viernes, 28 de septiembre de 2012

DE CHILE INFORMA EDICIÓN Nº 1.120




PUBLICO EN MI PÁGINA, UN HOMENAJE Y AGRADECIMIENTO A UN AMIGO PERIODISTA QUE SE LAS HA JUGADO ABIERTAMENTE COMO BUEN CHILENO POR SU PROFESIÓN, LOS MILITARES Y FUERZAS DE ORDEN, Y CHILE ,SU QUERIDO PAIS.

AMIGO FERNANDO MARTÍNEZ COLLINS GRACIAS POR TU DEDICACIÓN Y ENTEREZA COMO HOMBRE DE VERDAD PARA APOYARNOS A LOS QUE HEMOS QUEDADOS TRAS LAS LÍNEAS ENEMIGAS.

MUCHAS GRACIAS FERNANDO

TU AMIGO
RUS

Memorias de un reportero




Las declaraciones mentirosas en vida de mi colega Raquel
Correa al canal 22 de la televisión chilena, y repetida la
entrevista hasta el cansancio en las pasadas fiestas Patrias, me
trajeron a la memoria que ella afirmó que en el Gobierno Militar
se perseguía a los periodistas disidentes, lo que no ocurría en
el gobierno de Patricio Aylwin.
Puedo dar testimonio personal que fui, durante el gobierno,
sacado del sector Moneda, de manera arbitraria, por Patricio
Aylwin, y el motivo único fue que no le gustó una pregunta que
le formulé.
Lo anterior sólo comparable con una gracia del “democrático’’
Salvador Allende quien, ante una consulta del periodista Emilio
Bakit, de La Segunda, le pegó con su bastón (en esos días
andaba con ataque de gota), a los bastonazos de Allende se
sumaron los golpes de sus GAP (Grupo de Amigos
Personales).

Emilio Bakit
El colega Bakit tuvo que concurrir a atenderse a la Posta
Central, que en esos años estaba en calle San Francisco, a
pasos de la Alameda. Dirigía La Segunda, el periodista Mario
Carneyro, y éste ordenó que el diario llevase ese día en
portada, la foto del reportero golpeado, y una amplia
información.
No tuve la suerte de mi amigo Emilio. Cuando tuve el problema
con Patricio Aylwin, el director de la Segunda me dio la espalda
y fue funcional a la Concertación.
Llevaba Aylwin unos tres años en el poder cuando decidió
hacer un nuevo viaje, uno más de los muchos. Contabilicé que
en su gobierno estuve, pagado por el diario y la radio,
acompañándole a más de 45 países distintos, y eso que hubo
muchos viajes a los cuales no fui mandado, pues el diario optó
por mandar a otros colegas.
Esa vez fue a Brasil, concretamente a Brasilia, su capital,
donde fue consultado reiteradamente por los periodistas
cariocas sobre las franquicias que estaba concediendo a los
terroristas marxistas chilenos, que allá consideraban muchas y
muy generosas.
Aylwin trató de desmentirlos, decirles que no era así, pero se
encontró que los colegas brasileños conocían bien de “las
leyes Cumplido’’, de las rebajas de penas para los subversivos,
de las penas conmutadas, e incluso le dijeron que había
comprado en el centro de Santiago –lo que era cierto- una
amplia y cómoda casa para que las terroristas marxistas
estuvieran a sus anchas.
(Esa casa se compró y aún existe. Está en calle Santo Domingo
entre Teatinos y Amunátegui, lado sur. Quedó en poder de
Gendarmería y la usan como oficinas).
Aylwin sentenció allá que él jamás iba a indultar a una persona
que hubiera cometidos delitos de sangre, asesinatos; sólo
favorecería a los que denominó “presos de conciencia’’ por
delitos políticos.
Su frase salió destacada entonces en la prensa de Brasil y en la
chilena. Yo estaba presente cuando lo dijo, lo despaché a mi
país y jamás pensé entonces que ese sería, poco después, el
motivo de mi alejamiento.

Más fácil se pilla a un mentiroso….
Días después, en Chile se supo del indulto de varios marxistas
dispuesto por Aylwin a favor de personas que no eran presos
políticos, sino autores de asesinatos.



