lunes, 1 de abril de 2013

PARADOJA HISTÓRICA


Lunes 01 de abril de 2013

Paradoja histórica
El mercurio

Pablo Rodríguez Grez:

"...Chile necesita repensar su historia. No es posible que las nuevas generaciones sean inducidas a error ni que lo ocurrido en el pasado reciente se reescriba en un laboratorio de expertos comunicacionales con una proyección bien definida...".
Chile vive una paradoja histórica como consecuencia del enjuiciamiento nacional e internacional del gobierno militar. Para nadie es un misterio que, tan pronto fue derrocado el régimen de la Unidad Popular, sincronizada y automáticamente, se desató una campaña que en pocos días había conseguido generar una imagen infamante de lo sucedido en Chile. No se analizó lo que realmente había ocurrido, ni la injerencia de naciones extranjeras en nuestro país, ni los propósitos que abrigaban los estrategas del marxismo internacional que celebraban fervorosamente el advenimiento de la revolución socialista por la vía electoral, ni las organizaciones paramilitares que se preparaban para enfrentar a las Fuerzas Armadas y de Orden. En medio de la "guerra fría", esta reacción no fue extraña, sino más bien un recurso extremo para ocultar el fracaso de la experiencia marxista que vivimos.


Lo concreto e indesmentible es que quienes luchaban contra la tentativa marxista de instaurar un régimen totalitario lo hacían en defensa de la democracia, denunciando la forma en que el país estaba siendo arrastrado a la dictadura del proletariado (versión cubana), mediante la invocación de la vía electoral y la torcida aplicación de las leyes (los célebres "resquicios legales"). La lucha contra la alianza socialista comunista se dio en nombre de los valores democráticos -precisamente para reconstruir y perfeccionar nuestro sistema institucional, que entonces acusaba fisuras difíciles de superar- y para evitar que Chile siguiera los pasos del castrismo.


Frente a los defensores de la democracia -régimen que nuestro país había vivido durante largos años no sin trastornos ocasionales- se erguía un movimiento desenfrenado que condenaba, sin ambages ni eufemismos, la "democracia burguesa, clasista, instrumento del imperialismo y la explotación de los trabajadores", a la cual había que extirpar de raíz. De aquí nacía el fomento de la violencia revolucionaria para neutralizar a quienes se oponían a su destrucción, y el propósito de atizar la lucha de clases, instrumento predilecto de quienes proclamaban las virtudes de un modelo totalitario.


Se trataba, entonces, de una confrontación entre marxistas y demócratas, en la cual los primeros tenían el gobierno, pero no el poder, como lo proclamaban los líderes más exaltados, instando a sus partidarios a dominar todas las potestades del Estado.


La fractura del orden constitucional de 1973 exigió la reconstrucción del país, cuyo aparato productivo quedó destruido en medio de un ambiente internacional hostil y la agudización de la "guerra fría". Si este período fue demasiado extenso, es una cuestión opinable que debe enfocarse en función de los objetivos logrados, pero lo cierto es que nunca se perdió de vista la meta final: el pleno restablecimiento de la democracia como régimen de gobierno con los resguardos que aseguraran que no volveríamos a caer en la misma trampa (lo que peyorativamente se llamó "enclaves autoritarios"). Esta meta se alcanzó luego del plebiscito de 1988 y de la transferencia del Gobierno a las fuerzas políticas que triunfaron en las elecciones siguientes. Para los chilenos nada tiene de asombroso que los uniformados hayan hecho dejación del poder e investido como Jefe de Estado a quien resultó elegido en el proceso electoral respectivo, porque conocieron y avalaron la misión que habían asumido el 11 de septiembre de 1973. Por cierto, no tienen la misma visión los extranjeros víctimas de la desinformación o instrumentos de inocultables intereses políticos.


Sin embargo ahora, los que destruyeron la democracia e intentaron sustituirla por una dictadura marxista -cuestión que entre 1970 y 1973 se reconocía con soberbia y desafiantemente- son sus restauradores, y los que lucharon por defenderla y restablecer las condiciones necesarias para que pudiera funcionar, sus destructores. ¿Cómo ha podido producirse esta paradoja? Sin duda, ello es fruto del aprovechamiento político de hechos dolorosos que, como la violación de los derechos humanos, siguen siendo una herida en el alma de muchos de nuestros compatriotas.


Chile necesita repensar su historia. No es posible que las nuevas generaciones sean inducidas a error ni que lo ocurrido en el pasado reciente se reescriba en un laboratorio de expertos comunicacionales con una proyección bien definida. La experiencia vivida puede darnos generosos frutos si somos capaces de asumirla y no adulterarla como, por desgracia, ha sucedido hasta hoy.





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