viernes, 19 de agosto de 2011

“Ya no soy tan joven como para saberlo todo”



Escribe don Sergio Melnick

Qué sabia es esta frase de Mark Twain. Los jóvenes y niños
colegiales son aún aprendices, pero quieren dar las pautas a
los maestros y adultos.
Es bueno ser joven y entusiasta, y querer cambiar todas las
cosas. Los felicito por eso. Pero las cosas tienen un límite y es
también irresponsable que los líderes no asuman sus propios
deberes, escondiéndose tras la juventud y sus impericias
naturales.
¿Le pasaría Ud. una locomotora a un niño?
Los jóvenes y niños proponen cosas muy generales, a veces
irreales, y en este caso además abiertamente ideológicas. En
palabras de ellos, siempre han demostrado todos sus
argumentos, lo que sólo denota su falta de preparación.
Veamos algunas preguntas básicas que no han respondido y
que los hacen reprobar.
Hablan de educación estatal gratuita y proponen la
desmunicipalización. Es curioso, porque los municipios sí son
estatales y gratuitos. No parecen entender entonces la
diferencia entre el Estado y el Gobierno, y aun así quieren
mandar.
No han dicho una palabra de cómo es que quieren
desmunicipalizar.
¿Pasarían todos los colegios a depender del Ministerio de
Educación? Dios nos libre.
¿Se expropiarán los subvencionados pagados y pasarán a
dominio estatal? ¿Cómo? ¿Cuánto cuesta eso?
El ministro ha propuesto un avance paulatino para no cometer
errores como el Transantiago. Los niños dicen que no, pero
tampoco sabemos exactamente qué proponen.
Hablan de la educación de calidad, pero curiosamente con los
mismos profesores que han perdido todo decoro y marchan
juntos por las calles, siendo los mayores responsables.
¿Cómo se renuevan estos profesores?
¿Cómo se miden los estándares de calidad?
Nada concreto han propuesto, porque no tienen idea. La
calidad es una bonita palabra, pero el cómo hacerlo es muy
complejo.
¿O acaso creen que los líderes no quieren la calidad?
El representante de los profesores, el señor Gajardo, que ahora
sabemos que es además racista, busca renovar con otro
nombre la idea de la Escuela Nacional Unificada, donde ellos
podrían adoctrinar en vez de educar, como ocurre en los países
socialistas que admira.
Como profesor, no es una luminaria que digamos, y sin
embargo es su representante, su guía, su ejemplo.
Hablan del fin del lucro, pero es curioso constatar que la gran
mayoría de las universidades privadas son mejores que
muchas de las estatales, y no han requerido un solo peso de
inversión pública.
Muchos buenos estudiantes prefieren hoy las privadas antes
que las públicas, pudiendo ir a éstas.
Sostienen que hay fines de lucro en universidades privadas,
pero no han aportado un solo documento que lo pruebe ni han
puesto un solo recurso legal en los tribunales.
La gran revolución de oportunidades en Chile la ha ofrecido en
la práctica el sistema postsecundario privado.
Son cientos de miles de estudiantes que han tenido acceso a la
educación superior, lo que no sería posible con las
tradicionales.
Más aún, suponen absurdamente que, por el solo expediente
de ser entidades estatales, los recursos están bien
administrados. La evidencia no parece indicarlo.
La Universidad de Chile se niega a hacer transparentes sus
remuneraciones, empresas y otras formas legales a través de
las que se lucra abiertamente.
En el pasado incluso vimos prácticas de lavado de recursos
estatales canalizados a través de esa universidad (caso MOPGate).
Es más probable y frecuente que los recursos sean peor
administrados en las entidades estatales que en las privadas.
Esto quiere decir que, aun si lucraran, el rendimiento de los
recursos en términos educativos sería mucho mejor en las
privadas.
Lo que hay que mirar es el resultado educativo, no la forma de
administración. Ahí se vuelven a equivocar los jóvenes y niños
que sólo repiten consignas ideológicas.
Así, hablan también de nacionalizar el cobre. Pero, ¿cómo se
hace eso? ¿Cuánto cuesta? ¿Qué beneficios tiene?
Hablan de cambios a la Constitución, pero no han propuesto
exactamente cómo. No hay propuestas concretas, y si el
Gobierno les dice «bueno, lo haremos», entonces contestan
«es que no era eso lo que queríamos», y sigue la protesta
ideológica.
Las leyes en Chile las aprueba el Congreso, con el que
tampoco quieren conversar.
La clase política está fallando, y una minoría, escondida tras
jóvenes y niños, está imponiendo una agenda para destruir una
institucionalidad que ha costado mucho dolor consolidar. Los
países que no aprenden de su historia están condenados a
repetirla.

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