Aylwin
En “La Segunda’’, la editora de Política – jerárquicamente mi
superior- saltó de inmediato y reparó que el Presidente no
estaba cumpliendo lo que había asegurado en Brasilia. Y ella lo
tenía muy claro, pues su misión era precisamente revisar los
escritos de los distintos reporteros, tratar de mejorarlos y
entregarlos para la impresión, mejorados.
En la reunión diaria de pauta, en la que participábamos todos
los periodistas de política, me pidió que emplazara a Aylwin a
aclarar porque decía una cosa y hacía otra.
Lo cierto es que en Chile, el jefe de Estado de entonces
conversaba muy rara vez con los periodistas.
Casi nunca conversaba con nosotros.
Nos veía y sonreía, como si eso sirviera para escribir una
crónica.
Le hacíamos preguntas y con su risa tan especial - no quiero
calificarla por respeto a sus años- decía a modo de respuesta:
“Excúseme, pero no voy a hacer declaraciones’’.
Le gustaba hablar cuando él quería y sobre lo que él deseaba.
Lo que la prensa quisiera saber le importaba un bledo.
No quisiera que nadie piense que estoy actuando por razones
partidistas. Sé que a nivel de opinión pública, Aylwin tiene una
imagen superior a la de Eduardo Frei. Del primero, como
gobernante, tengo muchas críticas. Del segundo, ninguna.
Como ciudadano, puedo discrepar de sus determinaciones,
pero le encontré un gobernante serio.
También me tocó viajar con el ex Presidente Frei. Daba gusto,
viajaba mucho, es cierto, pero en cada parte se demorara lo
justo y necesario. Sus viajes eran de trabajo.
Si lo suyo duraba seis horas, estaba ese tiempo. Aylwin
alargaba los viajes y hacía poco. Frei además, entendía la labor
de la prensa, y cooperaba. Aylwin, en los hechos, no tenía
respeto ni aprecio por la prensa.
Frei, saliendo de Chile, se reunía cada día con los periodistas.
Cooperaba con ellos. Su antecesor no.
A la hora de los quiubos, mirando al techo
Pasaban los días y yo no lograba verlo, menos acercarme y
preguntarle lo pedido por mi editora.
Conociendo a don Patricio no deseaba preguntarle lo que me
habían ordenado. Recordaba lo que le había sucedido al colega
Mario Valle, cuando describió en su despacho, lo sucedido en
la gira de Aylwin a Quito. Vislumbraba una discusión.
Fueron pasando los días, cada mañana la editora me
reprochaba por no haber cumplido su cometido.
Explicaba que no le veíamos, y era cierto, pero mi explicación
sonaba a falsa. ¿Cómo no le van a ver? El reporteo no es igual
desde el escritorio.
Llegó el viernes. Y Aylwin, cuando estaba en Chile,
acostumbraba ir a una misa que ese día de la semana se
oficiaba para los funcionarios de Palacio. Se rezaba antes
temprano, pero como él no llegaba temprano a La Moneda,
cambiaron el horario para más tarde.
La Misa comenzaba a las 9,30 horas. Ese día fue con su señora
y además comulgó.
A la salida de la Misa, como siempre, esperábamos los
reporteros.
Era, por lo demás, casi la única oportunidad en la semana de
hablar con él. Como en ocasiones anteriores se excusó de
hablar con nosotros, pero, con tal de cumplir el encargo, le dije
a viva voz:
Presidente por qué en Brasil declaró a los periodistas una cosa
sobre los delitos de sangre, y aquí hace otra.
Fue como si le hubiese enterrado un alfiler.
Se separó de su esposa, se devolvió hacia mí, y lo primero que
hizo fue acusarme de mentiroso.
Habló tres minutos seguidos, más rápido de lo habitual, porque
estaba enojado. Junto a mí, todos los canales de la televisión
chilena y los micrófonos de varias radios.
Nadie dijo nada
Todos grabando sus palabras. Fuera de sus palabras, silencio
total. No volaba una mosca.
Frente a frente, sin bajarle los ojos, él hablaba con furia, y yo
en silencio, le miraba. No sé si mi rostro delataba la ira que
acumulaba cuando le oía.
Cuando terminó le dije: “Presidente usted habló yo le escuché.
Ahora le pido que me escuche con el mismo respeto’’.
Hablé como tres minutos, con mucho fundamento, recordando
textual sus dichos allá, y sus modificaciones acá, y le dejé en
claro que si alguien mentía era él.
Hasta ahí llegó el asunto.
Todos lo grabaron, pero ese día no escuché “cuña’’ alguna en
alguna emisora y esa noche y nunca salió nada en ningún
canal de televisión.
Tampoco en ninguna radio. Nada de nada. El incidente y la
confrontación de posturas no existieron a nivel público.
Lo lógico era que hubieran difundido lo de él y silenciado lo
mío, él era la noticia, pero creo que, como estaba tan fuera de
sí, los asesores comunicacionales que vieron y escucharon la
filmación, la consideraron negativo para él y su gobierno, y
ordenaron silenciarlo.
Lo entiendo. Trataban de mostrar a los chilenos un hombre
bueno, el hombre de los acuerdos, de la transición, de “en la
medida de lo posible’’ y su rostro y sus palabras lo dejaban al
desnudo.
Éramos más de 15 los periodistas de distintos medios que
estábamos allí esa mañana de viernes, al momento del
incidente.
El presidente se retiró del patio de Los Cañones hacia su
despacho acompañado del edecán de turno. Nosotros, todos,
callados, nos quedamos en ese patio a lo menos dos minutos.
Era el único, claramente no partidario de ese gobierno, que
estaba allí.
Sin embargo, tengo que reconocer y agradecer que, en un
lenguaje sin palabras, mis colegas o me encontraron la razón o
valoraron mi hombría.
Ninguno lanzó la primera piedra. Todos en silencio y
lentamente, comenzamos a volver a La Copucha.

