lunes, 2 de agosto de 2010

LA VERDAD INCONTENIBLE


Pasan los años desde la mayor fractura sufrida por la sociedad chilena después de la guerra civil de 1891 y la verdad histórica comienza a mostrar señales de querer salir a la luz, surgiendo entre las tinieblas implantadas por la versión de la izquierda durante más de veinte años. Ello es consecuencia del paradigma que indica que haga lo que haga la sociedad humana, la verdad ─mientras más manipulada haya sido─ con más fuerza surge para imponerse al engaño.

Por largo tiempo hemos tenido que escuchar sin derecho a réplica que Allende fue un héroe de la democracia, que los terroristas solo fueron jóvenes idealistas, que los militares destruyeron la democracia y que el genocidio fue implantado por ellos en Chile para asesinar a miles de honestos ciudadanos que pensaban diferente. Hoy, a partir de la derrota electoral del régimen socialista y como parte del debate desatado con la propuesta de indulto de la Iglesia Católica, los chilenos comienzan tímidamente a hablar sobre un tema hasta hace poco vedado para quien no estuviese en plena concordancia con la visión de la ideología dominante.

Por primera vez en años, es posible ver en la prensa y ─en algún grado en radio y televisión─ a algunos valientes que se atreven a desmentir la sesgada versión de la izquierda, llegando incluso a justificar la intervención militar de 1973 y a atribuir la responsabilidad por lo acontecido a sus verdaderos causantes.

Por mucho tiempo, los chilenos han debido convivir con la versión de que los militares derrocaron a un presidente constitucional, solo para satisfacer su enorme ambición de poder, sin mencionar que el país había sido destruido por la revolución socialista y se encontraba al borde de la guerra civil. Por supuesto, omitiendo también que el poder ejecutivo había sido declarado fuera de la ley por los dos poderes restantes y que la sociedad exigía a gritos la intervención de las FF.AA. para restablecer la constitucionalidad del estado.

Cada vez con mayor fuerza, se escuchan voces que reconocen que para ello, los militares debieron luchar con decisión y valor para enfrentar y derrotar a una enorme fuerza paramilitar que de otro modo nos habría sumido en una guerra interna fratricida de incalculables efectos y duración. Poco a poco, hay quienes se atreven a decir públicamente que aquellos que enfrentaron a las FF.AA. no fueron niños inocentes, si no guerrilleros entrenados y armados por los paladines de la subversión mundial, los cubanos y soviéticos, lo que ha sido impúdicamente reconocido por sus mismos autores en libros que cuentan de sus correrías criminales o en entrevistas donde relatan la forma en que mataron a los militares, presentándose a si mismos como "héroes de la democracia".

Al igual como siempre ha ocurrido en la historia mundial, el principio de acción y reacción cobra vida para una verdad que ─avasallada sis oposición por la propaganda marxista mundial─ comienza a renacer de las cenizas para emerger fuerte e indestructible, hasta que se instale en la conciencia de los chilenos para indicarles que la preservación de la democracia es tarea de todos y que los militares solo fueron el instrumento de una sociedad incapaz de resolver sus problemas.

Por 20 años se ha ofrecido una frondosa y sesgada versión de la historia, influyendo en los actos de nuestra sociedad, al punto de haberse dejado testimonios engañosos, como el Museo de la Memoria, destinado exclusivamente a reforzar el mensaje falso e inducir a los chilenos del futuro a creer en la versión única de los hechos, en que los malos son ahora los que fueron buenos y los buenos son los que ayer eran los malos. Víctimas transformadas en victimarios y viceversa, en una cadena que podría no tener fin.

Tan hábil ha sido la campaña de la izquierda que, para diluir su responsabilidad ante un eventual juicio histórico, ha conseguido traspasar a la justicia el encargo de describir los hechos, valiéndose para ello de un sistema procesal arcaico y ya desahuciado para el común de los chilenos, donde no existe la presunción de inocencia ni la transparencia, negándose el acceso al sumario para los inculpados, mientras los querellantes hacen y deshacen, con la anuencia de jueces ideológicamente cercanos a sus intereses. Allí, puntada a puntada, ha ido siendo tejida una maraña histórica parcial y alejada de la realidad, completamente fuera de contexto y donde se analizan, a la luz de criterios actuales, actuaciones acaecidas hace casi medio siglo, en plena guerra fría.

La verdad jurídica ─dicen los abogados─ es lo que importa, aún cuando ella diste mucho de la verdad real. Esto puede haber servido a la venganza de la izquierda por su fracasada aventura revolucionaria, pero no aminorará su responsabilidad cuando la verdad histórica sea restituida.

Latinoamérica observa con preocupación lo que ocurre en Venezuela y los chilenos saben de ello. A pesar de las diferencias marcadas por las épocas en que se desarrollan los hechos, nadie puede negar la similitud del proceso revolucionario chavista con los desgraciados 1.000 días de Allende. Situaciones de desabastecimiento, expropiaciones, restricción a la libertad de prensa, organización de guerrillas, amparo a terroristas extranjeros, arrogancia, soberbia, etc., son significativamente similares a las que vimos presentes en Chile entre 1970 y 1973.

La verdad, hoy anuncia que finalmente surgirá de la oscuridad, para bien de nuestra patria y de los chilenos bien nacidos. Es de esperar que llegue pronto y sin drama. Ella, vale más que mil indultos y traerá la recuperación del correcto rol de la Justicia, asegurando su imparcialidad y el respeto a los principios y normas que la rigen en el marco de igualdad que la constitución garantiza para todos los chilenos, para que ponga fin a la discriminación que ejerce sobre quienes solo fueron la expresión de la impotencia de una sociedad que no pudo solucionar sus diferencias por la vía política.

La interpretación de un hecho histórico siempre tendrá diversos matices, pero cuando uno de éstos es impuesto en forma absoluta para anular a los otros, termina autodestruyéndose, como inevitablemente ocurrirá en Chile. El punto es no caer en extremos y saber aceptar que la verdad de unos termina donde comienza la de los otros. Hay indudablemente hechos que no nos gustará recordar ni a unos ni a otros, pero ya es hora que los chilenos aceptemos la verdad completa y terminemos de sostener la mentira en que termina transformándose una verdad a medias. Solo así podremos celebrar orgullosos el bicentenario, como una nación unida, fuerte y soberana.

31 de Julio de 2010

Patricio Quilhot Palma




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