Por Juan Ruiz para el Informador Público
El 13 de octubre de 1894 el Capitán del ejército francés Alfred Dreyfus fue detenido y poco tiempo después, acusado de espionaje por un tribunal militar francés, fue sentenciado a prisión perpetua y enviado a la île du Diable en la Guyana Francesa.
La única evidencia en su contra era un trozo de papel manuscrito dirigido al mayor Max von Schwartzkoppen -agregado militar alemán en París- en el que se daba información sobre el ejército francés y cuya caligrafía se asemejaba lejanamente a la de Dreyfus. Pero eso era suficiente, porque éste era rico y judío, el blanco perfecto para el antisemitismo que previamente se había alentado desde la prensa y desde sectores ligados al gobierno francés.
Durante el juicio público, la chusma, azuzada convenientemente por la prensa anti-semita, hostigaba a Dreyfus con gritos e insultos. Obviamente el juicio terminó con la condena y la degradación del militar mediante jueces que ignoraban abiertamente la endeblez de las pruebas, las cuales eran groseramente fabricadas e indirectas. El fallo en realidad se basó únicamente en una carta escrita sobre papel manteca “encontrada” en un tacho de basura apoyada por suposiciones sin fundamento en hechos y testimonios falsos.
Como la clase política francesa necesitaba explotar el nebuloso antisemitismo popular que les permitía seguir en el poder Dreyfus era el chivo expiatorio ideal para justificar la lucha “contra los traidores a la República que querían ver a la Francia de rodillas ante otras potencias”.
Por eso manipulando a la opinión pública y a los jueces lograron frenar a duras penas el avance de la verdad durante cinco años a pesar de que las filtraciones habían seguido mientras Dreyfus estaba deportado. No obstante, ante la evidencia y la presión de una gran parte de la ciudadanía liderada por Emile Zola, autor de la célebre pieza “Yo acuso” y otros intelectuales se vieron obligados a fraguar un nuevo juicio por un tribunal militar condenado otra vez al capitán pero reduciendo la pena a “sólo diez años”. Recién en junio de 1999, abrumado por la presión social pero todavía intentando mantener la duda sobre la culpabilidad de Dreyfus el presidente Loubet, en un acto que refleja la miseria del alma humana, le concedió el indulto pero sin reconocer su inocencia.
Finalmente, a pesar de las dilaciones fabricadas por los acusadores en 1906, doce años después de vejaciones de todo tipo para Dreyfus, el caso pudo llegar a la Corte de Casación que anuló definitivamente el fallo, y finalmente le declararon absolutamente libre de culpa y cargo y le reintegraron el grado militar. Pero nadie, absolutamente nadie, podía reparar el tortuoso e inmenso daño inferido a su vida, a su familia y a su honorabilidad en todos esos años.
Nadie pidió disculpas. Es más, en 1908, en el sepelio de Emile Zola, gracias a cuya lucha el retorcido plan del gobierno quedó al descubierto, un tal Grégorich le disparó a Dreyfus y fue absuelto. El odio continuaba.
El caso Dreyfus se convirtió en símbolo moderno y universal de la iniquidad más asqueante en nombre de la razón de Estado, iniquidad que a pesar de los años transcurridos y a juzgar por lo que ocurrió en Argentina con la persecución a los hermanos Noble sigue gozando de buena salud.
No hay palabras que puedan expresar la repugnancia que suscita a cualquier mortal el más absoluto desprecio por la intimidad personal que se vio a lo largo de esta persecución disfrazada de juicio “por la verdad” fogoneada desde el gobierno con la complicidad de una ONG cuya titular tiene a todos sus hijos muy bien “colocados” gracias a su valiosa colaboración con el plan desarrollado por el oficialismo kirchnerista con el único fin de perjudicar a la “corporación” Noble Herrera, aún cuando ello implicó someter a dos jóvenes (que no son de La Cámpora) a los más atroces afrentas y mortificaciones en nombre de los “derechos humanos”, derechos estos que fueron pisoteados y mancillados sin pudor alguno para Marcela y Felipe Noble y que ni aún la fortuna más inmensa, esa que provoca el resentimiento y la envidia de la chusma babeante, podrá jamás compensar.
Se puede decir como dijo Zola en su célebre carta al presidente Faure: “Y no hay remedio; Francia conserva esa mancha y la historia consignará que semejante crimen social se cometió al amparo de vuestra presidencia.”
Pero no se podrá decir “Estoy convencido de que ignoráis lo que ocurre. ¿Y a quién denunciar las infamias de esa turba malhechora de verdaderos culpables sino al primer magistrado del país?” ¿Cómo hacerlo, si la viuda era la primera impulsora del simulacro, que inclusive amenazó a la Corte con usar su investidura para llevar el caso a tribunales internacionales?
El 20 de julio Dreyfus fue rehabilitado oficialmente en una ceremonia en el Colegio Militar y se le nombró caballero de la Legión de Honor. “iViva Dreyfus!”, decían los vítores. “No”, replicó el ahora mayor después de más de diez años de injusticia: “¡Viva la verdad!”
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lunes, 18 de julio de 2011
" YO ACUSO "
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