Llamé al diario, informé enseguida a mis superiores.
Casi enseguida mi pidieron que no despachara nada del tema.
Era increíble, durante una semana me habían pedido que
tratara de obtener una opinión y ahora Aylwin se había referido
al tema, mucho más de lo que hubiera esperado el editor más
optimista, preferían nada.
Estas cosas, son las que en las escuelas de periodismo no
enseñan a los estudiantes.
Recuerdo que en segundo año, en la Chile, el profesor Cabrera
nos hacía sufrir con “periodismo informativo’’. Excelente
maestro en lo suyo, pero nunca nos habló que el reyezuelo
podía destruir a una persona, una mañana, si algo no le
gustaba.

Cita con el director

A eso del mediodía, recibí un llamado del diario. Curiosamente
no era ninguno de mis colegas, ni de mis superiores; era
Solange, la secretaría del director.
Fue directo al punto: Don Cristian necesita hablar con urgencia
contigo. Me indicó que hoy, a las 3 en punto, debes estar en su
oficina.



Decidí almorzar sobre la marcha. Fue mi último almuerzo en La
Moneda.
Creía en la amistad y respaldo de mis colegas, pero ese
silencio colectivo me indicaba a las claras que había caído en
desgracia y que ninguno se la iba a jugar con mí.
Saqué de inmediato de mi escritorio y de un mueble todas mis
pertenencias y se las entregué, en custodia a un amigo.
Desconecté los cables que usaba el computador portátil por el
cual despachaba cada mañana. La noble Tandy, que en esos
años era la admiración de todos, la guardé en su lujoso
estuche de cuero café y me la llevé consigo al diario, por si
acaso.
Entonces costaba una fortuna y habían muy pocas en Chile. El
Mercurio las había comprado directamente en USA.
Técnicos del diario viajaron y estudiaron en los Estados
Unidos el sistema Harris de computación y lo implantaron en la
empresa y los computadores personales se entregaron a los
reporteros de sectores y a los corresponsales en el país.
Ahora hasta los escolares las desecharían, prefieren el teléfono
que les sirve además de computador.
Antes de las 14 horas, estaba en el Diario de Lo Castillo, en la
casa matriz de La Avenida Santa María.
Ninguno de mis colegas me consultó nada sobre el impasse
con el Presidente. Conversé con todos, y como nada me
consultaban, les pregunté qué sabían ellos. Nadie sabía nada.
Los militares usan una expresión poco elegante, pero muy
gráfica: palo con caca. Yo, me había transformado en el palo
con caca ese día, por preguntar.
Mi editora cuando llegué al diario, ya se había retirado. Pensé
que vendría a la reunión con el editor. Me equivoqué.
Mis colegas de política partieron a almorzar al casino de la
Empresa, al igual que todos los días.
Me quedé solo -recuerdo que no podía dejar de acordarme de
un tema musical muy chileno, que más que cantado, lo recita el
actor Jorge Yáñez, y que termina diciendo “¡Que tal, cuando
me ‘invitai’ otra vez a bailar cueca’’
Se desplazó el poder, y no nos dimos cuenta
Cristián Zegers Ariztía, actual director del diario El Mercurio,
premio nacional de periodismo, era entonces el director de La
Segunda.
Hoy debe ser el uno de los hombres más importantes en el
periodismo nacional, pero eso no me cohíbe para dar a
conocer mi verdad
No llegó a las 15 horas, sino pasado las 4.
Sentado en un sillón cercano al escritorio de Solange, la
secretaria de Dirección, recordaba la historia del Emperador
Gregorio Séptimo, a quien el Papa lo tuvo largo tiempo
esperando, para demostrarle que tenía más poder.
Cristian desarrolló conmigo un diálogo que me pareció propio
de esa obra de Teatro llamada “La Cantante Calva’’, donde
cuesta seguir el argumento, incluso comprender qué está
pasando.
Al entrar a conversar con él yo ya tenía claro que el teléfono de
La Moneda se había movido y que seguramente se había
producido esa presión indebida, pero sin medios de
comprobación.
Tenía claro que habían pedido mi cabeza. El punto era saber si
tenía los pantalones firmes.
Cristian era el sucesor de Hermógenes Pérez
de Arce, en el cargo. Hermógenes siempre en
su paso por La Segunda actuó como un
caballero, como un hombre de una línea.
Christian, lo sabría esa tarde. Conmigo no lo
fue.
Se mueven como el junco
No sé si no se atrevió o le dio vergüenza de decir que había
recibido un llamado donde le dijeron que el presidente estaba
furioso por lo que le había preguntado y que no me quería ver.
Más que eso, que había dispuesto que no se me recibiera en La
Moneda, como si el Palacio fuera de su propiedad.
Lo cierto fue que a todo lo que le pidieron dijo que sí.
Durante el gobierno militar fue pinochetista, cuando los
chilenos optaron por el No, él también lo hizo.
Cuando se iba a iniciar el período de Aylwin decidió incluso,
para posar de renovado, cambiar toda la entrada al diario, y
colocar un inmenso mural con el parlamento, que se viera
diálogo.
Ya no quería lo que había adorado. Se había olvidado de las
muchas veces que fue a los almuerzos de la prensa con el
Presidente, de lo que le encantaba sentarse en la mesa
principal, a su lado, o lo más cerca.



