lunes, 30 de abril de 2012

LA FANTASÍA DE BOLIVIA





La fantasía de Bolivia
Sergio Villalobos R.



Cada cierto tiempo, a causa de angustias políticas internas, los gobiernos bolivianos y personajes de relieve, agitan el “problema” de la mediterraneidad de su país.
La demagogia suele andar suelta y se acude a toda clase de fantasías. Se desconoce, en primer lugar, que históricamente ha sido un pueblo de tierra adentro, esencialmente altiplánico y extendido en menor medida hacia la cuenca amazónica. Siempre vivió alejado del mar, complacido en sus alturas.
La cuna fue la cultura de Tiahuanaco y la incásica, que marcaron irremisiblemente los rasgos y el espíritu indígena, que hasta el día de hoy se agitan como fuente de legitimidad y base de tareas fantásticas remarcadas con fines populistas.
El dominio español fue una imposición superficial, pero muy eficaz para la explotación minera, cuyo producto argentífero marchó a Lima y Buenos Aires, para terminar finalmente en España. En el lugar quedó muy poco. No hubo capitalización ni desarrollo de otras formas de producción, excepto las de carácter folclórico.
En el campo de la cultura, alta y mediana, reinó la fantasía barroca, no sólo en el arte, sino también en las tareas gubernativas, dando la espalda a la realidad concreta y la posibilidad de una política positiva. Ello tanto en la época colonial como en la republicana hasta el día de hoy.
Bolivia, nombre imaginado, apareció como Estado-nación independiente gracias a la fantasía de Bolívar y Sucre, que con la espada señalaron un destino propio a un territorio cuya pertenencia había oscilado entre el virreinato del Perú y el de Buenos Aires. Había carecido de destino propio.
No hay duda de que Bolivia o la antigua Charcas tuvieran un acceso territorial al océano; pero aquello no pasó de ser una fantasía de la corona española y en medio de decisiones contradictorias, al punto de que también las autoridades de Chile tuvieron jurisdicción sobre la franja litoral, si no toda, al menos en gran parte.
Durante gran parte de la historia, Bolivia tuvo reducido su contacto con el Pacífico a través de Cobija, una caleta miserable, donde no hubo ningún tipo de instalación y sólo unos barcos de paso dejaban poquísimas mercancías a cambio de plata. El tráfico boliviano se realizaba fundamentalmente por el Perú y el Río de la Plata.
La ruta desde el mar al altiplano, larga y carente de recursos, fue un inconveniente mayor para el tráfico y en vano los gobernantes de La Paz procuraron favorecerla con algunas medidas. El libro del historiador boliviano Fernando Cajías, “La provincia de Atacama”, es la prueba más clara de la desconexión de su país con el mar, aunque el propósito fue el contrario.
En las primeras décadas republicanas fue evidente que el litoral dependía del paso de naves extranjeras y que la vinculación con Valparaíso era la clave de su existencia. Esta situación movió a las autoridades paceñas a estimular el establecimiento de extranjeros y se dio el caso de que el propio Presidente de Bolivia, Andrés de Santa Cruz, al asumir el cargo en 1828, se trasladase con sesenta chilenos para ser radicados en Cobija. Pero fue el dictador Mariano Melgarejo, en la década de 1860, el que dio la nota alta de la fantasía al solicitar a Chile el envío de cien soldados para mantener el orden en el litoral por temor a un levantamiento contra su gobierno. Afortunadamente, la solicitud no fue acogida y prueba que, no obstante las tentaciones, nuestro país no albergaba la menor tentación de poner pie en el litoral boliviano.
Los tratados de límites de 1865 y 1874 tampoco fueron imposición de Chile, sino que ellos se debieron a proposiciones bolivianas. El primero fijó el límite en el paralelo 24 y dispuso el reparto por mitad de los tributos entre los paralelos 23 y 25. El segundo tratado confirmó el límite en el paralelo 24 y eliminó la división de los tributos. A manera de compensación se dispuso que Bolivia no recargaría los impuestos de exportación sobre los minerales.
Mientras tanto, La Paz había firmado el tratado secreto de alianza con el Perú y con ese respaldo dio algunos pasos que importaban la violación del tratado de 1874. Impuso una contribución sobre la exportación de salitre que efectuaba una empresa chilena y luego determinó la incautación de sus concesiones y bienes. No sólo se violaba el tratado, sino también la buena fe.
La guerra era inevitable. Bolivia nos arrastró a ella, contando con el apoyo de Perú. En suma, no fue Chile el culpable del conflicto, sino el gobierno del altiplano
Todos estos hechos son sobradamente conocidos, de manera que cuando los gobiernos bolivianos acusan de agresión a nuestro país, faltan a la verdad y ejercen una fantasía indecorosa.
Concluida la guerra, en 1884 se firmó un pacto de tregua que finalizó en 1904 con la firma del tratado de límites, vigente desde entonces sin variación. Este no se firmó bajo la presión de las armas, porque reinaba la paz, y tuvo por objeto zanjar la incertidumbre y las recriminaciones bolivianas.
Las fantasías, sin embargo, siguen danzando en la mentalidad boliviana y en la clase política, sin ningún sentido de la realidad, la histórica y la actual.
Si hemos rememorado estos hechos es porque comprobamos en los gobiernos chilenos, incluido el actual, cierta pasividad, que no pasa de las declaraciones oficiales y los desmentidos insustanciales, muchos de ellos en el espacio formal de la diplomacia.
Hace falta un libro sustancial sobre la historia de estos asuntos, con sólida base en las fuentes históricas, porque los existentes están anticuados y suelen ser ignorados. Pensamos en una obra de amplio uso entre el público, los organismos oficiales y los gobiernos extranjeros, de modo que no deje dudas y espante las fantasías.
Debería ser auspiciado por alguna entidad independiente y, por último, por el gobierno.



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