viernes, 24 de mayo de 2013

EL CHILE DEGRADADO


EL CHILE DEGRADADO
Patricio Quilhot Palma

¿Qué está pasando con la sociedad chilena? ¿De dónde salió tanta ordinariez, tanta violencia y falta de respeto hacia los demás? Los noticiarios de televisión prácticamente no alcanzan a exhibir todos los casos de abusos groseros hacia los derechos de las personas, cometidos por un segmento creciente de la nación chilena. Vemos, por ejemplo, a un número impresionante de niños de corta edad cometiendo asaltos con extrema violencia y con una crueldad infinita. Vemos a otros participando en manifestaciones públicas, donde se dedican a lanzar piedras y bombas molotov, sin ninguna conciencia o relación con los motivos de la protesta. Vemos a niños como “el Cisarro”, burlándose de la justicia y provocando el rechazo de la ciudadanía con reiterados crímenes que quedan impunes. Pero no solo niños o adolescentes vemos en estos actos deleznables. Se suma a ellos un sector de jóvenes supuestamente vinculados al mundo estudiantil o universitario y que se lucen arrasando con la infraestructura pública y privada, mostrando una orgullosa sonrisa cuando llegan a ser detenidos y sus rostros consiguen ser mostrados por las cámaras.
Perdido el orden establecido y al que todos aspiramos, pareciera que la sociedad chilena no consigue encontrar el rumbo, desplazándose aceleradamente hacia el precipicio de la anarquía. Las autoridades viven de encuestas que a nada conducen y de proferir amenazas tan ridículas como incumplidas de aplicar “el máximo rigor de la Ley”. La clase política observa a la distancia y rasga vestiduras cuando algún pobre chiquillo recibe un palo más fuerte de lo debido o es arrastrado hasta un carro policial.
Con bombos y platillos se implantó hace algunos años un nuevo sistema procesal penal, el que a la fecha es repudiado por la gran mayoría de los ciudadanos de bien, al haberse transformado en un baluarte defensor de los derechos de los criminales y en el peor cuchillo para las víctimas inocentes. De los autores de esta joyita procesal nada se sabe. No han abierto la boca para justificar lo injustificable. Los detractores del mundillo político tampoco lo hacen mal. Después de cacarear sus críticas a la “puerta giratoria” nada han hecho de verdad por mejorar o subsanar los graves vicios del nuevo sistema, durmiendo sus modificaciones propuestas el más profundo de los sueños, como todo lo que pueda afectar negativamente en las encuestas.
A todo nivel se ve como la corrupción invade nuestras vidas y se instala para no irse. Hasta las más señeras instituciones de la administración pública han visto degradada su credibilidad, Todo –al parecer− motivado por la ambición de mejorar en las encuestas… Ya nadie se acuerda de los escandalosos casos de corrupción que nos dejaron de herencia los gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia, pareciendo que nunca hubiera ocurrido lo del Transantiago o de la Empresa de Ferrocarriles del Estado. Nadie recuerda los groseros gastos de campaña realizados por los próceres socialistas antes de las elecciones, como por ejemplo las decenas de estaciones refaccionadas y reinauguradas que jamás vieron llegar tren alguno.
Todos se quejan de todo y nadie se molesta en ir a buscar el fondo del problema. En una demostración clara de la degradación sufrida por nuestra integridad cívica, nadie se atreve a decir en público lo que comenta en privado, limitándose exteriorizar una completa indiferencia hacia los hechos vergonzosos que presencian a diario y que destruyen la identidad nacional y el orden establecido. Es más, hablar hoy de “orden establecido” es mal visto por la mayoría de los chilenos, embobados por conceptos atractivos tales como el “progresismo”, tan de moda como manoseado en el mundo político de izquierda.
Aunque no sea del agrado de los pusilánimes de siempre, me atrevo a decir que la causa profunda de esta degradación social se encuentra en la demolición del concepto de Autoridad, elemento esencial para
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dar estructura a la vida en común. La gente parece haber olvidado que cuando elige a sus gobernantes y legisladores es para que éstos ejerzan en forma efectiva la AUTORIDAD que se les está delegando a través del voto. No es para que se dediquen a congraciarse con potenciales encuestados o con la prensa de farándula, como acostumbran hacer muchos de ellos.
La falta de autoridad va asociada a la falta de responsabilidad de cada hombre o mujer que accede a un cargo de poder, ya sea como parte de un equipo de gobierno o como integrante del parlamento, municipalidad, servicio público, etc. Cuando uno de estos personajes deja de ejercer su cargo con las acciones positivas que éste conlleva, está definitivamente burlando la confianza delegada por sus electores, transformándose en un simple usufructuario del poder que se le ha entregado a través del voto. Llama la atención entonces la sorpresa mostrada por algunos políticos ante el descrédito vergonzoso de su actividad, según muestran las encuestas pero que se origina realmente en el abandono de sus deberes cívicos. No sorprende en cambio que cada vez que algo puede incomodar la popularidad de los políticos es simplemente “judicializado”, transfiriendo la responsabilidad de su resolución a un Juez que –para la conveniencia de otros− se ve expuesto a los manejos de malos políticos que cobardemente coartan su carrera profesional.
No hay Ley que valga si no hay voluntad de aplicarla. De nada sirven las más fuertes declaraciones de intención si al final nos quedamos pegados solo en ellas, como ocurre día a día en Chile, desde hace ya varios años. Esta triste costumbre nos está llevando a una repetición de la mayor descomposición social que recordemos, aquella que culminó en la crisis de 1973. Una vez más, nuestros políticos se dedican a apagar el fuego con bencina, haciendo uso y abuso de las descalificaciones personales, insultos y todo tipo de muestras de groserías, de esas que no veíamos desde los tiempos del comunista Palestro, en el Congreso. Hoy será un Gutiérrez, un Espinoza, un Navarro, un Alinco o un Ascencio quien repita la historia, hasta llegar quien sabe dónde, esta vez sin que la sociedad pueda contar con los garantes del ayer, debidamente desactivados por la campaña comunicacional y judicial en su contra.
La violencia verbal irresponsable del mundo político, sumada a la impune violencia callejera o de los caminos del Sur, no puede conducir hacia nada bueno. Podrá decirse que los índices muestran mejorías en la victimización de las personas o que el conflicto mapuche no es tal, pero la verdad es que no parecemos tener vuelta. Cualquier intento de reponer el orden perdido y el respeto a las personas se vería en la obligación de aplicar tal cantidad y calidad de actos impopulares que sólo a través de una dictadura sería capaz de llevarlo a cabo.
Los violentos de izquierda lo saben y es allí donde radica su fortaleza principal y el sustento a sus groseras provocaciones, sabiendo que la mayor parte de la sociedad es incapaz de oponérseles con la fuerza necesaria. Lo más triste, es que el primer gobierno de derecha en muchísimos años se ha farreado la oportunidad de reponer el respeto y el orden, al menos en lo mínimo necesario para detener la caída al precipicio que nos espera. Es de esperar que al menos uno de los candidatos de derecha pueda compensar esta falta de voluntad y responsabilidad cívica y evite que la máxima exponente del cinismo pueda retornar a un cargo que no le corresponde.
23 de Mayo de 2013
Patricio Quilhot Palma

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