domingo, 13 de enero de 2013

TERRORISMO ES TERRORISMO


Lean este articulo de Alfredo Jocelyn Holt

LA RESISTENCIA de algunos ante lo obvio no termina por sorprender. La historia del terrorismo es conocida: el fenómeno, en sus distintas variantes, todas coincidentes en sembrar terror para producir efectos políticos, data de hace 20 siglos. Se remonta a los “zelotes” y “sicarii”, grupos que recurrían al asesinato, a veces indiscriminado, a fin de resistir la dominación romana de Judea. De ahí al IRA, a ETA, a las células que siguen surgiendo en el Medio Oriente, también Al Qaeda, pasando por los anarquistas rusos de fines del siglo XIX, por nuestra propia cuota terrorista en América Latina; en suma, una historia tan larga que sería como para suponer que, a estas alturas, tuviésemos consenso al respecto. Pero sucede que no.

Hay quienes reservan el término sólo a lo que estrictamente se conoce como “terrorismo de Estado”. No faltan otros que estiman que los “movimientos de liberación nacional”, aun cuando se sirvan de violencia, no serían terroristas, sino legítimas formas de lucha y reivindicación. El otro día Marcelo Schilling, que se las da de experto, descartó de plano, sin previa investigación de los hechos, que lo de Vilcún sea un escenario de tipo terrorista. Lo de Pitronello es como para tirarse los pelos de rabia; está visto que poner una bomba en la madrugada en un banco, con una carga que hace volar por los aires lo que sea (una de sus manos anarco-criminales), no se estima terrorismo en las cortes chilenas. Según su defensa, el joven sólo quería “protestar”.

El doble estándar, la “ley del embudo” (el terrorismo de algunos no es terrorismo de todos), es prueba de que el tema se presta para infinitas tergiversaciones ideológicas, según las preferencias de quienes opinan o juzgan. En dicho juego no faltan los tinterillos que enredan lo obvio y se vuelven cómplices. Conforme, podemos discutir si se aplica o no una ley antiterrorista específica (para eso existen los tribunales), si ésta es una buena o mala ley (para eso existe el Poder Legislativo), pero de ahí a desechar sin más la existencia en Chile de un posible cuadro terrorista, concretamente en La Araucanía, obedece ¿a qué?, ¿a que han logrado atemorizar? Pitronello podrá haber perdido una mano, pero los no pocos que sonrieron tras dicho “fallo” (valga la equivocidad del término) hicieron estallar por los aires cualquier credibilidad del derecho chileno. Gente así merece más que una “libertad vigilada”.

El cuadro que presenta La Araucanía es de terror. La propiedad, cualquiera sea su origen, no es respetada; no la ha sido en el pasado, tampoco lo está siendo en el presente por quienes la reclaman. Ataques incendiarios repetidos, antes y después de Vilcún, hacen presumir que puede haber intención terrorista de quienes en sus expresiones públicas lo dan claramente a entender. De igual manera, puede que exista terrorismo de Estado (tampoco es descartable), claro que si lo hay, tendría que probarse. Jóvenes extremistas, mesiánicos, apocalípticos (algunos hasta sin motivación alguna, lo que los anarquistas rusos llamaban “bezmotivny terror”, la variante Pitronello), sí existen; también activistas ajenos a la zona y personas dispuestas a tomar la justicia en sus manos. Y una última cosa: gente inocente está pagando caro tanto relajo.

Alfredo Jocelyn-Holt
Historiador



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