Le escuché tantas veces hablando en público de la libertad de
expresión. En mi caso no movió un dedo.
En esa conversación personal que tuvimos no me dijo una
palabra que había sido llamado, emplazado. Ni siquiera tocó el
punto.
El Yernísimo
Pero no se puede tapar el sol con la mano, y aun cuando él
calló y otros callaron para tapar la maniobra persecutoria, esa
misma noche un alma caritativa de la concertación que
ocupaba un puesto importante dentro del gobierno me contó
por teléfono la verdad.
Poco después de nuestro altercado, Aylwin aún enojado llamó
a su jefe de gabinete. Este era nada menos que el marido de su
hija Mariana, hombre simpático, caballero, que se entendía bien
con nosotros.
Le dio órdenes precisas de llamar al director y decirle que el
Presidente no me quería en La Moneda.
Y como el mandado no es culpable, el yernísimo llamó y
transmitió el llamado y eso explicó la urgencia que me
presentara a las 15 horas a hablar con el director de La
Segunda.
Pero Cristian Zegers no tenía los pantalones ni la rectitud de su
antecesor, Hermógenes Pérez de Arce.
Esa tarde de viernes desarrolló una teoría política que nunca
antes había escuchado a nadie. Era infantil, igual la escuché
por respeto a su autoridad.
Buscando las palabras afirmó que en Chile se había producido
un fenómeno muy interesante, consistente en que había un
traslado gradual y permanente del poder.
Antes, el poder lo encarnaba el General Pinochet, con un
contrapeso débil en la Junta de Gobierno, lo que era
comprensible, porque eran sus pares.
Pero con la reapertura del Congreso Nacional, aparecían
nuevos actores, los parlamentarios, y dentro de éstos, los
senadores, quienes cada día iban tomando más fuerza.
Añadió que el diario tenía una colega que atendía al Senado y
la Cámara, pero que ella era joven, y ello la dificultaba su trato
con los senadores, que eran de mayor edad y más tonelaje.
Para eso requería un periodista de tonelaje, yo, y por tanto iba
a ser premiado, promovido, y desde el lunes próximo tendría
que estar en Valparaíso cubriendo las noticias del senado.
No le creía una palabra.
Estéril resultó agradecerle y rechazar mi ascenso, insistirle de
la mejor manera que prefería quedarme en Santiago, no partir
al puerto que conocía tan superficialmente.
Menos conseguí que me respondiera si el cambio obedecía a
una presión del gobierno.
Según Zegers no podía entender mi falta de entusiasmo
cuando iba a estar en el centro del poder de Chile, con los
mejores intelectos.
“Desterrado’’ en el Puerto



