizás era mucho pedir que los DC, los
PS, los PRSD y los PPD le indicaran a los suyos
que sirvieran a Chile ante todo, olvidándose de
la Gran Mano que los colocaba en cada peguita.
Por eso, porque a los Gobiernos los hacen
sus personas, es completamente lógico que la
nueva administración busque los reemplazos. Y que
con más convicción aún los consolide a medida que
va descubriendo la magnitud, la enorme
profundidad, de la desfachatez y del desfalco que
caracterizaron a muchos de los que están siendo
despedidos.
Pero, cómo no, la Concertación se
articula para defender a sus partisanos. Es la
concepción patrimonial del Estado, ésa que hemos
descrito como "el botín era nuestro y aunque
ahora las líneas del frente han avanzado hacia
nuestro interior, no trepidaremos en defenderlo".
Si la Alianza quiere tener éxito, no sólo
debe nombrar a los mejores; debe mostrar porqué
van saliendo los peores.
Gonzalo Rojas Sánchez
miércoles, 2 de junio de 2010
QUE SE VAYAN LOS PEORES
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