miércoles, 26 de diciembre de 2012

MOVILIZACIONES, DEL 2011 AL 2013





Gonzalo Rojas
Miércoles 26 de Diciembre de 2012
Movilizaciones, del 2011 al 2013




Era apenas ayer, en 2011, cuando estábamos zarandeados por marchas, cacerolazos y protestas. Es ahora, al concluir 2012, cuando parece que gozamos de un sereno fin de año, sin sobresaltos.

Pero el bichito está ahí: de repente el virus se activa y se arma la grande, aunque en pequeñas dimensiones. En Freirina resucitaron las molestias, y recordamos que, en cualquier momento, cualquier motivo sirve para cualquier causa. Y el resultado puede ser muy lamentable, como en aquella localidad.

¿Auténtico movimiento social?

Los buenos libros, leídos en paralelo, se complementan y corrigen. De una mirada a la otra, el lector contrasta y profundiza. Es lo que pasa cuando se terminan simultáneamente "El malestar de Chile", de Marcel Oppliger y Eugenio Yáñez, por una parte, y "Gramsci en Chile", de Jaime Massardo, por otra. De la lectura de uno y otro se concluye que no ha existido en Chile aquello que algunos han denominado "el movimiento social". Ciertamente esos autores miran el 2011 con ópticas muy diferentes, pero el lector descubre que coinciden en un dato fundamental: la artificialidad de lo que se puso en marcha en las calles y las regiones el año pasado.

Oppliger y Yáñez dan buenas razones para desvincular ese malestar del supuesto afán global de cambio de modelo; Massardo aporta las suyas para constatar la inmadurez de las iniciativas rupturistas respecto de un auténtico proyecto revolucionario de los grupos subalternos.

Bueno, pero no pasan de ser dos libros, dirán los pragmáticos. Es cierto, como en Chile pocos leemos poco, también hay que buscar las claves del 2013 respecto de futuras alteraciones sociales en otros actores, menos reflexivos, más voluntaristas.

El primero es el PC. Teillier avisa que su partido no se propone la contención del movimiento social. Serio, hierático, afirma que los dirigentes sociales comunistas se deben a sus organizaciones sindicales o sociales y no al partido. Nadie le cree; todos saben que eso es falso, pero no se oyen las voces que lo contradigan, aunque el PC digita protestas y tomas, cortes de caminos y rupturas de mesas de diálogo. Pero desde la Alianza, la decisión es ignorarlo; desde la Concertación, cohonestarlo. Y así crecen los comunistas.

A su lado, están todas las ONG que actúan en Chile con fueros y financiamiento. Nunca han sido auténticas organizaciones no gubernamentales, porque se han valido del Estado a través de la colaboración concertacionista o de la pasividad aliancista. Así han expandido su actividad moviendo a unos pocos cientos de indígenas, a unas escasas decenas de animalistas, a uno que otro ecologista profundo o a auténticas minorías de activistas sexuales.

Pero es infrecuente que se denuncie que esta o aquella manifestación se ha debido a la gestión de profesionales, y no a un anhelo auténticamente popular. Hay miedo a mostrar esas intervenciones, aunque estén seriamente fundamentadas.

Por su parte, las candidaturas de la Alianza apenas saben cómo manejarse frente al tema. Siguen la misma lógica gubernamental de la que formaron parte hasta hace poco: mejor no enemistarse con ciertos malestares, e incluso quizás sea bueno tomar algunas de sus banderas para estar más cerca de la gente. Yerran en el diagnóstico y, obviamente, se equivocan por igual en la solución.

Mientras tanto, los chilenos cada vez creen menos en Dios; cada año se alejan más y más de los partidos, de los sindicatos, de las federaciones estudiantiles, de los colegios profesionales y del sufragio. O sea, cada día están más expuestos al activista del minuto, a la causa del momento. Fomes, apáticos, pasivos, pero disponibles para las efímeras aventuras de los audaces.



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