Lo concreto es que me hizo conocer la relegación, saber lo
injusto y arbitrario que es que a uno lo manden a residir a un
lugar donde no se quiere ir.
Me sucedió lo mismo que ocurrió antes y después a
periodistas de distinto signo. Lo habitual es que los directores
de un medio, ante un pedido o una orden del gobierno, acaten
servilmente.
Es difícil que el director de un medio entre complacer a un
Presidente y defender a su periodista opte por lo último.
Duele además, cuando el director, la persona que conduce y en
la cual uno confía, sea tan poco cosa, incapaz de decir no a la
autoridad de turno, y de contar la verdad al afectado.
En Valparaíso y Viña, pasé los primeros dos meses de mal en
peor, buscando un hotel bueno y a un precio decente que no
encontraba.
Parecía judío errante, durmiendo una noche aquí, la siguiente
allá, paseando con mis pertenencias por la mitad de la quinta
región.
No ubicaba los barrios, menos las calles. Los cerros eran una
interrogante. Menos sabía de los lugares donde hacer las
comidas de acuerdo a mis gustos y a mi presupuesto.
Pero lentamente, día a día, aprendiendo de tomar la
locomoción errada, de alojar en un hotel malo y caro, fui
aprendiendo.
Y le tomé cariño al Puerto, a Viña.
Pocas veces en mi vida, en esos años en el Congreso, fui tanto
al cine, al teatro, a eventos culturales que sacaba de las
páginas del Mercurio de Valparaíso.
Descubrí en la Av. Uruguay del Puerto una feria callejera donde
se vendían libros excelentes y baratos, algo desconocido en la
capital y, cada noche, terminada mi labor periodística en el
Congreso, o iba al cine o me acostaba temprano a leer.
La literatura chilena, que por años tuve postergada, en
desmedro de la universal, llegó a mi vida en torrentes durante
mi estada en el Puerto.
No fueron ella como el piano que evocaba Neruda, del cual
siempre habló su padre y nunca llegó a su casa.
Las goteras de la literatura chilena que adquiría en la avenida
Uruguay fueron el piano de mi alma durante mi estada en
Valparaíso.
Gracias a la traición de Christian, la vida me ofreció años
dichosos en la Quinta Región.
Y además mi estada en el Congreso permitió que
posteriormente, cuando asumió como senador vitalicio, don
Augusto pensara en mí para que fuera su secretario de prensa.
Gracias a las felonías de Christián y de don Patricio tuve la
oportunidad real de trabajar para, y junto al hombre, más
importante que produjo Chile en todo el siglo XX.

Y ese premio de Dios no me lo quita nadie.

1 comentario:

Anónimo dijo...

CARTA ABIERTA AL PRESIDENTE DE CHILE
Señor Presidente de Chile
Don Sebastián Piñera E.
Estimado señor Presidente, han sido las innumerables veces que me he dirigido a Ud, para manifestarle ideas, sugerencias, información, molestias y alguna que otra solicitud.
En esta oportunidad quiero expresarle como ciudadano que aburrido de los gobiernos de izquierda y en especial de algunos marxistas enquistados en sus dependencias, votó por la elección de su candidatura, mi molestia por como se está tratando la democracia en Chile. Algunos dirían “estoy cabreado de este país de mierda” (perdonando mi inglés), sin embargo yo diría “estoy cabreado de cierta gente de mierda que compone este hermoso país”.
¿Cómo es posible que entidades denominadas DDHH, de claro corte izquierdista, que al parecer a la fecha mas bien parece partido político, dicte parámetros para el actuar de la policía, llámese Carabineros o PDI, y me refiero específicamente a la intervención de civiles dentro de los buses de Carabineros, quienes son la Institución mas respetada del país, cuestionando su actuar ante permanentes agresiones de elementos violentos que actúan cada vez que se llama a protesta.
Dios quiera que el día de mañana los delincuentes sean los buenos y la ciudadanía honesta pase a estar tras las rejas.
Espero señor Presidente por el bien de la verdadera democracia no se tergiverse la labor de nuestras policías y pasemos mejor a cuidarla y respetarla para que cumplan su acción de defendernos con firmeza y seguridad ante la delincuencia que está azotando cada vez mas seguido a nuestra patria.
PD.: Sugiero instalar estos “veedores de DDHH” entre los encapuchado y poder denunciar a los verdaderos agresores
Que tenga un buen fin de gobierno